Mónica Viviana Mora (1984)


 

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La bandera de Colombia

 
          Hoy, Laura, es un día inolvidable en nuestra saliva. Las calles están colmadas de hombres cansados de las escaleras quebradas, la tierra árida, el animal muerto de la violencia.

          Marcho con los pies firmes, con las sílabas ardientes y sin las máscaras del miedo detrás de la espalda.

          No tiemblan las manos que agitan la bandera desconocida. Llevan el pecho limpio para recibir las orquídeas frescas de la esperanza.

          ¿Dónde está la patria agujereada que mata semillas inocentes?

          ¿Dónde está el país que es más nuestro en la distancia?

          ¿Dónde están los difuntos con la garganta llena de amapolas calcinadas?

          Por las plazas de la ciudad van mis abuelos cargando los pañuelos de la historia, en lengua quechua cantan ritos para elevar nuestro coraje y de la cordillera bajan los campesinos con su sol a cuestas.

          Te entrego mi bandera sucia y raída, Laura, para lavarla con nuestras palabras.

          La bandera de Colombia no tiene patria.

 

Difunto con sombrero


He orado por ti.

Casi no sé orar.

Alberto Vélez Otálvaro


          Kamal no ha pronunciado palabra desde que su padre abandonó sus pasos en la cordillera.

            Guarda la última mirada del señor Alan, cuando su caracol dejó de oír la corriente y sus yemas de acariciar un gato amarillo.

            Con sus dos hermanos lo llevaron sobre los hombros, caminaron dos kilómetros cuesta arriba en busca de alivio para su partida.

            Vivía solo, saludaba al limonero antes de bajar al río y cosechaba los aguacates más cremosos y grandes que mi boca probó.

            Los parientes que visitaron su cuerpo callado dibujaron precipicios en su rostro. Lo velaron en su propia casa y le ofrendaron azúcar, arroz y gallinas en ollas de barro.

            La mejor forma de orar, decían, era cantando. Los requintos y las voces campesinas desfilaron con trajes negros.

El café alentaba a los dolientes y las lágrimas corrían por las cucharas.

            Kamal levantó la cajita del tiempo y deslizó un sobre con rayas azules y rojas. Un sombrero y una carta eran todo su tesoro. Yo lo vi, en medio de las ceremonias del dolor, como el difunto abrazó las palabras.

Nota

Los poemas presentados en esta entrada hacen parte del libro Geografía de los amantes del Sur (2020), publicado por Abisina Editorial. 

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