Historia de vida: Golpe contra golpe
Tibasosa, Colombia. Por agotamiento, tomé la decisión de poner fin a la vida de mi exmarido el día en que el miedo dejó de ser un asco; cuando la distancia en kilómetros y cuatro denuncias en la Casa de Justicia de la comuna no lograron detenerlo. Su recuerdo se convirtió en un triste reflejo de mi propia cobardía al tolerar, durante cinco años de vida compartida, una situación que para mí solo tenía una salida: la muerte. Él era un maestro convencido del poder aleccionador del castigo físico, mientras yo era una alumna desobediente, educada en disciplinas ajenas a sus intereses. Cada tarde, al regresar del trabajo y sin mediar palabra, me arrancaba de debajo de la cama donde me escondía con mis dos hijos. Así se anticipaba el sueño, mi respiración se volvía dificultosa y, mientras era moldeada por sus golpes, me aferraba al deseo de ver sus manos convertidas en cenizas, como mariposas que se desvanecen al rozar mis mejillas, polvo que regresa al polvo. La solución llegó de