Laura Victoria Valencia Rentería (1950)
El asiento del alma
Quién dice que el recuerdo no perdura.
Quién dice que el pasado no es el guía.
Quién sabe en qué lugar del pensamiento
anida la memoria de otras vidas.
Ya los barcos no surcan los mares
como antaño, cargados de esclavos.
Ya no hiere mi cuerpo,
el látigo de tu ignorancia, pero aún…
retumban en mi cabeza los quejidos…
¡Ay Diosss…!
¡Ay Señorrr…!
¡Apiádate de mí!
¡A dónde voy!… ¡Dónde me llevan!
Y… el crujir de maderas.
Y… el ruido de cadenas que no cesa.
Aún oigo mientras dormito
el chirrear de mi puerta
cuando siendo una niña todavía…
Y… ese llanto.
Y… esa súplica ¡amo nooo!
Para después… el silencio y… esa rabia contenida
que se quedó en el alma adormecida.
Quién sabe cuántas vidas he de vivir aún
y… a cuántos mas perturbará
este pasado de mis antepasados,
de sus antepasados,
antes de que… ¡por fin!, venga el olvido
y se asiente en el alma.
Al cauce del río Atrato
Toda la sed de África,
la apagarías tú, si es que estuvieras cerca.
Toda el hambre de los niños africanos,
la calmarían los peces
que nadan a sus anchas en tus aguas cristalinas,
tibias y sin embargo…
cierta y tristemente indiferentes a su suerte.
Las angustias de las madres negras
del continente hermano,
las apaciguarían irremisiblemente las canoas
que por el sereno caudal de tu torrente,
bajan repletas del manjar de la tierra que tu bañas.
De una tierra generosa y al mismo tiempo extraña.
Mientras sus bogas…
con sus voces roncas, rudas y calludas,
al son del canalete cantan
la melódica trova del regreso hacia una patria
que solo está en sus pensamientos.
África llora a sus hijos extraviados.
Hijos de sus entrañas cruelmente desgajados
sin haberle dado tiempo a amamantarlos.
África clama de sed y se nos va en silencio.
¡Por qué tuviste que nacer tan lejos!
Si desde donde corres,
no alcanzas a divisar la angustia
de tus hermanos africanos,
negros como tú, de recias manos,
de anchas narices y de gruesos labios.
Déjate ya de llantos y tormentos.
Deja de ahogar tus penas en lamentos.
Las redenciones que en tus cantos clamas
pasan de largo sin parar en puerto.
Te miro altivo y a la vez sereno,
romper la selva de la tierra donde moras
por caprichoso azar del universo, sabedora,
que estás en el lugar equivocado.
Mientras… África agonizante
invoca en un último conjuro
el retorno de sus hijos por el mundo esparcidos.
Yo te conmino…
Reconduce tu cauce, río Atrato,
vuelve al lugar donde debiste haber nacido.
Llévame a lomo de tus aguas a la tierra del hechizo
porque a ti, como a mí,
en un tiempo más allá del que vivimos
un duende blanco nos equivocó el camino.
Despídeme del mar
Dales con mis recuerdos
mi adiós a las gaviotas.
A esas que vimos juntos
y que ya no nos verán.
A las que seguían tu barco aquella tarde,
en busca de migajas de pan.
«¿Qué voy a decirles?» preguntaste.
Diles… que he muerto o
que me fui lejos de aquí.
¡Yo que sé! Arréglatelas tú.
A mí no me preguntes esas cosas.
No te compliques amor,
que son solo unas gaviotas.
Y… si no es mucha molestia,
ya que te queda de paso,
despídeme de las olas
y dale mi adiós al mar.
Engañando a la muer te
kikumbuko w mzaa yangu.
Que sí… Que sí.
Que acabó la vida.
Que no… Que no.
Que todo era mentira.
Que sigue tu presencia rondando mi existencia.
Que sigue tu cariño floreciendo en mis días.
No creas que la tierra donde sembraste un día
el amor que me diste… se ha quedado baldía.
No creas que te fuiste dejándome vacía,
pues queda en mí tu aliento
que apuntala el recuerdo de las horas vividas.
¡Oh… muerte caprichosa!
¡Oh… suerte maldecida!
¡Oh… dolor que no cesa!
¡Oh… ilusiones perdidas!
Quién pudiera, Señora, devolverte la vida,
retomar el sendero que dejamos un día.
Que fueras como entonces mis ojos y mi guía,
en la marcha tortuosa de esta existencia mía.
Bibliografía
Cuesta, Giomar y Ocampo, Alfredo. (2010) Antología de mujeres poetas afrocolombianas. Bogotá, Colombia: Ministerio de Cultura.
Libertad... para pensar!
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