El bozal

Historias de historias, Cuentos cortos,  Servidumbre
Imagen de David Mark en Pixabay



En un pequeño pueblo, donde el invierno se adueñaba de los días con su manto gélido, vivía un hombre conocido por todos como "el hombre del abrigo". Su presencia era un ritual diario, un paseo que trascendía las estaciones y marcaba el compás de la vida en el pueblo.

A su lado, siempre fiel, caminaba su escudero, un hombre de mediana edad, cuyo rostro reflejaba los estragos del tiempo y la constante preocupación por su señor. Juntos, recorrían el camino que serpenteadamente seguía las vías férreas hasta llegar al antiguo acueducto y, finalmente, al parque central. Este último se convertía en el santuario donde el hombre del abrigo hallaba alivio, aunque solo fuera por unas horas.

Una alborada fría de agosto marcó un giro inesperado en sus vidas. El médico, en un atisbo de esperanza, reveló la noticia de una posible cura en un lejano país. Animado por la promesa de un nuevo mañana, el hombre del abrigo decidió emprender su paseo matutino más temprano que nunca, seguido por su escudero y un perro que, por primera vez, tiraba impaciente de la cadena.

A medida que avanzaban, el escudero notaba la transformación en su amo. El vigor renacía en él, y la promesa de una vida sin la sombra de la enfermedad iluminaba su rostro. Sin embargo, el escudero, envuelto en un traje negro que simbolizaba la pérdida de su propio ser, se sentía eclipsado por la perspectiva de un futuro incierto.

Llegaron al parque, y mientras el hombre del abrigo se sumía en la lectura de los periódicos, el escudero alimentaba a las palomas, un acto rutinario que esta vez tenía un matiz especial. El hombre se sumía en el papel, pero sus ojos seguían vigilando la vida que se desplegaba en el parque.

El escudero, envuelto en sus pensamientos, se cuestionaba el sentido de su vida. La marca en su cuello, como un pacto grabado en su piel, lo mantenía ligado a la banca y a su amo. Se preguntaba si era un sirviente o un prisionero de una promesa que había perdido su significado.

La historia culmina en la quietud de la noche eterna. El hombre del abrigo se adentra en la oscuridad, llevándose consigo odios y temores acumulados. La morgue recibe su cuerpo, y el obituario apenas menciona el pésame formal de colegionarios y amigos, como si su vida se disolviera en la misma penumbra que marcó sus últimos días.

En el amanecer siguiente, el escudero se levanta solo. La banca vacía se convierte en su nuevo compañero. Se libera de las cadenas, no físicas, sino las que ataban su existencia al hombre del abrigo. Camina hacia el horizonte, donde el sol comienza a teñir el cielo de tonos cálidos, dejando atrás la sombra de una vida que ya no le pertenece.

Así, en ese pequeño pueblo, la historia del hombre del abrigo y su escudero se desvaneció, pero la vida continuó, renovándose con cada amanecer y ofreciendo nuevos caminos a quienes se atrevieran a seguirlos.


¡Libertad... para pensar!

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Historia del barrio Mojica (Cali-Colombia)

Debate Physis vs Nómos

La identidad personal en David Hume