Un cuento psicodélico (I)

Muchas de las frases que conforman este texto fueron escritas por otros. Los dos capítulos del relato son una profunda reverencia a todos aquellos que con sus letras me ayudan a ser la mujer que te escribe ahora.  

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Había una vez...

En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo[1]reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales[2].

Los dos vinimos al mundo en medio de la putrefacción, pero mi suerte se decidió por circunstancias distintas a las suyas.  Quizás un poco menos adversas.  ¡Tan absurda es la fortuna al repartir sus favores! Creo que su historia se cuenta en una biografía anónima [3].  También la gran enciclopedia dedica unas líneas a este personaje; las leí el año pasado [4].  Otras versiones las conocí de primera mano o las oí en tiernos años, susurrada o salmodiada en terroríficas estrofas por la vieja criada, quizá en la cocina aldeana, en la tertulia de los gañanes, que la comentaban con estremecimientos de temor o risotadas oscuras [5].  De cien historias muertas quedan, sin embargo, una o dos historias vivas,  Las evoco con precaución, a veces, no con demasiada frecuencia, por temor a gastarlas.  Pesco una vuelvo a ver la decoración, los personajes, las actitudes[6].  Vuelvo a encontrarlo a él entre esas cosas, con su figura pequeña y deforme que se impone a los acontecimientos y pone el mundo a girar en torno a ella.

El arrobamiento absoluto delante de aquella vida nueva nos otorgó una suerte de talento [7] para aborrecerloNunca antes llegó a nuestra casa un ser con tan nefasto sino.  Y aunque no hacía nada malo, una como malignidad latente lo tornaba insoportable[8] Desde el primer día se las ingenió para hacerse odiar.  Ya mayor, hecho o deshecho hombre por los múltiples tropiezos y los odios absurdos de que era objeto; porque no era humano del todo, sino más o menos humano [9], la sociedad lo considero un paria cuya vida ruin y muerte violenta estaban del todo justificadas.

Arribó a nuestra casa uno de los días más calurosos del año. Durante la tarde, el calor se abatía como plomo derretido sobre el cementerio y se extendía hacia las calles adyacentes como un vaho putrefacto que olía a una mezcla de melones podridos y cuerno quemado [10].  Al caer la noche el ambiente se hizo irrespirable.  Los animales andaban inquietos, entonces un perro comenzó a aullar en alguna casa campesina, dejó escapar un largo, lúgubre aullido, como si tuviese miedo. Su llamado fue recogido por otro perro y por otro y otro, hasta que, nacido como el viento que ahora pasaba suavemente a través de la cañada, comenzó un aterrador concierto de aullidos que parecían llegar de todos los puntos del campo, desde tan lejos como la imaginación alcanzase a captar a través de las tinieblas de la noche [11].

Un poco antes de la cena, frente a nuestra puerta se detuvo una carreta halada por una mula renca.  Un hombre se apeó, saludo inclinando ligeramente la cabeza y dio la espalda para rodear el vehículo.  Al volver a la luz traía consigo un fardo grande que se movía produciendo en la tela ligeras ondulaciones. Yo acostumbraba estar pendiente de todo.  La avidez de mis ojos recién nacidos a otras formas del mundo me hacían una presencia molesta en la entrada, los pasillos, la cocina, las habitaciones.  Mamá se acercó a mí y me empujó despacio hacia la estancia, mientras el hombre se abría camino.  El fardo dejó de ser un bulto mudo e inició un sonsonete que parecía ahogarse entre las sábanas.   La criada lo tomó en sus brazos y dejó que mamá se entendiera con el extraño.  Yo no resolvía qué dirección seguir, si la cocina o permanecer impertérrita husmeando los detalles que me informaran sobre lo guardado bajo aquel envoltorio.

La primera premonición vino con la lluvia.  Tras semanas de sequía, incesantes aguaceros, viscosos de tan espesos, se abatían desde lo alto de un cielo que (…) parecía inagotable [12].  El agua corría sin tregua por entre la cañada.  Los animales empezaron a morir, y lo que era un evento fortuito, un suceso por demás natural, marcaría para él el principio de todo.  Después de las abundantes lluvias, el cielo estaba lavado pero oscuro, de un color ahumado e igual, como si el habitual azul hubiera sido sustituido no por el gris producido por el nubarrón que se disuelve en lluvia, sino por otro tono más inmóvil y tétrico, para siempre [13].  En casa se rumoraba que tales tormentas y sus estragos sólo podían ser obra de un ser diabólico, de una mala presencia, que por descartes se le asignaba a él.

Quienes lo cuidaron sus primeros días no salían del asombro.  Él era pálido y mudo, producía una impresión de persona deforme, sin que pudiese señalarse una deformación concreta [14]. El descubrimiento vino con los años; pero desde chico se le atribuyeron cualidades y características nacidas del miedo y la incomprensión.  Dignas hijas de nuestros prejuicios.  Las mujeres de la cocina no le tenían clemencia:

- ¡Dejad de llorar bicho feo!
- ¿Quién va a querer dar de amamantar a un adefesio como tú?
- Yo preferiría darle el pecho a un vampiro
- ¡No lo miréis! ¡No lo miréis que os traerá mala suerte!
- Seguro que es hijo del demonio y de una cerda [15]

Pero, siempre alguien salía en su defensa

- !Imposible¡ Es absolutamente imposible que un niño de pecho esté poseído por el demonio. Un niño de pecho no es un ser humano, sólo un proyecto y aún no tiene el alma formada del todo. Por consiguiente, carece de interés para el demonio. ¿Acaso habla ya? ¿Tiene convulsiones? ¿Mueve las cosas de la habitación? ¿Despide mal olor? [16]

Creció con la certeza de ser distinto.  El nombre con que lo bautizaron parecía resistírsele, de modo que nunca nadie lo llamó por él.  Para todos era “el muchacho”, “el jorobado”, “el tuerto”, y otros apelativos con que se le nombraba para mantenerlo a oscuras.  En casa tenía a su cargo los trabajos más deshonrosos o que implicaban ejercer fuerza o violencia.  Era el encargado de mantener desinfectadas las letrinas, arreglar las porquerizas y los establos, atender el parto de los animales.  A cambio de ello recibía dos raciones de comidas diarias, algunas monedas, unos andrajos para cubrir su cuerpo y un par de zapatos cuando el anterior ya no existía.  Libres de nuestras labores los dos coincidíamos apenas al caer la tarde y emprendíamos con desenfreno nuestros juegos… Nuestros desafíos macabros… Aquella fascinación por la muerte que nos parecía lo mejor de lo mejor… La incapacidad de soportar la vida. Cierta indiferencia... Cierta despreocupación por las consecuencias [17]

Hacíamos víctima de nuestros experimentos a cualquier animal que no opusiera mucha resistencia.  Llegada la hora de la muerte le dejaba actuar movida por una curiosidad morbosa.  Él hacía gala de sus destrezas.  Torturaba y desmembraba a la víctima, y luego desperdigábamos sus partes por los alrededores, lejos de los olfatos fisgones.  Era un sacrificio de sangre que se hizo cada vez más exigente.  Primero fueron las aves de corral, luego la obsesión se desbordó por animales más grandes.  En el pueblo empezaron a escucharse rumores de extrañas desapariciones.  Extranjeros llegaban un buen día y se iban sin dejar rastros.  Por tratarse de foráneos a nadie le preocupó demasiado; pero la mengua en los corrales mantenía alerta a los aldeanos. Con el tiempo, lo que inició siendo un juego amenazaba adquirir proporciones desmesuradas.  Noté entonces con detalle esa cualidad que lo hacía peculiar: poseía una absoluta indiferencia por el dolor y el sufrimiento.


Continuará...


¡Libertad... para pensar!


ESTOS SON NUESTROS PROTAGONISTAS



[1] Don Quijote de la Mancha.  Miguel de Cervantes Saavedra.  Barcelona: Editorial RBA. 1994. pp, 97
[2] El Perfume.  Patrick Sünskid.  Barcelona: Editorial RBA.  1993. pp, 4               
[3] Del asesinato considerado como una de las bellas artes. Thomas de Quincey.  pp, 29
[4] La Náusea.  Jean Paul Sartre.  Bogotá: Editorial Oveja Negra, 1982. pp, 23
[5] Un destripador de antaño.  Emilia Pardo Bazán.  Madrid: Ediciones Aguilar.  1995. pp, 7
[6] La Náusea.  Jean Paul Sartre.  Bogotá: Editorial Oveja Negra, 1982.  pp. 44
[7] Como una novela.  Daniel Pennac.  Bogotá: Grupo Editorial Norma.  1995. pp, 3
[8] El rechazo.  En La muralla China.  Franz Kafka.  Madrid: Editorial Alianza. 1983, pp, 70
[9] El Jorobado de Notre Dame.  Víctor Hugo.  Acto 1, escena 1.  
[10] El Perfume.  Patrick Sünskind.  Barcelona: Editorial RBA.  1993. pp, 4
[11] Drácula.  Bram Stoker.  Pp, 7
[12] Retorno a Tipasa.  En El Verano.  Albert Camus.  Madrid: Editorial Alianza. 1996.  pp,70
[13] La desobediencia.  En Agostino, la desobediencia.  Alberto Moravia.  Madrid: Editorial Alianza.  1970. pp,141
[14] El extraordinario caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde.  Robert Louis Stevenson.  Madrid:  Ediciones Aguilar, pp.20
[15] El jorobado de Notre Dame.  Víctor Hugo.  Acto 1, escena 1
[16] El Perfume.  Patrick Süskind.  Barcelona: Editorial RBA.  1993.  pp, 6
[17] El diablo a la cabeza, Bernard-Henri Lévy. Barcelona: Editorial Planeta-Agostini, 1985. pp. 421, 418



Comentarios

  1. Lectura hipertextual como diría Gérad Genette en Palimpsestos, genera el libro juego donde el lector interviene en los nuevos espacios de lectura, grandes protagonistas de Hipotexto utilizaste!, un abrazo!

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    1. Hola, Graciela. Gracias por la referencia, y para seguir con ellas, este juego y el modo como intento encadenar cada cita son una forma de recordar las palabras de J.L.Borges sobre nuestra tendencia a repetir de forma cíclica a través de la literatura las mismas historias e iguales argumentos. Gracias por pasarte

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  2. Interesante experimento... Esperamos el final.
    Un abrazo.

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    1. Gacias, Javier, Espero conozcas el final de esta historia. Ya tendrás notiicias de él.

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  3. De todo, lo mejor los argumentos de los personajes de Süskind para decir que ese engendro no es obra del diablo. Espero que al final lo liberes de esos clásicos, y seas tú quien decida su futuro. Me gustaría que le dieras tú el final, y si es cerrado y feliz mejor. Pero es sólo mi deseo. No sé cuáles son tus planes. Besos.

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  4. No había pensado en esto de los finales felices; ninguna de las historias de este blog tiene un final de ese tipo. Reflexionaré sobre ello. Éste experimento tampoco puede desligarse de los clásicos porque entonces perdería su razón de ser. Siento no poder cumplir tu deseo. Saludos

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  5. Una pena, porque el juego ya se ha hecho, y un último párrafo tuyo no desvirtuaría el objetivo de la entrada. En cualquier caso, me gusta

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  6. Hola María Eugenia, un juego muy didáctico. La referencia al Quijote me ha llegado, ya que he vivido mucho tiempo en la Mancha. Seguiremos el desenlace, saludos!!

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    1. Hola, Sonia. Gracias por visitarnos. Me alegra que la referencia al Quijote te evocara algunos recuerdos. Saludos

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  7. Querida amiga:
    Mientras te leía se me venía constantemente una palabra a la cabeza, exactamente un verbo, "conjugar", creo que es como definiría este juego tan maravilloso tú, pues jugaste con los clásicos y creaste un argumento, conjugando con la historia e intercatuando con nosotros, tus lectores, a los que nos dejaste a las puertas de otro banquete.
    Siempre te he dicho que admiro tu mente y tu corazón, además también tu escritura.
    Gran idea y genial resultado.
    Esperaremos gustosos que sigas con la historia
    muchos besos mi niña

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    1. Gracias, Amparo, Aprecio que te guste la experiencia y hayas disfrutado de ella. Lo interesante de este juego es que resulta relativamente fácil armar varios rompecabezas a medida que se encuentra los argumentos centrales. Abrazos

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  8. Esta super el cuento, y referencias perfectas. Me ha encantado, quisiera leer el final ya. Quiero ser escritora, pero tengo dificultades para escribir un cuento psicodélico, por eso vine aquí, A ver el ejemplo

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