Nieves Xenes (1859-1915)

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 Nieves Xenes, escritora cubana



Nieves Xenes: La Mariposa Nocturna de la Poesía Cubana

Biografía:

En las brumosas tierras de Quivicán, nació el 5 de agosto de 1859, Nieves Xenes, una poetisa cuyas palabras vibraron entre los suspiros románticos y la modernidad del siglo XIX en Cuba.

Su infancia y adolescencia se ocultan en el velo del tiempo, pero a los 19 años, tras una temporada en la Finca La Esperanza, su familia se sumergió en los encantos de La Habana. Fue aquí donde, autodidacta, Nieves comenzó a tejer versos que fluían como ríos de pasión y patriotismo.

Los temas que acariciaron su pluma fueron los susurros del amor y el latir apasionado por la patria. En sus versos, Cuba se convertía en un lienzo pintado con las bellezas naturales que solo un alma poética como la suya podía revelar. Pero, entre las líneas, también se entretejía el destino cruel que la enlazó en un amor inalcanzable, una pasión fervorosa por el orador José Antonio Cortina, cuyo corazón nunca se desveló ante ella.

A medida que los años danzaban al compás del tiempo, Nieves Xenes, como una mariposa nocturna, se retiró del bullicio del mundo. La enfermedad de su madre y la suya propia se entrelazaron con las letras de su último capítulo. El 8 de julio de 1915, su pluma dejó de danzar, apenas siete meses después de que la vida se llevó a su madre.

Aurelia Castello, su amiga leal, se convirtió en la guardiana de sus versos. Después de su partida, la obra de Nieves Xenes emergió como un tesoro literario. Poemas como "Al pueblo de Cuba," "Una confesión," y "Retrato nocturno" revelan la profundidad de sus emociones y la riqueza de su alma poética.

Así, en el susurro de las estrofas y el eco de su legado, Nieves Xenes se erige como una figura romántica y modernista, una poetisa cubana cuyo susurro poético sigue acariciando las almas que se aventuran en el rincón oculto de su obra. Falleció en La Habana el 8 de julio de 1915, pero su poesía trasciende el tiempo, resonando como un eco eterno en la historia literaria de Cuba.

Nocturno

La luna alumbra, aroma la floresta,

acaricia el terral, canta la ola,

alegran la ciudad ruidos de fiesta,

y yo estoy como siempre: triste y sola.

De apasionado anhelo palpitantes,

evocando un recuerdo muy lejano,

llegan a mí, distintas y vibrantes,

las notas melancólicas de un piano.

Vienen, turbando mi impasible calma,

a hablarme de delirios y ternezas,

y a su acento en el fondo de mi alma

despiertan sollozando mis tristezas.

Cuando, en distante y venturoso día,

oí por vez primera esa romanza,

un porvenir de gloria y de alegría

me mostraba risueña la esperanza.

Y del amor en el delirio ardiente,

del destino olvidando los agravios,

irradiaban los sueños en mi mente,

palpitaban los besos en mis labios...

Chispa de luz divina que un instante,

abrasadora en mi cerebro ardiste

con destello fugaz y deslumbrante,

¡en qué abismo de sombras te extinguiste!

Ternura que en mi pecho generoso

como una llama inmensa, derramaste

calor vivificante y amoroso,

¡en qué abismo de hielo te apagaste!...

Cuando, a veces, con íntimo quebranto,

de mi marasmo estúpido despierto,

me comprimo las sienes con espanto

porque siento el mareo del desierto...

Inerte la fogosa fantasía

que ya su vuelo a remontar no alcanza,

agotada del alma la energía,

sin ideal, sin fe, sin esperanza,

mi quietud a la muerte se parece;

que la vida es el ansia abrasadora,

la sensación intensa que estremece,

y el pensamiento ardiente que devora.


De primavera

De la arboleda hojosa en la espesura,

blando suspira el viento entre el ramaje,

y los pájaros lucen su plumaje

cantando sus endechas de ternura.

Su monólogo eterno el mar murmura

balanceándose en lánguido oleaje,

y tiende de su espuma el blanco encaje

de sus orillas en la roca oscura.

Las flores se abren frescas y rientes

derramando su esencia embriagadora,

la nube, de matices relucientes

en el azul del cielo se colora;

y magnífico el sol lanza a torrentes

los rayos de su luz deslumbradora.


Julio

Ostenta el campo su verdor lucido,      

de intenso azul el cielo se colora,      

y el Sol vierte su luz deslumbradora      

ardiente como el oro derretido.      


Es un amante de pasión rendido

ante la hermosa Cuba a quien adora,      

que a su ávida caricia abrasadora      

abandona su cuerpo enardecido.      

 

Y en languidez erótica postrada,      

voluptuosa, gentil y enamorada,  

a sus besos ofrece incitadores,      

 

perfumados con lúbricos aromas,      

ya los erectos senos de sus lomas,      

ya los trémulos labios de sus flores.


Una confesión

¡Padre, no puedo más! mi amor refreno, 

pero en la horrible lucha estoy vencida; 

esta pasión se extinguirá en mi seno 

con el último aliento de mi vida.

Cuando él no está a mi lado, desolada, 

maldiciendo mi mísera existencia, 

siento sobre mi frente fatigada

el peso abrumador de la conciencia. 

Pero al verlo, olvidando mis enojos, 

en vano a la razón ansiosa llamo,

y aunque callan mis labios, con los ojos 

no ceso de decirle ¡yo te amo!

 

Vos me habláis de la gloria y del martirio, 

del enojo del cielo que provoco,

¿pero no comprendéis que es un delirio 

hablar de todo eso al que está loco?

¡Su amor! ése es el cielo que yo ansío 

de mi pasión en el afán eterno,

y encuentro más terrible su desvío 

que todos los tormentos del infierno!

¡Mis ansias ahogaré desesperadas, 

pero él verá en mis ojos sus ardores, 

porque siempre al mirarlo, mis miradas 

serán besos de amor abrasadores!

¡En vano espero sin cesar rezando 

encontrar en la fe consuelo y calma, 

y en vano mis entrañas desgarrando

quiero arrancar su imagen de mi alma!

¡Mi amor es el incendio desatado 

cuya llama voraz nada sofoca!

El torrente que rueda desbordado 

arrastrando a su paso cuanto toca! 

Decís que iré a la gloria si mi anhelo 

logro vencer y de su lado huyo,

¿pero habrá alguna dicha allá en el cielo 

comparable siquiera a un beso suyo?

Oyendo del deber la voz airada, 

fuerzas a Dios para luchar le pido, 

y al verlo, de pasión enajenada, 

deber y religión, ¡todo lo olvido!

Vos, juzgando el amor a vuestro modo, 

decís que no es un mal desesperado, 

decís que con la fe se alcanza todo,

¡no sabéis qué es estar enamorado!

Os digo que prefiero, delirante 

de mi loca pasión en los anhelos,

la dicha de mirarle un solo instante 

a la eterna ventura de los cielos!

¡Ay, padre!, en vuestra santa y dulce calma

rogad a Dios que evite mi caída,

porque este amor se extinguirá en mi alma 

con el último aliento de mi vida!


Retrato

Esculturales líneas dibujaban 

su varonil y espléndida cabeza,

y unida en su cuerpo se mostraban 

la fuerza, la arrogancia y la belleza.

Suave como la seda y reluciente 

la cabellera negra y ondulada,

brillaba en torno de su hermosa frente 

para ceñir laureles modelada.

Sus grandes ojos negros que vertían 

destellos que su rostro iluminaban, 

airados, a los hombres imponían; 

tiernos, a las mujeres fascinaban.

Bajo el bigote de ébano luciente 

su boca, como flor en la mañana, 

mostraba al entreabrirse sonriente

húmedas perlas entre fresca grana. 

La barba, que la enérgica hermosura 

de su cabeza artística acentuaba, 

sobre su tez de pálida blancura 

como un jirón de noche resaltaba.

Cuando su voz al pueblo conmovía 

en la tribuna hermoso y arrogante, 

de la elocuencia el genio parecía 

ante la turba muda y palpitante.

Y su genial palabra subyugaba 

y era viril, ardiente y luminosa;

si el amor a la patria la inspiraba, 

fuerte ariete o palanca poderosa.

Soberbio a veces de entusiasmo, erguía

la magnífica y pálida cabeza 

y la negra melena sacudía

del león con la ingénita fiereza.

Nunca sintió del desaliento el frío

y al combatir de la injusticia 

el yerro ningún temor aminoró su brío,

ni doblegó su voluntad de hierro. 

Por sublime ideal enardecido, 

eran su culto el bien y la belleza, 

y llevaba en alma de elegido

de los héroes la insólita grandeza.

.........................

¡Me lo dijeron; y por un instante 

apagose la luz de mi razón, 

helóseme la sangre, y su latido 

detuvo el corazón!

¡Después, ruda, violenta, arrolladora, 

destrozando mi alma, sin piedad,

se desató de mi dolor inmenso 

la horrible tempestad!

¡Y exhalé extraños gritos de agonía, 

y con terrible angustia sollocé,

y de rodillas con las manos juntas, 

la muerte demandé!

¡Y me reí, convulsa y palpitante, 

con la risa estridente del dolor, 

y lancé en pavoroso desvarío 

rugidos de furor!

¡Y con la voz de lágrimas henchida, 

al cielo mis plegarias elevé,

y con acento amenazante y ronco, 

maldije y blasfemé!...

El cáliz del dolor, gota por gota, 

mi labio hasta las heces apuró,

y el raudal abundoso de mi llanto 

al cabo se agotó!

¡Y entonces, de mi espíritu rendido

trocáronse el tormento y la inquietud, 

en calma semejante a la que envuelve 

al muerto en su ataúd!

¡Y proseguí el camino de la vida 

por la suerte dejándome arrastrar,

cual náufrago infeliz que se abandona 

a las olas del mar!


Bibliografía

  1. Al pueblo de Cuba
  2. En un convento
  3. Muerte
  4. Una confesión
  5. El primer beso,
  6. Retrato
  7. A un rosal
  8. A un Árbol
  9. A la Luna
  10. Primaveral
  11. Mañana,
  12. Julio (premiado) 
  13. Día de primavera
  14. Ante un convento.

Libertad... para pensar!



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