El poder lacerante del miedo

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Imagen tomada de internet

"El ánimo que piensa en lo que puede temer,
empieza a temer en lo que puede pensar"
Francisco de Quevedo


A Tamia y Liumara Londoño

¿Tienes miedo?
Te has preguntado antes de sentirlo ¿qué lo produce? ¿Cómo se anuncia? ¿Qué se propone y cómo lo ayudamos a cumplir su meta?

El miedo es considerado una de las emociones básicas del ser humano; junto con la tristeza, la ira, la alegría, el asco y la sorpresa, nos acompaña desde los inicios de nuestra travesía como especie.  Ninguna emoción puede valorarse en términos de bueno o malo; los psicólogos sugieren que todas cumplen un rol fundamental para nuestra supervivencia.  De ahí que el miedo nos prevenga del peligro, porque anticipa situaciones que comportan riesgos.  

En esta entrada voy a referirme al miedo como elemento que juega un rol incapacitante en la vida social.  Una primera cosa que trato de poner en claro cuando siento miedo es quien soy, donde estoy, en qué lugar y época.  Aunque estas cavilaciones parezcan extrañas o inútiles, son mi arma más potente contra el miedo.  Porque su poder seductor de sirena consiste en romper nuestros polos a tierra.  Perturbar nuestro sentido de la realidad y ubicarnos más allá de cualquier razonamiento.

El miedo no es sólo una emoción, también es el lugar donde ocurren los sucesos que nos espantan.  Un limbo que adquiere realidad a medida que poblamos su escenario con las personas o situaciones que tememos.  Somos los actores de una biografía siempre en ciernes, reescrita sin pausa y sin distinciones.  El miedo es el vértigo que produce el salto al vacío que llamamos futuro.  Nos olvidamos de que el mañana es un rompecabezas formado con todas las piezas que nos entrega el hoy, y jugamos a ser prestidigitadores.  Nos anticipamos sin razón ni juicio y perdemos, no el futuro que es una ilusión, sino el ahora; esa extraña convicción  de un tiempo que parece demasiado breve.  El miedo se convierte en un estado de ensueño, durante el cual huimos del presente por doloroso e incomprensible, demasiado lento para nuestros deseos inmediatos, y nos asomamos al futuro por los visillos del miedo; tímidamente, como si se tratará de una transgresión. 

La ruleta de tres momentos que conforman el tiempo me recuerda una caminata por la playa; mientras las olas borran las huellas dejadas atrás, una nueva se anticipa, hace presencia y desaparece bajo las aguas del futuro que imponen su peso.  Nos produce temor el pasado con su carga de culpa, el presente por inadecuado y el futuro por incierto.  El fundamento de nuestros miedos son las posibilidades, las contingencias, que en el universo del día a día se cuentan por miles.  La reacción más común a este sentimiento de impotencia es lacerar nuestro ser escindido, incapaz de regalarnos el placer de omitir lo inevitable.

Mi lista de miedos favoritos:
- La muerte de quienes amo.
El terror mayor.  Nunca temo mi propia muerte, de hecho me resulta un suceso interesante.  Pero la ausencia física de los que amo es algo que perturba.  Me molesta la idea de un futuro donde no estén; tal vez no tanto por ellos y lo que les negará la vida - uno no alcanza a imaginarse cómo sería la vida de alguien que ya partió -, sino por mi forma de enfrentar el mundo sin la excusa que representa el otro. El protagonista principal de esas elucubraciones donde aparece el difunto siempre es uno mismo.  Al final es un miedo sin fundamento.  Morir es una realidad contra la que se lucha, pero este miedo asume que sobreviviré a todos ellos.  Y mientras el tiempo deja su inexorable marca me pierdo la alegría de vivirlos aquí y ahora, sin la estela de perfección que acompaña a la sombra de los muertos.  El porvenir no depende enteramente de mis elecciones y decisiones; el ahora implica una mayor responsabilidad y eso espanta.

- Las evaluaciones (exámenes, exposiciones, presentaciones, etc.).
En el coco número dos incluyo todas las actividades que nos exigen dar cuenta de nuestros conocimientos o experticia.  Nada más tranquilizador que colgarnos el mote de torpes, brutos, retrasados o idiotas para escapar del horror del juicio doctrinario de los ilustres, representado en cualquier figura de autoridad más o menos cierta.  Nuestras incapacidades son múltiples, igual que las habilidades que tenemos y nos facultan para realizar con mayor propiedad estas o aquellas tareas.  La educación que recibí le apuntaba a la formación de sujetos homogéneos, todos debíamos saber lo mismo, ofrecer las mismas respuestas a los mismos problemas y demostrar condiciones de personas inteligentes, capaces o en proceso de serlo.  En el camino hacia ese logro perdí a la persona que quizás debí ser.  Deseché intereses y potencialidades en pos de ser un alumno promedio o una buena y eficiente empleada.  La educación me enseñó que los discursos hablan de posibilidades, abismos que deseamos cruzar, miedos a lo que llaman fracasos y que aún nadie define en términos que importen.

- Las opiniones ajenas.
Este año este coco ha caído para mí en el deshonroso tercer y último lugar.  Soy más feliz con él tras bastidores.  He vivido muchos años bajo las enaguas de mi madre o el cómodo paraguas de los amigos (mis amigos saben que soy una mujer solitaria, los 60 cm de espacio personal se convierten para mí en 100 cm).  El primero de enero del 2018 el sol me pegó de frente y quemó muchas de mis vergüenzas históricas.  Que si te desalineas sólo un poco pierdes el respeto y la honra, si te vistes de más o de menos eres inadecuado para tu edad o los ojos de alguien.  Hay edades, géneros y conductas para todas las cosas y cosas para todas las edades, géneros y conductas.  No digo que debamos ser descarados o impúdicos; hablo de brindarnos el gusto de vivir, hacer lo que nos motiva y representa alguna forma de felicidad (es importante creerle a Aristóteles).  Mi liberación fue obra de un ejercicio cartesiano; inicié desechando todo por absurdo y torpe para mi comprensión (una forma elegante de decir que mandas a la mierda lo que no se te acomoda), luego recuperas lo que tiene sentido, puede ocupar un espacio en tu vida y no resulta una carga innecesaria.  En recorridos cortos el mayor placer es viajar liviano. 


¡Libertad... para pensar!

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