Delincuencia juvenil


Delincuencia juvenil, Horizonte Femenino, Artículos, Delincuencia, Delincuencia juvenil, Características de la delincuencia, Violencia estructural, Violencia conceptos y tipos, Qué es la delincuencia juvenil




Los jóvenes de esa zona tienen la misma visión del mundo forjada en las mismas experiencias, en las riñas de la infancia, en los sinsabores y decepciones de la escuela, en la estigmatización asociada a la residencia en un barrio podrido, en el hecho de que cuando ven un lindo pantalón o una linda camisa no pueden pedirle dinero a nadie y tienen que arreglárselas solos, en los largos momentos que pasan juntos aburriéndose, porque no tienen ningún local donde encontrarse, ninguna cancha de fútbol para jugar, y sobre todo en la confrontación constante, continua, con un universo cerrado por todos lados, sin futuro, sin posibilidades, tanto en materia escolar como laboral: no conocen más que gente sin empleo o en dificultades”

La Miseria del Mundo
Pierre Bordieu


En la configuración de las conductas violentas muchos autores atribuyen una importancia fundamental a la familia, es claro que ésta es el primer agente de socialización que ejerce presión sobre el individuo; pero circunscribir la problemática al espacio familiar y a sus llamadas disfunciones es desconocer la influencia decisiva que factores como el barrio, la escuela, el contexto social, los medios de comunicación y el mundo del trabajo tienen en su aparición. Los elementos familiares analizados en el estudio de las conductas violentas han variado a lo largo del tiempo. Los primeros análisis se focalizaban en la estructura del grupo familiar (Tamaño, tipología), los estudios más recientes se basan en su funcionamiento (cohesión, participación de los padres, relaciones afectivas, control sobre la conducta de los hijos).

El entramado de relaciones e interacciones producto de la triada familia – individuo – sociedad son definidas y guiadas por procesos estructurales. Las representaciones teóricas sobre el fenómeno de la delincuencia tienen asiento en dichas estructuras, a través de ellas se han planteado las bases para su análisis y definido las pautas para su intervención.

Las representaciones sobre la delincuencia juvenil son de diversa índole: existe una aproximación legalista que vela por la aplicación de la ley sin importar la edad del trasgresor o la falta cometida; desde otro ámbito, el conductismo establece que la información genética y los rasgos psicológicos son algunos de los factores causantes de la conducta delictiva. Las teorías naturalistas, por ejemplo, abordan la transgresión como una conducta predeterminada, un desvío biológico que despierta en el individuo impulsos violentos. Basados en la necesidad de atención y control que requiere la persona, sus propuestas de intervención estén enfocadas a corregir las tendencias y los estados peligrosos.

En oposición a esta teoría surgen otros enfoques que analizan la antisocialidad incluyendo todos los entornos en que se desenvuelve la persona. La perspectiva ecológica del desarrollo humano propone cuatro escenarios de análisis, definidos como estructuras interrelacionadas y ubicados en diferentes niveles. El primer nivel es el entorno más inmediato al individuo y se denomina microsistema (la familia), el segundo, mesosistema, comprende las interrelaciones de dos o más entornos en los que la persona participa activamente; la tercera estructura, el exosistema, está integrada por contextos más amplios que no incluyen a la persona como sujeto activo; el último escenario, el macrosistema lo configuran la cultura y la subcultura en la que se desenvuelve la persona y todos los individuos de su sociedad (Frías-Armenta, 2003).

El interaccionismo, por su parte, propone que la delincuencia es inherente a un sistema social específico, por cuanto tales conductas no son posibles en sociedades con mayores garantías ciudadanas. Desde ésta perspectiva, las conductas anómicas responden a los aspectos del mundo social que presentan disociación entre los objetivos culturales y el acceso de ciertos grupos humanos a los servicios y recursos necesarios para alcanzar sus propósitos. En la búsqueda de argumentos que justifiquen el porqué algunos sujetos formados en ambientes vulnerables no registran comportamientos violentos, diversas investigaciones afirman que no son tanto las condiciones de pobreza las generadoras de estados delincuenciales, sino especialmente las condiciones físicas y sociales del barrio.

No obstante, entender las manifestaciones de violencia juvenil requiere considerar tanto los acontecimientos vitales estresores, como las características psicológicas que determinan el tipo de valoración y las respuestas dadas ante los mismos. Las reacciones que el individuo asume frente a los motivantes de la conducta violenta son definidas por las normas interiorizadas. En esta medida, el delincuente barrial puede ser percibido también como un opositor a las condiciones de pobreza impuestas socialmente.

La delincuencia, entonces, no es un fenómeno antisocial sino un producto de la crisis, en la medida que responde a los agudos problemas que padece la sociedad contemporánea; no se opone a la sociedad ni amenaza destruirla, “reconstruye microsociedades y microculturas en donde la gran sociedad no está en capacidad de hacerlo, crea solidaridad y reglas donde la sociedad no es capaz de proponerlas” (Betancourt, 1998:19).

Autores como Rubio (2007), Serrano (2005), De Souza (2005), consideran que la precariedad económica no es el factor más determinante en el desarrollo de las conductas violentas y cuestionan la relación indisociable que se establece entre pobreza y delincuencia, pues argumentan que muchas teorías dan por descontada la existencia de bandas de jóvenes de estratos socioeconómicos altos, para quienes no aplica el discurso de rebusque y supervivencia como desencadenante de las acciones delictivas. También afirman que los estudios sociales no sólo descuidan este aspecto de la conformación de las pandillas o de los grupos delincuenciales, sino que especialmente ignoran a los jóvenes pobres no violentos que habitan las zonas marginales y que están por fuera de las políticas públicas para la juventud y de las ventajas asociadas a los programas de prevención.

De Souza (2005) nos indica que si bien la forma de violencia más cruel que se padece en los países Latinoamericanos es la infringida por los pobres hacia sus compañeros de infortunio, la fenomenología de la delincuencia actual no permite establecer una relación directa entre violencia y pobreza. La exacerbación de estos conflictos deriva del debilitamiento del Estado, del aumento del crimen organizado y la criminalidad común y no de los conflictos sociales y políticos volcados hacia un cambio en las estructuras.

Tras considerar todos los aspectos involucrados en el desarrollo de la conducta delictiva y de analizar los desencadenantes de ésta entre los jóvenes de diferentes clases sociales, Rubio (2007) plantea que el rasgo más determinante en ella es la falla en los mecanismos internos de autocontrol1, hacia cuyo fortalecimiento deben enfocarse las estrategias de prevención. Los infractores muestran síntomas de indisciplina y falta de control en diferentes ámbitos de su vida, haciéndose más propensos al consumo de estupefacientes, al ingreso temprano a las actividades sexuales, a la incapacidad de expresar sentimientos y amor propio y a la ligereza en el desarrollo de tareas que exigen entrenamiento y persistencia; lo que justificaría la dificultad para embarcarse en proyectos de largo plazo, la imposibilidad de postergar los deseos, la baja tolerancia al fracaso, los conflictos para planear el futuro y un sentido de vida dirigido a la inmediatez. En oposición a estos argumentos otros estudios anotan que en orden de prioridades, la inclusión, la aceptación y la interrelación tienen primacía incluso sobre el control y el afecto, y sobre otras necesidades (Giraldo O., Citado por Gutiérrez 2008)

Rasgos similares a los señalados por Rubio expuso Lewis (citado por Gutiérrez, 2005:29) en su caracterización de los individuos pobres, enfatizando: “la iniciación sexual temprana, la debilidad en la estructura del ego, la falta de control de los impulsos, la orientación temporal dirigida hacia el presente y la capacidad relativamente reducida de aplazar la realización de los deseos o de planear para el futuro”. En este orden de ideas, la falta de control no es una característica exclusiva de los infractores, sino que también es un rasgo cultural o psicosocial de la marginalidad

Según Bordieu los individuos sometidos a situaciones de violencia responden a ella de forma natural, pues están condicionados por las violencias invisibles que sufrieron“desde su primera infancia, en la escuela, el mercado laboral, el mercado sexual(1999:62). Ejercer la violencia se constituye una forma de participación legítima para ganar presencia y visibilidad social, es un discurso válido en las instancias donde otros no operan, un elemento reafirmante de la presencia y del lugar que socialmente les han asignado. Como víctimas de situaciones extremas de expulsión los jóvenes delincuentes pueblan sus territorios en condiciones de violencia, que al igual que definen sus carencias, les permiten ciertas ganancias en términos de beneficios simbólicos: pertenencia a un grupo de pares y asignación de significado a la identidad personal (Duschatzky 2004).

La violencia no es privativa de ambientes precarios, ni de hogares encabezados por mujeres y es poco probable que afecte a los individuos más o menos según el grupo étnico.  Es una práctica generalizada socialmente en la que intervienen la dinámica familiar, el contexto y las tradiciones culturales, con independencia del nivel educativo de los padres y del estatus socioeconómico de la familia. Las opiniones sobre el papel de la familia  y el desempeño de las mujeres están divididas, por un lado se reconoce que en muchos hogares, nucleares por su organización, la madre es el único sustento económico y normativo; pero también es cierto que en las sociedades modernas, con los ciclos de trabajo más largos y la precarización de los ingresos, los padres y las madres tienen menos tiempo para invertir en la socialización de los hijos. 


Bibliografía

Bauman, Zygmunt (2005): Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Editorial Gedisa. Barcelona, España 

Betancourt, Darío (1998): Violencia, criminalidad, juventud. En: Folios, No.8, Universidad Pedagógica Nacional: Bogotá. Págs. 5-20 

Bordieu, Pierre (1999): La miseria del mundo, Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires.  

De Souza Minayo, María Cecilia (2005): Relaciones entre procesos sociales, violencia y calidad de vida. [en línea]. En: Salud Colectiva, No. [Consulta: 17 de julio de 2011]. Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRedjsp?iCve= 7311010   

Duschatzky, Silvia & Corea, Cristina (2004): Chicos en banda: los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones, Paidós: Buenos Aires   

Escobar Navia, Rodrigo (1999): Obstáculos para el desarrollo del país: violencia e inseguridad. En: Revista Universidad Cooperativa de Colombia, No.70, Universidad Cooperativa de Colombia: Bogotá. Págs. 127-135 

Gutiérrez, Alicia B. (2005): Pobre, como siempre… estrategias de reproducción social en la pobreza, Ferreira Editor: Córdoba, Argentina 

Rubio, Mauricio (2007): Pandillas, rumba y actividad sexual: desmitificando la violencia juvenil, Universidad Externado de Colombia: Bogotá. 

Serrano, José Fernando: (2005) La cotidianidad del exceso. Representaciones de violencia entre jóvenes colombianos. En: Jóvenes sin tregua: Culturas y políticas de la violencia.



¡Libertad... para pensar!


1 Rubio Retoma los argumentos de Gottfredson y Hirschi (1990), quienes proponen una explicación al fenómeno de la delincuencia basada en el autocontrol, entendido como la falta de disciplina y de restricciones. El autor confronta esta teoría a la que explica este fenómeno desde los determinantes económicos y sociales. Afirma, además, que el autocontrol parece ser un atributo más femenino que se ve favorecido por el sistema educativo.

Entradas más populares de este blog

Historia del barrio Mojica (Cali-Colombia)

Debate Physis vs Nómos

La identidad personal en David Hume