Los márgenes difusos
A media
noche la luz de la bombilla se hace más tenue. Parpadea tres o
cuatro veces, amenaza extinguirse, libra una batalla contra la
oscuridad y triunfa. Cobra fuerza a la par que mi ánimo. Unas
horas antes, al insinuarse la noche despierta de su letargo. Aún
somnolienta me deja verla sin atavíos, un objeto traslúcido colgado
en lo alto de un poste. Vacila un instante y extiende su traje
refulgente, invisible por la irradiación de la tarde. Nadie riñe
con ella. Las otras se opacaron ante su presencia. Sabedora de su
condición espera sin prisas el momento de reinar en esta calle donde
soy el único habitante nocturno. La atisbo en la distancia, puedo
reconocer su resplandor entre miles. Me pertenece, del mismo modo
que pertenece el agua de un río al bañista, el aire a
quien lo respira y la lluvia a la acera por donde corre. Es mía y
su luz no me alcanza.
Duermo
cruzando la calle, entre las ruinas de una casa abandonada. En el
invierno, cuando el frío arrecia y el calor del periódico se pierde entre
las aguas - disertaciones, editoriales y artículos,
palabras crudas o airadas borradas por acción de la lluvia - quiero
saber qué se siente estar bajo su manto, al abrigo de su caricia
luminosa. Me atrae pero temo acercarme a sus dominios. Nos separan
metros y cuento kilómetros de desiertos asfaltados.
Fija en un punto de la calle su foco hace evidente lo que oculta la claridad del día: el dolor palpable de quien está solo. Más allá de sus limites soy invisible. La mañana anuncia su descanso, el final de una jornada barriendo sombras. Pequeña y anodina hace la venia al bombillo padre, el gran señor de todas las luces. Con él llega el vacío. Puebla mi soledad con presencias violentas, y da inicio a la función principal en el teatro de marionetas. Al llegar mi turno salgo del refugio, me encamino calle abajo oculto por su resplandor y me pierdo entre los cientos de extras. Nadie repara en mí.
Fija en un punto de la calle su foco hace evidente lo que oculta la claridad del día: el dolor palpable de quien está solo. Más allá de sus limites soy invisible. La mañana anuncia su descanso, el final de una jornada barriendo sombras. Pequeña y anodina hace la venia al bombillo padre, el gran señor de todas las luces. Con él llega el vacío. Puebla mi soledad con presencias violentas, y da inicio a la función principal en el teatro de marionetas. Al llegar mi turno salgo del refugio, me encamino calle abajo oculto por su resplandor y me pierdo entre los cientos de extras. Nadie repara en mí.
¡Libertad para pensar!
Has hecho una alegoría perfecta de la soledad del ser humano, o de su anonimato, de "los márgenes difusos" entre el ser individual y el resto. Lo mejor es el elemento escogido para contarlo: la luz de un farol en la calle, contrapuesto al "bombillo padre" (genial!!!), culpable en este caso de la pérdida del protagonismo del ser. Enhorabuena, maestra.
ResponderBorrarCon este escrito pretendo mostrar un poco la soledad que duerme en todos y cada uno de nosotros. La soledad que nos hace sentir perdido en medio de una multitud y en una época donde decimos estar más cercas y atentos.
BorrarQué pluma tan extraordinaria!! Los colores elegidos, casi en blanco y negro, la idea de situarnos en la mente del narrador y permítemelo así lo he interpretado, la manera de cómo el individuo percibe la realidad es fantástica.
ResponderBorrarMe ha gustado mucho esta entrada. Felicidades.
Besos.
Gracias, Marybel. Como bien señalas esta historia sólo tiene dos colores. Uno oscuro, que representa la soledad en la espera y uno más claro que simboliza la soledad en compañía de otros, la soledad entre las multitudes. Saludo
BorrarQue hermosura para describir esa soledad con la que convivimos, incrustada en nuestra piel y en nuestra lama y que representas en esta escena tan sentida y figurada. Como luciérnagas, como insectos atraídos hacia la luz y luego uno más entre miles. bellísimo niña linda
ResponderBorrarGracias, querida. Somos insectos que anhelamos hacernos visible, acercarnos a la luz y perder nuestras alas para luego crecer y trascender.
BorrarHermosa tu obra María Eugenia, un gusto leerla y compartirla, un abrazo!
ResponderBorrarHola, Graciela. Gracias, me alegra que te guste la historia
BorrarMaravillosamente escrito !!!!! Te felicito...
ResponderBorrarGracias por tus palabras, Ana
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