Historias de vida: Angélica



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Yo nací en una vereda de Tumaco llamada Piñal dulce, nombre demasiado amargo en mis recuerdos. En mi familia parecía la única mujer entre seis imaginarios masculinos porque mi mamá había decidido convertirse en una extensión de su marido, acatando ciegamente sus disposiciones. En 1972, a la edad de diez años y cuando cursaba el cuarto de primaria, se me estrechó el mundo y me hice consciente, por boca de mi padrastro, de una realidad de ser mujer: estudiar no es relevante para hacer el oficio que te han designado. Debí aceptar la interrupción de mis estudios mientras mis tres hermanos jalados por la tierra repartían su tiempo entre el colegio y la finca. A mí me reservaron la casa, mi tarea consistía en tener listos los alimentos y atender a los trabajadores cuando volvían de sus faenas.

En esos días agotadores y demasiado largos para mi altura de niña, aprendí a hornear el pan, me enseñó una señora ecuatoriana que había llegado a Tumaco. Mis panes y galletas tenían fama, los hacía por encargo, con el producido compraba ropa y calzado para mis hermanos y yo; nuestro padrastro no tenía más preocupaciones que las propias. En mis horas tristes pienso en esa y otras habilidades que no puedo desarrollar porque en Cali me faltan demasiadas cosas.

Esas primeras experiencias me dejaron el gusto por la cocina, la sazón caracterizó mi trabajo doméstico, me facilitó las cosas. Para aprovechar mis cualidades le propuse a Félix montar un mini restaurante, pero él teme a los riesgos, siempre responde en tono de protesta: - “no Angélica, yo no me meto a préstamos, ve Jesucristo eterno, yo que voy a estar prestando”. Cree que un millón de pesos son 500 millones, le digo que en estos tiempos esa cifra sólo son palabras. Esa plata tenía valor antes, en los años setentas u ochentas, hoy en día te los comes sin darte cuenta.

Obtuve mi primer trabajo de adulto a la edad de 11 años, fui la doméstica de una pareja en Tumaco. Llegué ahí tras huir de mi casa porque mi padrastro siempre me decía, medio en broma medio en serio, que me estaba cuidando para relevar a mi mamá en su cama. Como quien engorda un animal para el consumo. Yo no quería dejar mi casa, cansada de vivir con mi padrastro le comenté a mamá el problema y le di la oportunidad de escoger entre los dos. Le dije que tenía muchas dificultades con él por perezoso y aprovechado. Cuando ella se iba pa'l monte a trabajar se hacía el enfermo, dormía un rato y luego se dirigía a la cocina a comer lo mejor de la despensa. Una vez intenté matarlo con una escopeta, corrió con suerte porque el arma no estaba montada. Mi mamá aún sabiendo todo esto guardó silencio ante mi exigencia.

Mi padrastro es un hombre que no deseo recordar y cuya imagen sólo sirve en las noches tristes para ahondar la nostalgia que me produjo el asesinato de mi padre. Mi papá era una ternura, nunca nos amenazó ni prohibió nada, siempre nos decía: - “mijo (a) va y hace tal cosa, papito o mamita”. Mi mamá en cambio hablaba encima de los golpes. Mi papá conversaba conmigo, me preguntaba sobre mis aspiraciones y soñaba con enviarme a Tumaco y luego a Cali, a la Universidad. Para mi mamá lo importante era la opinión de los muchachos, en casa se hacía lo que decían los hombres. Yo me revelaba recordándole que tenía los mismos derechos y que podía contradecir las palabras inapropiadas; pero estaba sola.

En vida de mi padre se estableció la norma de guardar silencio durante las comidas, al inicio hacíamos una oración, porque somos muy católicos, le pedíamos a nuestro señor por los alimentos, los bendijera y conservara. Acabada la comida podíamos expresarnos libremente y mi papá divertido decía: - “ay mi Dios me ha dado unos hijos tan divinos”. Era un hombre dedicado a la finca, leal, buen amigo. Mis mejores recuerdos lo evocan.  Me llevaba al monte y hacía una casita para protegerme, cocinaba “tapao” de pescado o ratón; me trataba como a muñeca de porcelana. Volvíamos a casa cargados de plátano y yo cual princesa sobre sus hombros.

Lo mataron por recoger el cadáver de un cuñado asesinado por enemigos, como ocurre acá con los pandilleros. Mi papá y mi tío se querían y colaboraban mucho. Recuerdo que murieron un 31 de diciembre, tengo grabada la fecha porque ese día mataron un marrano. Cuando mi papá fue por su amigo le rogué que no lo hiciera, le dije: - “no vaya, no vaya que lo van a matar”, me contestó: - “no mija, yo ya vengo, ya vengo”. Una hora después llegó la noticia de su muerte y corrí, corrí hacia San Pablo, el pueblo donde él estaba, pero sentía que no avanzaba, que estaba en el mismo lugar. Cuando por fin llegué le vi una herida de plomo en el pecho y un machetazo en la frente. Estuve tres meses perturbada, no hablaba, comía muy poco y la carne de res se me parecía a la carne de mi padre.

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Las veredas de Tumaco no eran violentas, las riñas ocurrían por culpa del trago, las más comunes se daban a puño limpio. Era tenaz cuando cogían armas porque peleaban con machetes o barberas y con esas herramientas los heridos se van dejando los retos por el suelo.

La muerte de mi padre desintegró la familia. Una prima de mi edad que estudiaba en Tumaco me consiguió mi primer trabajo de doméstica, y ahí también me siguió la sombra del abuso. Trabajaba con una pareja dueña de una droguería. Una mañana el señor alegó sentirse enfermo y le dijo a su mujer que la alcanzaría más tarde; apenas ella se alejó fue a la cocina e intentó agarrarme. Me dijo que estaba muy buena, que tenía unas “piernotas” y algunas vulgaridades más, yo reaccioné, le golpee la cabeza con un cucharon y me deshice en gritos. Los vecinos llamaron a la señora. Le informé que su esposo intentó abusarme, los vecinos me apoyaron afirmando que mi patrón violaba a las sirvientas y les ofrecía plata por su silencio; ella no me creyó, me preguntaba una y otra vez como sucedió. Finalmente le conté que él me ofreció un medallón de oro con unos cristales azules a cambio de permitir sus caricias, aceptó que mi historia podía ser verdadera porque yo desconocía la existencia de esa joya. La cosa no pasó de ahí, antes no había tanta ley como ahora, la plata y las influencias podían mucho. Sólo recibí mi salario y me fui.

Mi prima me recogió en su pieza, era de mi edad, si bien más avispada y conocía mejor el pueblo. Después de algunas semanas conseguí otro empleo en un restaurante. El trabajo era pesado, debía levantarme a las 4:00 a.m. para preparar desayuno y almuerzo, manipulaba las ollas encaramada en unos tarros que me permitían alcanzar el fogón. Mi salario era de 2 pesos mensuales, si el restaurante se llenaba me pagaban 4 pesos y me regalaban las sobras de la comida. Con ese dinero compraba tela para hacer vestidos, zapatos, enaguas, calzones y ayudaba a mi prima con el pago de la habitación y los servicios públicos.

Después de algunos meses una hija de la patrona que llegó de Estados Unidos me ofreció trabajar con ella como niñera. Tuve miedo de viajar porque en ese tiempo se llevaban a las muchachas, las ponían de esclavas y no les pagaban. Según los viejos del pueblo cuando los patrones ya no lo requerían a uno le echaban encima a inmigración. Ella intentó convencerme diciéndome que no ocurriría así, que yo era una muchacha despierta que podía ser buena estudiante. Me mantuve firme, no acepté. Una campesina le regaló a su hija de nueve años para que sirviera a sus propósitos.

En ese tiempo los papás eran muy desprendidos, regalaban los muchachos como regalar una blusa que ya no se quiere. Sentí lástima por la niña y le pregunté a la mamá sino le había dolido al parirla, sino la quería. Porque yo siempre creí que mi mamá no me quería y por esa razón no le importaba mi suerte. Pero la señora aseguró querer a todos su hijos y desear lo mejor para ellos. No temía ni creía que la pusieran de esclava porque confiaba en el de arriba. Ocasionalmente pienso en lo que sería mi vida de haber aceptado, tal vez habría cumplido mi sueño de ser abogada y defender a la gente que verdaderamente lo necesita. Mi anhelo siempre ha sido estudiar, aprender, viajar. Pero este recuerdo pesa demasiado.

A los seis meses decidí renunciar al trabajo movida por el deseo de obtener más ganancias. La señora ofreció pagarme 5 pesos; pero yo me dije que si trabajaba en Tumaco podía hacerlo igualmente en Cali. Una hermana de mi mamá que vivía en esta ciudad me alentaba a pedirle ayuda en caso de necesitarlo. Una tarde resolví llamarla, mi prima me acompañó a Telecom y ya le conté a mi tía las circunstancias de mi vida. Ella preguntó por mamá; - “¿Qué le pasa a Margarita? ¿Por qué la deja trabajar a usted siendo una niña?”. Prometió ayudarme. Llegó a Tumaco dos días después del llamado, me encontró afanada sirviendo almuerzos, me obligo a recoger mis cosas y me trajo a Cali. No tuve ningún remordimiento al dejar a Margarita porque sentía que no le importaba. Si alguno de mis hermanos se caía corría a recogerlo, si yo sufría algún accidente me decía “parate”. Desde pequeña fui consciente de sus preferencias, por ello siempre he sido independiente y libre en mis relaciones afectivas, no me frustra no tener marido o que éste me deje, nunca derramaría lágrimas por ello.

Una vez en Cali mi tía hizo algunos planes, como sólo tenía un hijo le alegraba saberme cerca. Me motivó a estudiar; pero yo ya tenía pensamientos de adulto, deseaba trabajar para ganar el dinero con que cubrir mis gastos sin depender de nadie, sin tener que pedir o esperar la buena voluntad de otro. El acuerdo final fue que yo permanecería con mi tía Floralba – otra hermana de mi mamá-, quien tenía una casa en el barrio La Unión de Vivienda; mientras mi otra tía trabajaba interna en una casa en Pance. Vivir con tía Floralba era maluco, porque ella y sus amigas, quienes también trabajaban internas con sus hijos, amaban salir de rumba los fines de semana y me dejaban a cargo de sus muchachos. Los niños me gustan por ratos, así que les arropaba y me acostaba en mi cuarto sin prestar atención a sus berrinches que no paraban en toda la noche. Cuando volvían sus mamás a las 4:00 o 5:00 a.m. los encontraban meados y cagados.

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Mi vida ha transcurrido en las casas de otros, haciendo sus labores y cuidando a sus hijos. Trabajando en una vivienda del barrio Ciudad Capri conocí a quien sería mi primer marido, un dragoneante del ejército, oriundo también de Tumaco, llamado Oscar Granjas. Ambos solíamos ver películas en el autocine. Después de tres años de amistad formalizamos la relación pero la convivencia fue difícil. Él seguía la regla general de muchos hombres: yo mando, yo mando, yo mando. Tras 8 meses de unión libre y embarazada de mi primer hijo retorné a casa de mi tía Floralba. Nunca volví a verlo y menos le conté del niño. Cuando mi hijo cumplió su primer año lo llevé a Tumaco, a casa de mi mamá con quien había hecho las paces tiempo atrás, un día en que todo parecía indicar su deceso.

Mamá estuvo postergada en una cama víctima de los golpes que le daba mi padrastro, de quien ya se había separado. Presencie algunas de esas palizas y comprendí que las mujeres no debemos bajar la cabeza ante los hombres; me prometí no consentir un trato igual.  Con  todo, un buen día Félix me golpeó, mi respuesta no se hizo esperar, mientras dormía resolví atravesarlo con una varilla de hierro. Me detuvo la mirada de Nubia, quien compartía la cama con nosotros; con rabia le descargué un varillazo en el tobillo. No creo volver a reaccionar de este modo, mis pensamientos cambiaron desde que asisto a la iglesia Pentecostal Unida, ahora trato de no tener enemigos y borrar las agresiones recibidas.

Margarita tuvo un destino diferente, los golpes recibidos la ubicaron al borde de la muerte, mis hermanos me enviaron un telegrama informando su estado. Me dirigí a Tumaco con una prima, llegando a Bucheli había un retén militar, los oficiales abordaron el vehículo y procedieron a requisar a los pasajeros indistintamente; mi prima da un grito cuando le tocan el seno y yo siento una mano en las pompis, sin pensarlo levanté el brazo y abofetee al militar. Yo era muy atravesada, golpeaba a quien quisiera irrespetarme. Ahora soy más mesurada, me contengo a medida que aprendo a vivir.

El incidente significó nuestra retención, a pesar de la protesta de los pasajeros los militares nos obligaron a descender en el poblado acusadas de irrespeto a la autoridad. El chofer del vehículo prometió dar aviso a nuestros parientes. Nosotras esperamos en una cantina donde aprovechamos para comprar aguardiente. Unas horas después llegaron dos primos que resultaron ser amigos de esos infelices, les explicaron el motivo del viaje y los convencieron de no levantar cargos; como nosotras ya estábamos algo prendidas los amenazamos: - “la próxima vez que nos irrespeten les damos tra tra tra tra tra”.  Reemprendimos la marcha, en casa de Margarita hacían preparativos para su velorio: caja, velas, cantoras, aguardiente. El reencuentro fue emocionante, Margarita llevaba varias semanas postrada y se levanto sólo para recibirme entre sus brazos. Me ofreció disculpas por sus errores del pasado, las acepté con dolor pues su rechazo me negó oportunidades. La celebración duró varios días consumiendo el aguardiente del velorio.

De regreso a Cali debí encargarme de la casa de inquilinato de tía Floralba, mientras esta probaba suerte en Venezuela. En esa vivienda conocí a Félix Cuellar, mi actual compañero y padre de siete de mis hijos. Él pagaba arriendo y trabajaba en la plaza de Caycedo vendiendo jugos y laminando documentos.  Era un hombre trabajador y “picao”, no miraba negra, le gustaban las mujeres trigueñas con aire de importancia. Una amiga tenía interés por él y me propuso apostar para ver quién se lo dormía primero, rechacé el trato porque me molesta jugar con la vida de otros. Al final salí triunfadora, después de año y medio de amistad, empezamos vida de pareja y nacieron nuestras dos primeras hijas; en ese momento volvió mi tía de Venezuela y decidimos vivir independiente, lejos de los comentarios mal intencionados de mi familia. Armamos rancho en la invasión del barrio El Vergel donde vivía la tía que me sacó de Tumaco. Desde entonces nuestra vida ha transcurrido entre ranchos de invasión y casas de alquiler, bajo las amenazas, insultos y humillaciones del arrendador.

Mi diosito me encomendó cuidar ocho hijos, la experiencia ha sido linda. Al relacionarme con ellos pienso en las carencias afectivas de mi infancia y me prometo cada día luchar para que no les falte lo básico. Pero mis sueños no se concretan:  José el mayor, fruto de la relación que sostuve con el dragoneante, emigró a Cali con su esposa e hijos porque en Tumaco no encontraba empleo.  En cuanto a las mujeres son madres solteras o desempleadas, por ejemplo: María tiene 24 años, vive y trabaja en casa de los suegros, los fines de semana saca fritanga. El marido hace el servicio militar y dice recibir $70.000 de sueldo, ese dinero sólo alcanza para comprar la crema, el betún, el cepillo de dientes y la barra de jabón Neko para su trabajo. 

Esta ciudad donde nacieron y crecieron mis hijos es un lugar de pocas oportunidades, muchas necesidades y hambre. Es raro, a uno lo amañan los afanes, se mete en el cuento de sobrevivir y se queda. A los 45 años sufro fealdad generalizada, no soy lo bastante bonita para trabajar en casa de familias, los empleadores buscan la fortaleza de las muchachas de 18 a 25 años. Montar un negocio requiere capital y acceder a un préstamo es casi imposible. Los bancos exigen propiedad raíz o un fiador que la posea. Las madres cabeza de familia que sólo sabemos trabajar no recibimos apoyo. 

Para sobrevivir en Cali he realizado labores diversas: doméstica, vendedora y ayudante de obra. En éste último oficio trabajé dos años con otras madres cabeza de familia revolviendo mezcla, enchapando pisos, pintando puertas y ventanas para un contratista particular en las unidades residenciales de Brisas de los Álamos y Chipichape. Después de algunos meses conseguimos un contrato limpiando casas para entregar, brindaba mejor salario y prestaciones de ley: nos lo ofreció el Dr. Domínguez, un hombre importante que había tenido cargos políticos.

Terminado ese contrato me ubiqué en un puesto de comidas rápidas. Por esa misma época Félix y tocayito, apoyados por un primo, lograron vincularse en CMO, una empresa que ofrecía obra civil. Padre e hijo se levantaban a las 4:00 a.m., se turnaban para hacer la comida, organizarse y salir a trabajar, nunca los vi tan compenetrados. Sin embargo, esos ingresos no cambiaron nuestra vida, al contrario me llenaron de amargura. Félix se embriagaba todos los fines de semana, llegaba a casa el lunes en la madrugada sin un peso en los bolsillos. Mi salario alcanzaba pa' medio comer y Tocayito cubría otros gastos. Ante mi situación una amiga me propuso viajar a Ecuador donde podía ganar buen billete. No lo pensé dos veces, dejé esposo e hijos y me enrumbé a realizar ese otro gran sueño de mi vida: viajar, conocer otras gentes y nuevos lugares. En Ecuador viví algunos meses y lo disfruté mientras se pudo, conocí Quito, la 14, Santo Domingo, Guayaquil.

A pesar de mis ausencias soy la encargada de transmitir las reglas a mis hijos y recordarlas a mi marido. Él suele excederse, usa malas palabras. Le recuerdo que ya pasó el tiempo de criar a los hijos con vulgaridades, en ésta época los programas de televisión nos enseñan a educar y reflexionar sobre nuestra propia niñez. La mía fue difícil, estudiaba medio día, preparaba almuerzos, organizaba la casa, recogía agua del pozo, barría el patio, porque de ello dependían los permisos para jugar el fin de semana. Si deseaba ponerme un vestido cualquiera debía consultarlo a mi madre, quien decidía si era de salir o estar en casa. Los muchachos de ahora piden el dinero, compran lo que les gusta y se lo ponen cuando quieren. Hay nuevas normas. Las mujeres que usaban pantalones hace algunos años eran llamadas machorras. Ahora si el hombre coge una pala para trabajar la mujer también lo hace, entonces, la única diferencia es que el hombre tiene un pene y nosotras tenemos vagina.

Me considero una mujer jodida y debo ser así porque los hijos de este tiempo no se adaptan a las reglas que uno impone. En mi familia las normas se están yendo por un bordo. Mis hijos no me escuchan, son desobedientes; pero yo insisto para que tengan una vida distinta, especialmente mis hijas, que no dependan de un hombre que las pisotee por un bocao de comida. Los jóvenes ahora se auto mandan, gritan a los mayores, pelean, matan, fuman vicio, están corrompidos por la televisión. Su sostenimiento depende de los padres, pero las reglas las establece Bienestar Familiar (entidad gubernamental), que nos ha quitado autoridad. Ya no se puede castigar en exceso, no afirmo que se trate de lastimar, digo que debemos corregir a nuestros hijos, de lo contrario se crían sin autoridad y los padres seremos quienes más tarde sufriremos y lloraremos las consecuencias.



Si después de tres llamadas uno de mis hijos no obedece le doy algunos latigazos, porque si pienso bien Bienestar Familiar no está presente cuando ellos andan en la calle, ni tampoco ofrece ayuda para criarlos o llevarlos a un internado. En los juzgados deberían atendernos cuando solicitamos ayuda, en estas oficinas lo mismo que en Bienestar Familiar sólo ofrecen apoyo si se trata de acusar o demandar a la policía por sus atropellos, no atienden las solicitudes de terapias o consultas psicológicas para nuestros hijos. El día que Dios no quiera los dejen tirados en alguna zanja aparecen Bienestar, el juez de familia y otros más preguntando por qué los padres no solicitan ayuda. He llevado el caso de Chiquín antes estas instancias, el muchacho me causa problemas, obra según su voluntad; no quiere estudiar, no quiere hacer nada, le indico el camino a seguir pero escoge el más cómodo, que no presenta obstáculos, el camino equivocado.

La regla es estar en casa a las 10:00 p.m. y entre semana a las 9:30 p.m., si no es mucho pedirle, ahora hay que pedirles el favor a los hijos, ellos mandan, gritan más que uno. ¿Qué puede hacer Chiquín en la calle después de esa hora? Nada. Hay días que amanece en cualquier parte, si llega tarde no me levanto a abrirle, lo hace el papá; no le abro porque su demora es un irrespeto con nosotros. Algunas noches salgo a buscarlo en medio de la balacera, si le pregunto a sus amigos ninguno lo ha visto. No me gustan esas amistades roban y matan, son peligrosas, como bien dicen los abuelos: "el que anda entre la miel algo se le pega". Lleve el caso al juzgado de menores buscando internarlo en un centro de rehabilitación, para darle peso a mi petición lo acusé de robarme, la doctora me contestó: - “pero usted es la mamá”, yo replique,: -“claro, soy la mamá, pero si lo amarro y le pongo cadenas ahí si van ustedes”. No pueden ayudarme a menos que lo cojan delinquiendo o matando a una persona, debe convertirse en criminal para que intervengan.

A la hora del té las autoridades no colaboran. Hace algún tiempo llevé a Nubia ante Bienestar Familiar y también fue un caso perdido. A los 13 años se voló con un pandillero mayor de edad, de la Estación de Policía Fray Damián enviaron una patrulla porque hable más de la cuenta. Se la llevaron y la alejaron del tipo; pero dejarla en un internado requería su consentimiento. Por qué si es menor de edad y los padres piden ayuda las autoridades le preguntan: - “mija ¿usted quiere irse para un internado?”; sabiendo el peligro que corre, si hombres con problemas menores asesinan a sus mujeres, es más fácil para un delincuente.

Bienestar Familiar no brinda ayuda. Sé que muchas personas son beneficiarias pero no es mi caso. He pedido apoyo para educar a Yuli, la muda, estudia en ASORVAL un día a la semana y a veces no va porque no tengo los $6.000 para acompañarla y esperarla hasta las 5:30 o 6:00 p.m. Sé que existe transporte para los discapacitados que asisten a esas instituciones pero nadie me indica cuál es la buseta o el costo del servicio, no me dicen nada. Hace tres martes no va a clases y ella es quien pierde, no puede aprender las señas ni un oficio que le represente ingresos cuando yo falte. En casas de familia no reciben mudos, porque ellos tienen sus propias áreas de desempeño. Las ventas de arepa y fritanga a veces me dejan para llevarla a donde me indican, estas últimas semanas no he tenido para el plante y ella a sus 15 años y con solo cuarto de primaria se pasa los días en casa por culpa de la pobreza.


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Me invade la sensación de tener las manos amarradas, me faltan los medios para obtener lo que quiero y mejorar mi situación, sueño con el mini restaurante o el puesto de comidas rápidas. Ser pobre no es una vergüenza; sin embargo, he llegado a decir: “Dios bendito ¿por qué nací tan pobre? Que no puedo darles de comer a mis hijos algo mejor que un caldo con vísceras y un arroz vacío”. No tengo de donde echar mano, no puedo ahorrar y si ocurre algún problema debo recurrir al empeño para poder resolverlo. Mis muchachos no hablan, no se quejan; sé que les duele no cumplir sus metas, por eso huyen con cualquiera que les pinte pajaritos en el aire creyendo que saldrán de pobres. ¿Cuáles son nuestros derechos? Identifico algunos, tengo derecho a ser reconocida y respetada como persona y como madre, tengo derecho a hablar y a corregir a mis hijos y ellos tienen el derecho de protestar si reciben trato injusto.

A pesar de tener ciertos derechos en Colombia no todos tenemos las mismas oportunidades, los que tienen más y mejores son los ricos. Al pobre siempre se le dificultan los deseos aunque estoy convencida de que se cumplen. Todo lo que uno se proponga en la vida lo puede alcanzar si así lo dicta su corazón. Usted dice: -“yo tengo que estudiar en tal parte”, y estudia, porque así lo pronosticó. La falta de oportunidades no siempre tiene que ver con la raza, es cuestión de suerte y disposición. Los negros no progresamos porque somos muy derrochadores, sólo pensamos en diversión. Si un negro se gana un millón de pesos compra un equipo tan grande como la distancia que hay a Pekín, tres cajas de aguardiente y llama a los amigos. Al día siguiente no tiene pa’l agua de panela.

¿Sabe qué pasa con nosotros los negros? Falta que nos apoyemos mutuamente. Si usted pone una tienda el negro no le compra, merca donde el blanco, no sé porqué. Nos falta voluntad, el que pone la tienda se queda administrándola, en lugar de dejársela a la mujer y buscarse otro oficio, no tiene mentalidad de rico. Negro con plata o es “traqueto” o narcotraficante. Aunque también los hay que nacen de cuna, que vienen con la idea de ser alguien en la vida. He visto algunos casos por televisión: - “que no, que yo jugaba balón con un chupo de naranja y me esforcé; vendía limonada y me esforcé en pagar algo porque yo quería esto”. Hay otros que se dejan llevar por el destino, son de mentes débiles y los coge otro más avispado y los envuelve.

También es cierto que en esta época hay mucha discriminación hacia los negros, aunque digan lo contrario todavía se percibe en las miradas o cuando por cualquier razón te dicen: - “esa negra de mierda”; siempre tratan de ofendernos con el color de piel. Nos hacen parecer diferentes, siempre me he sentido igual a todos.  No puedo considerarme discriminada porque soy quien soy, así me mando nuestro señor Jesucristo, no vivo del qué dirán. Mis hijos tampoco me han hablado de agresiones motivadas por su color de piel. Si consiguen empleo es porque está en su destino, sino lo consiguen no era para ellos.

Pese a las circunstancias adversas los negros nos hemos superado, me siento orgullosa de mi raza, me satisface ver a una negra trabajando en la Cámara de Comercio, en la policía, en los juzgados, feas y todo están por encima de algunos blancos. Aspiro a que mis hijos tengan ocupaciones de ese tipo y no los trabajos de mula que me tocaron a mí.  Los negros que terminan el bachillerato no llegan a la universidad porque carecen de recursos, el salario de constructor no alcanza para pagar un semestre de universidad, arriendo, alimentación, servicios y dar educación a otros hijos. El gobierno debería brindar más apoyo, ofrecer préstamos sin hipoteca para que los muchachos estudien.

Son muchos los jóvenes que recorren las calles por falta de oficio y apoyo. Me causan pesar, algunos son hijos de madres alcohólicas que pasan sus días con hombres diferentes; no los atienden, les tiran cualquier plato de comida como diciendo: - “come si podés” o “ve, anda a comprá salchichón o una alipapa y te la comés” o los echan de la casa por viciosos. Los hijos no pueden exponerse a esos riesgos, en lugar de alejarlos hay que atraerlos, seducirlos, para evitar más dolores. He llegado a creer que quienes se dedican al robo lo hacen porque se desilusionan de los papás. Otros son hijos de mujeres responsables que tienen tres o más hijos y ellos piensan “nosotros aguantando hambre porque mi mamá no puede darnos comida…” y salen a buscar, se tiran al ruedo.

Asimismo, están los que provienen de buena familia, tienen comida, zapatillas, computador, televisor y se tiran a la calle ¿Qué es eso? mala mano, ladrón. En esos casos yo digo que delinquen por gusto, no les hace falta nada. Sé que a Chiquín le faltan muchas cosas, no tiene zapatos y sólo dos pantalones. Sin embargo, no acepto argumente robar por falta de comida, en casa ha tenido al menos caldos de vísceras o huevos, en eso me he esforzado. El día que no hay, pues no hay.  

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Me gustaría cambiar de barrio, vivir en un lugar donde no haya tanta violencia, donde no se duerma con incertidumbre ni se vea a los niños de 6 o 7 años jugando con pistolas de juguete, aferrándose a un arma desde pequeños. La violencia que padecemos en estas zonas es obra de la pobreza, los políticos y de la llamada “guerra del centavo”: usted hace una oferta de trabajo y otro la presenta más barata. Ocurre igual con todo: los choferes van arriados porque el M.I.O (Masivo Integrado de Occidente) no les deja pasajeros ¿De qué van a vivir esas familias? Todas estas situaciones producen violencia. La persona que no tiene recursos para alimentar a sus hijos se rebusca robando.  Mis vecinos cansados de tanto robo pagan para asesinar a los ladrones, toman la justicia por sus manos; no confían en la policía, los tombos son corrompidos, detienen a un ladrón y de camino a la estación le preguntan: - “¿cuánto tenés?”, lo dejan libre por ser menor de edad, no tener pruebas en su contra o quien lo acuse.

El Estado falla demasiado, siempre está con los oligarcas ¿sabe en qué momento mira a un pobre? Cuando necesita votos, usted ve a los políticos metidos en los peores huecos, no importa si hay mierda, si hay de todo, allá se meten, concluidas las elecciones no recuerdan sus visitas. Mire el presidente Uribe, para su primer nombramiento fue a la invasión, a Félix le dio la mano “vea, el día que yo sea presidente un buen trabajo le conseguiré”, “ésta invasión la voy a reubicar”. Brisas de Comuneros lleva más de 20 años ¿Cuántas madres hemos perdido hijos allá? ¿Cuántos muchachos han matado y los han quemado después de matarlos? El presidente gobernó dos períodos y no hizo nada en beneficio nuestro.

Las madres somos quienes más nos preocupamos por los hijos y podríamos ayudar a cambiar la situación haciéndole peticiones al presidente, dándole a conocer nuestras propuestas. Si el gobierno tuviera interés haría actividades en el barrio. Hace algunos años existió el programa “soñadores” que luego se llamó “Andarines”, estaba dirigido a los jóvenes del barrio, les hacían recreación jugando baloncesto o bingo sano, sin apuestas. En esa época disminuyó la delincuencia porque todos mantenían ocupados. Algunos beneficiaros de programas educativos salieron adelante con ese proyecto. Por lo regular el regreso a casa se hacía entre las 6:00 o 7:00 p.m., estaban tan cansados que sólo tenían fuerzas para bañarse y acostarse, había poco espacio para aprender malos hábitos. A las madres nos ofrecían talleres y materia prima, recursos desperdiciados por muchas. Nos programaban una convivencia mensual con mujeres de otros sectores de la ciudad: Marroquín o El Calvario, fue la oportunidad de conocer, mirar y escuchar a personas con realidades similares a las nuestras. Valoro esos programas, acogen a los jóvenes y los ocupan, cuando terminó los muchachos volvieron a su vieja rutina.

Chiquín no ha tenido las mismas oportunidades, dedica sus días a recorrer las calles, entra, come y se va. Regresa entrada la tarde a moler el maíz para las arepas, hemos establecido un acuerdo, si me apoya con el negocio le retribuyo con plata o víveres para que ayude a sostener su hijo. Chiquín tiene la cabeza hueca, ya no sé que más decirle, se me acabaron las palabras. Los vecinos me preguntan por qué le dejo andar con esos amigos, sino temo lo maten; pero nadie sabe lo que mi corazón calla. Un día me indicó que sólo cambiaría si me separo del papá, le contesté que esa no es la solución. El papá lo regaña porque no quiere verlo mal, objeta: “mi papá también toma”, le digo que el dinero de la bebida Félix se lo gana sudando, no robando ni relacionándose con pandilleros; que antes se bebía todo el salario, ahora al menos compra una arroba de arroz. De ahí pa’ allá aunque huevo comen.

Los vecinos cuentan que lo han visto robando, no lo confirmo; puede ser cierto porque cuando el río suena…y cuando llegan a quejarse personas que usted no conoce. A veces metemos las manos al fuego defendiendo a nuestros hijos; sé lo que pasa cuando está en casa, desconozco lo que hace en la calle. Es muy horrible, muy feo cuando te dicen “vea, su hijo está robando a una señora”. En ese momento desearía que la cara se me cayera a pedazos, no tener oídos, ni ojos ni boca, ser nada. Si lo pillo en una de esas tendría que pasar sobre mi cadáver para lastimar a alguien.

En mi juventud pedí al señor me mandara dos hijos varones y el resto mujeres, mis deseos casi fueron cumplidos, excepto uno: Chiquín, el debió ser mujer o un marica, eso cambiaría las cosas porque se ha vuelto muy altanero: “ayy usted se va por lo que dice tal fulana, ayyy usted le va a parar bolas a eso” nunca le da la razón a los padres. Desearía que fuera mujer, de ese modo lo único malo sería que tuviera un hijo con cualquiera; para los hombres los peligros están en la calle, permanecen fuera hasta tarde en la noche, se creen poderosos como Superboy.

Lo que me hace sufrir Chiquín no lo viví con ninguno de mis otros hijos, Jairo bebe mas no le hace daño a nadie; Félix era un hombre trabajador e inteligente, buen estudiante. Se retiró del colegio cuando cursaba cuarto de bachillerato, lo hizo porque nuestra situación no era buena, el papá no conseguía empleo, mantenía borracho y yo no daba abasto entre la construcción y las casas de familia. Teníamos un rancho en la invasión “Brisas de Comuneros” y él vendía cilantro en los móviles y en la galería con una patrona, después de año y medio consiguió una carreta y al cilantro sumó piña, mango y otras frutas. Ocasionalmente trabajaba como ayudante de construcción, esos días dejaba a Nubia encargada del negocio. Mi muchacho se afanaba, me alentaba diciendo: “yo quiero trabajar pa’ ayudarla a usted, pa’ que no se mate tanto”. Apostó con el papá que compraba primero la casa para mí, le decía “pa’, yo me pongo y compro la casa primero pa’ mi mamá”. Durante los meses de trabajó en CMO descubrió el gusto por la mecánica, estaba a prendiendo a conducir retroexcavadora y el patrón lo animaba a terminar el bachillerato e ingresar al SENA.

A los 14 años tuvo su primera sanción. Un domingo, día de la madre, un amigo le pidió le acompañara al barrio El Caney a recoger un dinero que le debían, una vez allá le pasó un revólver, estaban a punto de robar un carro y Félix le dijo “uuyy, como así, usted viene es a robar, no a mí no me gusta eso, mi papá me mata”. Los vecinos alertaron a la policía y sólo agarraron a Tocayito porque el otro tipo se voló. Le preguntaron “¿con quién anda?” y al saberse solo les dijo “no, un señor me trajo pa’ acá dizque venía a ver una plata que le debían, pero ve me dejó aquí, él me pasó esto (el revólver) que le guardara”. Estuvo en el juzgado de menores y el papá fue quien se encargó de hacer las vueltas, yo no quise ir a verlo, Félix estuvo de acuerdo con encerrarlo si lo encontraban culpable, él no apoyaría un muchacho que andaba haciendo lo indebido. La jueza interrogó a Tocayo y él muy nervioso dijo que era su primera vez, le habían ofrecido $200.000 para comprarle un mercado a la mamá, su acompañante iba a cobrar una deuda. Permaneció algunos días en la inspección de Ciudad Jardín, luego lo trasladaron a Rozo donde estuvo tres o cuatro días.

Él perteneció a una pandilla, empezó casi obligado porque una vez el marido de Nubia le pegó y le tocó responder por la hermana, amenazó al “negrito” apodo que tenía el muchacho y las cosas se complicaron, los miembros de la pandilla le devolvieron sus amenazas. Fui personalmente a hablar con Tomás, el líder, y éste me aseguro resolver el problema; sin embargo, invitaron a Félix a unírseles pues lo consideraban muy macho, con carácter. Mi muchacho se negó alegando no querer ser pandillero. Los problemas empeoraron porque Félix padre también agredió al marido de Nubia, le pegó una patada para que sintiera algo parecido a lo sentido por ella con sus golpes. El “negrito” quedó tan mal que estuvo en cama varias semanas. En represalia una mañana nos abordaron 7 u 8 muchachos armados con cuchillos y revólveres, gracias al Señor las armas no sirvieron, aunque a Félix le hicieron una pequeña herida en la cabeza. Nuestra familia estaba sola frente a la banda, los vecinos se escondieron en sus casas hasta que llegó la policía y pudimos sacar del barrio a las muchachas más pequeñas.

En los siguientes días la situación se agravó, una pandilla de 24 hombres armados nos acorraló e increpaban a entregarles a Félix, “pa' matarlo como a un perro”, según las palabras del marido de Nubia. Logramos salir escoltados por la policía, al día siguiente nos tumbaron el rancho. Tras éste incidente opté por enviar a Tocayito a casa de mi tía, en el barrio El Vergel. No se amañó, dijo que me extrañaba, le preocupaba nuestro bienestar, regresó al barrio y Tomás dio la orden de matarlo.

Pocas semanas después de su regreso fue mi viaje a Ecuador, la noche que murió mi hijo celebrábamos el cumpleaños de mi patrona, la esposa de un comerciante de origen colombiano, como cosa de Dios cerca de las 8:30 p.m. sentí una opresión en el pecho, derramé un vaso de vino y regresé a mi habitación intentando tranquilizarme, pensaba insistentemente en mi familia, pero especialmente en Tocayito. Para él fue mi primer pensamiento porque cuando Félix está ebrio le gusta pelear, coger problemas ajenos y Tocayo afirmaba que si alguien agredía a su padre haría cualquier cosa por defenderlo. En Ecuador vivía en una zona de difícil absceso, ocho días después de mi premonición logré llamar a Tumaco y uno de mis sobrinos me dio la noticia: “usted no se da cuenta que mataron a Tocayo”, al escuchar estas palabras perdí el control de mi cuerpo y caí desde la terraza del local donde me encontraba, me recibieron dos varillas de hierro. Estuvo interna mes y medio en un hospital de Quito luchando por mi vida, el accidente me dejó secuelas agravadas por los problemas de Chiquín.

Los miembros de la pandilla que asesinaron a mi hijo fueron encarcelados por los policías de la estación de El Vallado, durante la celebración de un almuerzo ofrecido por las autoridades en reconocimiento al apoyo recibido por la comunidad para limpiar la invasión de inservibles. Mi familia nunca declaró contra ellos, durante el interrogatorio Félix manifestó desconocer a los autores del hecho, quizás lo hizo esperando tomar venganza con sus propias manos. Aunque el marido de Nubia no participó del asesinato, estaba preso en esos días, es una persona no grata para esta familia, nunca ha entrado a mi casa y espero sepa respetar mi decisión.

El asesinato de Tocayo me ocasiona un dolor permanente, como si me arrancaran un pedazo de vida. A pesar de los cinco años transcurridos desde su deceso, conservo algunos gestos y hábitos de antes. Recuerdo le gustaban los granos, los comía en una paila vieja, a la hora de servir las comidas de forma instintiva la busco esperando llenarla. Todos los días me someto a esta prueba difícil de superar.

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