Alejandra Pizarnik (1936 - 1972)

 

Alejandra Pizarnik, poeta argentina
 

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Alejandra Pizarnik: Entre las sombras de la poesía y la búsqueda de sí misma

En el panorama literario argentino del siglo XX, Alejandra Pizarnik emerge como una figura singular, cuya poesía intensa y profunda dejó una huella imborrable. Nacida el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, Buenos Aires, y trágicamente fallecida el 25 de septiembre de 1972, su vida y obra se entrelazan en un complejo tejido de emociones y reflexiones.

Desde temprana edad, Pizarnik demostró una sensibilidad única hacia la expresión artística. Su viaje poético comenzó con "La tierra más ajena" en 1955, revelando un talento precoz y una conexión íntima con las palabras. Sin embargo, fue con "Los trabajos y las noches" (1965) que su voz adquirió resonancia en el ámbito literario, explorando temas universales como la soledad, la identidad y la búsqueda de significado.

La poesía de Pizarnik es un viaje introspectivo, una exploración de los recovecos más oscuros del alma. "Extracción de la piedra de locura" (1968) consolidó su reputación como una poetisa que desentrañaba los misterios de la existencia. Su obra, marcada por la melancolía y la intensidad emocional, captura la esencia de una búsqueda constante.

Más allá de la poesía, Pizarnik incursionó en la prosa, donde su pluma se desplegó con la misma maestría. Su legado literario trasciende géneros y ha dejado una impronta única en la literatura argentina. A pesar de su corta vida, su obra sigue siendo objeto de estudio y admiración.

La vida personal de Pizarnik estuvo marcada por luchas internas, y su poesía a menudo refleja esa batalla contra las sombras. La soledad, la alienación y la búsqueda constante de sí misma son temas recurrentes que la poetisa aborda con una honestidad desgarradora.

Alejandra Pizarnik no solo se enfrentó a las complejidades de la existencia, sino que también se sumergió en la psique humana de una manera que resonaría con generaciones posteriores. Su legado trasciende fronteras y perdura como un faro luminoso en el vasto océano de la literatura latinoamericana.

En su corta pero impactante carrera, Alejandra Pizarnik exploró los rincones más oscuros de la condición humana, dejándonos un tesoro poético que sigue vivo y vibrante. A través de sus versos, la poetisa argentina sigue guiándonos en un viaje hacia la profundidad de nuestras propias emociones y reflexiones.

Origen

La luz es demasiado grande
para mi infancia.
Pero ¿quién me dará la respuesta jamás usada?
Alguna palabra que me ampare del viento,
alguna verdad pequeña en que sentarme
y desde la cual vivirme,
alguna frase solamente mía
que yo abrace cada noche,
en la que me reconozca,
en la que me exista.

Pero no. Mi infancia
sólo comprende al viento feroz
que me aventó al frío
cuando campanas muertas
me anunciaron.

Sólo una melodía vieja,
algo con niños de oro, con alas de piel verde,
caliente, sabio como el mar,
que tirita desde mi sangre,
que renueva mi cansancio de otras edades.

La enamorada

Esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.

Hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió.

Enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado-

Oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú.

Te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!

El despertar

a León Ostrov

Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aulla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios.

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo.

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos.

Señor
el aire me castiga el ser
detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre.

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada
(...)

Señor
Arroja los féretros de mi sangre.

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón.

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos.

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas.

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo.

 

Solamente

ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida 


Anillos de Ceniza

a Cristina Campo

Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.

Y hay, cuando viene el día,
una partición del sol en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas
busca asilo en mi garganta,
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio.

Caminos del Espejo

Y sobre todo mirar con inocencia.

Como si no pa-sara nada, lo cual es cierto.

Como una niña de tiza rosada en un muro
muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.

Cubre la memoria de tu cara
con la máscara de la que serás
y asusta a la niña que fuiste.

Y la sed, mi memoria es de la sed,
yo abajo, en el fondo, en el pozo,
yo bebía, recuerdo.

Como quien no quiere la cosa.
Ninguna cosa. Boca cosida.
Párpados cosidos.
Me olvidé. Adentro el vien-to.
Todo cerrado y el viento adentro.

Pero el silencio es cierto.
Por eso escribo.
Estoy so-la y escribo.
No, no estoy sola.
Hay alguien aquí que tiembla.

Aun si digo sol y luna y estrellas
me refiero a cosas que me suceden.
¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.

Delicia de perderse en la imagen presentida.
Yo me levanté de mi cadáver,
yo fui en busca de quien soy.
Peregrina de mí,
he ido hacia la que duerme en un país al viento.

Mi caída sin fin, a mi caída sin fin
en donde nadie me aguardó,
pues al mirar quién me aguardaba
no vi otra cosa que a mí misma. 

Linterna Sorda

Los ausentes soplan y la noche es densa.
La noche tiene el color de los párpados del muerto.
Toda la noche hago la noche.
Toda la noche escri-bo.
Palabra por palabra yo escribo la noche.  

Bibliografía

Bibliografía de Alejandra Pizarnik

Libertad... para pensar!

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