Una interpretación de los orígenes del patriarcado


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Imagen de Jonny Lindner en Pixabay

El hombre es a la cultura como la mujer a la naturaleza, y cada uno ha sido revestido de las características que le corresponden.  La historia social de Occidente se estructuró alrededor de ésta y otras ideas similares.  Pretendo servirme de ella para contar mi versión sobre los orígenes del patriarcado.

Los estudios sociales definen el término patriarcado, por etimología “gobierno de los padres”, como una forma de organización de la sociedad, trasversal a las esferas política, económica, cultural y religiosa, y que se adapta a cualquier sistema económico o forma de gobierno.  La ideología patriarcal, como sistema de creencias,  construye y explica las relaciones y las diferencias que existen entre hombres y mujeres, a partir de los rasgos físicos.  Como sistema de dominación establece la autoridad masculina sobre la mujer, la descendencia y el conjunto de la familia.  El hombre se constituye en el parámetro de la normalidad definida biológicamente, lo que condiciona y justifica la inferioridad de la mujer, convirtiendo la supuesta desigualdad natural en desigualdad política.

Basado en estas distinciones el patriarcado instaura un orden natural del mundo, define las identidades, los derechos, los deberes y las funciones que en el entramado social corresponden a cada sexo.   El sistema patriarcal, sin embargo, no sólo constriñe la experiencia de vida femenina, los hombres son obligados, por defecto, a renunciar a las cualidades y características asignadas a las mujeres.

Las teorizaciones sobre este sistema fueron primordiales para el debate feminista en la primera fase de la Segunda ola.  El término fue acuñado por Kate Millet en el libro Política sexual (1969), con el fin de evidenciar el papel que juegan los roles sexuales en la constitución de la ideología patriarcal.

A mi modo de ver, puede afirmarse que el sistema patriarcal es producto del miedo.  Se cimienta en el anhelo de superar los límites que impone la naturaleza y alcanzar un estadio superior en el cual el hombre sirva de referencia a sí mismo.    Desde los temores primitivos frente al desconocimiento e impredecibilidad de la naturaleza, hasta el desarrollo de los artilugios y creencias que le permitieran dominarla, a través de la ciencia y la tecnología, el hombre emprendió un largo camino en solitario. 

En ese tránsito, sus condiciones físicas fueron sobredimensionadas, se convirtió en prototipo de lo ideal, no sólo por ser anatómicamente distinto, sino porque la fuerza y la inteligencia racional, a la que se siente más cercano, se impusieron como criterio de lo justo.

El patriarcado es un sistema de organización social que surge para ejercer control sobre lo natural, someter a la mujer es un resultado lógico de este proceso.   Lo femenino es un puente que comunica lo natural, a través de la maternidad, con la cultura, mediante la socialización de los niños y jóvenes.

Sólo quien logra darse a sí mismo las características que lo convierten en racional y progresista, puede asumir la función de mando en las relaciones sociales.  Pero esta pretensión masculina no representa un divorcio total de la naturaleza.  Ella es el hogar, no existe otro. El hombre se debate entre su anhelo de trascendencia y las condiciones físicas que lo ligan indisolublemente a la tierra.  La mujer es necesaria para mantener el vínculo que sostiene la vida humana.  Su vientre es el primer refugio, luego aparece la casa.

Ahora bien, es claro que naturaleza y cultura no son polos opuestos, y que se afectan mutuamente; de modo que, bajo ciertas condiciones, sus límites se hacen difusos.


¡Libertad... para pensar!

          

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