El imperio del fracaso
Quiero construirme una vida digna, que no
deje dudas respecto a quien soy. Que exponga los fantasmas de mis
fracasos al sol de cada día. Que no se defina por la perspectiva de
otros. Quiero ser una posibilidad, que se busca entre los márgenes de
la confusión y el vacío.
Esto que soy, tomado de la mejor versión de mis
fantasías más locas, no tiene límites. Es una fuente inagotable de
propuestas. Me reinvento paso a paso. Soy un instrumento de la gran
orquesta de la vida; la mejor música para mis oídos emana de mí ser en
sintonía.
He fracasado sí y de forma estruendosa, en el
amor, al elegir un oficio, en la crianza de mis hijas, en mis aspiraciones de
éxito y ventaja económica; en ser una chica de portada o una influencer que da pautas a quienes creen navegar a oscuras. No soy una mujer prototipo. Soy un
reducto, un intento fallido. Erró el mundo en su propósito de
convertirme en títere y hacer de mi historia un producto enlatado.
Sin embargo, no he fracasado en elegir lo
que me gusta y define. Empezando por la cualidad de reírme de todo, más
tarde que temprano, pero me río. Sin duda, también después de una
lágrima. Porque la risa reagrupa mis sentidos entorno a lo
esencial. Si el llanto y el dolor me escinden o dispersan, en un marasmo
de tragedia que parece inagotable, la risa tiene el efecto que producen los
rayos de luz tras la lluvia, hace que renazca para la vida. No hay
renacimiento sin muerte, y mis horas oscuras son un anticipo de la claridad que
en adelante albergará mi espíritu.
Mis fracasos son un triunfo sobre lo inútil, lo
predicho o dado por cierto en el báculo de la gran masa. ¡Qué
delicia esta vocación de fracaso sin tregua! Sólo la muerte podrá
hacerme desistir de eso que llaman fracaso.
¡Libertad... para pensar!