Rosa Victoria Mejía de Gómez (1949)

Rosa Victoria Mejía Gómez, Escritoras colombianas, Mujeres escritoras del siglo XX, Derechos reservados,
Rosa Victoria Mejía, escritora colombiana

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Palabra
Preludio

Desde esta soledad

ruego porque mi verso

en las alas del viento

llegue a su oído...

y el temblor de mi alma

sea el anuncio

de este canto a dos voces.


Y es ronda la palabra

Han caído las hojas.

La estación de los vientos

me llena de su música seca.

Aquí y allí, las imágenes...

esa línea inexacta

de límite y de sombra.

Y mis ojos, punto adentro

recalcando los mejores espacios,

los mejores colores,

la mejor estación!

En tu nombre,

cae entonces el alma,

ansiedad perseguida,

ave en retorno

sobre el blanco perfecto.


Ronda número uno

Como el eco...

Esa estación de mi alma,

esa voz que en las cosas se repite

inexorablemente, hasta el hastío,

como imagen que pende del misterio,

como bruma en la sombra, es lo que soy,

cuando en mis soledades, te descubro.

como una castañuela,

entonces lloro de amor y asombro,

algunas veces río

y por tu voz

que irrumpe en el bullicio y revive

alegrías,

por ella, surge la palabra

esta extraña virtud

que para ti cultivo

con la misma fruición

con que en silencio

juego a plantar rocío en las estrellas.


Ronda número dos

Todo es sencillo...

El amor,

la palabra,

el tacto.

Crece todo en la tierra

como el árbol.

Gira el viento aquí y allí

mientras las cosas

se estremecen en su roce.


Hierve la palabra,

regreso de la imagen.

Mis manos y mis labios articulan...

Y un profundo sentido

de estas cosas que crecen

inunda mis arterias.


De extremo a punta,

el aire y yo,

inútilmente atravesamos

éste ámbito de seres.

Pero el ojo, me he dado cuenta,

no penetra sus formas...

Sólo un deleite, circularte,

entrevera las pieles

y por él me estaciono

en el filo del verso.

El viento sigue y yo insistente, rebusco,

persigo y encuentro.

¡La palabra no es suficiente!


Un atropello, alado, también

de extremo a extremo

me incendia y me devasta!


Guardo silencio... algo sigue sitiándome,

amordazándome, apuntando hacia mí,

persistente y agudo,

cómo esta lluvia que acude

a mis espaldas.


Ronda número tres

Mientras tu voz me llama...

la imagen juega

hasta encontrar su sitio.

Queda un trazo

entre el ala y el viento

que surca la redondez

que me circunda...

Entonces soy un ave,

ave ambiciosa

que toma las alturas

hasta desvanecerse en el silencio.

Allí, donde las cosas

se remontan al gris de la distancia,

donde sola

de frente al vértigo,

rehuso una estación

para el invierno,

sabiendo que las horas

se deslizan sin término

y los seres

en monótona ronda

me roban la posibilidad

de estar contigo!

Te espero!

Aún después de tantas voces,

te espero,

aún después de tanto frío.


Cuarto de ronda

En ondas la palabra

aguza este sonido solitario

en círculos profundos,

y cae como polvo!

Estoy pensando...

La ausencia, estación de la imagen

parece en un instante

la simple abreviatura del absurdo.


Todo símbolo es breve

ante la ruptura del silencio

pero... los nombres siguen

y de ellos aferradas siguen también las manos

y entregados los ojos.


Cada boca, solo cubre

hasta la mitad

la desnudez de mi pregunta...

y me abisma cada ojo

en el destrozo de su incendio.

Pero yo insisto...

sigo insistiendo, en este rito

por el que siempre

vengo de regreso.


Menguante

Los seres,

las voces y las cosas

todos en la palabra son sonido.


Sonido el del bullicio,

sonido el de la música

rugiente el sonido del silencio

y silente el sonido de las sombras!


Arriba y abajo,

nube y polvo de soledad

también es el sonido de los nombres

sin la luz de los ojos

entorno oscuro,

donde circulan signo y eco

donde una mano

florece en la otra mano aquí y allí

donde los labios muerden la palabra.


Música sí

Ya no encuentro los ojos,

ni las pieles, ni la sal, ni las mieles.

Sólo tu nombre, Señor,

mi labio inventa...

Para saber que voy contigo

en la tormenta.


Sólo de ti, Señor,

me aferro ahora...

Después de estar perdida en el paisaje,

después de ser esclava del color,

bruñida entre las pieles.

¡Sólo de ti, señor, me aferro ahora!


Los panes y los peces

saltan de mi oración

hacia las bocas!


Soy semilla, Señor!...

en la bonanza eterna de tu huerto,

has convertido mi desierto en paraíso...

Y en milagro, tu voz,

aquí en mi oído.


Retablo amor

Desde cuando te espero

mi piel en soledad

danza la súplica

y yo, sonámbula,

soy, ya, una espina

entre las notas de la música.


Tengo dolor bajo esta túnica

donde mi voluntad parece un eco

que agoniza en el campo de batalla.


A la deriva de mi sed,

en cada poro,

he socavado un laberinto...

Y en él, no encuentro

ni una gota de ti para calmarme.


Entre la luz y la palabra

soy ya un desierto

bajo la arena de todos mis instantes.

Pero sigo buscándote

porque sé, que tus manos,

serán las alas que vengan a salvarme.


Y que tu voz,

será la única que rompa el horizonte

desaguando el amor,

hasta calmar la sed de mi desierto...

Y en nuestros ojos,

azul tal vez,

estallará otro incendio.

y para entonces... tu voluntad

abrigará mi piel bajo la tuya,

y entre la luz y la palabra

seremos dos a la deriva de este sueño.


Ritmo

He seguido del alma

todos sus movimientos.

Este de ir y de venir...

Y éste de levantarse sobre un punto!

He desarmado el tiempo

en retiro de todas tus formas,

silicio, sobre toda mi piel.

he trasegado dentro y fuera

todos los paisajes,

los vitrales, las máscaras!

Sin tu música

he adormecido todos mis resquicios,

mis abismos y extremos.

Ahora estoy aquí

mirando en tu mirada...

El espejo de todas mis preguntas

¿Hacia dónde?

¿Acaso, un poco más adentro de este sitio?

¿Y mucho más allá del sueño?

Yo sigo caminando.

Mis pies adormecidos

sostienen este dolor eterno

y presumen camino en el vacío

y mis manos, en angustia de asirme,

se aferran al bullicio de notas disonantes

en ritmo de tu ausencia.


Melodía quenántica

Sobre los orificios de mi flauta

tabaleo de silencios

tabaleo de mis dedos sobre los signos...

Y rastreo los pasos

sobre la cuesta de los siglos,

sobre los lomos de los Andes

el rudo golpe de la sangre

y el duro pecho de los indios.


Un dúo de tambor en mi garganta

represa es del delirio.

Va el arco de otros dioses

apuntando hacia América india.


Llamas desnudas,

platos vacíos,

un cholo, sólo, en el cansancio,

mi flauta sola, en el camino.


Un indio a la deriva de sus pasos

sobre la tarde siena del desierto

sobre la helada alfombra de sus riscos.

Y una memoria verde

apretujada, exuberante

y desgajada, sobre el espejo de sus ríos.

Amo esta América única,

lamento eterno, en el silencio de mi flauta.


Bibliografía

Rosa Victoria Mejía (2004). Preludio y silencio.  El Libro Total.  Disponible en línea.

Rosa Victoria Mejía (2004)   A la memoria de Pablo Neruda.  El Libro Total.  Disponible en línea

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