Cosas de mujeres II: la creación



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Y se hizo la luz...
Sofía surgió de la nada, envuelta en sombras que danzan en los principios de todo. En su infinita soledad, con la única tarea de contemplar el vacío, decidió dar a luz a su propio mundo. En el primer acto de creación, se dotó de cualidades excepcionales para asegurar un dominio absoluto sobre sus invenciones. Pensándose cuidadosamente, en el siguiente acto, tejió artificios en blanco y negro, imponiéndolos a la realidad paralela: una casa suspendida en el aire con una lumbre eternamente ardiendo, un jardín ajeno a las estaciones, animales fantásticos extraídos de sus cuentos favoritos y un columpio desde el cual abarcaba todo.
Siendo una novel creadora, las ilusiones de Sofía resistían tomar forma; eran figuras gelatinosas que licuaban las horas sin piedad. Con persistencia, aprendió a darles vida por más tiempo. Una vez construido su mundo exterior y temiendo el olvido, Sofía comprendió su destino.
Anhelando reconocimiento, se fecundó con sus propios fracasos y, en el tercer acto, dio a luz a un hijo deforme, un ser ideal construido con restos de amores frustrados. La imprecisión reinaba en ese cuerpo nacido del deseo. Sofía se esforzaba por dotarlo de rasgos divinos, pero su naturaleza única era contraria al invento. El hijo se difuminaba al menor descuido o desperdigaba sus partes entre los recuerdos de su creadora. Ante la imposibilidad de asignarle atributos permanentes, cansada de mantenerlo en su mundo de ensueño, Sofía lo dejó actuar a su arbitrio.
La desilusión la sumió en una nueva actitud contemplativa; crecía en ella el deseo de ser reconocida y admirada por seres semejantes, que le ayudaran a poblar de ilusiones su infinita soledad. Llevada por esta necesidad, copuló una única vez con su hijo para dar vida a un ente que compartiera lo divino y lo humano, la luz y las sombras.
En el cuarto acto de creación, Sofía parió una especie de mujeres soñadoras, exentas de fracasos heredados. Así, el mundo se pobló de versiones multiplicadas de ella misma. Cada una reflejaba su esencia, pero en conjunto eran más que el todo. Sin embargo, Sofía restaba antes que sumar las cualidades así distribuidas. Con este último acto, su universo alcanzó plenitud. Exhausta, decidió descansar y admirar su obra.
Después de ciclos de vida y muerte creando quimeras, Sofía se desvaneció. Desaparecida de la memoria colectiva, las leyendas de algunos pueblos ubicaron sus orígenes en la extraña historia de una mujer empeñada en crear su mundo, dadora de sentido. La ficción se volvió dogma y la ley, cadena. Las comunidades más devotas le rendían tributos, gestos vacíos y temerosos en los que ella no podía reconocerse. Sofía, aspirante a diosa primigenia, soñadora de mundos sin tiempo, fue preservada por el destino para contemplar el infinito en medio de las sombras.
¡Libertad… para pensar!

Comentarios

  1. Me atrapó esta historia con un excelente ritmo narrativo, gran vuelo artístico realmente te felicito una ficción extrema!! Un abrazo!

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    1. Hola, Graciela. Gracias por compartir estos mitos fundadores. Saludos

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  2. ¡Excelente Artículo!! ¡Besos!!

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Gracias por comentar, tus palabras me permitirán vislumbrar otras opciones de interpretación y comprensión de este universo.

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