Anna Ajmátova (1889-1966)

Dominio público, Escritoras rusas, Mujeres escritoras de los siglos XIX-XX, Anna Ajmátova
Anna Ajmátova, poeta rusa
  
Anna Ajmátova, cuyo nombre real era Anna Andréievna Gorenko, fue una destacada poetisa rusa nacida el 23 de junio de 1889 en Odessa. Desde temprana edad, mostró un talento innato para la poesía, pero enfrentó la desaprobación de su padre, lo que la llevó a adoptar el apellido de su bisabuela como seudónimo. A pesar de los conflictos familiares, Ajmátova perseveró en su pasión por la escritura y comenzó a explorar las profundidades del alma humana a través de la poesía.

Durante su vida, Ajmátova experimentó una serie de tragedias personales que dejaron una profunda huella en su obra. Su primer esposo, Nikolái Gumiliov, fue ejecutado durante la Revolución Rusa, mientras que su hijo fue arrestado y deportado a los campos de Siberia. Además, su último esposo, Nikolay Punin, fue perseguido y murió en un campo de concentración. Estas experiencias dolorosas se reflejaron de manera cruda y conmovedora en la poesía de Ajmátova, quien canalizó su sufrimiento a través de sus versos.

A lo largo de su carrera, la obra de Ajmátova fue censurada por las autoridades soviéticas, lo que la llevó a enfrentar dificultades para publicar y a vivir en constante vigilancia. A pesar de la represión, su poesía persistió como un testimonio de las injusticias y los sufrimientos del siglo XX en Rusia. Su estilo lírico y profundo exploró temas como la soledad, la muerte y la nostalgia, influenciado por figuras literarias como Horacio, Pushkin y T.S. Eliot.

Entre las obras más destacadas de Ajmátova se encuentran "Anochecer", "Poema sin héroe", "El correr del tiempo" y "Requiem", así como antologías como "El canto y la ceniza", "He leído que no mueren las almas" y "Soy vuestra voz". Como una de las fundadoras del Movimiento Poético Acmeísmo, Ajmátova buscaba recuperar los tonos clásicos en la poesía y expresar las complejidades del alma humana a través de la palabra escrita.

La vida de Anna Ajmátova llegó a su fin el 5 de marzo de 1966, a causa de una insuficiencia cardiaca; pero su legado como una de las voces más importantes de la poesía rusa del siglo XX perdura hasta el día de hoy. Su valentía, su integridad y su compromiso con la verdad y la belleza la convierten en un símbolo perdurable de la resistencia frente a la injusticia y la tiranía. Su obra continúa inspirando a generaciones de lectores y escritores en todo el mundo, recordándonos el poder transformador de la literatura y el arte en los momentos más oscuros de la historia humana.

Bibliografía:

  • Anochecer" (1912) - Su primer libro de poesía, centrado en temas de amor y relaciones personales.
  • "Belaia staia" (1917) - Colección de poemas donde comienzan a aparecer motivos cívicos, patrióticos y religiosos, influenciados por el contexto de la Revolución Rusa.
  • "Podorozhnik" (1921) - Otra colección de poemas, caracterizada por la crítica y la catalogación de Ajmátova como burguesa y aristocrática.
  • "Anno Domini MCMXXI" (1921) - Una obra que marcó un cambio en la publicación de originales de Ajmátova hasta la edición de "Iz shesti knig" en 1940.
  • "Poema bez geroia" (1940-1962) - Un largo poema de extraordinaria complejidad que constituye una suma lírica de la filosofía y poética de Ajmátova.
  • "Requiem" (1935-1940) - Un emotivo ciclo en memoria de las víctimas de Stalin, incluido su hijo Lev, considerado una obra maestra y un monumento poético al sufrimiento del pueblo soviético bajo la dictadura estalinista.
  • "Chetki" (1912) - Otro poemario destacado de Ajmátova.
  • "Beg vremeni" (1965) - Uno de sus últimos poemarios. 

¿Cómo puedes mirar el Neva?

¿Cómo puedes mirar el Neva,
cómo puedes pararte sobre los puentes?
No importa si la gente piensa que sufro,
Su Imagen no me dejará partir.
Las alas de los ángeles negros pueden acabar con uno,
pero yo cuento los días hasta el juicio final.
Las calles están manchadas con piras espeluznantes,
hogueras de rosas en la nieve.

(1914)

Todo me ha sido arrebatado

Todo me ha sido arrebatado: el amor y la fuerza.
Mi cuerpo, precipitado dentro de una ciudad que detesto,
no se alegra ni con el sol. Siento que mi sangre
congelada está.

Burlada estoy por el ánimo de la Musa
que me observa y nada dice,
descansando su cabeza de oscuros rizos,
exhausta, sobre mi pecho.

Sólo la Conciencia, más terrible cada día,
enfurecida, exige cuantioso tributo.
Y para responder, me cubro el rostro con las manos,
porque he agotado mis lágrimas y mis excusas.

(Sebastopol, octubre de 1916)

No soy de esos que abandonaron la tierra

No soy de esos que abandonaron la tierra
a merced de los enemigos.
Sus halagos me dejan fría,
mis canciones no son para que las alaben ellos.

Pero me dan lástima los exilados.
Como el de un desertor, como el de un muerto
a medias,
oscuro es tu camino, vagabundo;
la amargura infecta tu pan extranjero.

Pero aquí, en la penumbra de la conflagración,
cuando apenas queda un amigo por conocer,
nosotros los sobrevivientes no desistimos
ante nada, ante un solo golpe.

De seguro el cómputo se hará
después de que pase esta nube,
somos gente sin lágrimas,
más rectos que ustedes... más orgullosos.

(1922)

La muerte de Lot

Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios
por una montaña negra, siguiendo su huella,
mientras una voz incansable acosaba a la mujer:
—No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.

Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa,
al patio donde una vez cantaste, al pabellón para hilar,
a las ventanas de la enorme casa
donde la descendencia santificó tu lecho conyugal.

Una sola mirada: súbita punzada de dolor
en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido.
Su cuerpo se derritió en sal transparente
y sus ligeras piernas claváronse en la tierra.

¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta
de sobra insignificante a nuestra incumbencia?
Incluso así, nunca la negaré en mi corazón,
ella que murió porque eligió volverse.

(1922-24)


Réquiem

1935-1940

Ningún cielo extranjero me protegía,
ningún ala extraña escudaba mi rostro,
me erigí como testigo de un destino común,
superviviente de ese tiempo, de ese lugar.

(1961)

A guisa de prólogo

En los espantosos años del terror yezoviano me pasé
 diecisiete meses aguardando en una fila, ante el umbral
de la prisión de Leningrado. Cierto día, alguien me
identificó en la muchedumbre. Detrás de mí se hallaba
una mujer, con los labios azules de frío, que, es claro,
nunca antes me había oído llamar por mi nombre.
En-tonces salió del entumecimiento común y me preguntó
en un susurro (allí todo mundo susurraba):
—¿Puede describir esto?
Y le contesté:
—Puedo.
Una especie de sonrisa cruzó fugazmente por lo que
alguna vez había sido su rostro.

(Leningrado, abril 1 de 1957)

Dedicatoria

Un dolor semejante podría mover montañas,
e invertir el curso de las aguas,
pero no puede hacer saltar estos potentes cerrojos
que nos impiden la entrada a las celdas
atestadas de condenados a muerte...
Para algunos puede soplar el viento fresco,
para otros la luz solar se desvanece en el ocio,
pero nosotras, asociadas en nuestro espanto,
sólo escuchamos el chirriar de las llaves
y las pisadas de las recias botas de la soldadesca.
Como si nos levantáramos para misa primera,
día a día recorríamos el desierto,
andando la calle silenciosa y la plaza,
para congregarnos, más muertas que vivas.
El sol había declinado, el Neva se había opacado
y la esperanza cantaba siempre a lo lejos.
¿Que sentencia se dictó?... Ese gemido,
ese repentino fluir de lágrimas femeninas,
señala a una distinguiéndola del resto,
como si la hubieran derribado,
arrancándole el corazón del pecho.
Entonces déjenla ir, trastabillando, a solas.
¿En dónde estarán ahora mis innombrables amigas
de aquellos dos años de estadía en el infierno?
¿Qué espectros se burlan de ellas ahora, en medio
de la furia de las nieves siberianas,
o en el círculo nublado de la luna?
¡A ellas les lloro, Hola y Adiós!

(Marzo de 1940)

Prólogo

Era aquella una época en que sólo los muertos
podían sonreír, liberados de las guerras;
y el emblema, el alma de Leningrado,
pendía afuera de su casa-prisión;
y los ejércitos de cautivos,
pastoreados en los patios ferroviarios,
se evadían de la canción entonada por el silbato de la máquina,
cuyo refrán iba así: ¡Váyanse parias!
Las estrellas de la muerte pendían sobre nosotros.
Y Rusia, la inocente, la amada, se contorsionaba
bajo las huellas de botas manchadas de sangre,
bajo las ruedas de las Marías Negras.

Llegaron al amanecer y te llevaron consigo


Llegaron al amanecer y te llevaron consigo.
Ustedes fueron mi muerte: yo caminaba detrás.
En el cuarto oscuro gritaban los niños,
la vela bendita jadeaba.
Tus labios estaban fríos de besar los iconos,
el sudor perlaba tu frente: ¡Aquellas flores mortales!
Como las esposas de las huestes de Pedro el Grande me pararé
en la Plaza Roja y aullaré bajo las torres del Kremlin.

(1935)

La sentencia

La palabra cayó como una piedra
en mi pecho viviente.
Lo confieso: estaba preparada
y de algún modo lista para la prueba.
Tanto que hacer el día de hoy:
matar la memoria, asesinar el dolor,
convertir el corazón en roca
y todavía disponerse a vivir de nuevo.

No hay silencio. El festín del cálido verano
trae rumores de juerga.
¿Desde hace cuánto adivinaba yo
este día radiante, esta casa vacía?
 

¡Libertad... para pensar!

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Historia del barrio Mojica (Cali-Colombia)

Debate Physis vs Nómos

Adela Zamudio (1854-1928)