Sofía Molano de Sicard (seudónimo Silvia Lorenzo) (1918-2007)
Sofía Molano de Sicard, conocida en el ámbito literario como Sylvia Lorenzo, nació en El Agrado, Huila en 1921, pero pasó su infancia y juventud en Ibagué. Estudió en el colegio La Presentación y más tarde se radicó en Bogotá. En la capital, cursó estudios de lingüística en el Instituto Caro y Cuervo, lingüística y filosofía en la Universidad Javeriana y enseñanza del francés en París. Se desempeñó como profesora de castellano y supervisora técnica pedagógica en el SENA durante muchos años, institución de la que se pensionó. Fue miembro fundador de la primera asociación de escritores y artistas de Colombia bajo la presidencia de Juan Lozano y Lozano. Su seudónimo, Sylvia Lorenzo, fue escogido por el profesor Luis López de Mesa.
Sylvia Lorenzo publicó una prolífica obra literaria, destacándose entre sus poemarios "Preludio" (1953), "Poemas de Sylvia Lorenzo", "Solo el viento", "El pozo de Siquem", "Arcilla y Lumbre", y "Hasta el sol de los venados" (1997). Además, publicó obras académicas para la Casa del Diccionario, como un libro de gramática, uno de conjugación, uno de ortografía y un diccionario. También escribió un volumen sobre relaciones humanas y su última obra poética, "La flauta del juglar", publicada por la Gobernación del Huila.
La poesía de Sylvia Lorenzo es conocida por su emoción y belleza lírica. Eduardo Caballero Calderón, al leer su poemario "Arcilla y lumbre" en 1984, la elogió como una gran poetisa, destacando la calidad de sus sonetos. Sus versos, caracterizados por su frescura y fluidez, abordan temas como el amor, la naturaleza y el recuerdo, con un estilo diáfano y armonioso. En sus poemas, Sylvia Lorenzo combina la pasión romántica con una fibra mística, logrando un equilibrio entre la serenidad del espíritu y la intensidad de sus emociones.
"La flauta del juglar", su última obra, es una recopilación de amores, remembranzas y despedidas. En ella, Sylvia Lorenzo evoca su tierra natal, los paisajes de su infancia, las alegrías y sinsabores de la vida, y los rostros y afectos de sus seres queridos. La poetisa expresa en estas páginas su deseo de retornar a sus raíces, de reencontrarse con los paisajes y recuerdos que sembraron en su corazón la semilla de la poesía. Esta obra es un testimonio legítimo de su poesía, donde la nostalgia y la gratitud se entrelazan para crear una obra perdurable y profundamente humana.
Sylvia Lorenzo, cinceladora de la palabra, ha dejado un legado literario que perdura en el tiempo. Su vida y obra son un testimonio de dedicación al arte poético, enriquecido por sus estudios y su pasión por la literatura. Con cada poema, ha logrado capturar la esencia de la vida y la belleza del lenguaje, consolidándose como una de las figuras más importantes de la poesía colombiana.
Soneto a Cristo
Sin aliento, Señor, de solo un trago,
solo atenta al veneno que la acosa,
bebe tus aguas esta sed rabiosa
que no pudo calmar ningún halago.
Del néctar a la flor a diario vago,
del alba hasta la noche borrascosa,
del polen a la pulpa de la rosa,
de labio hasta la voz con la que indagó.
No vengo entristecida ni sombría,
que el mundo me entregó rosa bravía
¡y estoy a cosechar laurel entero!
Pero solo en el cuenco de tus manos,
puede apagar la sed de sus veranos
mi trashumante corazón trovero.
Amor
¡Qué bien amor! Tan silenciosamente
como se apaga en el jardín la rosa,
como forja la tierra generosa,
el alma vegetal de la simiente.
¡Qué bien amor! que ni siquiera intente
beber la voz la pena que rebosa;
que te alejes así, cosa por cosa,
casi que se dijera dulcemente.
¡Qué bien amor! Y en forma tan sencilla,
con tanto amor, sutil delicadeza,
como para que mi alma sin orilla
ignore la razón de su tristeza;
si es que como jamás la tarde brilla,
si es que como jamás la vida pesa.
¡A orza!
¡A orza! ¡Y jarcias sueltas el velero!
¡Hay viento fuerte! ¡A orza! Y yo al timón,
que nos vamos andando, corazón,
igual que ayer sin faro y sin luceros.
Fue dulce el puerto, sí... El forastero
cantaba tan bonito su canción;
y me besó en la boca corazón.
¡Suelta jarcias y a orza marinero!
No es cierto, corazón, que yo pudiera
sobre esta ruta donde nadie espera
ir estrenando el beso y la canción.
Pero la suerte es áspera y esquiva...
¡A orza! ¡O a estribor! ¡O a la deriva!
porque levamos anclas, corazón.
Noche de San Silvestre
Noche de San Silvestre, toda ajena
y toda nueva y sorpresiva y fría,
que desgarra de un golpe la alegría
de esa otra San Silvestre de mi pena.
Fue la noche más mía y más serena,
fondo para mi propia melodía:
y esplende sobre el alma todavía
¡aquel hondo estupor de luna llena!
Noche de San Silvestre: mientras fuera
se quema la ciudad entre la hoguera
del fuego fatuo en loca sacudida,
mi corazón avaro y extranjero
sepulta bajo el último lucero
aquella San Silvestre de mi vida.
Sin importancia
La noche está para escribir rondeles
y el corazón quizá, no estoy segura,
para entonar y con la voz más pura
la antífona del salmo de las mieles.
El corazón que a palmas y laureles
opuso el mirto de amorosa hondura,
en esta noche está de galanura
como estarán en rosas los vergeles.
Escribo sin razón y a la deriva.
Hoy no preciso valladar ni criba,
que está mi corazón regocijado.
Y al entonar el salmo de mi gozo,
el verso fluye manso y cariñoso
como arisco lebrel domesticado.
Importa
Estoy sola contigo y miro atrás.
París es todo aquello que soñara:
amarillo de otoño y luna clara
sobre un momento de Pigalle no más.
Se me inunda la estancia de la Piaff
igual que ayer, pero sin sombra avara
que me nuble la luz que ambicionara
sobre el vaso de vino de mi paz.
Sigue la Piaff con su rojizo cobre
y el alma gusta ese dulzor salobre
de lo que pudo ser ya tan lejano.
Pero siempre es así, porque en la vida
¿quién no lleva punzante y escondida
la espina de una rosa entre las manos?
¿Quién me vende un cogollo de ternura?
¡Oye tú, el de la fresa y la castaña!
¡Tú vendedor de alondras y romero!
Todo lo compro yo, todo lo quiero:
fruta y flor y alcatraz de tu montaña.
Si el son de tu virtual pipiritaña
ha entendido los silencios de mi alero,
entrégame tu mirlo prisionero
por ver si se aquerencia en mi cabaña.
Detén tu viejo carro en mis umbrales,
mas no apagues tus lámparas campales
que es medianoche en la ciudad oscura
y voy sola y a tientas y obstinada
buscando entre la sombra apisonada
quien me venda un cogollo de ternura.
¡Libertad... para pensar!
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