Lola Salina Bergara de Bourguet (1876-1939)

 



Presentación:

Lola Salinas Bergara de Bourguet nació en San Martín, Buenos Aires.  Fue catedrática en la Escuela Normal de Lomas de Zamora y colaboradora en distintos diarios y revistas dentro y fuera de Argentina. Según consta en la International Encyclopedia of Pseudonyms (2005), la autora también firmó como Angélica Farfalla y Silvio Eguren. Fue premiada como poeta en numerosos certámenes. Su obra publicada se compone por tres piezas narrativas: Crisanthemas (1903), Los expósitos (1907) y Érase que… se era (1935); tres libros de poesía: Renglones cortos (1916), Arca de sándalo (1925) y Agua clara (1927); y tres libros escolares para segundo y tercer grado de educación básica: Flor de ceibo, de 1928; Agua mansa, de 1929; y Panoramas, de 1929 (José Carlos Maubé y Adolfo Capdevielle [comps.], Antología de la poesía femenina, Impresores Ferrari Hnos., Buenos Aires, 1930, p. 113.  (Nájera Vergara, Karla.  2019:357).


El ciego


Para Alberto Meyer Arana, afectuosamente.

I

En la verde campiña,
Como una mancha opaca, se esfumaba
El grupo vacilante de la niña
Y del misero ciego a quien guiaba...
El Sol, que se ponía,
Alargaba la sombra ante su paso,
Y no se si es que a mí me parecía
0 en realidad, sobre ellos, descendía
Como aureola de luz, la del Ocaso...

Era rubia la niña, frágil, blanca,
Con dos ojos azules, de amor llenos,
Cuya mirada, cariñosa y franca
Los abría magníficos, serenos...
Y era el ciego un mancebo
De esbelta talla y varonil belleza,
Con no sé qué misterio de grandeza
En su perfil purísimo de Efebo.
Las pupilas sin luz, casi veladas
Por un vapor de lágrimas calladas,
Se vivían inquietos a la altura...
¡Que tristes son los ojos sin miradas,
Llorando su perpetua desventura!

II

Ya las sombras cubrían
El verdor de los campos. A lo lejos,
Las primeras estrellas descubrían
Sus fugaces y tímidos reflejos,
Y del opuesto lado,
Entre acordes fantásticos de orquesta,
enviaba la ciudad soplos de fiesta
Sobre el paisaje agreste y sosegado...

Y la lejana música, muy suave,
Como arrullo de un ave,
0 murmullo de lago cristalino,
Arrobando mi espíritu, fingía
La dulce paz de un éxtasis divino
Que lenta y quedamente me envolvía...
Así, errando, la idea,
Cual mariposa audaz entre las galas
De opulento jardín, batió las alas
Hacia el mundo ideal que ella se crea...
De la existencia el singular problema
Perdió en la mente su tenaz porfía,
Y floreció mi ensueño en un poema
Donde el ciego y la niña eran emblema,
¡De una leyenda azul de poesía!

III

— Ya no hay luz, retornemos, — dijo suave,
Al ciego, su amoroso lazarillo, —
Y cual abriga a su polluelo el ave,
Con maternal afán, serena y grave
Le envolvió en su modesto rebocillo...

— ¿Ya no hay Sol? ¿Ya se fue?  ¿Y se fue tan presto? —
El joven pregunto, casi con llanto,
Para agregar, después, con triste gesto,
— Aun sin ver su fulgor, ¡le adoro tanto!

— ¿Fue tu verdugo y le amas? — compasiva
La niña replicó, tierna y sumisa,
Alumbrando una lagrima furtiva
Con el rayo fugaz de su sonrisa.

- ¡Amarla, poco es! —fue la rotunda
grave respuesta. — Tengo en la memoria
Algo como el fragmento de una historia
Que me ata al sol con familiar coyunda.

Escucha, hermana... Fue la tarde aquella
En que bebí la luz por vez postrera;
Tú me hablabas de un mago y de una estrella,
Galán rendido el, amante ella,

Allá en el mundo azul de la quimera...
Yo apenas te escuchaba
Pensando no sé qué... Tal vez no cuadre
A mi anónimo ser de hijo sin madre
Soñar con la ascendencia que soñaba...
Porque, huérfano, así... sin otro amparo
Que el de tu hogar, hermana, acaso es raro
Forjarse una ancestral genealogía...
Sin más amigos y sin más fortuna
Que el pobre alero que asombró mi cuna
Donde a la vera de tu amor dormía...

—Sigue tu historia, sigue... — suavemente
le interrumpió su Antígona, — y él dijo:
— Soñaba ser del Sol divino hijo
Y le vi que, acercándose, prolijo,
¡Con un beso de luz quemó mi frente!

Sentí brotar de su caricia fuego
Y un grito di... ¿Recuerdas?  Con el día
Cuál mi pena profunda no sería
Al encontrarme, para siempre, ¡ciego!
Sumido de la sombra en el abismo,
Tengo de entonces, o lo sueño, hermana,
Claridades de lumbre meridiana
En el hondo misterio de mi mismo!
Calló el ciego. Las sombras intranquilas
Se tendieron de nuevo tras sus huellas...
Le miré... ¡Irradiaban sus pupilas
Cabrilleos fantásticos de estrellas!

IV

Caminaban muy quedos a mi lado,
Y yo pensando, mientras tanto, iba,
Que son muchos los seres que han cegado
Por mirar siempre arriba...
Y la luz que se apaga en esos ojos
Alumbra el alma con reflejos tales
Cual pudieran brillar los soles rojos
¡En sus etéreos focos inmortales!

Ya libre de pesar, por oírle luego
La dulce voz, purísima y sonora,
— Di, niño, — pregunté, — ¿naciste ciego?
Y él respondió con infantil sosiego:
¡Fue que el sol me besó, buena señora!

A San Martín


Sabre todas las páginas preclaras
que leemos con amor en nuestra historia,
hay una envuelta en resplandor de gloria
donde refulge un nombre: ¡San Martín!
Nombre que al pronunciarlo nuestros labios
tienen marciales resonancias nobles,
ya del tambor los rápidos redobles,
ya las notas vibrantes de clarín

¡Héroe entre héroes! La gloriosa espada
que manejara su incansable brazo,
grabó su brillante, victorioso trazo,
una sola palabra: ¡Libertad!
Y donde quiera que llevó su planta,
libres los pueblos de opresores fueron,
y los hierros inicuos se rompieron
bajo su acero límpido y triunfal.

Dejad que el corazón se fortalezca
en la memoria de sus hechos grandes,
escritos los dejo sobre los Andes
en esas nieves que respeta el sol.

Y escritos en sus páginas eternas
la historia las conserva en sus anales,
coronados de lauros inmortales
y a la sombra del patrio pabellón.

 Agua Mansa


Agua, del manso arroyuelo
suave como una caricia;
de la flor, hada propicia
y limpio espejo del cielo;

agua de fresca vertiente
que con su ritmo tranquilo
va ensartando, hilo por hilo,
perlas del más puro oriente;

agua que en la lluvia fina,
sobre los  montes distantes
pone ceñidos turbantes
de apretada muselina;

agua de laguna clara,
que de la bruma en el tul,
es vino un diamante azul
desprendido de una tiara;

agua mansa, savia viva
que nutre la tierra y sube
convertida en blanca nube
o en neblina fugitiva;

agua que en la flor perfuma
y da salud en la fuente;
y es vigor en la cimiente
y polvo de oro en la espuma;

agua fecunda y serena que
que siembra el bien en su huella...
¡ah, si la vida como ella
fuese tan simple y tan buen!

El pan

¡Blanca harina de trigo! En la envoltura
del pan que nos ofreces cada día,
representas la cándida blancura
de un inocente sueño de alegría!

Pan nuestro, pa de amor, pan conquistado
en el trabjo con tenaz empeño
¡Cuán grato ere, al calor gustado
de un dulce hogar, pacífico y risueño!

¡Bendito sea el sazonado grano
y el fuerte tallo y la dorada espiga,
y del honrado labrador la mano,
y el sudro de su esfuerzo y su fatiga!

Hijos, veid y repetid conmigo,
con el favor de una formal promesa:
"Pan os pido, Señor, para el mendigo
servido en los manteles de mi mesa".

Invierno

Un viento helado que con fuerza mueve
las puertas, mal seguras, de la casa...
Afuera, en lento descender, la nieve
sobre el transeunte que aterido pasa... 

Ni una flor en el prado, ni una nota
entre el follaje escaso que aún resiste...
La nevasca sin tregua, gota a gota,
decora el cielo en la penumbra triste...

Y mientras cerca del ardiente leño
me entrego al dulce bienestar del sueño,
¿Tendrá esta noche el mísero mendigo
pan, hogar y una manta para abrigo?

 

Abeja

Abeja de la colmena
que se oculta en el sauzal: 
abeja del largo vuelo
y del alegre zumbar;
abejita laboriosa
que a las flores no das paz
y en el silencio trabajas
tu riquísimo panal.
¡cuánto tu existencia vale!
¡Cuánto a la existencia das,
con tu miel y con tu cera
y con tu incansable afán!
 
Tome ejemplo el perezoso 
de tu inquieto laborar;
sepa que el zángano tiene
castigo en su propio mal,
porque ni prueba las mieles
ni lo quieren en su hogar,
ni las flores lo acarician,
ni puede vivir en paz.
¡Yo quisiera ser abeja;
ir labrando mi panal,
y entre las flores más bellas,
volar... volar... y volar!
 

La cosecha 

El trigal era un mar; un mar de oro...
Ya amontona el labriego ese tesoro
en la rehenchida parva, con presteza
levantando y hundiendo su riqueza
- dispuesta a la jornada de la trilla -  
el tenedor curvado de la horqilla...
(¡Oh, sueños de fortuna, lisonjeros!
¡Mañana estarán llenos sus graneros!)

Todo es faena bajo el sol; la era,
del polvo entre las gasas amarillas;
como un inmenso espejo reverbera,
y son haces de llamas las gavillas...
Infatigable el labrrador labora;
corre el sudor por su tostada frente
y alimenta su brazo diligente
la boca de la enorme trilladora...
¡Tal afán premie el cielo con largueza
y amor y paz le dé, con la riqueza!


Bibliografía

Nájera Vergara, Karla. (2019). ‘Viejas como el miedo’: las ficciones fantásticas en el Río de la Plata de 1906 a 1940. Antecedentes, desarrollo y consolidación de un género (Tesis doctoral).  El Colegio de San Luis, A.C.  San Luis Potosí, S.L.P.

Salina Bergarat, Lola (1913).  El ciego. Revista Nosotros, 47-50, Pág. 293.  https://www.revistas-culturales.de/es/personen-zeitschrift/salinas-bergara-de-bourguet-lola

Salina Bergarat, Lola (1915).  Di, ¿Me quiere? ¿No me quiere? Revista Nosotros, 78-80, Pág. 3.  https://www.revistas-culturales.de/es/personen-zeitschrift/salinas-bergara-de-bourguet-lola

Salina Bergarat, Lola (1928).  Agua Mansa.  Editorial Independencia.  Buenos Aires, Argentina.

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