Blanca Varela (1926-2009)
Blanca Varela: Entre la Naturaleza y la Poesía Profunda
Algunos poemas
Escena final
he dejado la puerta entreabierta
soy un animal que no se resigna a morir.
La eternidad es la oscura bisagra que cede
un pequeño ruido en la noche de la carne.
soy la isla que avanza sostenida por la muerte
o una ciudad ferozmente cercada por la vida.
o tal vez no soy nada
sólo el insomnio y la brillante indiferencia de los astros.
desierto destino
inexorable el sol de los vivos se levanta
reconozco esa puerta
no hay otra.
hielo primaveral
y una espina de sangre
en el ojo de la rosa.
En lo más negro del verano
El agua de tu rostro
en un rincón del jardín,
el más oscuro del verano,
canta como la luna.
Fantasma.
Terrible a mediodía.
A la altura de los lirios
la muerte sonríe.
Sobre una pequeñísima charca,
ojo de dios,
un insecto flota bocarriba.
La miel silba en su vientre
abierto al dedo del estío.
Todo canta a la altura de tu rostro
suspendido como una luz eterna
entre la noche y la noche.
Canta el pantano,
arden los árboles,
no hay distancia,
no hay tiempo.
El verano trae lo perdido,
el mundo es esta calle de fuego
donde todas las rosas caen y vuelven a nacer,
donde los cuerpos se consumen
enlazados para siempre
en lo más negro del verano.
En un rincón del jardín
bajo una piedra canta el verano.
En lo más negro,
en lo más ciego y blanco,
donde todas las rosas caen,
allí flota tu rostro,
fantasma,
terrible a mediodía.
Fuente
Junto al pozo llegué,
mi ojo pequeño y triste
se hizo hondo, interior.
Estuve junto a mí,
llena de mí, ascendente y profunda,
mi alma contra mí,
golpeando mi piel,
hundiéndola en el aire,
hasta el fin.
La oscura charca abierta por la luz.
Éramos una sola criatura,
perfecta, ilimitada,
sin extremos para que el amor pudiera asirse.
Sin nidos y sin tierra para el mando.
Si me escucharas
si me escucharas
tú muerto y yo muerta de ti
si me escucharas
hálito de la rueda
cencerro de la tempestad
burbujeo del cieno
viva insepulta de ti
con tu oído postrero
si me escucharas
Canto Villano
Y de pronto la vida
en mi plato de pobre
un magro trozo de celeste cerdo
aquí en mi plato.
Observarme
observarte
o matar una mosca sin malicia
aniquilar la luz
o hacerla
hacerla
como quien abre los ojos y elige
un cielo rebosante
en el plato vacío.
Rubens cebollas lágrimas
más rubens más cebollas
más lágrimas.
Tantas historias
negros indigeribles milagros
y la estrella de oriente.
Emparedada
y el hueso del amor
tan roído y tan duro
brillando en otro plato.
Este hambre propio
existe
es la gana del alma
que es el cuerpo.
Es la rosa de grasa
que envejece
en su cielo de carne.
Mea culpa ojo turbio
mea culpa negro bocado
mea culpa divina náusea.
No hay otro aquí
en este plato vacío
sino yo
devorando mis ojos
y los tuyos.
Puerto Supe
A J.B.
Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,
nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.
Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.
¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!
Allí destruyo con brillantes piedras
la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro escapa
y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.
Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación, un mismo tiempo
de chorreantes dedos y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.
Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.
Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas.
En esa costa soy el que despierta
entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.
Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde lloro a solas.
Bibliografía
- Ese puerto existe (1959)
- Luz de día (1963)
- Valses y otras falsas confesiones (1972)
- Canto villano (1978)
- Ejercicios materiales (1993)
- Camino a Babel – Antología (1986)
- Poesía escogida 1949-1991 (1993)
- Del orden de las cosas (1993)
- El libro de barro (1993)
- Ejercicios materiales (1993)
- Concierto animal (1999)
- Como Dios en la nada (Antología 1949-1998) (1999)
- Donde todo termina abre las alas (Círculo de Lectores)
- El falso teclado (2001)
Libertad...para pensar!
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