Historia de vida: "Chiquín"


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Villa de Leyva, Colombia.


Chiquín tiene la cabeza hueca, hay vacío en el espacio que debería ocupar su cerebro. Es así porque yo le quité mis deseos. 

Cuando era pequeña viví en un pueblo cuyo nombre pretendía servir de amuleto contra las desdichas. Evadir las tristezas y miserias que testimoniaban sin pudor sus calles, sus casas desvencijadas y los rostros impávidos de sus habitantes: Piñal dulce, un nombre amargo en mis recuerdos.  A la edad de 11 años huí del pueblo, no de mi casa porque en ella no existía. Los días que siguieron a esa ruptura fueron agotadores, demasiado largos para mi altura de niña. Recuerdo que ya entonces le pedí a papá Dios me regalara muchos hijos, dos hombres y el resto mujeres. Con su bendición parí ocho. Chiquín es el tercero de mis hijos varones. A sus 16 años ya es padre de un bebé de tres meses. No se lo cree, recorre sin prisas el espacio tibio y dulce que separa la adolescencia de una juventud responsable. Vive la paternidad a distancia, como quien simula cambiar la realidad al sintonizar otro canal con el remoto.  

En la crianza de mis hijos la esperanza ha sido un espejismo que adquiere el tono de mis ansias, unos días grises otros rosados. Tiene la odiosa propiedad de mutar o irse deshilvanando, obligándome a coser sus jirones con telas de retazo, hasta convertirse en esa cosa extraña y sosa que apalanca mis horas. Tener esperanza no radica en pasar de la oscuridad a un estado luminoso, al contrario, para mí consiste en ver cómo la noche se hace más densa en los recodos donde antes encontraba un poco de luz.  

El otro día me dijo una vecina, entre aterrada y acusadora, que vio a Chiquín robando en la esquina. Amenazaba a un hombre con un puñal. Me perdí por algunos segundos, me sentí volar por encima de nuestras cabezas, y por única vez desprecie la vida. Quise borrarme o escurrirme por entre la alcantarilla. Tomé lo que me quedaba de dignidad y me encerré en casa, a rumiar decepción. Lleve el caso al juzgado de menores esperando internarlo en rehabilitación. Mentí para darle fuerza a mi historia, lo acusé de robarme. La funcionaria de turno no se inmutó, contestó con aspavientos: “pero usted es la mamá”. No valieron las suplicas. No pueden ayudarme a menos que lo cojan delinquiendo o asesinando. Alguien debe morir para que intervengan.

Chiquín debió nacer mujer o marica, eso cambiaría las cosas. Aunque preferiría que fuera mujer, de ese modo lo malo en su historia sería que tuviera un hijo con cualquiera o que tuviera hijos por ahí, haciendo de puta. Su cabeza está hueca. La forma de llenarla es volviéndolo a sus orígenes. Lo imagino entrando violentamente por mi vagina, un hombre con ansias de ser niño, feto, larva. De caer en la oscuridad de lo indefinido. Tragármelo. Sueño, y cada día esta visión cobra más fuerza, con acunarlo, hasta el término de mis días, en el único lugar donde la esperanza será, finalmente, una luz al concluir el túnel.


¡Libertad... para pensar!


Comentarios

  1. Interesante relato....trasmite cierta tristeza que sólo alcanzamos a percibir los que día a día nos movemos en esos contextos. Sigue así Maru.

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    1. Todo colombiano tiene un papel importante en este proceso. Lo valioso acá es esa propuesta que tú acoges de resignificar las pérdidas, el dolor, la impotencias y demás sentimientos que nos ha legado el conflicto.

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  2. Fantástico… que delicia de lectura… es tan genuina y tan sentida, que logra transportarme y casi puedo llegar a compartir el sentimiento implícito en cada frase. Se hace imperioso que siga deleitándonos con este tipo de relatos, es más, debería ser algo con muchas, muchas más palabras. Yo sé que es innumerable lo que tiene para mostrar, y desde ya, me apunto para adquirirlo! Felicidades! Att, Aurora Mosquera.

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    1. Me alegra que te guste el contenido del blog. Espero poder cumplir algunas de tus expectativas y compartir otras historias similares. Abrazos

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Gracias por comentar, tus palabras me permitirán vislumbrar otras opciones de interpretación y comprensión de este universo.

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