Mil días (Historia a cuatro manos)
Por:
Javier Barba Garzón
María Eugenia Marínez
Acabo de caer en la cuenta. Hace mil días que no te doy los buenos días.
No
me apetecen los buenos días si vienen solos, si al pronunciar la frase
olvidas que disfruto cómo rozas descuidadamente mi rodilla y tu mano
juega, quiere explorar. Me gustan los buenos días de antaño, dichos
quedamente a mi oído, igual a cantos de agua que se desprenden desde lo
alto de un cielo que me baña. Tus buenos días mojados, mis favoritos.
Acabo
de caer en la cuenta. Hace mil y un días que rompiste tu promesa.
Dijiste que siempre estarías ahí. No te veo. Parece que sigues empeñada
en dictar cómo se te ha de querer. El juego de mis manos, como el de los
niños, es libre. Mis manos se apagaron cuando impusiste tus reglas y
tus “me gusta cuando”. Y tus promesas no eran tales. Llámalas
condiciones.
Estoy
a mil días de ti y de tus besos. Fugaces pájaros que anidaban sobre
unos labios trémulos. Las promesas, si acaso existieron, no eran mías,
no puedo darte lo que no me pertenece: el tiempo. No hay condiciones en
mi vida que sigue siendo tan tuya como de nadie. ¿A qué juegan tus
manos que son libres? Las mías siguen atadas a mi espalda, donde las
dejaste ¿Quieres promesas?
Y vuelan tus palabras,
pero no me tocas. Pides absurdos, sueñas quimeras. Qué raro espejismo
verme dibujada en tu pupila, como si existiera. Deja que me muestre:
búscame más allá de tus sueños, de los destellos de mis ojos, de los
reproches tantas veces oídos, del nosotros que no se conjuga si tú y yo
estamos ausentes. Deja que te cuente: la angustia que me invadió
durante tantas noches dormidas en una cama a la que ya no llegas. Estoy
a mil días de ti y de todo. Bienvenido a mi oscuridad.
Curioso.
Me acabo de dar cuenta. No son promesas incumplidas. Es traición.
Traicionas mis expectativas y traicionas los tesoros de mi memoria. Y
no. No voy a entrar en tu oscuridad. Habito en mis propias tinieblas.
Las del niño que nunca se hizo hombre. Las del niño que se escondía en
las faldas de su mamá. Acaso me confundí contigo. Persiguiendo los
destellos de tus ojos me cegué, y he dejado de ser hombre, de manos que
te exploren. He dejado de ser niño, sin ti y sin mi madre. He vuelto a
ser feto. Escucho tus cantos matutinos desde este lugar oscuro, y no
quiero salir. Yo no amé el cuerpo en el que aterricé. Amé las visiones
de tus ojos. A ti no. Nadie me enseñó a hacerlo.
¿Cuántas
murallas derribé para llegar hasta ti? agazapado en aquel rincón donde
te abandonaste. Niño jugando a ser hombre, perdido entre los pliegues
del tiempo. Deja de embellecer lo feo, lo sucio, lo básico. El olor de tu sexo no tiene un nombre que inspire una poesía distinta a la que escriben mis labios. Te
has prendado de la fugacidad de una mirada. Si tus manos son la pluma
que narra esta historia, no puedes amar lo que no se toca. Me acabo de
dar cuenta, los mil días, las mil noches oscuras y los mil kilómetros
que me separan de ti no pueden ser desandados.
Me
sorprende que me digas que quieras llegar a mí, si hace unos segundos
me dabas la bienvenida a tu oscuridad. Lo siento. Son las pupilas de tus
ojos. Me han vuelto a cegar. Y me sorprende que me digas que no puedo
amar lo que no toco, si es precisamente lo que tus ojos miran lo que yo
amo. Es precisamente el hilo invisible que tus pupilas recorren el que
yo persigo como cazador de utopías. Y no. No puedo desandarlos. Porque
recorrí caminos hacia atrás, y tú no viniste conmigo. Acércate si
quieres a comprobar el olor de mi sexo. Comprobarás que la lírica de
tus labios en mi sexo se ha convertido en una canción de cuna.
Basta.
A mil años luz de la oscuridad que te envuelve, un nuevo explorador
llegó a estas tierras. Deambuló mis desiertos hacia el sur, en busca de
un oasis. Sembró de minas el territorio desenterrando antiguos
tesoros, y esta explosión continua inicia en mis pezones, endurecidos
por la voracidad de una lengua que avanza sin resistencias, moja, quema,
me acerca al infinito, y me vengo, envuelta en una estela de luz y de
fuego. Me acabo de dar cuenta: ya no te necesito.
Yo a ti sí. Eres esa tierra en la que yo aterricé primero. Intenté pisar la tierra y regarla como pude hasta que tus ojos se dirigieron a otras órbitas. Siento que te dejé seca en tu necesidad de lluvia.
No
hay conquista noble en territorio hostil, ni privilegios primeros. Ya
no te pertenezco, vivo escurrida de tus manos, que me dejaron marchitar,
sedienta de ti.
Pero yo miro a través de tus ojos. Lo que ves por ellos, también lo veo yo. No sé qué ocurrió antes, cómo comenzó el ciclo. Si fueron tus ojos, o fui yo. Sentí el explorador en cada paso que daba hacia ti, y me empequeñecí en esta cabaña. Era todo un privilegio sentir que lo que él andaba, yo ya lo había pisado. Y en esta oscuridad pequeña, me escondí, voyeur cornudo. Después de el invierno llegó el otoño. Después de marzo, vino febrero. Y mientras tú mantenías tus pasos de mujer, yo desandaba el tiempo recorrido, perdiendo mi estima, mi tiempo y mi hombría. No fuiste un espejismo. Sí fuiste mi privilegio. Pero el recorrido de tus ojos hacia órbitas ajenas a las de nuestro destino, me introdujo en el agujero del tiempo. Me hice niño. Me metí a los pies de vuestra cama. Me convertí en Electra, casi odiándote a ti, y queriéndolo más a él. Dejé de desear tu piel, para cruzar la frontera y desear la piel de quien se arrastraba por la tuya. Imaginé ser tu piel, recibiendo ese cuerpo ajeno, llenándome de vida como tú, venerando mástiles ajenos y agarrándome a ellos con el placer de quien cree que su vida estaba destinada a dejarse pintar por pinceles firmes, rápidos y abigarrados, que me llenaran de otros tonos. Porque no supe amarte. Porque sólo sé amar lo que tus ojos desean. No sé amar una tierra, sino el cielo que la cubre. Ahora no soy más que un ser escondido en la oscuridad, ni hombre, ni niño, ni bebé. Soy una retrospectiva de mí mismo. Y desde este deseo de lienzo no comenzado, me escondí en el foso. No hay príncipes ni princesas. Sólo tú, la reina que quizás algún día mire a sus pies y me saque de las tinieblas. Bienvenida a mi oscuridad. Ahora sí, buenos días.
Pero yo miro a través de tus ojos. Lo que ves por ellos, también lo veo yo. No sé qué ocurrió antes, cómo comenzó el ciclo. Si fueron tus ojos, o fui yo. Sentí el explorador en cada paso que daba hacia ti, y me empequeñecí en esta cabaña. Era todo un privilegio sentir que lo que él andaba, yo ya lo había pisado. Y en esta oscuridad pequeña, me escondí, voyeur cornudo. Después de el invierno llegó el otoño. Después de marzo, vino febrero. Y mientras tú mantenías tus pasos de mujer, yo desandaba el tiempo recorrido, perdiendo mi estima, mi tiempo y mi hombría. No fuiste un espejismo. Sí fuiste mi privilegio. Pero el recorrido de tus ojos hacia órbitas ajenas a las de nuestro destino, me introdujo en el agujero del tiempo. Me hice niño. Me metí a los pies de vuestra cama. Me convertí en Electra, casi odiándote a ti, y queriéndolo más a él. Dejé de desear tu piel, para cruzar la frontera y desear la piel de quien se arrastraba por la tuya. Imaginé ser tu piel, recibiendo ese cuerpo ajeno, llenándome de vida como tú, venerando mástiles ajenos y agarrándome a ellos con el placer de quien cree que su vida estaba destinada a dejarse pintar por pinceles firmes, rápidos y abigarrados, que me llenaran de otros tonos. Porque no supe amarte. Porque sólo sé amar lo que tus ojos desean. No sé amar una tierra, sino el cielo que la cubre. Ahora no soy más que un ser escondido en la oscuridad, ni hombre, ni niño, ni bebé. Soy una retrospectiva de mí mismo. Y desde este deseo de lienzo no comenzado, me escondí en el foso. No hay príncipes ni princesas. Sólo tú, la reina que quizás algún día mire a sus pies y me saque de las tinieblas. Bienvenida a mi oscuridad. Ahora sí, buenos días.
Desde
lo alto de un cielo que me cubre. Desde las mañanas olvidadas de tus
besos mojados, llegué a ti con la inocencia y el asombro de quien todo
lo espera. Otros han recorrido este cuerpo marchito, hambriento. Te
siento respirar al otro lado de la cama sin poder tocarte y te sueño
encantador, pronunciando el abracadabra que abre el castillo. Tú, niño
impotente, incapaz de usar la única llave que conduce al tesoro, te has
conformado con ser el custodio. Déjame caer, con sólo pedirlo saltaría
al abismo. Que se desgrane este cielo falso donde gustoso habitarías.
Ninguno de los hombres que amas a través de mis pupilas merece tu amor
trasnochado, estéril. Si debo tomar una decisión, elijo cerrar los
ojos.
Voy
a acercarme a ti. Te daré los buenos días. Cierra los ojos y abre la
boca. Abracadabra. Truco o trato. Si sientes el cielo desgranándose en
gotas de agua, no me dejes mirar por ti nunca más. Si vuelvo a cincelar
tu esfinge, recuérdame que soy Leonardo, y no La Mona Lisa. Éste será el
truco. Si por el contrario mis llaves no abren y tu hambre se agranda,
te elijo con los ojos cerrados. Éste será el trato. Para al menos sentir
que tu oscuridad es la mía.
¡Libertad... para pensar!
Mi niña en todas partes os voy dejando un poquito de mi cariño hacia vosotros y nunca siento que os expreso tanto como quisiera mi más profunda admiración. Insisto en que separados sois maravillosos y juntos en este post magistrales. Os adoro. Gracias por hacerme sentir tanto
ResponderBorrartus palabras expresan tanto amor y tanta ternura que me llenas de placer y regocijo. Siente que igual nosotros te admiramos como mujer, escritora, madre y una berraca, a la colombiana. Gracias por la presencia, el afecto y la solidaridad. Abrazos
BorrarQué delicia! Me he sumergido en este dueto-duelo con la boca abierta.
ResponderBorrarLo comparto, me ha encantado!
Hola, Elena. Gracias por tus palabras, nos estimulan para seguir creando
BorrarVerdaderamente hermoso y lleno de sensibilidad, nos hace reflexionar. Muy buen ejercicio.
ResponderBorrarGracias, Lumy, Javier y yo creemos que el resultado de este ejercicio es interesante y divertido. Nos alegra que te guste. Gracias por pasar
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