El aprendizaje de la condición de pobre.


Caricatura de Julio César González, alias Matador 

 
Las víctimas del comercio de esclavos entre África, Asia y América, así como el genocidio indígena, fueron parte de un problema que se agudiza; sin embargo, la cifra que algunos estiman en más de 20 millones no se compara con el número de personas sacrificadas por el racismo moderno. 

Los 250 millones de indigentes y pobres que deambulan por las calles de Latinoamérica no deben ser tratados como esclavos, de acuerdo con algunos principios ético-políticos; pero no crear las condiciones que garanticen sus vidas constituye un acto de barbarie similar al perpetrado por los colonizadores y comerciantes españoles y portugueses en aquellas tierras remotas. 

El racismo en América ya no opera abierta ni exclusivamente bajo razones de inferioridad biológica, psicológica e intelectual ni de creencias religiosas; 522 años después "del encuentro de los mundos", los motivos siguen siendo de índole económica.

El problema de las desigualdades sociales en América Latina no funciona exclusiva ni principalmente a través de la explotación de clases y de las relaciones de discriminación directa, sino también como resultado de un proceso histórico complejo heredado de prácticas coloniales y republicanas, arraigado en nuestro imaginario.

Las mujeres, los negros y los indígenas se encuentran en desventaja debido a su acceso a una educación de menor calidad, a su residencia en territorios apartados, inhóspitos o en zonas deprimidas y de difícil acceso, cuyas condiciones geográficas el Estado no ha mejorado.

Estas desigualdades presentan dos caras que se manifiestan con diferentes mecanismos de reproducción, aceptación y arraigo: desigualdades visibles e invisibles. Las primeras se refieren a la discriminación, el abuso y la explotación que sufren las poblaciones con menores capacidades y recursos, políticamente mal llamadas minorías. Las desigualdades invisibles, como la segregación, la exclusión y la marginación, surgen de interacciones, hábitos y creencias que relacionan a dos o más grupos en condiciones asimétricas.

La pobreza y las expectativas de movilidad social están estrechamente vinculadas a las estructuras socioeconómicas de los países, al estatus ocupado por las personas y a sus identidades étnicas y de clase. En las naciones con una brecha social alta, las desigualdades amplían la estrechez de las expectativas. 

Los ciudadanos tienen una percepción menos optimista del futuro, y las perspectivas de movilidad, basadas en el logro individual, conllevan la aceptación pragmática de las asimetrías distributivas, percibidas como inevitables e incluso normales en países donde la desigualdad y la pobreza han sido la norma.

Las opiniones sobre la justicia en la distribución de bienes y la auto clasificación social son esenciales para evaluar la situación económica de una persona, el grado en que sus ingresos son suficientes para satisfacer sus necesidades básicas y la percepción frente a los factores que inciden en la inequidad. La percepción de la injusticia distributiva forma parte de un conjunto más amplio de percepciones de desigualdad.

Los marcadores subjetivos de inequidad pueden variar significativamente cuando se modifican sus componentes, a saber: la distribución de bienes materiales y de bienes simbólicos (dignidad, reconocimiento, posibilidades de influencia y control en la toma de decisiones), importantes para la vida de las personas. Los primeros son los recursos económicos que contribuyen a fortalecer las expectativas de cambio social, y los segundos son los bienes políticos que forman parte del grado de inclusión en la sociedad.

Bibliografía:

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) 2010: "América Latina frente al espejo: dimensiones objetivas y subjetivas de la inequidad social."

Reygadas, Luis (2004): "Más allá de la clase, la etnia y el género: acciones frente a diversas formas de desigualdad en América Latina."

Comentarios

  1. ¿Dónde están los ángeles? º_º

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  2. El impacto histórico del racismo en las políticas de los países europeos ha sido de tal envergadura que se puede rastrear su influencia no sólo en sus consecuencias evidentes (tráfico de esclavos, genocidio..)sino en los múltiples procesos de consolidación de estos países como estados.
    Muy buena entrada.
    Besos

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    1. Gracias, Marybel. El racismo es un lastre histórico con un peso enorme sobre la realidad latinoamericana, en este caso concreto. Un lastre cuyas verdaderas consecuencias son difíciles de dimensionar

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  3. Muy buena entrada y muy cruda realidad. A menudo pienso, no sólo en el momento que vivimos sino en nuestra herencia, ese lastre que arrastramos y en nuestro futuro, le herencia que dejaremos, pobres que seguirán siendo más pobres y más marginados y olvidados. no dejo de preguntarme donde está el progreso y quien progresa. Gracias querida

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    1. El progreso sigue siendo un ideal hacia donde proyectamos nuestros sueños. Y como ideal suele perder forma y firmeza

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  4. El racismo en toda America es algo tan institucionalizado que no veo el fin.
    Si se hacen un simple estudio genético, los resultados les sorprenderá.
    Creo que todos somos una mezcla de razas y etnias. En realidad todos somos iguales.

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    1. Comparto tu apreciación Eduardo, la institucionalización del racismo lo hace más difícil de percibir y combatir.

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