Olga Orozco (1920 - 1999)

Olga Orozco,Escritoras Argentinas,Derechos reservados,

                                                      Olga Orozco, escritora argentina 

 
Biografía:

Olga Orozco nació el 17 de marzo de 1920 en Toay, La Pampa, Argentina, y falleció el 15 de agosto de 1999 en Buenos Aires. Desde joven mostró interés por la literatura y la poesía. Comenzó a escribir poesía durante su adolescencia, pero no publicó su primer libro hasta más tarde en su vida.

Durante su carrera, trabajó como maestra y periodista, lo que le permitió desarrollar una sensibilidad especial hacia las palabras y los sentimientos humanos. A lo largo de su vida, enfrentó numerosos desafíos personales y políticos, incluyendo la pérdida de seres queridos y la represión durante la dictadura militar en Argentina.

Obra:

La obra poética de Olga Orozco se caracteriza por su estilo lírico, misterioso y metafísico. Sus poemas exploran temas profundos como la existencia, el tiempo, la memoria y la identidad. Algunas de sus obras más destacadas incluyen:
  1. "Los juegos peligrosos" (1956) - Su primer libro de poesía, que estableció su reputación como una voz poética importante en Argentina.
  2. "Museo salvaje" (1974) - Considerado uno de sus libros más importantes, en el que profundiza en temas como la muerte y la memoria.
  3. "Cantos a Berenice" (1982) - Un homenaje a su hija fallecida, en el que Orozco explora el dolor y la pérdida desde una perspectiva personal y universal.
  4. "La noche a la deriva" (1984) - Una colección de poemas que reflejan la preocupación de Orozco por la condición humana y el destino.
Reconocimientos:
  • A lo largo de su carrera, Olga Orozco recibió numerosos premios y reconocimientos, tanto en Argentina como en el extranjero, por su contribución a la literatura.
  • En 1993, recibió el Premio Nacional de Poesía en Argentina por el conjunto de su obra.
  • Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y ha sido objeto de estudio en universidades de todo el mundo.
  • Es considerada una de las voces más importantes de la poesía argentina del siglo XX y su legado continúa siendo relevante en la literatura contemporánea.

Del libro Desde lejos (1946)

La casa

Temible y aguardada como la muerte misma
se levanta la casa.
No será necesario que llamemos con todas nuestras
lágrimas.
Nada. Ni el sueño, ni siquiera la lámpara.

Porque día tras día
aquellos que vivieron en nosotros un llanto contenido
hasta palidecer
han partido,
y su leve ademán ha despertado una edad sepultada,
todo el amor de las antiguas cosas a las que acaso
dimos, sin saberlo,
la duración exacta de la vida.

Ellos nos llaman hoy desde su amante sombra,
reclinados en las altas ventanas
como en un despertar que sólo aguarda la señal convenida
para restituir cada mirada a su propio destino;
y a través de las ramas soñolientas el primer huésped
de la memoria nos saluda:
el pájaro del amanecer que entreabre con su canto las
lentísimas puertas
como a un arco del aire por el que penetramos a un
clima diferente.

Ven. Vamos a recobrar ese paciente imperio de la dicha
lo mismo que a un disperso jardín que el viento recupera.
Contemplemos aún los claros aposentos,
las pálidas guirnaldas que mecieron una noche estival,
las aéreas cortinas girando todavía en el halo de la luz
como las mariposas de la lejanía,
nuestra imagen fugaz
detenida por siempre en los espejos de implacable
destierro,
las flores que murieron por sí solas para rememorar el
fulgor inmortal de la melancolía,
y también las estatuas que despertó, sin duda a nuestro
paso,
ese rumor tan dulce de la hierba;
y perfumes, colores y sonidos en que reconocemos un
instante del mundo;
y allá, tan sólo el viento sedoso y envolvente
de un día sin vivir que abandonamos, dormidos sobre
el aire.

Nadie pudo ver nunca la incesante morada
donde todo repite nuestros nombres más allá de
la tierra.
Mas nosotros sabemos que ella existe, como nosotros
mismos,
por el sólo deseo de volver a vivir, entre el afán del
polvo y la tristeza,
aquello que quisimos.

Nosotros lo sabemos porque a través del resplandor
nocturno
el porvenir se alzó como una nube del último recinto,
el oculto, el vedado,
con nuestra sombra eterna entre la sombra.
Acaso lo sabían ya nuestros corazones.

La abuela

Ella mira pasar desde su lejanía las vanas estaciones,
el ademán ligero que con idénticos días se despiden
dejando sólo el eco, el rumor de otros días apagados
bajo la gran marea de su corazón.

De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos
gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven
como a un sueño
cuando ella interroga con sus manos el apacible polvo
de las cosas
que antaño recobrara de un larguísimo olvido.
Sí. Ese siempre tan lejos como nunca,
esa memoria apenas alcanzada, en un último esfuerzo,
por la costumbre de la piel o por la enorme sabiduría
de la sangre.

Ella recorre aún la sombra de su vida,
el afán de otro tiempo, la imposible desdicha soportada;
y regresa otra vez,
otra vez todavía, desde el fondo de las profundas ruinas,
a su tierna paciencia, al cuerpo insostenible, a su vejez,
igual que a un aposento donde sólo resuenan las
pisadas de los antiguos huéspedes
que aguardan, en la noche, el último llamado de
la tierra entreabierta.

Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su
rostro.

Del libro Las muertes (1952)

Las muertes

He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará
la lluvia,
lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso
de la piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz
de alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los
infames lechos vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida
gota de salmuera.
Esa y no cualquier otra.
Esa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros
de nuestra vida.

Olga Orozco

Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que
muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas
fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios
y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en
el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que
otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado
amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que
no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se
buscaba en mí igual que en un espejo de sonrientes
praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este
mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el
orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz
ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante
tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más
oscura que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo
y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes
del primer aposento”.

Del libro Los Juegos Peligrosos (1962)

La cartomancia

Oye ladrar los perros que indagan el linaje de las sombras,
óyelos desgarrar la tela del presagio.
Escucha. Alguien avanza
y las maderas crujen debajo de tus pies como si
huyeras sin cesar y sin cesar llegaras.
Tú sellaste las puertas con tu nombre inscrito en
las cenizas de ayer y de mañana.
Pero alguien ha llegado.
Y otros rostros te soplan el rostro en los espejos
donde ya no eres más que una bujía desgarrada,
una luna invadida debajo de las aguas por triunfos
y combates,
por helechos.
Aquí está lo que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que
puede venir.
Siete respuestas tienes para siete preguntas.
Lo atestigua tu carta que es el signo del Mundo:
a tu derecha el Ángel,
a tu izquierda el Demonio.
¿Quién llama?, ¿pero quién llama desde tu nacimiento
hasta tu muerte
con una llave rota, con un anillo que hace años fue
enterrado?
¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como una
bandada de aves?
Las Estrellas alumbran el cielo del enigma.
Mas lo que quieres ver no puede ser mirado cara a cara
porque su luz es de otro reino.
Y aún no es hora. Y habrá tiempo.
Vale más descifrar el nombre de quien entra.
Su carta es la del Loco, con su paciente red de cazar
mariposas.

Es el huésped de siempre.
Es el alucinado Emperador del mundo que te habita.
No preguntes quién es. Tú lo conoces
porque tú lo has buscado bajo todas las piedras
y en todos los abismos
y habéis velado juntos el puro advenimiento del milagro:
un poema en que todo fuera ese todo y tú
—algo más que ese todo—.
Pero nada ha llegado.
Nada que fuera más que estos mismos estériles vocablos.
Y acaso sea tarde.

Veamos quién se sienta.
La que está envuelta en lienzos y grazna mientras hila
deshilando tu sábana
tiene por corazón la mariposa negra.
Pero tu vida es larga y su acorde se quebrará muy
lejos.
Lo leo en las arenas de la Luna donde está escrito
el viaje,
donde está dibujada la casa en que te hundes como
una estría pálida
en la noche tejida con grandes telarañas por tu Muerte
hilandera.
Mas cuídate del agua, del amor y del fuego.

Cuídate del amor que es quien se queda.
Para hoy, para mañana, para después de mañana.
Cuídate porque brilla con un brillo de lágrimas y
espadas.
Su gloria es la del Sol, tanto como sus furias y su
orgullo.
Pero jamás conocerás la paz,
porque tu Fuerza es fuerza de tormentas y la
Templanza llora de cara contra el muro.
No dormirás del lado de la dicha,
porque en todos tus pasos hay un borde de luto
que presagia el crimen o el adiós,
y el Ahorcado me anuncia la pavorosa noche que te
fue destinada.

¿Quieres saber quién te ama?
El que sale a mi encuentro viene desde tu propio corazón.
Brillan sobre su rostro las máscaras de arcilla y corre
bajo su piel la palidez de todo solitario.
Vino para vivir en una sola vida un cortejo de vidas y
de muertes.
Vino para aprender los caballos, los árboles, las piedras,
y se quedó llorando sobre cada vergüenza.
Tú levantaste el muro que lo ampara, pero fue sin
querer la Torre que lo encierra:
una prisión de seda donde el amor hace sonar sus
llaves de insobornable carcelero.
En tanto el Carro aguarda la señal de partir:
la aparición del día vestido de Ermitaño.
Pero no es tiempo aún de convertir la sangre en piedra
de memoria.
Aún estáis tendidos en la constelación de los Amantes,
ese río de fuego que pasa devorando la cintura del
tiempo que os devora,
y me atrevo a decir que ambos pertenecéis a una raza de
náufragos que se hunden sin salvación y sin consuelo.

Cúbrete ahora con la coraza del poder o del perdón,
como si no temieras,
porque voy a mostrarte quién te odia.
¿No escuchas ya batir su corazón como un ala sombría?
¿No la miras conmigo llegar con un puñal de escarcha
a tu costado?
Ella, la Emperatriz de tus moradas rotas,
la que funde tu imagen en la cera para los sacrificios,
la que sepulta la torcaza en tinieblas para entenebrecer
el aire de tu casa,
la que traba tus pasos con ramas de árbol muerto, con
uñas en menguante, con palabras.
No fue siempre la misma, pero quienquiera que sea es ella
misma, pues su poder no es otro que el ser otra que tú.
Tal es su sortilegio.
Y aunque el Cubiletero haga rodar los dados sobre la
mesa del destino,
y tu enemiga anude por tres veces tu nombre en el
cáñamo adverso,
hay por lo menos cinco que sabemos que la partida es
vana,
que su triunfo no es triunfo
sino tan sólo un cetro de infortunio que le confiere el
Rey deshabitado,
un osario de sueños donde vaga el fantasma del amor
que no muere.

Vas a quedarte a oscuras, vas a quedarte a solas.
Vas a quedarte en la intemperie de tu pecho para que
hiera quien te mata.
No invoques la Justicia. En su trono desierto se asiló
la serpiente.
No trates de encontrar tu talismán de huesos de pescado,
porque es mucha la noche y muchos tus verdugos.
Su púrpura ha enturbiado tus umbrales desde
el amanecer
y han marcado en tu puerta los tres signos aciagos
con espadas, con oros y con bastos.
Dentro de un círculo de espadas te encerró la crueldad.
Con dos discos de oro te aniquiló el engaño de
párpados de escamas.
La violencia trazó con su vara de bastos un relámpago
azul en tu garganta.
Y entre todos tendieron para ti la estera de las ascuas.

He aquí que los Reyes han llegado.
Vienen para cumplir la profecía.
Vienen para habitar las tres sombras de muerte que
escoltarán tu muerte
hasta que cese de girar la Rueda del Destino.


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