Diana Bellessi (1946)

Diana Bellessi, Mujeres escritoras del siglo XX, Derechos reservados, Escritoras Argentinas,
Diana Bellessi, escritora argentina 


Biografía

Diana Bellessi, nacida en Zavalla, provincia de Santa Fe, Argentina, en 1946, es reconocida como una de las voces más destacadas de la poesía argentina y latinoamericana. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional del Litoral y durante el período de 1969 a 1975 recorrió a pie el continente. Su obra abarca una amplia variedad de temas y estilos, y ha sido galardonada con numerosos premios y reconocimientos a lo largo de su carrera.

Algunos de los libros publicados por Bellessi incluyen "Crucero ecuatorial" (1981), "Tributo del mudo" (1982), "Contéstame, baila mi danza" (1984), "Danzante de doble máscara" (1985), "Eroica" (1988), "Buena travesía, buena ventura pequeña Uli" (1991), "El jardín" (1993), "Sur" (1998), "Mate cocido" (2002), "La edad dorada" (2003), "La rebelión del instante" (2005), "Persecución del sueño" (2006), "La penumbra que mira el oro" (2007), "La voz en bandolera" (2008), "Variaciones de la luz" (2012), "Zavalla con Z" (memorias, 2012), "Pasos de baile" (2014) y "Fuerte como la muerte es el amor" (2018).

A lo largo de su carrera, Bellessi ha recibido reconocimientos importantes, como la beca Guggenheim en 1993, la Beca Trayectoria en las Artes de la Fundación Antorchas en 1996, el Diploma al Mérito de la Fundación Konex en 2004, el premio Trayectoria en poesía del Fondo Nacional de las Artes en 2007, el Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”, España en 2010, y el Premio Nacional de Poesía en 2011. Además, su libro "Tener lo que se tiene. Poesía reunida" (2009) fue galardonado con el Premio Fundación El Libro al Mejor Libro Argentino de Creación Literaria en 2010.


He construido un jardín…

He construido un jardín como quien hace

los gestos correctos en el lugar errado.

Errado, no de error, sino de lugar otro,

como hablar con el reflejo del espejo

y no con quien se mira en él.

He construido un jardín para dialogar

allí, codo a codo en la belleza, con la siempre

muda pero activa muerte trabajando el corazón.

Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo

atisba las dos orillas, no hay nada, más

que los gestos precisos

dejarse ir para cuidarlo

y ser, el jardín.

Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte

hablando en perfecto y distanciado castellano.

Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía

que te allega, a la orilla lejana de la muerte.


Ahora la lengua puede desatarse para hablar.

Ella que nunca pudo el escalpelo del horror

provista de herramientas para hacer, maravilloso

de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror

si la belleza lo sostiene. Mira el agujero

ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo

en el espejo frente al cual, la operatoria carece

de sentido.


Tener un jardín, es dejarse tener por él y su

eterno movimiento de partida. Flores, semillas

y plantas mueren para siempre o se renuevan.

Hay poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una

tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,

mientras la sombra de su caída anuncia

en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir

sin sueño del sujeto cuando muere, mientras

la especie que lo contiene no cesa de forjarse.

El jardín exige, a su jardinera verlo morir.

Demanda su mano que recorte y modifique

la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros

bajo la noche helada. El jardín mata

y pide ser muerto para ser jardín.

Pero hacer gestos correctos en el lugar errado,

disuelve la ecuación, descubre páramo.

Amor reclamado en diferencia como

cielo azul oscuro contra la pena.

Gota regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas

a la orilla más lejana. I wish you

were here amor, pero sos, jardinera y no

jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.


Marea de mi corazón…

Marea de mi corazón

déjame ir

en las ligustrinas

como un insecto o como la

misma ligustrina en el rumor

en el rasante

vuelo de las

golondrinas alrededor

de los aleros en la música

minimal donde se hunde

mi vecino mientras tapiza

con golpecitos los respaldos

de las sillas en el sol

rasgado por la brisa

no ser lo otro

lo que mira. Desligarme

del ser hacia aquel

estar mayestático de

la dicha. Alfombra

de orquídeas diminutas

sobre el pasto florecen

antes que la máquina

cortadora de césped

las arrase ¿aprendieron?

Corolas violáceas

enjoyadas que emergen

en cinco días de sus tallos

aprendieron la brevedad?

de la vida sin ser.


Un archipiélago de islas hendido…

Un archipiélago de islas hendido

por pequeños ríos y arroyuelos

Acequias donde las tortugas

las almejas negras hacen su casa

Reverberar de verde sin interrupción

y el eco espejeante de los pájaros

sostienen la trama. Tigre le pusieron

Los nativos le dicen La Isla

simplemente

Un aura de pumas y ciervos en retirada

De junqueros delgados

taciturnos como estelas en el agua

La barca sin patrón, las plantaciones

arruinadas y un puñado de isleños

en tareas de “mantenimiento”

No era necesario partir tan lejos

a fundar Leyenda

Profundo en este cuarto cuando todo

se deshace deslizando

fuera del sueño. Despierto y sigue viva

Leyenda. Como mi sombra. Y la Sombra grave

de la muerte alerta en las tramas del deseo


Milonguita

Acodadas en la barra

de un bar por la estación

terminal de colectivos

charlamos mi hermana y

yo de bueyes perdidos…


digo algo de unos versos

que se andan escribiendo

y su cara se ilumina,


me recuerda momentos

muy antiguos, encanto


de niña ante el relato:

así que también de eso

puede hablar la poesía,

dice cuando le cuento

que tengo mis visitas


Sí, digo, gente de antes

nítidos y vestidos

de domingo, como eran


o con lo mejor puesto

en trotecito lento


vienen a recordarme

que yo también, sabés,

me vuelvo gente de antes

Ensombrece su cara

y siento que pasa el ángel


de la muerte, es decir

el tiempo, vuelto puro

resplandor y recuerdo


al principiar y después

noche, sólo silencio


Mi padre me enseñó

hace ya algunos años

a caminar tranquilos

por el pequeño y amable

cementerio del pueblo,


parándonos en frente

de las tumbas con cierta

rememoración, era


la gente de su vida

y para mí un eco


Pero me voy volviendo

yo también, cosa tierna,

la fila de los que entran

al umbral de recuerdos

tan soleados y dulces,


no da miedo quisiera

decirle a mi joven

hermana, así nomás


te llega con anuncios

extraños al principio


y luego, hay una fe

que celebra el polvo

en reverbero, esto

fuimos para seguir

siendo en la única


memoria que cuenta…

allí donde nos dimos

como ahora, vos y yo


Tomo y obligo

No renunciaré, no,

a nombrar esta belleza

cuando esté sostenida con el corazón,

cuando tenga la certeza

de que no es un ornamento

o instrumento para hablar sólo de lo humano

o de mí. El camino

que interseca, cruz de amor

donde se encuentra lo viviente. Por lo que es

y sé, y no sé y no sólo

aquello que le otorgo

Lo singular de mi conciencia no me arroga

privilegios de saber,

dictamen sobre el otro

y disponer como si acaso no existiera

tanto, tanto como yo

con el concierto. Enigma

transparente, retablo del Edén. Francisco

y Juan lo hicieron, tomo y

obligo. Fe al impulso

sostenido que en los versos hace un nido,

decirle no, ah error

consumado de la artista

Estar atenta, ser más fina cuando el rostro

del otro humano en su

belleza y su desdicha

se perfila aquí, en desamparo, es ese

su poder, como lo es

la trémula voz que en verso

teje la bienvenida, entre vos y yo.


Corre paradigma de miel…

Corre paradigma de miel

Yo me quedo en el jardín viendo

abrir las semillas de gingo

un árbol sabio por antiguo

y simple como el brote de un

poroto


Ríos de la mente sabrán porqué

el revés de la trama te lleva hacia

Leyenda

Un alma sola enfrenta su pasado

para luego dar la cara a la muerte


Aquí, no hay poder del

pensamiento ni saber

que al mundo modifique

Paciencia solamente

que busca sentimiento,

sentido en la astillada

totalidad del puma

cruzando el tiempo como

a un tapiz. El bosque

se transforma en jardín

a medias modelado

por la conciencia humana


como si una mujer hablara a otra en

un cruce de aguas profundas y clara.

 

Dulcita como la mielita, Nicaragua, Nicaragüita…

Fue en la mañana de la plaza de Granada

que lo oí, y a una seño chiquitita llena

de gracia con su criolla falda sentada


como reina de nada a quien pregunté ¿y ése

el que así canta quién es?, le brillaron presto

los ojitos en la cara y su entusiasmo

era una ráfaga temblando hacia los altos

árboles de la plaza, “al amanecer rasga

la noche con su canto y llega la luz”,

dijo, “como si fuera el espíritu santo”

y así la llama de su voz hacía trinar

al clarinero negro más y más arriba

de la rama, entonces comulgué en Granada

mientras ambos pajaritos de Dios cantaban

como hace la poesía del poeta, liberada


Variaciones de la luz

Un revuelo naranja al poniente

en lucha libre con el violeta

donde se hace de repente un claro

verde como aquel rayo purísimo

perseguido en la juventud

y al fondo el coro de las gallinetas

y un silencio al frente que corta

el tajo de luna

con más silencio

y plata y noche hasta que sólo

quedan las luces de tu casa

a veces como mágicas naranjas

dulces y en la soledad amargas.


Amor de cetrería

Las siete y mengua la tormenta

el gris acero de las nubes se disuelve

en rosa tenue y pareciera


decirnos está bien, hay tregua

como si el cielo nos pusiera una cara

de niño o de cordero antes


de entregarse a la negra noche

sedienta que lo espera para acunarlo

en el más claro de los sueños


y venga así a nosotros

demente y hermoso al otro día haciéndonos

olvidar bajo el pacífico


sol la tormenta por entero

como si el viernes de la cruz fuera contiguo

y sólo uno con el nacer dulcísimo


que se renueva sin cesar

hasta esa hora ciega parada ahí enfrente

donde ni siquiera el amor


te salva cuando la noche olvida ser madre

para salir de caza


El fin del día

Bienvenido silencio amigo mío

en la oscura noche que apacigua

el rumor del viento como un guerrero

cuya furia baila entre los árboles


y sin verlo yo lo veo limpiar

el ruido de la mente cacatúa

ensimismada en su graznido brutal

y monocorde y vos silencio mío


daga trueno del monte que rasga

la mugre acumulada las costras

sobre el instinto fino muriéndose

de pura sed por esa atención


donde yo desaparezco salvo

en la función de tensar el sentido

hacia lo visible y su fortuna

inagotable cercana a dios


silencio traicionado amigo nuestro

en el vendaval oscuro del día

dispuesto vaya a saberse a qué

donde el alma se pierde como un piojo

en la cabellera turbia del mundo


El jardín de los milagros

Temprano en la mañana mi madre intenta

llamarme por teléfono, y en la tarde

luego me cuenta: “tan hermosa noticia

tengo”, con una voz de aterciopelado

misterio, muy serena y suave anunciando

“la pequeña magnolia se abrió en dos flores

por primera vez”. Hay justicia, pensé

con un agua dulce que se abría paso

en mi corazón. Esa magnolia que ella

plantó bajo la mirada de mi padre

años atrás diciéndole melancólico

“si no la verás florecer, tarda tanto”

Y yo, verano tras verano mentía

un poco o creía o pasaba revista

de las pequeñas magnolias florecidas

que supe visitar en una placita

por Colegiales, adonde robé aquella

reina blanca, perfumada y frágil que huelo

aún en la distancia como si fuera,

como si hubiera sido una hostia pascual

o el cuerpo de la amada, la comunión

con lo bello del mundo, como mi madre

lo siente ahora y lo dice en esa voz

que me parece el cantar de los cantares

Florecerá, le aseguraba, el próximo

verano, ya verás, y hoy ha sido visto,

esta vez se unieron belleza y justicia

para ganarles juntas, las dos al tiempo


Día del perdón

De todas las cosas que me han pasado en esta vida

son las inocentes las que recuerdo con hondura

y más mientras los años a disparada como potros

en una estela de polvo también pasan y pasan,

pero el vicio nunca acaba de andar así ensuciando

esa claridad solita que viene por encanto

y por gualicho bruto se va de andar pensando fiero

o pensando mal de esto o de aquello y sobre todo

de la siempre linda inocencia franca para darle

a los demás y más aún de la que tienen los otros

o ganas de tenerlas de seguro como yo,

dar y recibir así de ida y vuelta y natural

si miramos bien las cosas qué fácil es perderse

en belleza inocente que no calcula porque ve

solamente hondura o ese espesor de la vida único

al hacer las cuentas donde es llamado el instante

que no nos dio cosa ninguna más que el alma entera

y sabionda de saber nada se lleva y sólo fue

ganar fue seguir en la montura sutil del viento.


Un lugar en el mundo

Habiendo visto al biguá de ébano con su pico blanco

bucear en las orillas sumergiéndose en arco pálido

para desaparecer luego bajo el leonado río

cuando la noche llega, me pregunto qué más nos queda

que no sea la apreciación de tal belleza ganada

poco a poco en la necesaria invención de los años

para dar a su cuerpo y a sus gestos el movimiento

preciso, y no es un atleta, es un biguá único

y cualquiera atravesando el río bajo la uña fina

de la luna en este anochecer donde yo me pregunto

qué merecemos, qué afinamos nosotros en la campana

del mundo y me digo: la apreciación, mientras recuerdo

la otra cara insatisfecha reclamando un poder

que es inmolación, inhábil tratativa con el tiempo

o belleza de la acumulación que nos deja huérfanos

de la propia vida, no gastada en la superficie

sedosa del agua sin guardarnos nada para luego

dejarnos ir en esa oscuridad sin fin de la noche

como los peces que come el biguá, como el biguá mismo

a quien devora el río mientras aprecio su perfección.

lo otro que del origen

nos aparta.


¡Libertad... para pensar!

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