Nancy Morejón (1944)

Nancy Morejón, Mujeres escritoras del siglo XX, Derechos reservados, Escritoras cubanas,
Nancy Morejón, escritora cubana
 

Biografía

Nancy Morejón Hernández es una figura indispensable en la literatura contemporánea de Cuba, destacándose como poeta, ensayista, periodista, crítica literaria y teatral, así como traductora. Nació en La Habana el 7 de agosto de 1944, creciendo en el seno de una familia obrera en la popular calle de Manrique. Se graduó en Lengua y Literatura Francesas por la Universidad de La Habana en 1966, presentando una tesis sobre el poeta martiniqueño Aimée Cesaire.

Morejón ha dejado una marca significativa en la literatura cubana y caribeña, abordando una amplia gama de temas y estilos en su obra. Además de su producción poética, ha escrito importantes ensayos y textos sobre figuras destacadas como Nicolás Guillén, del cual ha compilado una serie de estudios y ensayos.

Su contribución literaria ha sido reconocida con numerosos premios y distinciones a lo largo de su carrera. Algunos de sus libros más destacados incluyen "Piedra pulida" (1986), "Elogio y paisaje" (1997), y "La quinta de los Molinos" (2000), todos galardonados con el Premio de la Crítica. Además, ha sido honrada con el Premio Nacional de Literatura y el Premio Yari-Yari de Poesía Contemporánea, entre otros.

Morejón también ha incursionado en la traducción, llevando al español importantes obras de intelectuales caribeños como Jacques Roumain, René Depestre y Edouard Glissant.

Su vasta producción poética y ensayística abarca una amplia gama de temas y estilos, consolidándola como una de las voces más importantes y respetadas de la literatura cubana y latinoamericana contemporánea.

Negro

Tu pelo, para algunos,

era diablura del infierno;

pero el zunzún allí

puso su nido, sin reparos,

cuando pendías en lo alto del

horcón,

frente al palacio de los

capitanes.

Dijeron, sí, que el polvo del camino

te hizo infiel y violáceo,

como esas flores invernales

del trópico, siempre

tan asombrosas y arrogantes.

Ya moribundo,

sospechan que tu sonrisa era

salobre

y tu musgo impalpable para el

encuentro del amor.

Otros afirman que tus palos de

monte

nos trajeron ese daño sombrío

que no nos deja relucir ante

Europa

y que nos lanza, en la vorágine

ritual,

a ese ritmo imposible

de los tambores innombrables.

Nosotros amaremos por siempre

tus huellas y tu ánimo de bronce

porque has traído esa luz viva

del pasado fluyente,

ese dolor de haber entrado

limpio a la batalla,

ese afecto sencillo por las

campanas y los ríos,

ese rumor de aliento libre en

primavera

que corre al mar para volver

y volver a partir.


Funda de bambula

Mi cabeza sobre una funda de

bambula,

otra vez,

mientras vuelven los lagos en su

brillo

y las jirafas cruzando

un mundo abandonado entre

lanzas

y montes tupidos.

Como antaño, vuelven los

mercaderes

con sus escudos de hojas

muertas

dando alaridos y golpeando,

empujando a mujeres y niños,

a los mejores hombres del sur

y de las costas

hacia sus barcos sin regreso.

La luz del horizonte está

cayendo

sobra la funda de bambula y de

hiel.

Veo la isla de Gorée en la palma

de mi mano,

la boca de sus fauces vomitando

negras criaturas

como la noche de la primera

cacería.

Una funda de bambula, otra

vez.

¿Será mejor salir huyendo de

esta geografía

de otro mundo?

¿Será mejor virar la cabeza

hacia otra parte

y secar las dos lágrimas que

ahora navegan

entre las aguas del río Zambeze?

Mis ojos dibujaron un paisaje

lunar sobre los lagos.


Mississipi

A la memoria de Nicolás Guillén


La serpiente de agua repta y se mece.

Con su cuerpo de hamaca,

bamboleándose.

Carabelas, fantasmas, pieles

quemadas

van dibujados sobre las hojas de

los sauces.


La serpiente de agua

junto a los sauces.

La serpiente de agua.


La serpiente de agua va alzando su

cabeza

con una lengua bípeda y milenaria.

Un pedazo de lengua cae en el Golfo.

El otro, devorando cientos de barcas.


La serpiente de agua

entre los sauces,

la serpiente de agua.


La serpiente de agua crece y avanza

y va abriendo sus fauces:

impenitentes, pálidas, voraces:

sus anillos dorados, su vaivén

implacable.

La serpiente de agua,

junto a los sauces.

La serpiente de agua.


Madre

Mi madre no tuvo jardín

sino islas acantiladas

flotando, bajo el sol,

en sus corales delicados.

No hubo una rama limpia

en su pupila sino muchos garrotes.

Qué tiempo aquel cuando corría, descalza,

sobre la cal de los orfelinatos

y no sabía reír

y no podía siquiera mirar el horizonte.

Ella no tuvo el aposento de marfil,

ni la sala de mimbre,

ni el vitral silencioso del trópico.

Mi madre tuvo el canto y el pañuelo

para acunar la fe de mis entrañas,

para alzar su cabeza de reina desoída

y dejarnos sus manos, como piedras preciosas,

frente a los restos fríos del enemigo.


El tambor

Mi cuerpo convoca la llama.

Mi cuerpo convoca los humos.

Mi cuerpo en el desastre

como un pájaro blando.

Mi cuerpo como islas.

Mi cuerpo junto a las catedrales.

Mi cuerpo en el coral.

Aires los de mi bruma.

Fuego sobre mis aguas.

Aguas irreversibles

en los azules de la tierra.

Mi cuerpo en plenilunio.

Mi cuerpo como las codornices.

Mi cuerpo en una pluma.

Mi cuerpo al sacrificio.

Mi cuerpo en la penumbra.

Mi cuerpo en claridad.

Mi cuerpo ingrávido en la luz

Vuestra, libre, en el arco.


Elogio de Nieves Fresneda

Como un pez volador: Nieves Fresneda.


Olas de mar, galeotes,

Azules pétalos de algas

Cubren sus días y sus horas,

renaciendo a sus pies.


Un rumor de Benín

La trajo al fondo de estatierra.


Allí están

sus culebras,

sus círculos,

sus cauris,

sus sayas,

sus pies,

buscando la manigua,

abriendo rutas desconocidas

hacia Olókun.


Sus pies marítimos,

al fin,

troncos de sal,

perpetuos pies de Nieves,

alzados como lunas para Yemayá.


Y en el espacio,

luego,

entre la espuma,

Nieves

girando sobre el mar,

Nieves

por entre el canto

inmemorial del sueño,

Nieves

en los mares de Cuba,

Nieves.


Mujer negra

Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar.

La noche, no puedo recordarla.

Ni el mismo océano podría recordarla.

Pero no olvido al primer alcatraz que divisé.

Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales.

Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral.

Me dejaron aquí y aquí he vivido.

Y porque trabajé como una bestia,

aquí volví a nacer.

A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir.


 Me rebelé.


Su Merced me compró en una plaza.

Bordé la casaca de Su Merced y un hijo macho le parí.

Mi hijo no tuvo nombre.

Y Su Merced, murió a manos de un impecable lord inglés.


 Anduve.


Esta es la tierra donde padecí bocabajos y azotes.

Bogué a lo largo de todos sus ríos.

Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí.

Por casa tuve un barracón.

Yo misma traje piedras para edificarlo,

pero canté al natural compás de los pájaros nacionales.


 Me sublevé.


En esta misma tierra toqué la sangre húmeda

y los huesos podridos de muchos otros,

traídos a ella, o no, igual que yo.

Ya nunca más imaginé el camino a Guinea.

¿Era a Guinea? ¿A Benín? ¿Era a Madagascar? ¿O a Cabo Verde?


 Trabajé mucho más.


Fundé mejor mi canto milenario y mi esperanza.

Aquí construí mi mundo.


Me fui al monte.


Mi real independencia fue el palenque

y cabalgué entre las tropas de Maceo.


Sólo un siglo más tarde,

junto a mis descendientes,

desde una azul montaña,


 ajé de la Sierra


para acabar con capitales y usureros,

con generales y burgueses.

Ahora soy: sólo hoy tenemos y creamos.

Nada nos es ajeno.

Nuestra la tierra.

Nuestros el mar y el cielo.

Nuestras la magia y la quimera.

Iguales míos, aquí los veo bailar

alrededor del árbol que plantamos para el comunismo.

Su pródiga madera ya resuena.


Un eco de un eco

Nada más que una marimba,

un guasá, un bombo

y la astilla de un grito

para poner el cielo

al nivel de mis pies.

Sube un temblor

asentado

en la raíz misma

de mi ancestro.


Una rosa

Los ojos de Abel Santamaría

están en el jardín.

Mi hermano duerme bajo las semillas.

Santiago alumbra

las frescura del tiempo

que nos tocó vivir.

Un niño baila

el dulce aire de julio

en la montaña.

Alguien escucha su canción

bajo el estruendo puro

de una rosa.


Lianas, peces y algas

Camino sobre el río.

La luz del sol alumbra suavemente.


Mecida por un haz de extrañas flores,

lianas, peces y algas, voy bogando.

Una fuerza me empuja y no lo sé.

Un marino de cobre me contempla desnudo.

Mecido por un haz de extrañas flores,

voy bogando entre peces, lianas y algas.

Estamos, lado a lado,

mirando hacia la orilla.

Unas mujeres hablan. Otras mujeres cantan.

Tú y yo, marino, nos dejamos llevar,

nos dejamos llevar.

Camino sobre el río. Caminas sobre el río.

Aquellos ojos nos señalan,

sus pupilas desprenden el fuego más profundo.

Una fuerza me empuja y no lo sé.

Una fuerza del agua nos arrastra.

Allá vamos hundidos,

allá vamos hundiéndonos,

allá vamos, hermosos,

entre las dulces aguas del río.


Cimarrones

Cuando miro hacia atrás

y veo tantos negros,

cuando miro hacia arriba

o hacia abajo

y son negros los que veo

qué alegría vernos tantos

cuántos;


y por ahí nos llaman ‘minorías’

y sin embargo

nos sigo viendo

Esto es lo que dignifica nuestra lucha

ir por el mundo y seguirnos viendo,

en Universidades y Favelas

en Subterráneos y Rascacielos,

entre giros y mutaciones

barriendo mierda

pariendo versos.


¡Libertad... para pensar!

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