Carmelina Soto (1916-1994)

La herencia  De mi padre yo llevo el afán sostenido de partir cada día, el amor al azar, el gusto por lo nuevo, la pena, la alegría. (Por su herencia doy sólo valor a lo que pierdo y voy mirando atrás como el recuerdo)  Y mi madre tenía oscura cabellera, partida en dos como alas de golondrina en reposo, haciendo marco triste a su cara de cera.  De mi madre yo llevo la palabra tranquila, la admiración por los cabritos recién nacidos, la cabellera oscura, la dulzura, los sueños incumplidos. (Lo poco bueno en mí me viene de ella y el gusto por la espiga y por la estrella).  Qué me importa! Yo tomé un caracol y lo acerqué a mi oído y después tuve ganas de quebrar los espejos (quién sabe lo que dicen en su canción los ríos?)  Cantemos algún canto, me dice un niño hermoso... y mi voz es cascada... monocorde... baldía... y rueda rencorosa como los frutos secos.  El fruto  Los pájaros supieron su venida antes que la rosada mariposa. Por presagiar su desnudez, la rosa ocupó su lugar y su medida.  Lámpara de los árboles, ardida en justa miel de abeja rumorosa. Golfo de azúcar, piel de pomarrosa, intención de la fronda florecida.  Oscura tierra lo llevó dormido como la rama de potente vena la caracola trémula del nido.  Abril palpó su redondez Madura y en la ciudad azul de la colmena su dulce nombre se nombró dulzura.   Octubre  Cuando dejé de verte era verano. En la sangre caliente renacía un racimo de besos y corría un viento... un claro viento por el llano.  (Bien lo recuerdo, Amor...Era verano) y quise retenerte. Con qué lazo había de atarte para no perderte? (Cuerpo de agua en el cristal de un vaso)  Acaso. . . sin amarras mi lazo fue más fuerte... que siendo tú la ausencia, ibas cercano como vida en el pulso de la muerte.  Al fin estoy contenta y tú lejano. Tan lejano de nieblas y de olvido que mueres en un verso arrepentido en un tiempo de amor y de verano. (Quizá no eras amor ni era verano).
Carmelina Soto, escritora colombiana

Biografía

Carmelina Soto Valencia, la voz a la que llamaron “La alondra de América”, nació el 13 de octubre de 1916 en Armenia, Colombia, en el corazón de la tierra cafetera. Hija de un buscador de tesoros indígenas y la menor de cinco hermanas, desde muy joven supo que su mundo sería más grande que las paredes de una casa. De adolescente, con un palo de escoba como micrófono, jugaba a tener su propio programa de radio, recitando poemas y soñando en voz alta. Esa chispa de comunicadora nunca se apagó y marcó el camino de una mujer que se negó a encajar en el molde de su época.

En una generación donde escritoras como Maruja Vieira y Meira Delmar empezaban a abrirse paso, Carmelina brilló con luz propia. Fue una poeta de voz independiente y transgresora, que desafió la idea de que la mujer solo debía ser ama de casa y madre. Su vida fue un testimonio de esa lucha: no solo fue poeta, sino también maestra rural en pueblos como Circasia, periodista, bibliotecaria, directora de una revista universitaria e incluso trabajó como auditora fiscal en la Contraloría Nacional de Bogotá. Su talento con la pluma le valió el premio Pluma de Oro del periódico La Patria, donde trabajó como escritora.

Su aventura en la poesía comenzó en 1941 con su obra Campanas del alba, vinculada al movimiento piedracielista, que ella misma consideraba solo un punto de partida. A lo largo de su vida, cultivó una poesía llena de sensibilidad y un profundo amor por su ciudad natal, con títulos como Octubre, Tiempo inmóvil y un emocionante homenaje titulado Un centauro llamado Bolívar. Su último libro, La casa entre la niebla, se publicó después de su partida.

Carmelina falleció en su querida Armenia el 18 de marzo de 1994, pero su legado perdura en las calles que amó. En el Parque Sucre de la ciudad, un monumento guarda sus cenizas y lleva eternamente grabado el hermoso poema que le dedicó a su tierra: “Ciudad de mi regazo y de mi almohada...”. Allí, en bronce y piedra, su perfil y sus palabras esperan a los transeúntes, invitándolos a detenerse y escuchar el canto profundo de “La alondra de América”, una mujer que convirtió su vida en una prueba de que se puede volar muy alto, incluso cuando se nace entre las montañas del Quindío.

Poemas

La herencia

De mi padre yo llevo
el afán sostenido de partir cada día,
el amor al azar, el gusto por lo nuevo,
la pena, la alegría.
(Por su herencia doy sólo valor a lo que pierdo
y voy mirando atrás como el recuerdo)

Y mi madre tenía oscura cabellera,
partida en dos como alas
de golondrina en reposo,
haciendo marco triste a su cara de cera.

De mi madre yo llevo la palabra tranquila,
la admiración por los cabritos recién nacidos,
la cabellera oscura, la dulzura,
los sueños incumplidos.
(Lo poco bueno en mí me viene de ella
y el gusto por la espiga y por la estrella).

Qué me importa!
Yo tomé un caracol y lo acerqué a mi oído
y después tuve ganas de quebrar los espejos
(quién sabe lo que dicen en su canción los ríos?)

Cantemos algún canto, me dice un niño hermoso...
y mi voz es cascada... monocorde... baldía...
y rueda rencorosa como los frutos secos.


El fruto

Los pájaros supieron su venida
antes que la rosada mariposa.
Por presagiar su desnudez, la rosa
ocupó su lugar y su medida.

Lámpara de los árboles, ardida
en justa miel de abeja rumorosa.
Golfo de azúcar, piel de pomarrosa,
intención de la fronda florecida.

Oscura tierra lo llevó dormido
como la rama de potente vena
la caracola trémula del nido.

Abril palpó su redondez Madura
y en la ciudad azul de la colmena
su dulce nombre se nombró dulzura.


Octubre

Cuando dejé de verte era verano.
En la sangre caliente renacía
un racimo de besos y corría
un viento... un claro viento por el llano.

(Bien lo recuerdo, Amor...Era verano)
y quise retenerte. Con qué lazo
había de atarte para no perderte?
(Cuerpo de agua en el cristal de un vaso)

Acaso. . .
sin amarras mi lazo fue más fuerte...
que siendo tú la ausencia, ibas cercano
como vida en el pulso de la muerte.

Al fin estoy contenta y tú lejano.
Tan lejano de nieblas y de olvido
que mueres en un verso arrepentido
en un tiempo de amor y de verano.
(Quizá no eras amor ni era verano).

¡Libertad... para pensar!

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