Andrea Cote Botero (1981)

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Andrea Cote Botero, escritora colombiana

Andrea Cote Botero: Exploradora de la Palabra y la Identidad

Andrea Cote Botero, nacida el 27 de julio de 1981 en Barrancabermeja, Colombia, es una destacada poeta y escritora cuya obra ha resonado a nivel nacional e internacional. Desde sus primeros años, mostró un interés apasionado por la literatura, lo que la llevó a emprender estudios en esta área en la Universidad de los Andes, en Bogotá. Posteriormente, continuó su formación académica con un doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos.

Trayectoria Literaria y Contribuciones

La obra de Andrea Cote Botero abarca una amplia gama de géneros, desde la poesía hasta el ensayo y la biografía. Su colección de poemas más conocida, Puerto Calcinado (2003), ha sido aclamada por su profundidad emocional y su estilo poético distintivo. Además, ha incursionado en el ensayo con obras como Blanca Varela y la Escritura de la Soledad (2004), así como en la biografía con Fotógrafa al Desnudo (2005), una obra que retrata la vida de Tina Modotti, una figura destacada en la historia de la fotografía y el activismo social.

A lo largo de su carrera, Andrea Cote Botero ha explorado una amplia gama de temas, desde la memoria y la identidad hasta el amor y la muerte. Sus obras reflejan una profunda conexión con su tierra natal, Barrancabermeja, y exploran las complejidades de la experiencia humana con un lenguaje poético penetrante y evocador.

Obras Destacadas y Reconocimientos

Entre las obras más destacadas de Andrea Cote Botero se encuentran:
  1. Puerto Calcinado (2003)
  2. Blanca Varela y la Escritura de la Soledad (2004)
  3. Fotógrafa al Desnudo: Biografía de Tina Modotti (2005)
  4. A las Cosas que Odié (2008)
  5. En las Praderas del Mundo (2019)
Su obra ha sido reconocida con varios premios y distinciones, incluyendo el Premio Nacional de Poesía Joven de la Universidad Externado de Colombia en 2002 y el Premio Mundial de Poesía Joven "Puentes de Struga" en 2005, otorgado por la UNESCO y el Festival de Poesía de Macedonia.  Además, su libro Puerto Calcinado recibió el Premio al Mejor Libro de Poesía Editado por el "Citta di Castrovillare" en Italia en 2010.

Legado y Contribución Cultural

La obra de Andrea Cote Botero ha dejado una marca indeleble en el panorama literario colombiano, y su influencia se extiende mucho más allá de las fronteras de su país. A través de sus escritos, ha explorado las complejidades de la condición humana y ha ofrecido una mirada única y conmovedora sobre el mundo que la rodea.

Bibliografía
  1. En las Praderas del Mundo (2019)
  2. A las Cosas que Odié (2008)
  3. Fotógrafa al Desnudo: Biografía de Tina Modotti (2005)
  4. Blanca Varela y la Escritura de la Soledad (2004)
  5. Puerto Calcinado (2003)


Algunos poemas

Puerto Calcinado

La Merienda

También acuérdate María
de las cuatro de la tarde
en nuestro puerto calcinado.
Nuestro puerto
que era más bien una hoguera encallada
o un yermo
o un relámpago.
Acuérdate del suelo encendido,
de nosotros rascando el lomo de la tierra
como para desenterrar el verde prado.
El solar en donde repartían la merienda,
nuestro plato rebosante de cebollas
que para nosotros salaba mi madre,
que para nosotros pescaba mi padre.

Pero a pesar de todo,
tu lo sabes,
habríamos querido convidar a Dios
para que presidiera nuestra mesa,
a Dios pero sin verbo
sin prodigio
y sólo para que tú supieras,
María,
que Dios está en todas partes
y también en tu plato de cebollas
aunque te haga llorar.
Pero sobre todo, María,
acuérdate de mí y de la herida,
de antes de que pastaran de mis manos
en el trigal de las cebollas
para hacer de nuestro pan
el hambre de todos nuestros días
y para que ahora,

que tú ya no te acuerdas
y que la mala semilla alimenta el trigal de lo desaparecido
yo te descubra, María,
que no es tu culpa
ni es culpa de tu olvido,
que es este el tiempo
y este su quehacer.

Casa de Piedra

Era corriente
y deslucido
y mohíno
el ademán,
con que dábamos la espalda a la casa de piedra de mi padre
para hondear faldas floreadas
y de luz
en nuestro puerto desecado.
Por primera vez
y sin nodriza,
bordeábamos la arcada de la tarde,
todo para no ver
las manos de piedra de mi padre
oscureciéndolo todo,
apresándolo todo,
sus palabras de piedra

y cascarrina
lloviendo en el jardín de la sequía.
Y nosotras en fuga hacia calles blanqueadas
y farándula de mediodía
y ellos repitiendo
en la puerta de piedra:

catorce años,
falda corta,
zapatos rojos sin usar.
Éramos en avidez musical
y de fasto
y malabares,
ante la lustrosa acera,
antes de quedarnos parados
y sin voz
para ver la desolada estampa,
la ruina.
Pues el silencio,
que no el bullicio de los días,
atraviesa.
El silencio,
que es que son treinta y dos los ataúdes
vacíos y blancos.

Atado a la orilla

Si supieras que afuera de la casa,
atado a la orilla del puerto quebrado,
hay un río quemante
como las aceras.
Que cuando toca la tierra
es como un desierto al derrumbarse
y trae hierba encendida
para que ascienda por las paredes,
aunque te des a creer
que el muro perturbado por las enredaderas
es milagro de la humedad
y no de la ceniza del agua.
Si supieras
que el río no es de agua
y no trae barcos

ni maderos,
sólo pequeñas algas
crecidas en el pecho
de hombres dormidos.
Si supieras que ese río corre
y que es como nosotros
o como todo lo que tarde o temprano
tiene que hundirse en la tierra.
Tú no sabes,
pero yo alguna vez lo he visto
hace parte de las cosas
que cuando se están yendo
parece que se quedan.

Un rincón para quedarse

Ya no requieras, María,
el alma de las cosas desprovistas,
que no son más que huesos de esta casa muerta.
No busques el vacío de tu cuerpo en las paredes
que no saben de ti
que por ti no preguntan;
ni tampoco cicatrices en el aire
de azul embalsamado
que sólo está aquí como prueba de un cielo abolido.
El paisaje es todo lo que ves,
pero que no sabe que existes,
así como estas cosas que nada contarán de ti,
de tus heridas.

Acuérdate María,
que tu eres la casa y las paredes
que viniste a derrumbar
y que la infancia es territorio
en que el espanto anhela
no sé qué oscuro rincón para quedarse.


¡Libertad... para pensar!
 

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