La transformación económica-política del capitalismo tardío del siglo XX: David Harvey

La condición de la posmodernidad: David Harvey, Horizonte Femenino


La irrupción del modo de producción capitalista durante la revolución industrial europea dio inicio a un proceso de modificación de la naturaleza y de la condición humana sin parangón en la historia. Este fenómeno altamente dinámico e inestable se ha presentado a través de diversos modos de acumulación y de regulación social y política.

La transformación más reciente inició en la década del 80, cuando se dio el desplazamiento del modelo Fordista hacia un régimen de acumulación más flexible. En un primer momento, el Fordismo se trató de una transformación del medio físico buscando satisfacer múltiples necesidades que fueron complejizándose a medida que se producía una hiper-acumulación de mercancías sin excesiva demanda en el mercado interno de los países productores. 

Un segundo momento surge a partir de la creación de necesidades que no responden a cuestiones biológicas, sino que están cifradas culturalmente, buscando descongestionar el mercado y sostener el sistema de acumulación intensiva.

No es gratuito, entonces, considerar el Fordismo menos como un modelo de producción en masa y más como una forma de vida total que garantizó la uniformidad de los productos y su consumo masivo; pero a la vez cosificó la experiencia humana, estableciendo una clara “consistencia entre los comportamientos individuales respecto del esquema de acumulación” (Harvey, 1996). Quizás uno de sus legados más nefastos sea haber generado la comercialización de la cultura y la vinculación indisoluble de la condición humana a la producción y acumulación de mercancías.

Factores como el incremento de la tasa de desempleo y la precarización de las condiciones laborales de quienes se insertan al mercado actual; la lucha de clases cada vez más polarizada entre quienes detentan los medios de producción y las huestes de trabajadores, objetos de una versión renovada de esclavismo.

La agudización de las desigualdades estructurales y el surgimiento de nuevas desigualdades dinámicas, y los altos índices de exclusión social que día a día socavan los deteriorados lazos de solidaridad; la concentración del poder y de la riqueza en unas pocas manos privilegiadas que instauran monopolios y cierran filas contra cualquier sublevación que ponga en riesgo el equilibrio impuesto, y la estética postmodernista con su carga de individuación y alienación, deben leerse bajo las claves Fordistas.

La resignificación del mundo impulsada por este modelo de acumulación tomó fuerza en 1946 durante el llamado boom capitalista que se extendió hasta la década del 70. Las consecuencias más importantes de esta reconfiguración social y natural, entre las que se señalan: crecimiento acelerado de las economías centrales, crecimiento de la productividad de la fuerza de trabajo y de los salarios reales, altos niveles de vida; generalización de las normas de producción y de las innovaciones tecnológicas, pueden ser rastreadas a través del análisis hecho por Harvey a la transformación del capitalismo durante la segunda mitad del siglo XX. 

En el texto de referencia, el autor revisa los antecedentes y el desarrollo del modelo que, unido a los planteamientos económicos Keynesianos, dan lugar a la expansión masiva del capitalismo hacia regiones donde su desarrollo era incipiente. En dicho análisis queda expuesto que si bien el sistema se presenta como un todo ordenado, regido por unas reglas, normas, leyes y hábitos, adolece profundas crisis y contradicciones que hacen pensar eventualmente en su disolución; sin embargo, los conflictos nacidos en su propio seno tienen como resultado un fortalecimiento y reacomodación de sus fuerzas, estrategias y formas de operación.

Una de las primeras maniobras ejecutadas para enfrentar la crisis que vivió el sistema a partir de los años 80s fue la exportación del Fordismo, mediante la internacionalización de las empresas y la deslocalización de sus centros de producción, en un intento por disminuir los costos de manufactura y restarle fuerza al movimiento sindical que había logrado amplias reivindicaciones laborales. 

No obstante, esta estratagema que fracturó la relación establecida entre Estado – trabajadores - capitalismo fue una consecuencia natural del proceso. Bauman (2006) afirma que el Estado Benefactor que nació con el Fordismo era operativo al sistema, fue la convergencia entre numerosos intereses y presiones provenientes de campos antagónicos, por un lado el capitalismo incapaz de recrear solo su propia supervivencia, y por otro los trabajadores, igualmente incapaces de encontrar solos un seguro contra los caprichos de la economía.

El Estado benefactor, que sirvió de base para garantizar el suministro constante de mano de obra y la adecuada adaptación de ésta al modelo económico, tenía dos objetivos principales que hoy por hoy son difíciles de alcanzar: la eliminación del ciclo económico y sus perniciosas consecuencias y la redistribución de la renta. 

El bienestar era un seguro colectivo que se ha ido perdiendo paulatinamente; durante su época dorada se buscó que las condiciones de vida digna alcanzada por una persona se convirtieran en una cuestión de ciudadanía política y no de desempeño y aporte económico (Bauman, 2006).

Los Estados-nacionales se enfrentan a una progresiva inversión de su papel proteccionista ocasionada, entre otros factores, por la pérdida de control sobre los circuitos financieros que pasaron a ser territorio de la nueva clase capitalista transnacional, integrada por los fondos de pensiones e inversiones. 

A decir de Palacios (1996), en los nuevos marcos económicos, la política social está girando más entorno de los agentes financieros y del apoyo internacional que de los Estados-nacionales. A esto debe sumarse que el proceso de globalización económica ha generado una atomización de sus territorios en regiones descentralizadas y autónomas que tienden a limitar, reducir y fragmentar las estructuras estatales.

Ahora bien, la deslocalización industrial, por otra parte, también representó la internacionalización de las nociones de progreso y desarrollo fundamentales para el capitalismo. De ahí que las propuestas desarrollistas, institucionalizadas en los países del llamado tercer mundo a través del redespliegue industrial, que buscó potenciar sus economías ampliando su participación en los mercados, se hizo en función de un sistema de poder y de valoración de los otros que desterritorializa aspectos como la cultura y los recursos para convertirlos en agentes hegemónicos.

El redespliegue industrial fue un proceso inconcluso; la producción de materias primas para las grandes industrias no tuvo el desarrollo esperado; por el contrario, Harvey señala que la introducción de alta tecnología generó un auge industrial en los países centrales a partir de cuatro pilares estratégicos: la robótica, la telemática, la informática y la electrónica. 

De este modo, la trama de procesos productivos y cadenas mercantiles que conforman la economía mundial se concentra en los países centrales y los procesos periféricos, en los países del borde. Para De Souza (1996), esta división jerárquica del trabajo trae como consecuencia una mayor polarización económica y política entre el centro y la periferia; asistimos a una redefinición de la hegemonía, que implica la definición de los lugares de la semiperiferia y de la periferia y sus modos de articulación, y a la conformación de bloques económicos, alianzas, tratados de libre comercio y a nuevas formas de apropiación del espacio por parte del capital.

Hace algunos años, la debilidad o fortaleza de un Estado era definida por su capacidad de atender las necesidades de sus ciudadanos brindando seguridad, libertad o bienestar, actualmente esta fortaleza reside en la capacidad para defender a sus empresas en las relaciones económicas interestatales. Este cambio de función a favor de los sectores económicos deja aún más desprotegido a un grueso de la población que históricamente no ha accedido a sus beneficios y modifica los esquemas de vida de quienes hasta hace poco gozaban de ciertos privilegios sociales.

Harvey plantea que el paso del modelo de acumulación Fordista hacia la llamada acumulación flexible ha generado una serie de transformaciones laborales que modifican el control sobre la mano de obra y el empleo, socavando la organización de la clase obrera y alterando la base objetiva para la lucha de clases. 

La proliferación de los empleos en el sector servicios, ocasionada por la emergencia de nuevos mercados e innovaciones comerciales y tecnológicas, deja al descubierto una problemática que altera la visión clásica del trabajo como herramienta para la construcción de una identidad personal y social. La flexibilidad laboral no solo afecta a la mano de obra de reserva, constituida básicamente por personas con bajos niveles educativos, sino que también reduce la demanda de fuerza laboral educada.

Si en los países de nueva industrialización el redespliegue industrial modificó parcialmente las cargas laborales brindando contratos a los trabajadores excedentes, la automatización flexible y el repunte industrial de los países centrales produjo un mayor desempleo en este mismo grupo, demandando la vinculación de técnicos y profesionales cuyas habilidades fueran operativas al sistema. 

Sin embargo, cada vez existen menos garantías de obtener un contrato fijo que responda a las expectativas personales. Las nuevas dinámicas amenazan también a los obreros calificados que fácilmente son reemplazados por otros encontrados más allá de las fronteras de cada país, gracias a la libertad de movimiento de las finanzas.

Con todo, la mayor amenaza no es solo la falta de responsabilidad de las empresas para invertir en el bienestar público; el peligro ahora radica en el desplazamiento de los trabajadores dentro del proceso productivo. El valor de las industrias modernas se calcula por sus acciones y dividendos antes que por el volumen producido (Bauman, 2006). 

Los negocios más exitosos despuntan tecnología o se desarrollan en la virtualidad, prescindiendo cada vez más de la mano de obra; poniendo freno al conflicto laboral y reduciendo los pasivos que representan el pago de salarios.

No cabe duda de que los avances del capitalismo debilitan la percepción del principio de igualdad entre las personas, distorsionando las representaciones del futuro, alterando los niveles de cohesión social y la expresión de reivindicaciones colectivas.

Bibliografía:

1. Bauman, Zygmunt (2006): Trabajo, capitalismo y nuevos pobres.  Edigorial Gedisa.  Barcelona, España.
2.  De Souza Santos, Boaventura (1996): La transnacionalización del campo legalen varios: El nuevo orden global: dimensiones y perspectivas. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia - Universidad Católica de Lovaina, 1996.
3. Harvey, David (1998): La transformación económica-política del capitalismo tardío del siglo XX, en: La condición de la postmodernidad: investigación sobre los orígenes del cambio cultural.  Amorrortu Editores.  Buenos Aires, Argentina.
4. Palacio, Germán (1996): Comentarios a la ponencia del profesor Boaventura De Souza Santosen varios: El nuevo orden global: dimensiones y perspectivas.  Bogotá, Universidad Nacional de Colombia - Universidad Católica de Lovaina, 1996.

¡Libertad... para pensar!

Entradas más populares de este blog

Historia del barrio Mojica (Cali-Colombia)

Debate Physis vs Nómos

La identidad personal en David Hume