El cielo prometido

Niña de la sierra peruana Artículos, Bienaventuranzas católicas, Economía capitalista, Violencia estructural, La pobreza en el mundo, Cristianismo características
Niña habitante de la sierra peruana - Fotógrafo Paolo Cesare Butturini.


"Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos", proclamó Jesucristo en el Sermón de la montaña.  Algunas interpretaciones de esta frase proponen relacionar la noción de pobreza con la definición de espíritu, sugieren así que la pobreza es el desprendimiento de las cosas materiales y la aspiración a una vida de riqueza interior.  Otras exégesis recuperan la raíz griega - ptojos - del término pobreza, de acuerdo con los usos que tenía en los tiempos del nazareno, y reconocen que los pobres de espíritu son las personas que padecen penurias económicas.  Esta creencia va ligada a la noción estándar de pobreza y es una de las más difundidas hoy.  Las iglesias católicas y cristianas afirman no validar esa hermenéutica, sin embargo, la bienaventuranza de Jesús constituye una filosofía de vida para pobres y creyentes.  

He señalado que existe una interpretación estándar de la pobreza que implica la falta de medios de pervivencia.  Acepciones más amplias refieren formas de pobreza entendidas como incapacidad para alcanzar habilidades, que garanticen una mejor y mayor participación en los procesos sociales.  
 
En esta entrada me interesa enfocar el asunto en la carencia de un mínimo vital, en la pobreza económica.  En ese sentido, el problema que genera la segunda interpretación de la lección de Cristo no se reduce a limitar las aspiraciones de éxito de los menos afortunados, pretensión que transformaría las victorias económicas en fines deseados por todos.  La cuestión principal es que al relacionar la pobreza con cierta pureza de espíritu hace de ella un trofeo, que mantiene casi inalterable el contingente de pobres. 

El creyente de bajos recursos se debate entre los lineamientos de la doctrina cristiana y el imperativo de la sociedad capitalista.  Aunque debe tratar de vivir con esfuerzo en la dignidad de la pobreza; también le corresponde procurarse los recursos que garanticen cierto nivel de autonomía.  No es sano depender ni ser una carga para la familia, los amigos o la sociedad en su conjunto. El imperativo asume que la pobreza requiere un mínimo de acción, de intencionalidad por cambiar las condiciones de vida, sin caer en la opulencia o deslumbrarse por la potencia de los actos humanos y perder el temor hacia dios.  

Quienes viven de la caridad son un caso aparte, no tienen garantías de alcanzar el reino de los cielos.  La mendicidad adquiere visos de patología y está excluida de la causa de los pobres.  Los mendigos habitarán eternamente el purgatorio.  Una vez desencarnados serán expulsados de la tierra que les fue prestada sin mérito alguno y estarán incapacitados moralmente de solicitar la gracia divina.   

La falacia histórica ha convertido a la tierra en el campo de batalla de los poderosos. A los desposeídos -un quinto de la población mundial que subsiste con menos de un dolar al día o quienes están por debajo de la línea de pobreza- les queda el consuelo de aspirar, con la muerte, al único territorio disponible: el cielo.  Inalcanzable, azul y etéreo, igual que los sueños de prosperidad y vida buena que vende el mundo moderno.  El cielo es la gran cortina de humo del imperio construido bajo los preceptos cristianos. Occidente hizo de él una verdad inobjetable y la recompensa para quienes persisten, sin quejas ni manchas, en este valle de lágrimas.  


¡Libertad... para pensar!

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