Silveria Espinosa de Rendón (1815-1886)

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Silveria Espinosa de Rendón, escritora colombiana

 
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Biografía:

Silveria Espinosa de Rendón, nacida el 20 de enero de 1815 en la Hacienda Zamora de Sopó, Cundinamarca, fue una destacada poeta y escritora colombiana que dejó un legado invaluable en la literatura de su época. Formando parte del selecto grupo de pioneras de la Literatura Femenina, su obra abarcó el cuento, la poesía y textos educativos con matices feministas que se desprenden "entre líneas".

Para comprender la relevancia de la obra de Silveria Espinosa, es crucial sumergirse en el contexto histórico y social en el que vivió. Nacida en una época convulsionada por los vaivenes políticos de la Primera República de Colombia, Silveria creció en un entorno marcado por las luchas independentistas y el fervor patriótico.

La pasión por las letras se manifestó tempranamente en Silveria, influenciada por el activismo político e intelectual de su padre, Bruno Espinosa de los Monteros, un destacado prócer de la independencia colombiana. La imprenta familiar fue el escenario donde Silveria encontró su vocación, rodeada de debates, reuniones secretas y la composición de obras que marcarían su destino como escritora.

Obras y Reconocimientos:

La obra literaria de Silveria Espinosa trascendió las fronteras de Colombia, siendo publicada en diversos periódicos y revistas tanto nacionales como internacionales. Sus poemas y cuentos destacaron en publicaciones como "El Catolicismo", "La Caridad" y "Revista Mujer", esta última dirigida por la también escritora Soledad Acosta de Samper.

El legado de Silveria Espinosa perdura hasta nuestros días, siendo homenajeada en instituciones educativas y espacios culturales en todo Colombia. En 2015, se conmemoraron los doscientos años de su nacimiento, destacando su invaluable contribución a la literatura colombiana.

Bibliografía:
  • "Silveria Espinosa de Rendón." El parnaso granadino. Ed. José Joaquín Ortiz. Bogotá: Imprenta de Ancízar, 1848.
  • "Lágrimas y recuerdos." Bogotá: Imprenta Espinosa, 1850.
  • "Pesares i consuelos en el destierro de nuestro dignísimo prelado Sr. D. Manuel J. de Mosquera." Bogotá: Imprenta de Espinosa, 1852.
  • "La Guirnalda." II. Bogotá: Imprenta de Ortiz y compañía, 1856.
  • "El divino modelo de las almas cristianas: poesías." Bogotá: n.p., 1866.
  • "Consejos a Angélica." Bogotá: Imprenta de Silvestre y Compañía, 1887.
  • "Florilegio eucarístico." Bogotá: Imprenta del corazón de Jesús, 1913.
  • "Historia de la literatura colombiana." Bogotá: Editorial Cromos, 1935.
  • "Antología poética latinoamericana." Buenos Aires: Editorial Molino, 1943.
  • "Poesía de autoras colombianas." Bogotá: Oficina de Divulgación de la caja de crédito agrario, 1975.

Al pie de los altares

Es triste referir la negra historia
De nuestra amarga vida terrenal!
Es muy triste traer a la memoria
Tantos instantes de mentida gloria
y  verdadero mal

Mas referirte ¡ oh Dios I nuestros pesares,
Llorando de rodillas a tus pies,
Bañar con nuestro llanto tus  altares,
¡ Oh qué dulce, mi Dios, qué dulce es!

Triste fuera mostrar la cruda herida
Que sufre silencioso el corazón,
A quien halló la senda de la vida
De flores y de fuentes revestida
Con grata  profusión.

Pero mostrarla a  ti,  mi dulce dueño,
Que aquí no hallaste do posar la sien,
Sino una helada piedra y duro leño ;
Es  un grande consuelo,  es un gran bien.

Triste fuera que un mísero tirano
Se alzara ante nosotros como juez,
Con nuestra dicha en  su  mezquina mano,
y nosotros, quizá, pidiendo  en  vano
Consuelo a  su  altivez.

Pero llorar, mi Dios, en  tu  presencia
Esperando una muestra de tu amor,  
Es  encontrar la perfumada  esencia  
Que mitiga del alma el sinsabor.

¡Oh! mui triste será pedir favores
A un  orgulloso y bárbaro sultán,
Referirle  del alma los dolores,
y del desdén  helado los rigores
Hallar en  nuestro afán.

Mas pedirte favor a  ti, Dios mío,
y  en  tu  rostro dulcísimo no hallar
Ni enojo, ni dureza, ni aun  desvío;
Así es  dulce pedir y suplicar,

¡Es muy triste fundar nuestra esperanza
Del mundo en la inconstante vanidad,
y  divisar la calma en lontananza,
y no encontrar del gozo la  bonanza
Jamás la realidad!

Pero esperar en ti, Señor eterno,
y en tus manos dejar el porvenir,  
Casi es, mi Dios, del gozo sempiterno
La santa dicha y la quietud sentir.

El canto de Agareno

Es la rosa fiel imagen
De esa bella a quien adoro,  
De esa ingrata por quien lloro,
Por quien lloro sin cesar;
Que natura en sus encantos
y en su cándida pureza
Ha querido su belleza
Su belleza  prodigar.

Son sus ojos las espinas
Que mi pecho traspasaron,
Que en mi daño se gozaron,
Se gozaron sin  piedad.
Es mas grato el puro aliento
De su boca primorosa,
Que el perfume de la rosa,
De la rosa de Bagdad.

Si de aquella los estambres
Dan del oro los destellos,
De Gulnara los cabellos
Los cabellos de oro son.
Con sus labios y mejillas
Que el carmín mas puro baña,
¡Cuánto ornara mi montaña
Mi montaña de Sion!

Mas ufana con sus gracias,
Sus encantos solo precia,
y mi ardiente fe desprecia,
y desprecia mi dolor.
y para ella nada valen
Mis suspiros y mis celos,
Mis angustias, mis desvelos,
Mis desvelos y mi amor.

Mas ¡si de ella en ese día
En que sola ya conmigo
Busque en vano un buen amigo,
y un amigo no hallará!
Si recuerda sus desdenes
y  mi amor y mi ternura,
Sin remedio su locura  
Su locura llorará!

-Tál el mísero agareno
De su bella se quejaba;
Mas la ingrata a quien amaba
Siempre ingrata se mostró.
Y llorando el pobre moro  
Sin consuelo ni esperanza,
Dejó al tiempo su venganza,
Vino el tiempo y le vengó.

Una corona y unas flores

Ángel bello de Dios, niña inocente,
Que cariñosa logras enjugar
De tu madre y tu padre el llanto ardiente,
¡Cómo quisiera yo para tu frente
Una corona hallar!
Una corona si cuya belleza,
Cuyo brillo, magnifica riqueza
y mágico esplendor,
De tu vida alejara la tristeza,
Las penas y el dolor!

Cómo quisiera yo para tus ojos
Las flores y los frutos de un Edén;
y  un jardín,  sin espinas,  sin abrojos,
Donde pudieras tú, libre de enojos,
Sobre el musgo doblar la blanca sien!

Un jardín esplendente  y perfumaqo,
Donde el hielo jamás haya secado
El lirio y el rosal;
Donde el llanto jamás haya bajado
Al claro manantial!
      ·
Cómo quisiera yo que luz y calma
Hallara en todo tiempo tu vivir;
y que siempre llevases tú la palma,
De la santa virtud, que eleva el alma,
I alegra el porvenir!

y que este sol de tus presentes días,
No enlutasen jamás esas sombrías
Nubes de tempestad,
Ni huyesen de tu faz las alegrías
De tu primera edad!
¡ Mas la tierra es tan pobre! No hai corona
Que no lleve consigo espinas mil :
Toda riqueza al fin se desmorona,
y la gloria del mundo nos pregona
Que es pasajera y vil.

Mas hay una corona noble y bella,
Que nunca deja dolorosa huella
De pena o de inquietud...
No busques otra, pues te basta ella:
Se llama la virtud.
Y si del mundo las escasas flores,
Perecen al soplar el huracán,
No te aflijas por eso, no, no llores,  
Que otras hay de hermosísimos colores
Que nunca morirán.

Esas son las que tu ángel bondadoso
Te brinda compasivo y generoso,
En cada bella acción,
Que dicta con acento fervoroso,
Nina, a tu corazón.

Esa es pues la corona que yo quiero
Que lleves en tu frente virginal,
Esas las flores son que yo prefiero,
Porque ese ramillete es mensajero
De dicha celestial

Sea cual fuero,  oh niña ¡tu existencia,
Dirije hacia los cielos con frecuencia
Tus ojos,  tu oración,
Para que guardes ahí con tu inocencia,
La paz del corazón!

Vivir

¡Vivir, vivir! ¿Y para qué, Dios mío?
¿Dónde está el bien en esta ingrata tierra?
¿Dónde la paz, en la constante guerra
que sufre y que sostiene el corazón?
¡Vivir sin esperanza, sin amores,
siempre aguardando en la mansión terrena
esa aurora de paz, clara y serena,
que disipe del alma la aflicción!

¡Vivir, ay como vive en el olvido
la solitaria flor de la montaña;
y perece como la débil caña
que arranca en su furor el huracán!
¡Vivir en un solo instante
tan vano y tan repleto de amargura!
¡Correr tras el contento y la aventura,
y abrazar un espectro en nuestro afán!...

Esa es la historia de la raza humana,
de nuestra vida la cansada historia:
amor, quietud, riqueza, paz y gloria;
¡todo mentira y todo vanidad!
Y si al doblar ante el amor la frente,
un porvenir de dicha divisamos,
pasa un instante, ¡oh Dios! y sólo hallamos
luto, amargura, llanto y soledad.

¡Mentira la esperanza lisonjera
que nuestra mente cándida fascina,
que arrebata, seduce y alucina
con su esplendor al pecho juvenil.
¡Mentira todo cuanto ven los ojos,
y cuando palpan las terrenas manos!
¡Necio el que busca los consuelos vanos
que ofrece a la existencia el mundo vil!

Pero verdad, verdad consoladora,
que a los años de afán y de tormento
a esa vida de lucha y sufrimiento
otra vida feliz sucederá;
una vida en que el alma enamorada
ha de encontrar de amor la eterna fuente,
y en que su sed de amor, pero y ardiente,
sin apagarse nunca, saciará.

Para vivir así, Dios de mis padres,
mi eterno, santo y generoso dueño,
para eso sufro el triste y largo sueño
que llama el mundo mísero vivir:
¡Tendré otra vida en que hallaré, dichosa,
al tierno amigo por quien triste lloro,
que fue mi amor, mi orgullo y mi tesoro,
y cuya ausencia amarga mi existir!

Que allá bien pronto el llanto que derramo,
los suspiros que exhala el alma mía,
mi inconsolable pena, mi agonía,
me alcanzarán tu bendición, Señor.
Padezca, pues, el corazón amante,
inúndense de llanto mis mejillas:
yo espero en ti ¡gran Dios!, y de rodillas
te adoro y te bendigo en mi dolor.

Soliloquio ante el sagrario

Mientras más me castigas más te amo,
y mientras más me afliges más te quiero,
y mientras más me quitas más espero,
y más y más tu protección reclamo.

Mientras más desolada más te llamo,
aunque te muestres más y más severo,
y aunque sólo por ti de angustia muero,
sólo a tus pies mis lágrimas derramo.

No me ocultes más tiempo tu presencia,
no aumentes con tu enojo mis dolores, 
no dejes sin tu amparo mi existencia,
porque, a pesar de todos los rigores
con que me aflige aquí tu providencia,
Tú eres mi Dios y todos mis amores.


La intercesión de María o las Bodas de Caná

Iban a celebrar sus castas bodas
Dos almas jenerosas i sencillas.
En el tiempo mil veces venturoso
En que Jesus de Nazareth vivia
En medio de los hombres, i pasaba
Sus santas noches i sus santos días
Repartiendo a los pobres pescadores
Que en las orillas de Jordan vivian,
Con su palabra eterna i poderosa,
El benéfico pan de su doctrina.
I con Juan, con Andres i con Felipe,
Con Pedro i Naranael que le seguian,
Vino entonce a Caná de Galilea,
Do a celebrarse aquellas bodas iban
Fue convidado el buen Jesus a ella,
I convidada fue tambien María,
La madre soberana del Dios hombre,
Nuestra Madre carísima i divina;
I aunque tan pura i santa i retirada
Pasaba oculta su modesta vida,
Era dulce i afable i bondadosa,
I siempre grata su virtud hacia:
Por eso fue que con su Santo Hijo
El convite aceptó de una familia,
A quien los dos seguramente amaban
Por sus costumbres puras y sencillas;
I con Jesus se vieron convidados
Los que con él desde el Jordan venian
A esa fiesta feliz cuya memoria
Fija en el mundo siempre quedaria….
Ya celebrado el venturoso enlace,
En que los dos consortes oirian
Sobre ellos pronunciar las bendiciones
Que de Moises el rito precribia,
Despues de recibir esos abrazos
Que la amistad ofrece complacida,
I los dulces i santos parabienes
Que con bondad de paterna i esquisita
El buen Jesus i su amorosa madre
En prenda de su afecto les darian;
El Señor y la Virjen Soberana,
Los esposos felices, su familia,
Los nobles convidados regresaron
A la mansion pacifica i sencilla
En que iban a pasar los dos esposos
Sus inocentes i serenos dias.
En ella preparado el gran banquete,
Las viandas sazonadas i esquisitas
Sirviéronse a la mesa, do se hallaba
La amable i numerosa comitiva.
Allí las bendiciones res[…]ban,
Los aplausos de gozo i alegría.
Las palabras de afecto i de esperanza
I los anuncios de constante dicha.
Mas cuando todo en el festin alegre
La calma i el contento prometia,
Una sombra de pena i de disgusto
Sobre la mesa presentóse esquiva.
Pues los sirvientes vieron que ya el vino
Faltaba para el fin de la comida,
I el afan de los unos a los otros
Con rapidez pasaba, i la fatiga
Iba creciendo en todos, i cada uno
Con pena i con vergüenza repetia
“Les falta vino i evitar no es dable
Que la funcion concluya deslucida!”
La Madre de Jesus, la Santa Virjen
La criatura mas dulce i mas benigna,
Al comprender que les faltaba el vino,
Que empezaba a turbarse la alegria,
Que al hacerse notable aquella falta
Confusos los esposos quedarian;
No pudo soportar que en su presencia
Se encontrasen personas aflijidas,
I trató de ofrecer en el instante
Remedio a la inquietud que padecia.
Por obsequiar tal vez los dos esposos
A la Madre de Dios santa i bendita,
Al lado del Señor llevar hicieron
El distinguido asicuto de María,
Quien conociendo de su dulce hijo
La santidad i la virtud divina,
El poder que encerraba su palabra
I su bondad eterna e infinita;
Volvióse a él con apacible rostro
I con modesta virjinal sonrisa,
I en voz baja le dijo solamente,
“NO TIENEN VINO”! I el Señor la mira
Con semblante sin duda cariñoso,
Para decir despues con voz tranquila,
“Qué nos importa a ti, ni a mí aquesto
Pues no ha llegado mi hora todavía?”
Cual si dijese a su amorosa Madre
¿Por qué te afanas, di, porqué te ajitas?
Deja que pronto llegará el instante
En que yo deba hacer lo que me indicas
I en que conozcan la mision que tengo
Los que al banquete asisten de este dia….
Por eso fue que la Señora entónces
Llamando a los sirvientes les intima,
Que con toda la presteza se dispongan
A ejecutar lo que el Señor les diga.
A poco el buen Jesus so vuelve a ellos,
I les manda llenar seis grandes hidiras,
Que en el salon se llenaban, de agua pura:
Ellos le obedecieron. Cristalina,
El agua rebosaba en todas ellas
I todos en cada una agua veían.
Entonces el Señor dijo a los criados:
Tomad del agua, pues, que en las vasijas
Pusisteis ha un instante; i sin tardanza
Llevadla al Maestresala que la sirva.
Al punto los sirvientes presurosos
Sacaron del licor que revertía,
I al Maestresala lo llevaron luego,
I este al probar la celestial bebida,
Llamó al esposo i lleno de sorpresa,
¿Por qué has dispuesto, dijo, si tenias
Este vino precioso preparado,
Que se sirva hasta el fin de la comida?
Siempre el vino mejor, el mas gustoso
Para el primer servicio se destina.
I tú cuando el banquete se concluye
Es cuando el vino mas gustoso brindas,
Toma esta copa i bebe, que este vino
Te ofrecerá mil años mas de vida,
Yo no he tomado un vino semejante
Al vino que se sirve en este dia….
Tomó, pues, el esposo aquella copa,
Tambien los convidados en seguida
Recibieron las suyas, i al tomarlas
Conocieron la grande maravilla,
Con que el Señor en un instante solo,
En medio de ellos, i a su propia vista,
Acreditaba su poder inmenso
I su bondad i su virtud divina.
La Madre de Jesus, la santa Vírjen,
Mas que todos gozosa i complacida,
Del hijo amado, Santo i jeneroso,
La bondad soberana bendecia,
Con que quiso atender en el instante
La insinuacion tan dulce i tan sencilla
Que supo presentarle ruborosa,
Para verse cual madre obedecida.
Oh! para siempre celebrada sea
La bondad de esta Virjen escojida,
Su maternal cariño, su dulzura,
El solícito afan con que nos mira,
En medio del peligro o de la angustia,
Para darnos consuelos i alegria.
Invoquémosla, pues, en cada hora,
En medio del dolor i la fatiga.
En medio de la paz i de la calma,
En medio del contento i de la dicha;
Saludémosla humildes, fervorosos,
I sin cesar reguémosle que asista
Al lado siempre de su santo Hijo,
A los dulces banquetes de familia,
Para que en ellos el fugaz contento
A la santa virtud jamas despida,
Pues ella debe ser para un cristiano,
Su norma, su blason i su divisa.

Fuente: Espinosa de Rendón, Silveria. (1860). “La intercesión de María o las Bodas de Caná”. El Mosaico, II, N° 48, pp. 377-378.

Toda hermosa eres, ¡Oh María!
i mancha no hai en ti

¡Cómo he buscado yo mil i mil veces
Virjen bendita, poderosa i Santa,
Belleza alguna, que a la tuya excelsa
Se asemejara;
Belleza alguna, en que mis tristes ojos.

Algun destello celestial hallaran,
De tu inocente, candorosa i pura
Dulce mirada!

Mas nada encuentro en el oscuro mundo
Que revelarme, ¡oh dulce Virjen! pueda,
Ese conjunto primoroso i raro,
De tu belleza;
I es porque el mundo en todos sus primores,
Alguna mucha desdichada lleva;
I en tu hermosura se ostentaba el brillo
De tu inocencia.

Que el sol brillante i claro tiene manchas,
I manchas hai en la apacible luna,
I entre las flores los insectos viles
Asilo buscan:
I de la fuente el agua cristalina
Mil veces baja oscurecida i turbia;
I ni una mancha oscureció la gracia
De tu hermosura.

En la belleza material en vano
Buscara yo tu belleza ignota,
La dulce imájen, que en la tierra impura
No está, señora:
Está en las almas puras inocentes
Que por divisa llevan sus coronas,
De embalsamados lirios y violetas
I blancas rosas.

Porque el pudor sobre la blanca frente,
I la humildad sobre los ojos bellos,
I la dulzura en la mirada santa,
Son el reflejo
De la belleza que las almas tienen
En la morada del Señor eterno,
Son las que forman la belleza grande
En este suelo.

Si, i esa fue la cándida hermosura
Que comtempló la tierra enmudecida
Que ensalzan hoi las arpas celestiales,
Virjen bentida:
I el atractivo santo i poderoso,
I la belleza augusta i peregrina
Que hizo que Dios Madre te escojiera
Oh Madre mia!

Ai! pobres ojos, pobre intelijencia,
Que casi nunca a descubrir alcanzan,
En esta tierra miserable oscura
Triste i manchada,
Que de do66 nace el atractivo santo,
De la belleza peregrina i rara.
Es de la fuente de virtud divina
Que hai en el alma!

Madre bendita, si el humilde obsequia
Que hoi te presentan tus amados hijos,
Una mirada de tus santos ojos
Ha merecido:
Has que en Granada se conserve intacta
De las virtudes el tesoro antiguo
I has que tus hijas a ellas solas diesen
Sus atractivos.

Fuente: Espinosa de Rendón, Silveria. (1860). “Toda hermosa eres, ¡oh María!”. El Mosaico, II, N° 48, pp. 378-379.

Adioses

A mi querida i respetable amiga, la señora
MARIA JOSEFA MALLARINO DE HOLGUIN,
EN SU REGRESO A CALI.

Todo debajo de ese sol brillante
Que a la tierra engalana i embellece,
Todo pasa por fin, todo perece,
I todo cambia i muda sin cesar;
I por eso al placer de tu llegada,
Se sucede, mi amiga bien amada,

De este adios al pesar.
Por un campo pasé i en él las mieses
Ostentaban su gala i su frescura,
Volví a pasar i ya la tierra oscura
Cubierta hallé de estéril palidez;
Ai! Así aparejaba tu venida
La pena de esta triste despedida!

Adios! aún otra vez!
Yo ví un jardin donde crecían lozanas
Las mas hermosa i brillantes flores;
Vinieron del invierno los rigores
I de maleza se llenó el jardin:
Todo se cambia así, mi dulce amiga,
I por eso es preciso que te diga
Adios! Adios por fin!

S. E DE R., 1858

Fuente: Espinosa de Rendón, Silveria. (1864). “Adioses”. El Mosaico, III, N° 12, pp. 72.

¡No los olvidemos!

De pesos estamos en la oscura tierra
Mañana nos iremos,
Como se han ido tántos
Ay! de los nuestros!
Se escuchan de plegaria lastimera
Los dolorosos écos,
Eso es para decirnos
Se acaba el tiempo!

Hoy mas de diez sentado á la mesa
En nuestro hogar nos faltan,
Guardemos su memoria,
Memoria cara!
Y elevemos al cielo cada dia
Una ardiente plegaria
Por los que ántes mil muestras
De amor nos daban!

Los antiguos dejaban enlutado
El asiento querido —
Del padre, de la madre
Y del amigo.
Y su plato, colmado de manjare
Sabrosos y exquisitos,
Era el plato del pobre
Y el huerfanito.

El luto que guardaba nuestros padres
Era tan noble y digno!
Y el muerto, no era muerto
Dado al olvido!
La ingratitud esquiva y desdeñosa
De nuestro duro siglo,
No reinaba en las almas
De los antiguos.

Para ellos los finados no eran muertos:
En polvo convertidos,
Eran tan solo ausentes,
Padres y amigos,
Y hallarlos esperaban en el cielo
Para vivir unidos,
Sin penas, sin temores
Y sin martirios.

Y por ellos oraban fervorosos
A tarde y á mañana,
Y por ellos limosnas
Multiplicaban:
Y en su comercio santo con los muertos,
Aun para sí alcanzaban
Riqueza de virtudes
Y de esperanzas.

Oh! si nosotros fuéramos ahora
Como entónce eran ellos,
No fuera tan amargo
Nuestro destierro!
Usos consoladores y benditos
De los pasados tiempos!...
Al ménos los cristianos
Volvamos á ellos!

Fuente: Espinosa de Rendón, Silveria. (1878). “¡No los olvidemos!”. La Mujer, I, N°7, p. 159.

Despedida

A la señorita J. R. de La B.
en su regreso á Francia en 1858 (Inédita)

Dichosa el ave que á su nido vuelve
Despues que cruza el proceloso mar,
Que ella no ignora cuánto precio tiene
De su pradera la constante paz!
Ya combatida és la negra tempestad;
Oyó mugir el prolongado trueno
Y ha visto al rayo del cenit bajar.

Bebió del mar el agua siempre amarga,
Y sollozando la tornó á beber,
Y suspiró por la vertiente clara
Que tantas veces apagó su sed.
Porque ¡ay! del mar las altaneras ondas
Están mezcladas de salobre hiel.
Pero feliz la cándida paloma
Que a su prado y su fuente torna á ver.

Tú cual esa avecilla, tú dejaste,
Tu pobre celda y tu bendito altar.
Mas no llores Justina, Dios es grande,
Y tu santa mision llenaste ya.
Vuelva á tu patria y á tu dulce albergue,
Y cuando léjos brame el huracan
Piensa, Justina, en mí, que tántas veces
Quise tu pena y tu dolor calmar.

Recuerda cuántas otras de tu patria
Hablamos con ternura y con placer,
Y suspiramos por la paz del alma,
Por la virtud, incomparable bien!
Adios! Justina, Adios! La vida es corta,
¿Qué nos importa, pues, el padecer?.....
Entre tanto recuerda cariñosa
Que una amistad te ofrezco, siempre fiel.


Fuente: Espinosa de Rendón, Silveria. (1879). “Despedida a la señorita J.R. de la B. en su regreso á Francia en 1858”. La Mujer, I, N°10, p. 228

Una flor para el album de María

Dónde encontrar podré, Madre querida,
Alguna flor tan bella y delicada,
Tan pura, tan hermosa y perfumada
Que merezca llegar hasta tus piés?
Que las flores terrenas tienen manchas,
Si se ven á tu lado, Virgen pura,
El aroma les falta y la frescura;
Y digna de tu altar ninguna es!

¡Oh! quién supiera en el jardin del alma
Sembrar, oh dulce Madre, hermosas flores,
Que con su grato aroma y sus colores
Presentarte pudiera el corazon!
Porque entónces la cándida violeta
De la santa humildad yo te llevara,
Y una mirada tuya ella alcanzara,
Llena de complacencia y dileccion.

Que fué tánto, Señora, lo que amaste
Esa flor olvidada acá en el suelo,
Que en tu corona espléndida en el cielo
Los ángeles de Dios la ven brillar;
Y cuando hallas una alma desterrada
Que la cultiva con afan ardiente,
Por ella tierno amor tu pecho siente,
Y tus ojos la miran sin cesar.

Ay! enséñame pues, oh Madre mia,
A cultivar las flores más hermosas,
Las violetas, los lirios y las rosas
Que tienen para ti tanto valor!
Dichosa yo mil veces, si las siembro
Y las miro crecer cada mañana,
Y llevo ante tu altar mi Soberana,
La humildad, la pureza y el amor!

Torna tus ojos, pues, Virgen amada,
Hacia el campo infeliz del alma mía,
Y ayúdame á arrancar la zarza impia
Y los cardos y espinas que él brotó!
Ayúdame á sembrar tus santas flores,
Y al tornar la risueña primavera,
Tal vez por dicha encontraré siquiera
Una violeta que ofrecerte yo!


Fuente: Espinosa de Rendón, Silveria. (1880). “Una flor para el álbum de Maria”. La Mujer, III, N°36, p. 277.

A una niña
en su primera comunión

Uno en pos de otro rápido pasaron
Los años de tu infancia placentera,
Y hoy brilla en fin el más hermoso dia
De los que has visto, niña, en tu existencia.
Ese vestido blanco y ese velo,
Y esa guirnalda que en tu frente llevas,
Vendrán á recordarte á cada instante
Que has recibido la divina prenda
Del infinito amor de un Dios, que quiso
Quedarse por tu bien acá en la tierra.
Pura está tu alma, ¡oh niña! en este dia,
A los ojos de Dios amable y bella,
Y limpio el corazon donde reposa
Del mismo Dios la Majestad Suprema!
¡Tú no comprendes hoy, y en este mundo
Nunca comprenderás, cuánta riquza,
Cuánta beldad y cuán inmensa dicha,
Lleva consigo el alma que se acerca,
Libre de manchas, á la augusta fuente
De gracia, de salud y vida eterna!!
Dios ha bajado á tu dichosa álma,
Y le ha ofrecido la eternal diadema;
Y el velo, y la alba túnica que vistes,
Simbolizan la gracia y la pureza,
Que reciben las almas candorosas
Cuando el convite de su Dios aceptan.
¡Dichosa tú, si las conservas siempre
Como los dones de la santa diesta
Del Eterno Señor, que se ha dignado
Venir á tu álma por la vez primera!
¡Dichosa tú, si de hoy en adelante
Te conservas tan pura y tan modesta,
Como el hermoso lirio de los campos,
Como la humilde y tímida violeta!...
Ya sean cortos los años de tu vida,
O ya el cielo prolongue tu existencia,
Nunca te olvides, niña, de este dia
En que de nuevo tu existir empieza!
¡Guarda los dones que el Señor te ha dado,
Guárdalos, sí, con vigilancia extrema,
Porque ellos y sólo ellos pueden darte
Gloria y honor, y dicha verdadera!
Y porque de ellos el Señor Eterno
Ha de pedirte muy estrecha cuenta,
Y ¡ay del alma que ingrata los desprecia!
Pide al Señor las fuerzas y la gracia
Que necesitas en tan árdua empresa,
Y á pedírselas torna cada dia,
Con nuevo empeño y con instancia nueva.
Y tambien pide á la Divina Virgen,
A la Madre de Dios, santa y excelsa,
Que te sirva de amparo y de modelo,
Y tu pudor conserve, y tu modestia.
Y cuando ya al traves de largos años
Estas líneas acaso otra vez leas,
Pregúntate á ti misma si has cumplido
Los votos que hoy has hecho y tus promesas.
Vuelve á buscar la túnica que hoy vistes,
Y el velo con que cubres tu cabeza,
Y la guirnalda de lucientes flores
Que hoy has llevado á la Divina Fiesta;
Y si has llenado todos tus deberes,
Y si libre de manchas te conservas,
Bendice la bondad del Dios del cielo,
Su inagotable amor y su terneza,
Y ofrécele vivir como cristiana
Hasta llegar á su eternal presencia.


Fuente: Espinosa de Rendón, Silveria. (1880). “A una niña en su primera comunion”. La Mujer, IV, N°41, p. 111.

A la memoria de mi querida amiga
Señora doña Concepción París Santamaría

Como vive escondida la violeta
Bajo sus anchas y extendidas hojas,
Así viven ocultas en el mundo
Mil almas dignas, nobles y piadosas;
Y así como la humilde florecilla
No sabe regalar su grato aroma,
Sino al que llega cerca y la contempla
Tan llena de modestia y tan hermosa,
Así de tus virtudes, dulce amiga,
Encubierta tuviste la altura gloria,
Encubierta á los ojos mundanales;
Mas no á los ojos que dolientes lloran;
No á quien supo estimar cuanto es debido
Esa reserva noble, encantadora,
Que esquiva los aplausos escondiendo
Los pensamientos y las buenas obras:
Esa beneficencia dulce, ardiente
Y para hacer el bien humilde y pronta,
Ya buscando á los pobres en su albergue,
Ya consolando a los que tristes lloran
Ya defendiendo al mísero acusado
Con voluntad sincera y generosa,
Ya brindando socorros al enfermo,
Al niño abandonado, á la matrona;
Y siempre reservada, siempre humilde
Y modesta, prudente y silenciosa.

Tal fué tu vida, Concepcion amada,
Que si naciste entre brillante pompa,
Y si fuiste tan bella entre las bellas,
Fuiesta buena y cristiana, aun más que hermosa.

Hoy he querido levantar la punta
Del velo que ocultara hora por hora
Tántas, tántas virtudes escondidas;
Tántas, tántas acciones generosas.

Que tu modestia suma no repugne
Lo que revela el corazon ahora,
Que no es sólo mi afecto inextinguible
Y mi amistad sincera y amorosa,
Las que ofrendar me piden un tributo
De cariño y honor á tu memoria.
Es la patria tambien, mi buena amiga,
Quien me pide no queden entre sombras,
Las virtudes cristianas y civiles,
Que sus hijas le ofrecen por corona.

Fuente: Espinosa de Rendón, Silveria. (1881). “A la memoria de mi querida amiga señora Doña Concepcion Paris Santamaría”.  La Mujer, V, N°57, pp. 208-209.

Biografía

 Lágrimas y recuerdos (1850), Bogotá: Imprenta Espinosa.
Pesares i consuelos en el destierro de nuestro dignísimo prelado Sr. D. Manuel J. de Mosquera (1852) Bogotá: Imprenta de Espinosa.
En la cartera de una amiga, (1856) El Álbum: periódico literario, científico i noticioso 3 (8 junio): 25-26.
Himno al restablecimiento del Seminario Conciliar de la Arquidiócesis de Santafé de Bogotá, (1856) 
El catolicismo 4.190 (18 enero): 38


¡Libertad... para pensar!

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