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Mostrando las entradas de enero, 2017

Historias de vida: Lucero

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Soy la hija mayor de mi hermana. Nací en Buenaventura en 1974. Mi mamá biológica murió cuando yo tenía 3 años, la sangre se derramó en su cerebro en medio de la angustia por dejar 10 hijos huérfanos. No conservo recuerdos de ella, se me han borrado el contorno de su cara y el aroma de su piel. También desconozco a mi padre, nos abandonó antes de que mamá muriera; sin embargo, ha sumado a nuestra historia una larga lista de parientes sin rostros. El mayor de esa familia, y quien debía hacerse cargo de nosotros, era un joven de 18 años. El pobre se sintió apabullado ante tamaña responsabilidad, corrió tan lejos que jamás pudimos recuperar su rastro. Yo era la menor de todos, las hermanas mayores de 16 y 14 años se hicieron cargo de mí y de otra niña de 5 años; los demás fueron entregados a otras personas. Ninguna autoridad medió en este proceso. Mi historia personal y la de esos hermanos que he ido conociendo paulatinamente están marcadas por la tristeza, el abandono y la vi

Ranuras

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Andrea tiene 40 años de edad y 4 de olvido.  La memoria difusa y el olor aguardado de los cajones viejos.  Cada noche, antes de ir a la cama, se archiva a sí misma en riguroso orden alfabético.  Entre sus esquemas favoritos cuenta la C y la H.  De la primera le gusta su forma, un círculo casi al cierre que sin llenarse nunca siempre se desborda. En las carpetas así marcadas registra lo que sale y regresa a su vida sin prisa y sin demora.  La segunda letra le inquieta porque es muda.  Las palabras trastocadas o no dichas y cualquier exclamación fallida se archivan bajo su nombre.   La forma de la H simboliza un enigma, comunica dos mundos opuestos e inexpugnables, y aunque puede ascender al cielo cada mañana y descender al infierno cada tarde, se esfuerza por reptar entre las paredes, sostenida por un hilo imperceptible de fonemas.  A Andrea la carcomen los recuerdos, que se apretujan con fuerza entre carpetas informes.  Desperdigados por la casa se cuentan por cientos