Adolescencia y familia


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La adolescencia es reconocida como un proceso difícil en la asunción de la condición humana, a partir de lo cual se han creado diversos estereotipos que presentan a los jóvenes como rebeldes, irresponsables y conflictivos.  Con todo, éste período es crucial en la configuración de significaciones, construcción de la subjetividad y búsqueda de identidad personal.  Al adolescente le corresponde apropiarse e integrar a su vida una serie de imágenes relacionadas con diferentes roles sociales; de igual forma, se le asigna la tarea de escoger una profesión significativa y un estilo de vida que responda a las expectativas de la sociedad y la familia. 


Las investigaciones sobre la naturaleza del fenómeno demuestran que la experiencia de crecer es difícil tanto para los jóvenes como para el grupo familiar y las personas que entran en contacto con ellos.  Las principales dificultades identificadas para este grupo etario son de tres tipos: los conflictos con los padres, la inestabilidad emocional y las conductas de riesgo. En el primer caso se señalan las dificultades en la comunicación entre padres e hijos como reflejo de un cambio en la estructura de poder al interior de la familia o un reajuste en la estructura  de los roles. 


El factor género influye en los niveles de comunicación, las madres son consideradas más abiertas, comprensivas e interesadas en la escucha de temas personales y normas familiares, esta fortaleza en el vínculo obedece a que las mujeres invierten más tiempo con los hijos o están más involucradas en sus procesos vitales; así mismo, las adolescentes tienen mejores patrones de comunicación con ambos padres.   Los muchachos suelen comunicarse mejor con el padre sobre temas de sexualidad y conducta.  La intensidad y la frecuencia con que se presentan los conflictos disminuyen al final de la adolescencia, principalmente para las mujeres, los hombres mantienen en esta etapa altos niveles de conflictos con sus padres. 


En algunos hogares, las deficiencias comunicativas entre padres e hijos son satisfechas por otros miembros de la familia básica o extensa. En cualquiera de los casos, la calidad de las relaciones familiares configura los modelos cognitivos internos de los adolescentes y sus relaciones con los demás; dichos patrones influyen en la percepción acerca de la disponibilidad de los otros y en su capacidad posterior para recibir apoyo (Gómez, 2008). Con todo, la dinámica de los conflictos entre padres y adolescentes resulta positiva para el desarrollo de los y las chicas y para la interacción familiar, siempre que ocurran en un ambiente de respeto, afecto, cohesión y organización. Por ende, la falta de interacciones conflictivas es vista como un perjuicio a la normalización, al desarrollo de la personalidad y la autonomía de los hijos.


La segunda dimensión de los problemas identificados entre padres e hijos adolescentes es la inestabilidad emocional, esta condición se caracteriza por inquietudes diversas, tensiones internas y disolución de la identidad infantil.  Emocionalmente se ha identificado a los adolescentes como personas impulsivas, imprevisibles, incoherentes, con explosiones afectivas intensas y sobreestimación de sí mismos.  Sin embargo, esta es sólo una cara del problema, en la búsqueda de su autoafirmación los adolescentes deben suplir múltiples necesidades materiales y espirituales a la vez que desarrollar la capacidad de afrontamiento, entendida como los esfuerzos afectivos, cognitivos y psicosociales enfocados al control de situaciones estresantes tales como la pérdida de autoestima y la menor satisfacción vital (Della, s.f.).


El conjunto de circunstancias, capacidades, atributos y recursos que garantizan la superación eficaz de los problemas adolescentes reciben el nombre de factores protectores, construcciones culturales que el individuo, la familia y la comunidad ponen en juego para superar los marcos estrechos de los condicionamientos sociales, y vislumbrar nuevas perspectivas para el desarrollo individual.  Forman parte de estos factores las condiciones del medio ambiente externo, los soportes sociales representados en el apoyo brindado por el Estado y sus instituciones, y por último la fuerza de voluntad del individuo para adaptarse a un contexto de carencias. 


En oposición a estos surgen los factores de riesgo, que en sentido contrario predisponen al sujeto, difuminando el margen de indeterminación que debe existir entre su momento actual y sus posibilidades futuras.  Entre los factores de riesgo se mencionan todas las características personales y sociales que abonan el terreno para la formación de futuros transgresores.  A este grupo pertenecen la pobreza, el racismo, la ausencia de padres, las relaciones carentes de afectividad y esquemas morales; el consumo de fármacos, la delincuencia, la deserción escolar y las relaciones sexuales precoces (Gómez, 2008).


Una de las críticas a la teoría del riesgo plantea que al atribuir a los sujetos que habitan situaciones de vulnerabilidad el adjetivo “riesgoso”, considerando sólo las condiciones socioeconómicas de su vida, los ubica en una situación de inferioridad, definiendo de antemano cómo es, cuáles son sus características y a qué grupo pertenecerá, y desde allí suponen cuáles deben ser los modos de intervención profesional que se aborden con ellos.  Estas codificaciones también habilitan el trato diferencial que recibirán estas personas en todas las instancias de participación ciudadana. 


Serra (2006) considera que la categorización de “riesgoso” no se asigna a un sujeto autónomo, sino que se da en respuesta a las particularidades identificadas en una comunidad, en este caso los colectivos empobrecidos.  De esta manera, los sujetos pierden individualidad y son expuestos a nuevos modos de vigilancia y de tratamientos diferenciales de acuerdo con su capacidad o incapacidad, comprobadas o no, de asumir las exigencias de competitividad y rentabilidad de la sociedad contemporánea.   Las nuevas formas de control impulsadas desde la noción de riesgo  no pasan ni por la represión ni por el intervencionismo asistencial, sino por la asignación de un destino social previamente construido.  En este universo de presunciones en el individuo pobre vive latente un potencial delincuente, un niño en riesgo, un sujeto peligroso.


Los ambientes desfavorables, con alto índice de factores de riesgo, se consideran inadecuados para la construcción de la identidad adulta, en este sentido, se afirma que la personalidad adolescente se desarrolla mediante una exploración difusa, carente de estructura, “incorporando los riesgos como expresiones de autoafirmación para compensar el empobrecimiento de los mecanismos de respuesta a las demandas y necesidades que se deben enfrentar” (Rojas, 2001:106).  En los contextos inestables, sin referencias válidas, emergen sujetos autorreferenciales que  construye un proyecto de vida sin sentido, en donde el trabajo y el esfuerzo dejan de ser los configuradores simbólicos de la realidad (Barrón, 2010).


¿Por qué sólo el trabajo y el esfuerzo, o qué tipo de trabajo y nivel de esfuerzo, permiten construir un proyecto válido y estructurado y dan sentido a la trayectoria de vida de una persona en los términos señalados?.  Bauman (2005) plantea que en las sociedades industriales el precepto de trabajar, en cualquier ocupación o bajo cualquier condición, constituía la única forma decente y moralmente aceptable de ganarse el derecho a la vida.  En aquella época, frente al dilema de qué hacer con los indigentes y otros individuos que no podían ser impulsados a la rutina de las fábricas, se aplicó el principio del “menor derecho”, que representaba hacerle la vida menos atractiva a las personas sostenidas con auxilios y no con el salario producto de su esfuerzo.


En las sociedades contemporáneas la adolescencia se ha convertido en una especie de filtro que evita llegar a dilemas y consideraciones como los señalados por Bauman.  Basados en los factores de riesgo, el tránsito hacia la adultez de los individuos pobres se hace a partir de circuitos particulares implementados, inicialmente, desde los contenidos pedagógicos que imparte la escuela.  Para Serra (2006), las perspectivas pedagógicas basadas en el supuesto de que la pobreza determina las posibilidades de aprendizaje de los alumnos, establecen que para corregir este problema se debe recurrir a estrategias formativas especiales que operen sobre esa carencia o incapacidad, a fin de reducir la distancia que media entre los niños que tienen este “déficit” y los alumnos que se ubican del otro lado de la línea, en el lugar de la “normalidad”.  


No obstante, el efecto es contrario, el adolescente, especialmente el pobre, vive bajo múltiples estigmas, diariamente enfrenta estereotipos y barreras que hacen inaccesible los empleos, condición necesaria para acceder a esa buena vida planteada en los términos de Giddens (Bienes materiales - dignidad – realización personal), y que sus derechos no sean menores.  Con todo, los jóvenes vulnerables responden creativamente a sus circunstancias opresivas, buscan adaptarse, resistir, tienen su propio relato de energía y lucha que muchas veces fracasa porque la realidad tiene sus resistencias.


  Si los factores de riesgo contribuyen al surgimiento de conductas negativas, los factores protectores actúan como escudos frente a su embate, atenuando sus efectos y transformando las desventajas en herramientas para la superación de situaciones estresantes.  El ámbito social provisto de mecanismos amortiguadores permite el aprendizaje y perfeccionamiento de habilidades, fortalezas y competencias individuales que ayudan a desarrollar comportamientos positivos aún en ambientes desfavorables.  De este modo, las necesidades de superación de la vulnerabilidad pueden canalizarse hacia la transformación de la realidad juvenil, mediante la adopción de conductas de menor riesgo y la transformación de las necesidades en capacidades que fortalezcan el desarrollo integral de la persona. 


La propuesta de concebir las necesidades como fortalezas tiene su fundamento en la noción de resilencia, entendida como la destreza para enfrentar y superar los riesgos de la marginalidad sin perturbar de manera permanente la salud física y emocional de la persona.   El desarrollo de actitudes resilentes es implícito a la condición humana; sin embargo, las capacidades cognitivas y emocionales que se ponen en juego para enfrentar las adversidades varían a lo largo del tiempo y de acuerdo a las circunstancias, una persona puede comportarse de manera competente ante una situación de riesgo, pero ser vulnerable a otra experiencia similar (Arias, 2002).  

A través de los procesos resilentes  los individuos logran mayor control sobre sus vidas, empoderamiento que redunda a su vez en mejoras del entorno inmediato.  Para alcanzar estos propósitos el constructo exige desarrollar habilidades enfocadas a enfrentar las emociones, disminuir los niveles de estrés, mejorar la comunicación y producir pensamientos positivos y críticos.   Los procesos resilentes se sustentan en la interacción entre la persona y su entorno.  La continua exposición a factores de riesgo en individuos carenciados faculta el aprendizaje de competencias disímiles, aumentado la probabilidad de presentar desajustes psicosociales. 


Bibliografía


Arias Henao, Diana (2002): La resilencia como perspectiva del desarrollo humano.  En: Revista Perespectivas en Psicología, V.5fasc. p.75-88 [en línea]  Disponible en: http://www.umanizales. edu.co/publicaciones/campos/sociales/

Bauman, Zygmunt (2005): Trabajo, consumismo y nuevos pobres.  Editorial Gedisa.  Barcelona, España.

Barrón, Margarita, et otras (2010): Adolescente, violencia y familia en la ciudad de Córdoba. Pedagogía social No.17 de marzo de 2010- P. 83 y 95. Universidad pablo de olavide. 30 [en línea]. [Consulta: 20 de octubre de 2010]. Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ ArtPdfRed.jsp? iCve=135013577007.

Della Mora, Marcelo (S.F.): Estrategias de afrontamiento (coping) en adolescentes embarazadas escolarizadas.  Revista Iberoamericana de Educación.  Universidad de Buenos Aires, Argentina.  [en línea].   Disponible en: http://www.rieoei.org/deloslectores /1342Mora.pdf

Gómez Cobos, Erick. Adolescencia y familia: revisión de la relación y la comunicación como factores de riesgo o protecciónRevista Intercontinental de Psicología y Educación [en línea] 2008, 10 (Julio-Diciembre)  Disponible en: <http://redalyc.uaemex.mx /src/inicio /Art PdfRed.jsp?iCve=80212387006>

Rojas, Milton (2001): Factores de riesgo y protectores identificados en adolescentes consumidores de sustancias psicoactivas.  Revisión del análisis del estado actual.  [en línea] Disponible en: http://www.lafamiliaeduca.net/Archivos/Apoyo/Otros/fastores%20riesgo %20juventud.pdf

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