Djuna Barnes (1892 - 1982)

Djuna Barnes, escritora estadounidense

Biografía

Djuna Barnes (1892–1982) fue una escritora, periodista, dramaturga y poeta estadounidense cuya obra se convirtió en un emblema del modernismo literario y en un referente para la literatura queer del siglo XX. Su vida estuvo marcada por la contradicción entre el aislamiento y la exposición, el deseo de mantener el control sobre su privacidad y la profunda intensidad emocional y estilística de sus textos. Desde joven mostró una inteligencia precoz y una sensibilidad artística que fueron moldeadas por el ambiente poco convencional en el que creció: su familia, de ideas liberales y bohemias, despreciaba la educación formal y promovía una formación autodidacta centrada en las artes, la música y la libertad sexual. Esta crianza, que podría parecer progresista, también estuvo marcada por experiencias traumáticas, entre ellas abusos y vínculos familiares ambiguos que dejaron una huella profunda en su obra.

Barnes comenzó su carrera como periodista en Nueva York, donde escribió para revistas y periódicos con un estilo provocador y comprometido. Su aproximación al periodismo era visceral: no solo observaba, sino que se involucraba directamente en lo que narraba, encarnando muchas veces la experiencia que deseaba contar. Desde sus primeros escritos se evidenció una voz excéntrica, irónica, con una mirada crítica hacia los roles de género, la moral dominante y los discursos de autoridad. Durante estos años también desarrolló su talento en el dibujo y la ilustración, que acompañó varias de sus publicaciones.

A principios de la década de 1920 se trasladó a París, integrándose en los círculos de vanguardia que reunían a artistas, poetas y escritores de diversas nacionalidades. Fue parte activa de la vida intelectual que giraba en torno a figuras como Gertrude Stein, James Joyce, Peggy Guggenheim y Natalie Barney. París fue también el escenario de una relación intensa con la escultora Thelma Wood, que aunque terminó de forma dolorosa, inspiró parte fundamental de su obra literaria. En ese ambiente cosmopolita y bohemio, Barnes escribió y publicó varias de sus obras más importantes, entre ellas Ryder, Ladies Almanack y especialmente Nightwood, su novela más reconocida.

Nightwood es considerada una de las novelas más audaces del siglo XX, no solo por su temática abiertamente homosexual, sino por su estructura fragmentada, su prosa lírica y densa, y por la profundidad emocional con la que explora el amor, la traición y el desarraigo. El estilo de Barnes es oscuro, a veces hermético, pero profundamente poético. En sus páginas no hay complacencia ni resolución; en cambio, hay dolor transformado en lenguaje, y deseo convertido en una especie de fatalidad estética. Su manera de escribir se sitúa entre lo teatral, lo místico y lo onírico, y crea un universo donde lo humano se desborda hacia lo simbólico.

Aunque su producción no fue muy extensa, su obra fue lo suficientemente potente como para dejar una marca indeleble en la historia de la literatura. Después de la Segunda Guerra Mundial, regresó a Nueva York, donde vivió en relativo aislamiento en Greenwich Village durante varias décadas. Rechazó durante mucho tiempo reeditar sus textos, evitando también entrevistas o apariciones públicas, como si quisiera borrar todo rastro de sí misma en un mundo que ya no reconocía como suyo. A pesar de su retiro, su figura siguió atrayendo a nuevas generaciones de lectoras y lectores que encontraron en su voz una forma radical de independencia, una escritura que no buscaba complacer, sino encarnar.

Djuna Barnes murió en 1982, pero su legado ha crecido con el tiempo. Su capacidad para representar con lucidez e intensidad las vidas disidentes, su estilo marcado por la pasión, el lenguaje afilado y la desobediencia formal, y su valentía para escribir sobre lo que en su época era considerado innombrable, la han convertido en una autora fundamental para la literatura moderna y contemporánea. Su nombre, durante mucho tiempo ignorado por el canon, resurge hoy como el de una visionaria que escribió desde la oscuridad para iluminar los márgenes de la experiencia humana.

Poemas

La soñadora

Cae la noche, en oscurecidas formas que parecen-
Tantear, con misteriosos dedos hacia la ventana -luego-
Descansan en el dormir, envolviéndome, como en un sueño
Fe mía -¡que yo pueda despertar!

Y gotea la lluvia con el mismo triste, insistente ritmo.
Temblando a través del vidrio, inclinándose lacrimosa,
Y suave golpetea, como pequeños pies temerosos.
Fe mía -¡qué tiempo este!

El plumoso fresno aletea; allí sobre el vidrio,-
El fuego moribundo lanza un parpadeante rayo fantasmal,-
Y luego se cierra en la noche y la lluvia cae suave.
Fe mía -¡qué oscuridad!

(Harper’s Weekly, 1911)


Ocaso de lo ilícito

Tú, con tus largas y vacías ubres
Y tu calma,
Tu ropa blanca manchada y tus
Flácidos brazos.
Con dedos saciados arrastrándose
En tus palmas.

Tus rodillas muy separadas como
Pesadas esferas;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas,
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.

Tu pelo teñido cardado a mano
Alrededor de tu cabeza.
Labios, mucho tiempo alargados por sabias palabras
Nunca dichas.
Y en tu vivir todas las muecas
De los muertos.

Te vemos sentada al sol
Dormida;
Con los más dulces dones que tenías
Y no has conservado,
Nos afligimos de que los altares de
Tu vicio reposen profundos.

Tú, el polvo del ocaso de
Un amanecer húmedo de fuego;
Tú la gran madre de
La cría ilícita;
Mientras las otras se encogen en virtud
Tú has dado a luz.

Te veremos mirando al sol
Unos cuantos años más;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas;
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.

(De El libro de las mujeres repulsivas, 1915)


Canción de cuna

Cuando era niña dormía con un perro,
vivía sin problemas y no pensaba en maldades.
Corría con los niños y jugaba a la pídola.
Ahora la cabeza de una joven reposa en mi brazo.
Luego crecí un poco, recogía llantén en el patio.
Ahora vivo en Greenwich, y la gente no me visita.
Luego planté semillas de pimienta y las aplasté con fuerza.
Ahora estoy muy callada y rara vez hago planes.
Entonces me pinchaba el dedo con una espina o un cardo,
me llevaba el dedo a la boca y corría hacia mi madre.
Ahora yago aquí, con mis ojos en una pistola.
Y habrá un mañana y otro y otro.

A una de otro humor

¿Oh amada querida, debería dejar
De mirarte, siempre con ojos húmedos,
Y quejumbrosos besos de estos labios donde yace
Más miel que en tus áloes? ¿Debería romper
Aún más oscuras hierbas, y suspirando no perder de vista
Con fingida lamentación y gritos temerosos,
Rodeándote lentamente con blasfemias
Porque estaría bailando? No, me falta
La necesaria torpe salmodia de la desesperación.
No resuena en mí tu sombrío humor,
No está en mi corazón. Ni en ningún lugar
Dentro de mi carne, la misma carne que enamoraste.
¿Entonces para qué aflojar mi trenzado pelo
Ocultando mis ojos, y pretender que cavilo?

(Vanity Fair, 1923)


¡Ay, Dios mío!

¡Ay, Dios mío, qué es lo que amamos!
¿Esta carne puesta en nosotros como un guante arrugado?
Huesos cogidos con avidez en alguna lujuriosa cama,
y por impulso, el empujón del diablo.

Qué es lo que apurados besamos,
esta boca que busca la nuestra, o aún más
este pequeño ojo lastimoso en la engañada cabeza,
como si lamentara aquello que no alcanzamos a ver.

Este pálido, este más que anhelante oído atento
que oye de la triste boca su suave sollozo,
para marcar la silenciosa, la angustiada caída
de aún otra lágrima cálida y sin forma.

Brazos cortos, magullados pies demasiado distantes
para caminar eternamente con nosotros desde el principio.
¿Ay Dios, es esta la razón por la que amamos,
porque tales cosas son golpes mortales al corazón?

Antigüedad

Una dama en una capucha de tela ligera
Con rectas lengüetas fijas y ojos mudos,
Y bellos labios finos y hábilmente dibujados
y extrañamente sabios.

Un camafeo, una gola de encaje,
Un cuello cuadrado con los ángulos bien puestos;
Una fina nariz griega y junto al rostro
una lustrada trenza.

Bajas, curvas hacia los lados, teñidas de ámbar
Las pálidas orejas atrapadas en su trampa.
Y un perfil como una daga yaciendo
entre el pelo.

¡Libertad... para pensar!

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Historia del barrio Mojica (Cali-Colombia)

Debate Physis vs Nómos

Adela Zamudio (1854-1928)