La despedida

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Ayer, en el silencio del cementerio, me despedí de Marcos. Mientras regresaba a casa, un temor angustiante se apoderó de mí: el miedo de que pudiera despertar y no encontrarme a su lado. Lo imaginé inmóvil, vestido con sus mejores galas, confinado en ese cajón alargado donde enfrentará la oscuridad eterna.

Marcos partió sin despedida, desencantado, exhausto tras batallar durante meses contra la enfermedad, la negligencia médica y la intolerancia familiar. 

No murió solo; todos nosotros nos fuimos consumiendo con él. En su tumba reposa la sombra de la mujer de 45 años que fui cuando los primeros síntomas de la enfermedad asomaron en mi esposo.

Aquella tarde, el médico, con ligereza y promesas vanas, anunció que debían extirpar la mitad de su estómago, asegurando que todo estaría bien, que podría retomar su vida con algunos cuidados básicos. 

Marcos se aferró al humo mientras yo, sin opción, me sumergí en su entusiasmo, hilvanando sueños rotos que, a pesar de desvanecerse, lo acompañaron en su trágico camino.

La lucha fue inútil. La familia decidió lo que sólo correspondía a él. Marcos volvió a casa, vencido. Aprendimos a evitar su mirada inquisitiva. Los espejos se convirtieron en enemigos, reflejando una imagen demasiado cercana al estado mortuorio. 

Pasaba horas junto a la ventana, observando el mundo que lo despedía, intentando colarse una y otra vez por la puerta estrecha del dolor, saliendo del otro lado convertido en una escultura deteriorada por los elementos y los días.

Marcos dejó de dormir, sintiendo la muerte como una sombra acechante. Anhelaba enfrentarla, demandar respuestas que ninguna persona podía ofrecer. No pude acompañarlo en el túnel oscuro que exploró en sus últimos días. 

Solo llegaban hasta nosotros los ecos de sus pasos, tanteando en la oscuridad, adaptándose a nuevas formas de percepción. Renunció a pedir ayuda, comprendió que ninguna acción humana podría alcanzarlo. Se olvidó de sí mismo; ese cuerpo moribundo ya no le pertenecía, ya no era su morada.

De ahora en adelante, mientras el recuerdo perdure, Marcos será el abono que enriquecerá los campos de nuestra memoria. Me inclino ante el hombre que fuiste, Marcos.  Hasta siempre.


¡Libertad... para pensar!


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