Anne Sexton (1928 - 1974)

 

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Anne Sexton, poeta norteamericana

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 Biografía:
Anne Sexton (1928-1974) fue una influyente poeta estadounidense, conocida por su poesía confesional que exploraba temas como la maternidad, la sexualidad, la depresión y la muerte. Nació el 9 de noviembre de 1928 en Newton, Massachusetts, como Anne Gray Harvey. Durante su juventud, enfrentó desafíos emocionales y problemas de salud mental que persistieron a lo largo de su vida.

Sexton se casó joven y tuvo dos hijas. En la década de 1950, luchó contra la depresión y la enfermedad mental, y finalmente buscó tratamiento psiquiátrico. Durante su estancia en un hospital psiquiátrico, comenzó a escribir poesía como parte de su terapia. En 1957, ganó reconocimiento por su primer libro de poemas, "To Bedlam and Part Way Back" (Hacia el manicomio y de vuelta parcialmente), que exploraba sus experiencias personales con la enfermedad mental y la terapia.

A lo largo de su carrera, Sexton publicó varios libros de poesía aclamados por la crítica, como "All My Pretty Ones" (1962), "Live or Die" (1966), "Love Poems" (1969), y "Transformations" (1971), una colección de poesía basada en cuentos de hadas. Su poesía a menudo era intensamente autobiográfica y emotiva, explorando temas personales y universales con un lenguaje directo y a menudo provocativo.
Trágicamente, Sexton luchó toda su vida contra la depresión y el alcoholismo. El 4 de octubre de 1974, a la edad de 45 años, Sexton se quitó la vida en su casa en Weston, Massachusetts.

Bibliografía:
  1. To Bedlam and Part Way Back (1957)
  2. All My Pretty Ones (1962)
  3. Live or Die (1966)
  4. Love Poems (1969)
  5. Transformations (1971)
  6. The Book of Folly (1972)
  7. The Death Notebooks (1974)
  8. 45 Mercy Street (1976)
  9. Words for Dr. Y: Uncollected Poems with Three Stories (1978)

Reconocimientos:
  • En 1967, Anne Sexton ganó el Premio Pulitzer de Poesía por su colección "Live or Die".
  • Fue miembro de la Academia Estadounidense de Artes y Letras.
  • Su poesía sigue siendo ampliamente estudiada y celebrada por su honestidad brutal y su exploración valiente de temas difíciles.
  • A lo largo de los años, ha sido objeto de homenajes y reconocimientos en forma de becas, premios y dedicaciones de otras obras artísticas.
La poesía de Anne Sexton sigue siendo relevante y poderosa para los lectores contemporáneos, y su influencia en la poesía confesional y en la expresión honesta de la experiencia humana perdura hasta el día de hoy.

En alabanza a mi útero

En mi interior todos son un pájaro.
Estoy batiendo todas mis alas.
Querían cortarte
pero no lo harán.
Decían que estabas desmesuradamente hueco
pero no lo estás.
Decían que te encontrabas mortalmente enfermo
y se equivocaron.
Como colegiala cantas.
No estás roto.

Dulce peso,
en la alabanza de la mujer que soy
y del alma de la mujer que soy
y de la creatura central y de su goce
te canto. Me atrevo a vivir.
Hola, espíritu. Hola, copa.
Detente, cúbrete. Cubierta que contiene.
Hola, tierra de los campos.
Bienvenidas sean, raíces.

Cada célula vive,
Hay suficientes para colmar a la nación entera.
Basta con que el populacho se apropie de estos bienes.
Cualquier persona, cualquier congregación diría de él:
“Sería bueno que plantáramos otra vez este año
y pensáramos de antemano en la cosecha.
Un percance se había pronosticado y se ha conjurado.”
Muchas mujeres juntas cantan a esto:
una está en la fábrica de zapatos maldiciendo la máquina,
una está en el acuario cuidando una foca,
una está, indolente, tras el volante de un Ford,
una está recibiendo el dinero en la caseta de cobro,
una está amarrando el ombligo a un becerro en Arizona,
una está a horcajadas sobre un cello en Rusia,
una está cambiando las ollas sobre la estufa en Egipto,
una está pintando color de luna las paredes de su recámara,
una está muriendo pero recuerda un desayuno,
una se tiende sobre su estera en Tailandia.
una le limpia el culo a su hijo,
una mira por la ventana del tren
en el centro de Wyoming y una está
en cualquier parte y algunas están en todas partes y todas
parecen estar cantando, aunque algunas no puedan
dar la nota.

Dulce peso,
en la alabanza de la mujer que soy
déjenme usar una mascada larguísima,
déjenme redoblar por las muchachas de diecinueve años,
déjenme llevar los cuencos de la ofrenda
(de ser ese mi papel).
Déjenme estudiar los tejidos cardiovasculares,
déjenme examinar la distancia angular que media entre
meteoros,
déjenme chupar los tallos de las flores
(de ser ese mi papel).
Déjenme hacer ciertas figuras tribales
(de ser ese mi papel).
Pues esto es lo que el cuerpo necesita
déjenme cantar
por la cena,
por los besos,
por el adecuado
sí.

Nosotros

Yo iba envuelta en pieles
negras y en pieles blancas y
tú me deshiciste y luego
me colocaste en la luz dorada
y luego me coronaste,
mientras fuera de la puerta
la nieve caía en dardos diagonales.
Mientras diez centímetros de nieve
se apilaban como estrellas
en pequeños fragmentos de calcio,
estábamos en nuestros propios cuerpos
(este cuarto nos enterrará)
y tú estabas en mi cuerpo
(este cuarto vivirá más que nosotros)
y primero froté tus pies
secándolos con una toalla
pues fui tu esclava
y luego me llamaste princesa.
¡Princesa!
Ah, entonces
me levanté en mi piel dorada
y ritmé los salmos
y tiré la ropa
y me soltaste las bridas
y me soltaste las riendas
y me solté los botones,
los huesos, las confusiones,
las tarjetas postales de Nueva Inglaterra,
las noches de enero a las diez,
y como trigo crecimos,
acre sobre acre de oro,
y cosechamos,
cosechamos.

El tacto

Mi mano estuvo sellada meses
en una caja de estaño. En ella, sólo los barandales
del metro.
Tal vez esté magullada, pensé,
y por eso la encerraron.

Pero al asomarme, la veía quieta.
Puede indicarte qué horas son, pensé,
como un reloj, con sus cinco nudillos
y sus delgadas venas subterráneas.
Yacía tendida como una mujer inconsciente
alimentada por tubos de los que nada sabe.

La mano estaba postrada,
pequeña paloma de madera
que optó por recluirse.
La volteaba, la palma era vieja,
sus líneas finísimas de punto de cruz
hilvanadas a los dedos.
Gorda, suave, ciega en ciertos puntos.
Enteramente vulnerable.

Y todo esto es metáfora.
Una mano común y corriente —deseosa sólo
de tocar algo
que a su vez tocara.
La perra no basta.
Mueve la cola a las ranas del pantano.
No soy mejor que un bulto de alimento para perros.
Es dueña de su hambre.

Mis hermanas no bastan.
Viven en la escuela excepto por los distintivos
y lágrimas que manan como limonada.
Mi padre no basta.
Llega con la casa a cuestas e incluso en las noches
habita la máquina fabricada por mi madre
y bien aceitada por el trabajo, el trabajo.

El problema es
que dejaría congelar mis gestos.
El problema no estaba
ni en la cocina ni en los tulipanes
sino en mi cabeza, mi cabeza.

Luego todo esto se hizo historia.
Tu mano encontró la mía.

La vida se apresuró a mis dedos como un coágulo.
Ay, mi carpintero,
reconstruidos están mis dedos.
Bailan con los tuyos.
Bailan en el desván y en Viena.
Mi mano está viva sobre toda América.
Ni la muerte podría detenerla
—la muerte derramándole la sangre.
Nada podría detenerla, pues éste es el Reino
y el Reino ha llegado.

El pecho

Ésta es la llave.
Ésta es la llave maestra.
Preciosamente.

Estoy peor que los hijos del guardabosque,
ganándome el pan y el polvo.
Estoy aquí, tamborileando un perfume.

Déjame descender a tu alfombra,
a tu colchón de paja —lo que tengas a mano,
pues la niña en mi interior muere, muere.

No es que sea ganado para comerse.
No es que sea alguna calle.
Pero tus manos, como arquitecto, me encontraron.

¡Lechera llena! Hace años ya era tuyo
cuando habitaba el valle de mis huesos,
huesos mudos en el pantano. Juguetitos.

Un xilófono con piel, tal vez,
torpemente tensada sobre él.
Sólo más tarde fue algo real.

Comparaba después mi talla con la de las estrellas de cine.
No daba la medida. Algo había
entre mis hombros. Nunca suficiente.

Claro, había una pradera,
pero ningún joven que cantara la verdad.
Nada que revelara la verdad.

Ignorante de hombres yacía con mis hermanas
y resurgiendo de las cenizas gritaba
mi sexo será transfigurado.

Ahora soy tu madre, tu hija,
tu cosa nuevecita —un caracol, un nido.
Estoy viva cuando tus dedos viven.
Uso seda —cubierta para descubrir—
pues en seda es en lo que quiero que pienses.
Pero me estorba la tela. Es tan tiesa.

Así que, di lo que sea, pero escálame como alpinista
pues aquí está el ojo, la joya está aquí,
aquí está el goce que el pezón aprende.

No tengo equilibrio —pero no es la nieve la que me
enloquece.
Estoy loca como las jóvenes lo están,
con una ofrenda, una ofrenda…

Y me quemo como se quema el dinero.

Once de diciembre

Te pienso en la cama,
tu lengua mitad chocolate, mitad océano,
en las casas adonde llegas,
en tu cabeza con pelo de alambre,
en tus manos persistentes y también
en las barreras que carcomíamos, pues somos dos.

Cómo entras y tomas mi copa de sangre
y me unes y te llevas mi salmuera.
Estamos desvestidos. Desnudos hasta los huesos
y nadamos uno tras otro y remontamos y remontamos
el río, el río idéntico llamado Mío
y entramos juntos. Nadie está solo.

Niñita, mi ejote, mi dulce amor

a Linda

Mi hija, a los once
(casi doce), es un jardín.

¡Ah, querida! Nacida en este dulce traje de cumpleaños
habiéndolo conocido y poseído hace tanto,
has de contemplar ahora el arribo del exacto mediodía
—mediodía, es hora fantasma.
Ah, niñita chistosa, bajo el cielo de arándanos,
ésta. ¿Cómo decirte que sé
exactamente lo que sabes, exactamente dónde estás?

No es un lugar ajeno, esta casa extraña
donde tu cara se sienta en mi mano tan llena de distancia,
tan llena de su fiebre inmediata.
El verano se posesionó de ti,
como de mí, al ver en Amalfi el mes pasado
limones del tamaño del globo terráqueo en tu escritorio
—ese mapa miniatura del mundo—
y podría hablar también
de los puestos de hongos del mercado
y de los brotes de ajo engullidos.
O pienso incluso en la huerta de al lado,
donde las bayas maduraron
y las manzanas empiezan a hincharse.
Y una vez, recuerdo, en nuestro primer patio
sembré tantos ejotes amarillos
que nunca pudimos terminarnos.

Ah, niñita,
mi ejote,
¿cómo creces?
Creces así.
No se te puede acabar de comer.


Oigo
como en sueños
las charlas de las viejas
hablando de feminidad.
No recuerdo haber escuchado nada.
Estaba sola.
Aguardaba como un tiro al blanco.

Deja entrar al mediodía
—esa hora de fantasmas.
Los romanos, hace mucho, creyeron
que el mediodía era la hora del fantasma,
yo también puedo creerlo
bajo el sol que sobresalta;
y algún día llegarán a ti,
algún día, hombres de torso desnudo, jóvenes romanos
—a mediodía, cual les cuadra—
con martillos y escaleras
cuando nadie duerme.

Pero antes de que entren
habré dicho,
tus huesos son hermosos,
y antes que sus manos extrañas
estuvo siempre ésta, forjadora.
Ah querida, deja entrar a tu cuerpo,
deja que te ate,
en sosiego.
Lo que quiero decir, Linda,
es que las mujeres nacen dos veces.
Si hubiera podido verte crecer
como una madre maga podría haberlo hecho,
si hubiera podido ver a través de mi mágico vientre
transparente,
cuánto madurar hubiera madurado allí dentro:
tu embrión,
tu semilla ganando autonomía,
la vida aplaudiendo en las cabeceras,
huesos en el estanque,
pulgares y dos ojos misteriosos,
la cabeza terriblemente humana,
el corazón brincoteando como cachorro,
los importantes pulmones,
el llegar a ser
—mientras llega a serlo,
como sucede ahora,
un mundo propio,
un sitio delicado.

Saludo
estos temblores y tropezones y estridencias,
esta música, estos brotes,
esta música de locos osos bailarines,
esta azúcar necesaria,
estos ires y venires.

Ah, niñita,
mi ejote,
¿cómo creces?
Creces así.
No se te puede acabar de comer.


Lo que quiero decir, Linda,
es que no hay nada en tu cuerpo que mienta.
Todo lo nuevo te dice la verdad.
Aquí estoy, esa otra persona,
un árbol viejo en el traspatio.
Querida,
párate quieta ante tu puerta,
segura de ti, una piedra blanca, una piedra buena
—tan excepcional como la risa
encenderás el fuego,
¡ese algo nuevo!

14 de julio de 1964


¡Libertad... para pensar!

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