Ángela Figuera Aymerich (1902-1984)

Derechos reservados, Ángela Figuera Aymerich, Escritoras españolas
Ángela Figuerra, escritora española
 

Biografía

El legado de Ángela Figuera Aymerich trasciende las páginas de sus libros, tejiendo una narrativa poética que refleja las vicisitudes y esperanzas de una época convulsa en la historia de España. Nacida el 30 de octubre de 1902 en Bilbao, España, Ángela fue testigo y protagonista de una era marcada por la guerra civil, la represión y la lucha por la libertad de expresión.

Hija de Amelia Aymerich y Jesús Ángel Figuera, Ángela creció en un entorno culturalmente enriquecido, donde la pintura, la música y la literatura eran parte integral de su vida cotidiana. Desde una edad temprana, su padre la introdujo en el mundo del arte, llevándola consigo a diversas actividades culturales que moldearon su sensibilidad y despertaron su vocación poética.

Ángela recibió su educación en el Sacré Coeur, un colegio de monjas francesas en Bilbao, y más tarde se sumergió en los estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid. Su carrera como catedrática de Lengua y Literatura en institutos de diversas ciudades españolas la llevó a enfrentarse a las realidades sociales y políticas de su tiempo, influenciando profundamente su obra poética.

La poesía de Ángela Figuera Aymerich se convirtió en un faro de resistencia contra la represión del régimen franquista, abordando temas como la injusticia social, la opresión de la mujer y la violencia de la guerra. Sus primeros libros, como "Mujer de Barro" (1948) y "Soria Pura" (1949), exploran la intimidad y la sensualidad femenina, mientras que obras posteriores como "Vencida por el Ángel" (1950) y "El Grito Inútil" (1952) denuncian la miseria y el sufrimiento de los marginados.

A pesar de la censura y la persecución, Ángela Figuera Aymerich continuó escribiendo con valentía, consolidándose como una de las voces más importantes de la poesía social española de posguerra. Su obra "Belleza Cruel" (1958), publicada en México debido a las restricciones en España, recibió elogios y reconocimientos internacionales, ampliando el alcance de su mensaje y su influencia.

Aunque su poesía fue relegada al olvido durante muchos años, el trabajo incansable de editores y académicos finalmente devolvió a Ángela Figuera Aymerich el lugar que merece en la historia de la literatura española. Sus obras completas, publicadas en 1986 por la editorial Hiperión, rescataron su voz poética del anonimato, asegurando su lugar como una de las grandes poetas del siglo XX en España.

Obras Destacadas:
  • Mujer de Barro (1948)
  • Soria Pura (1949)
  • Vencida por el Ángel (1950)
  • El Grito Inútil (1952)
  • Belleza Cruel (1958)
  • Toco la Tierra (1962)
  • Canciones para Todo el Año (1984)
Reconocimientos:
  • Premio de Poesía Nueva España por "Belleza Cruel" (1958)
  • Inclusión en antologías como "La Antología de la Poesía Social" de Leopoldo de Luis (1981)
  • Publicación de sus Obras Completas por la editorial Hiperión (1986)
  • El legado poético de Ángela Figuera Aymerich sigue resonando en la conciencia colectiva, recordándonos la importancia de alzar la voz contra la injusticia y el compromiso con la verdad, la justicia y la libertad.
Mujer de barro

Mujer de barro soy,
pero el amor me floreció el regazo.

Mujer

¡Cuán vanamente, cuán ligeramente
me llamaron poetas, flor, perfume...!
Flor, no: florezco. Exhalo sin mudarme.
Me entregan la simiente: doy el fruto.
El agua corre en mí: no soy el agua.
Árboles de la orilla, dulcemente
los acojo y reflejo: no soy árbol.
Ave que vuela, no: seguro nido.
Cauce propicio, cálido camino
para el fluir eterno de la especie.

Miedo

Señor, guarda tus ángeles contigo.
Son demasiado puros para mí. Me dan miedo.
No pesan. No vacilan. Tienen cuerpos sin hambre,
sin fiebre, sin lujuria. Pies que no dejan huella.
Labios sin sed que saben tu palabra.
Sus ojos que no lloran son atroces.
En sus candidas manos
llevan cálices, palmas, incensarios, coronas,
pavorosas espadas con el filo candente.

Me dan miedo tus ángeles. Los pienso luminosos.
Terribles de pureza. Crueles de hermosura.
Impávidos, ungidos por suavísima sangre.
Sus alas sobre todo, sus alas, ¿te das cuenta,
Señor que me soldaste los pies a esta montaña,
de cómo me dan miedo sus alas poderosas?
Y Tú, que me humillaste la frente con ceniza,
¿no ves cómo me espantan sus frentes inmortales?

Te alabo por tus ángeles, Señor, pero los temo.
Consérvalos contigo. Son tus pájaros, cantan
en tu oído el hosanna de la dicha perfecta.
Te rodean y giran decorando tu gloria.
Movilizan la brisa que perfuma tu trono.
Pero Tú solo puedes contemplarlos sin miedo.
Sólo Tú disciplinas sus magníficas huestes.

Me dan miedo tus ángeles. Si yo encontrara alguno,
Si un día, al despertarme,
lo viera intacto y fúlgido a los pies de mi cama,
yo carne castigada, llorosa podredumbre,
pecado repetido hacia la muerte,
tendría que clavarme las uñas en los ojos.

Solo ante el hombre

SÍ, yo me inclinaría
ante el definitivo contorno de los lirios,
Sí, yo me extasiaría
con el trino del pájaro.

Sí, yo dilataría
mis ojos ante el mar y la montaña.
Sí, yo suspendería
el soplo de mi pecho ante un arcángel.

Sí, yo me inclinaría
ante la faz de Dios, tocando el polvo,
si con su mano convocara el trueno.

Pero sólo ante el hombre, hijo del hombre,
reo de origen, ciego, maniatado,
los pies clavados y la espalda herida,
sucio de llanto y de sudor, impuro,
comiéndose, gastándose, pecando,
setenta veces siete cada día,
sólo ante el hombre me comprendo y mido
mi altura por su altura y reconozco
su sangre por mis venas y le entrego
mi vaso de esperanza, y le bendigo,
y junto a él me pongo y le acompaño.

El grito inútil

¿QUÉ vale una mujer? ¿Para qué sirve
una mujer viviendo en puro grito?
¿Qué puede una mujer en la riada
donde naufragan tantos superhombres
y van desmoronándose las frentes
alzadas como diques orgullosos
cuando las aguas discurrían lentas?

¿Qué puedo yo con estos pies de arcilla
rodando las provincias del pecado,
trepando por las dunas, resbalándome
por todos los problemas sin remedio?
¿Qué puedo yo, menesterosa, incrédula,
con sólo esta canción, esta porfía
limando y escociéndome la boca?

¿Qué puedo yo perdida en el silencio
de Dios, desconectada de los hombres,
preñada ya tan sólo de mi muerte,
en una espera lánguida y difícil,
edificando, terca, mis poemas
con argamasa de salitre y llanto?

Volvedme a aquel descuido, a aquel sosiego
en que era dable andar por los caminos
pastoreando ensueños como ovejas.
Volvedme al ruiseñor de aquel boscaje,
al vuelo de aquel cisne por el lago
bajo la planta azul de aquella luna.

Volvedme a la andadura mesurada
al trópico dulcísimo y sedante
de un verso con timón y cortesía
donde cantar cómo los bucles de oro
son cómplices del pájaro y la rosa,
porque eso, al fin, a nada compromete
y siempre suena bien y hace bonito.

Pero es vano, amigos, nos cortaron
la retirada hacia seguras bases.
Están rotos los puentes,
los caminos confusos,
los túneles cegados. No sabemos
de cierto si avanzamos o si huimos
dejando por detrás tierra quemada.

Y yo pregunto, vadeando a solas
un río de aguas turbias y crueles,
¿qué puede una mujer, para qué sirve
una mujer gritando entre los muertos?

Seguir

Muchos por ti mataron, tierra mía.
Hicieron de sus huesos plomo airado
y mataron por ti.
Convirtieron
su dulce corazón en fiera lanza
y mataron por ti.
Ardieron
de amor y de furor hasta los ojos,
y mataron por ti.

De mis huesos
hice yo un árbol nuevo y atrevido
y lo planté en tu pecho
junto al árbol quemado.
Prensé mi corazón
y procuré una copa
de sangre nueva y pura
a tus mermadas venas;
y añadí
un hombre sin pasado
a los sagrados nombres de tus hijos.

Muchos por ti murieron, tierra mía;
muchos murieron derramados
sobre tus campos pobres
como simiente sin futuro.
Se olvidaron
del beso y de la cuna,
de la vid y del trigo.
Se ofrecieron
desnudos e impasibles
a la oscura galerna
y murieron por ti.

Yo he seguido viviendo:
Sobre tu arcilla triste,
bajo tu cielo duro,
he seguido viviendo.

Trasegando
tu vinagre y tu vino,
tu sudor y tu llanto,
he seguido viviendo.

Respirando
tus infectas letrinas,
descubriendo
tu secreto perfume,
he seguido viviendo.

En ti, por ti, contigo; amordazada,
clavada, paralítica, vendida;
sufriéndote, perdiéndote, ganándote;
muriéndome, muriéndote, adorándote,
yo he seguido,
he seguido,
he seguido
viviendo.

Insomnio

LA noche es una pobre bestia oscura
herida a latigazos por el viento...
Mis ojos desvelados
navegan en lo negro.

Mi corazón naufraga
entre el ansia y el miedo...
Y adentro, copo a copo,
se va tejiendo el verso.

Éxodo

Una mujer corría.
Jadeaba y corría.
Tropezaba y corría.
Con un miedo macizo debajo de las cejas
y un niño entre los brazos.
Corría por la tierra que olía a recién muerto.
Corría por el aire con sabor a trilita.
Corría por los hombres erizados de encono.
Miraba a todos lados.
Quería detenerse.
Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.
Buscaba cerca y lejos.
Buscaba por las calles,
por los jardines y bajo los tejados,
en los atrios de las iglesias,
por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
Buscaba un rincón sin espantos.
Y corría y corría.
Dio la vuelta a la tierra.
Buscando.
Huyendo.
Y no encontraba sitio.
Y seguía corriendo.

No quiero

que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.

No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.

No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.

No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas,
que en los trajes se pongan señales.

No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles,
que jamás se fabriquen fusiles.

No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos,
que decreten lo que es poesía.

No quiero 
amar en secreto,
llorar en secreto,
cantar en secreto.

No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO.


¡Libertad... para pensar!

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