Rosario de Acuña (1850-1923)

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Rosario de Acuña, escritora española


Rosario de Acuña Villanueva de la Iglesia, nacida en Madrid en 1851, dejó una huella imborrable en la literatura española y la sociedad de su tiempo. Casi ciega desde los 16 años, enfrentó su discapacidad con coraje y se destacó como poeta, dramaturga, ensayista y activista. Su vida, marcada por su lucha contra las convenciones sociales y religiosas, la convierte en un símbolo de rebeldía y valentía.

Trayectoria y Desafíos:

Educada en un colegio de monjas, Rosario de Acuña desafió las expectativas impuestas por su discapacidad visual. Viajó por Europa y vivió en Roma, donde su espíritu libre se desarrolló aún más. Aunque su matrimonio fue breve, su éxito en el teatro la consolidó como la segunda mujer en estrenar en el Teatro Español de Madrid.

Compromiso Social y Militancia:

Rosario no solo brilló en las artes, sino que también abrazó la causa liberal y anticlerical. Ocupó tribunas en el Ateneo y El Fomento de las Artes, enfrentándose a la iglesia con su obra "El padre Juan", lo que la llevó a la antipatía de algunos sectores. Se retiró del mundo literario y vivió en Pinto, donde organizó reuniones con librepensadores y masones.

Conflictos y Exilio:

El conflicto con la iglesia se intensificó cuando denunció la agresión a dos estudiantes norteamericanas, resultando en una querella criminal. Después de cuatro años de exilio en Portugal, regresó a España tras un indulto real. Estableció su residencia en Gijón, donde vivió hasta su fallecimiento.

Obra Literaria:

Rosario de Acuña dejó un legado literario diverso que abarca poesía, teatro, ensayos y novelas. Algunas de sus obras más destacadas incluyen "Rienzi el Tribuno", "Morirse a tiempo", y "La siesta". Su escritura abordó temas sociales, políticos y feministas con agudeza y perspicacia.

Legado y Reconocimiento:

La vida y obra de Rosario de Acuña fueron fundamentales para abrir caminos en la literatura y la lucha por los derechos y la igualdad. Su valentía para desafiar las normas de su época y su contribución a la literatura feminista la convierten en una figura emblemática en la historia cultural de España. Su legado perdura como inspiración para aquellos que buscan desafiar las injusticias y dar voz a los marginados.

Ella


Casi niña; ojos negros, donde brilla,
Con intenso fulgor, el rayo hermoso
De un genio audaz, valiente é indomable,
Cual se halla siempre el huracán nacido
De la humana pasión; rosados labios
Donde se ven jugar ardientes besos,
De donde brotan, con sonoro ritmo,
Frases vehementes, rápidas, concisas,
Periodos impregnados de ternura
No vestida jamás con esas galas
De la falsa virtud, ternura pronta
Á expresar esa fuerza de la vida
Que al palpitante corazón alienta;
De estatura arrogante, más graciosa
En proporciones; con altiva frente,
Alguna vez, para su mal, surcada
Por arruga profunda, que descubre
Un pensamiento observador, tirano,
Melancólico, ardiente ó ambicioso,
Pero siempre sujeto en los abismos
De inteligencia audaz, grande, ignorada
De todo el mundo, acaso envanecida
De sí misma, y acaso, con tristeza,
Mirando la orfandad en tomo suyo...
Así es María; el alma que ha traído,
Su cuerpo, á los combates de la tierra
No ha querido bajar á donde luchan
Las pequeñas pasiones, levantada
En agitado vuelo, donde nunca
Se vislumbran los odios ni los vicios,
Gira en torno de un cielo misterioso,
Tal vez de donde vino, cuando al grito
Áspero y repetido de la vida,
Bajó á encerrarse en el somero barro.
Jamás pudieron dominar su alteza,
Y aunque sujeta siempre y vigilada,
Y, por error de educación, sirviendo
De escarnio al vulgo necio, que la mira
Como un extraño ser, de burla digno,
El alma de María, siempre libre,
grande, elevada, amante y soñadora,
Busca la luz, como la alondra, y canta,
Á medida que al cielo se levanta,
El fuego del amor que la enamora.


La boda


Á las seis, poco más, de una mañana
del mes de los claveles y las rosas,
el agudo chillar de una campana
de la villa del Oso,
anunciaba al curioso
que, en la iglesia cercana,
a misa de una boda se decía,
y no anunciaba más, su voz parlera,
porque más no sabia,
que la lengua de bronce,
bien pregone el dolor ó la alegría,
muda al afecto humano,
obedece, no más, cuando la mano
del sacristán la mueve
¿es posible que existan las campanas
estando en pleno siglo diez y nueve?
El caso es que la boda pregonaba
sin saber ¡pobre ciencia!
si penas ó placeres anunciaba.
Allá, en la sacristía,
rodeada de rica estantería
y ante un Cristo torcido y contrahecho
en la Edad Media hecho,
y en el siglo pasado
con un barniz brillante retocado,
cuatro velas de cera derramaban
ojos y vacilantes resplandores,
iluminando las diversas caras
de unas cuantas señorasy señores.
Alto, ceñudo, enjuto y desgarbado,
con acento forzado,
en fuerza de quererle dar valía,
el señor cura párroco del templo,.
la epístola (ó sentencia) concluía,
en tanto que dos rubios monaguillos
cruzaban esas picaras miradas
que lanzan en las bodas los chiquillos.
Terminóse la epístola, un suspiro
hondo y casi apagado,
como si de salir avergonzado
se quisiera volver dentro del pecho,
fué cual punto final de la lectura
que presenciaba el Cristo contra hechor
toma el hisopo el cura,
rocía á los señores
que, en curva precisada,
ceñían la pareja desposada,
y con más ahuecado y ronco acento,
dice aquello del vulgo tan sabido—
«¿La queréis per esposad
¿y vos, mujer, quereisle por marido?»
Un si sonoro escúchase, enseguida
otro si indefinible, como el eco
del primero escuchado
so dejó resbalar por el ambiente,
y fué á morir, perdido y apagado,
del Cristo aquel en la bruñida frente:
siguió la ceremonia, y entre tanto
que en el Cristo moría
el sí que pronunció la desposada,
el cura parroquial lo bendecía
y el monago más chico, haciendo lado,
buscaba los anillos y las arras,
procurando que el traje almidonado,
con ondulante vuelo,
crujiera al encontrarse con el suelo;
halló ambas cosas, dióselas al cura,
aqueste las tomó, y en las ventanas
de sus ojos brillaron dos centellas
al contemplar trece onzas mejicanas;
se le abroncó la voz un medio punto,
y terminó su fácil ministerio
á la par que una vela, mal segura,
cayó del candelero
con su cera manchándole primero.
¿Quiénes eran aquellos de la boda?
¿Quiénes los novios eran?....
Preguntas que, si bien se consideran,
han menester apartes de la historia,
capítulos distintos, como dicen
los que relatan hechos,
anchos á la memoria
y á las modernas críticas estrechos:
apartémonos, pues, mientras la misa,
y de personas y motivos, demos
cuenta y razón precisa,
ya que razón y cuenta les debemos.


Decoración


Acababa la aurora de mostrarse
En el rojizo Oriente;
Sobre las altas cumbres de granito,
Que allá en Sierra-Morena
Se elevan á través de lo infinito,
Brillaban, simulando ramas de oro,
Los destellos del sol, que se anunciaba
Por el sublime y armonioso coro
Que la naturaleza canta al día,
Como en prueba de amor á quien lo envía.
Todo el paisaje es grande é imponente,
A la vez que impregnado de belleza:
Rocas negruzcas, pardas y rojizas,
Cubiertas de maleza;
Madroñeras pajizas
Alternando con verdes madroñeras;
Jarales mustios, de arrugadas hojas,
Y espléndidos jarales,
De blancas ñores por doquier vestidos;
Chaparros retorcidos,
Y altas encinas de copudas ramas
Medio envueltas en muérdago y en yedra;
Floréen las silvestres, y retamas,
Nacidas en las grietas de la piedra;
Guijarros trasparentes,
Por vetas, como el ágata, surcados,
Y pedazos de escorias minerales,
Mostrando sus brillantes plateados;
Á trechos, infecundos arenales,
de fresca yerba por doquier orlados,
Y, junto al manantial de blanca espuma,
Que salta en turbulento remolino,
La plácida corriente,
Deslizando sus aguas silenciosas
Entre adelfas y rosas,
Que miran sus corolas en la fuente,
Esmaltadas de blancas mariposas.
El águila, girando en el espacio
Y fijando su límpida mirada
Sobre el fuego del sol, y, entre el ramaje,
La tórtola inocente, enamorada,
Llamando á su dormida compañera
Con la dulce cadencia de su arrullo;
Alisando los cuervos su plumaje
Sobre el recorte de afilada roca,
Y la dichosa alondra, pobre y loca,
Amante de la luz, volando alegre
Hacia el confín del cielo,
Y cantando mejor cuanto mas sube,
Porque ella expresa su amoroso anhelo
Con los trinos que forma en su garganta,
y encontrando más luz lejos del suelo
Se eleva sin cesar y mejor canta.
Así la creación se estremecía
Á los besos del astro refulgente
Que en su trono de púrpura encendía
la antorcha de la luz sobre el Oriente.

Casualidad

 
Soñé, y en la dormida inteligencia
vi al humano, con ansia desmedida,
buscando los principios de la vida
y dudando a la vez de su existencia;

Vi al ocio revestido de prudencia,
vi la igualdad tornarse fraticida,
vi la diosa Razón entumecida
y en el caos a Dios y a la conciencia.

Vi una raza luchando con la muerte,
a Europa envuelta en sangre y desgarrada,
más lejos, sin girar, la tierra inerte;

Y aún de mi sueño aquel horrorizada,
me despertó, con peregrina suerte,
de un loco que pasó la carcajada.
____________
Revista Contemporánea,  Madrid, ago/sep 1876

A una flor


Fingiendo el rostro amores y contento,
llevando la tristeza de aliada,
la mirada de mis ojos apagada,
y ahogando mi dolor  con el aliento,

yo me hallaba buscándote entre ciento
en el claro brillar de una alborada,
cuando sentí fijarse la mirada,
y saludé tus hojas con mi acento.

Flor hermosa, que en verdes bastidores
a los rayos del sol casta reía
como ríen los dulces ruiseñores,
 
derramando a torrentes su armonía;
tú despertaste el alma a los amores
de la santa inocencia en que dormía.
______________
Baeza, 2 marzo  de 1875
Incluido en Ecos del alma (1876) pág. 75

Los celos


Mirar el alma henchida en el desprecio
hacia el ser que en el alma va grabado;
suponerle después un desgraciado
digno de compasión, sino de aprecio;

imaginar que es débil, sabio o necio;
sentir el pensamiento extraviado
al verle de nosotros alejado,
la fe del corazón poniendo a precio;

no encontrar el descanso para nada
y hasta en sueño soñar con amargura,
arrastrar la existencia desgarrada

entre sombras de horrible desventura;
y no teniendo un alma levantada
los celos son la muerte, o la locura.

 __________________
La Mesa Revuelta, Madrid, 30-8-1875
Incluido en Ecos del alma (1876) pág. 208

Biografía

De Acuña, Rosario.  Cinco poemas.  Biblioteca Nacional de España.


Libertad... para pensar!

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