Nancy Morejón (1944)
Biografía
Nancy Morejón Hernández es una figura indispensable en la literatura contemporánea de Cuba, destacándose como poeta, ensayista, periodista, crítica literaria y teatral, así como traductora. Nació en La Habana el 7 de agosto de 1944, creciendo en el seno de una familia obrera en la popular calle de Manrique. Se graduó en Lengua y Literatura Francesas por la Universidad de La Habana en 1966, presentando una tesis sobre el poeta martiniqueño Aimée Cesaire.
Negro
Tu pelo, para algunos,
era diablura del infierno;
pero el zunzún allí
puso su nido, sin reparos,
cuando pendías en lo alto del
horcón,
frente al palacio de los
capitanes.
Dijeron, sí, que el polvo del camino
te hizo infiel y violáceo,
como esas flores invernales
del trópico, siempre
tan asombrosas y arrogantes.
Ya moribundo,
sospechan que tu sonrisa era
salobre
y tu musgo impalpable para el
encuentro del amor.
Otros afirman que tus palos de
monte
nos trajeron ese daño sombrío
que no nos deja relucir ante
Europa
y que nos lanza, en la vorágine
ritual,
a ese ritmo imposible
de los tambores innombrables.
Nosotros amaremos por siempre
tus huellas y tu ánimo de bronce
porque has traído esa luz viva
del pasado fluyente,
ese dolor de haber entrado
limpio a la batalla,
ese afecto sencillo por las
campanas y los ríos,
ese rumor de aliento libre en
primavera
que corre al mar para volver
y volver a partir.
Funda de bambula
Mi cabeza sobre una funda de
bambula,
otra vez,
mientras vuelven los lagos en su
brillo
y las jirafas cruzando
un mundo abandonado entre
lanzas
y montes tupidos.
Como antaño, vuelven los
mercaderes
con sus escudos de hojas
muertas
dando alaridos y golpeando,
empujando a mujeres y niños,
a los mejores hombres del sur
y de las costas
hacia sus barcos sin regreso.
La luz del horizonte está
cayendo
sobra la funda de bambula y de
hiel.
Veo la isla de Gorée en la palma
de mi mano,
la boca de sus fauces vomitando
negras criaturas
como la noche de la primera
cacería.
Una funda de bambula, otra
vez.
¿Será mejor salir huyendo de
esta geografía
de otro mundo?
¿Será mejor virar la cabeza
hacia otra parte
y secar las dos lágrimas que
ahora navegan
entre las aguas del río Zambeze?
Mis ojos dibujaron un paisaje
lunar sobre los lagos.
Mississipi
A la memoria de Nicolás Guillén
La serpiente de agua repta y se mece.
Con su cuerpo de hamaca,
bamboleándose.
Carabelas, fantasmas, pieles
quemadas
van dibujados sobre las hojas de
los sauces.
La serpiente de agua
junto a los sauces.
La serpiente de agua.
La serpiente de agua va alzando su
cabeza
con una lengua bípeda y milenaria.
Un pedazo de lengua cae en el Golfo.
El otro, devorando cientos de barcas.
La serpiente de agua
entre los sauces,
la serpiente de agua.
La serpiente de agua crece y avanza
y va abriendo sus fauces:
impenitentes, pálidas, voraces:
sus anillos dorados, su vaivén
implacable.
La serpiente de agua,
junto a los sauces.
La serpiente de agua.
Madre
Mi madre no tuvo jardín
sino islas acantiladas
flotando, bajo el sol,
en sus corales delicados.
No hubo una rama limpia
en su pupila sino muchos garrotes.
Qué tiempo aquel cuando corría, descalza,
sobre la cal de los orfelinatos
y no sabía reír
y no podía siquiera mirar el horizonte.
Ella no tuvo el aposento de marfil,
ni la sala de mimbre,
ni el vitral silencioso del trópico.
Mi madre tuvo el canto y el pañuelo
para acunar la fe de mis entrañas,
para alzar su cabeza de reina desoída
y dejarnos sus manos, como piedras preciosas,
frente a los restos fríos del enemigo.
El tambor
Mi cuerpo convoca la llama.
Mi cuerpo convoca los humos.
Mi cuerpo en el desastre
como un pájaro blando.
Mi cuerpo como islas.
Mi cuerpo junto a las catedrales.
Mi cuerpo en el coral.
Aires los de mi bruma.
Fuego sobre mis aguas.
Aguas irreversibles
en los azules de la tierra.
Mi cuerpo en plenilunio.
Mi cuerpo como las codornices.
Mi cuerpo en una pluma.
Mi cuerpo al sacrificio.
Mi cuerpo en la penumbra.
Mi cuerpo en claridad.
Mi cuerpo ingrávido en la luz
Vuestra, libre, en el arco.
Elogio de Nieves Fresneda
Como un pez volador: Nieves Fresneda.
Olas de mar, galeotes,
Azules pétalos de algas
Cubren sus días y sus horas,
renaciendo a sus pies.
Un rumor de Benín
La trajo al fondo de estatierra.
Allí están
sus culebras,
sus círculos,
sus cauris,
sus sayas,
sus pies,
buscando la manigua,
abriendo rutas desconocidas
hacia Olókun.
Sus pies marítimos,
al fin,
troncos de sal,
perpetuos pies de Nieves,
alzados como lunas para Yemayá.
Y en el espacio,
luego,
entre la espuma,
Nieves
girando sobre el mar,
Nieves
por entre el canto
inmemorial del sueño,
Nieves
en los mares de Cuba,
Nieves.
Mujer negra
Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar.
La noche, no puedo recordarla.
Ni el mismo océano podría recordarla.
Pero no olvido al primer alcatraz que divisé.
Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales.
Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral.
Me dejaron aquí y aquí he vivido.
Y porque trabajé como una bestia,
aquí volví a nacer.
A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir.
Me rebelé.
Su Merced me compró en una plaza.
Bordé la casaca de Su Merced y un hijo macho le parí.
Mi hijo no tuvo nombre.
Y Su Merced, murió a manos de un impecable lord inglés.
Anduve.
Esta es la tierra donde padecí bocabajos y azotes.
Bogué a lo largo de todos sus ríos.
Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí.
Por casa tuve un barracón.
Yo misma traje piedras para edificarlo,
pero canté al natural compás de los pájaros nacionales.
Me sublevé.
En esta misma tierra toqué la sangre húmeda
y los huesos podridos de muchos otros,
traídos a ella, o no, igual que yo.
Ya nunca más imaginé el camino a Guinea.
¿Era a Guinea? ¿A Benín? ¿Era a Madagascar? ¿O a Cabo Verde?
Trabajé mucho más.
Fundé mejor mi canto milenario y mi esperanza.
Aquí construí mi mundo.
Me fui al monte.
Mi real independencia fue el palenque
y cabalgué entre las tropas de Maceo.
Sólo un siglo más tarde,
junto a mis descendientes,
desde una azul montaña,
ajé de la Sierra
para acabar con capitales y usureros,
con generales y burgueses.
Ahora soy: sólo hoy tenemos y creamos.
Nada nos es ajeno.
Nuestra la tierra.
Nuestros el mar y el cielo.
Nuestras la magia y la quimera.
Iguales míos, aquí los veo bailar
alrededor del árbol que plantamos para el comunismo.
Su pródiga madera ya resuena.
Un eco de un eco
Nada más que una marimba,
un guasá, un bombo
y la astilla de un grito
para poner el cielo
al nivel de mis pies.
Sube un temblor
asentado
en la raíz misma
de mi ancestro.
Una rosa
Los ojos de Abel Santamaría
están en el jardín.
Mi hermano duerme bajo las semillas.
Santiago alumbra
las frescura del tiempo
que nos tocó vivir.
Un niño baila
el dulce aire de julio
en la montaña.
Alguien escucha su canción
bajo el estruendo puro
de una rosa.
Lianas, peces y algas
Camino sobre el río.
La luz del sol alumbra suavemente.
Mecida por un haz de extrañas flores,
lianas, peces y algas, voy bogando.
Una fuerza me empuja y no lo sé.
Un marino de cobre me contempla desnudo.
Mecido por un haz de extrañas flores,
voy bogando entre peces, lianas y algas.
Estamos, lado a lado,
mirando hacia la orilla.
Unas mujeres hablan. Otras mujeres cantan.
Tú y yo, marino, nos dejamos llevar,
nos dejamos llevar.
Camino sobre el río. Caminas sobre el río.
Aquellos ojos nos señalan,
sus pupilas desprenden el fuego más profundo.
Una fuerza me empuja y no lo sé.
Una fuerza del agua nos arrastra.
Allá vamos hundidos,
allá vamos hundiéndonos,
allá vamos, hermosos,
entre las dulces aguas del río.
Cimarrones
Cuando miro hacia atrás
y veo tantos negros,
cuando miro hacia arriba
o hacia abajo
y son negros los que veo
qué alegría vernos tantos
cuántos;
y por ahí nos llaman ‘minorías’
y sin embargo
nos sigo viendo
Esto es lo que dignifica nuestra lucha
ir por el mundo y seguirnos viendo,
en Universidades y Favelas
en Subterráneos y Rascacielos,
entre giros y mutaciones
barriendo mierda
pariendo versos.
¡Libertad... para pensar!
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Gracias por comentar, tus palabras me permitirán vislumbrar otras opciones de interpretación y comprensión de este universo.