Meira Delmar (1922-2009)

Escritoras colombianas, Meira del Mar, Derechos reservados, Mujeres escritoras del siglo XX,
Meira Delmar, escritora colombiana

 


Alguien pasa

Alguien pasa y pregunta

por los jazmines, madre.


Y yo guardo silencio.


Las palabras no acuden

en mi ayuda, se esconden

en el fondo del pecho, por no subir vestidas

de luto hasta mi boca,

y derramarse luego

en un río de lágrimas.


No sé si tú recuerdas

los días aún tempranos

en que ibas como un ángel

por el jardín, y dabas

a los lirios y rosas

su regalo de agua,

y las hojas marchitas

recogías en esa

tu manera tan suave

de tratar a las plantas

y a los que se acercaban

a tu amistad perfecta.


Yo sí recuerdo, madre,

tu oficio de ser tierna

y fina como el aire.


Una tarde un poeta

recibió de tus manos

un jazmín que cortaste

para él. Con asombro

te miró largamente

y se llevó a los labios,

reverente, la flor.


Se me quedó en la frente

aquel momento, digo

la frente cuando debo

decir el corazón.


Y se me va llenando

de nostalgia la vida,

como un vaso colmado

de un lento vino pálido,

si alguien pasa y pregunta

por los jazmines, madre.


Ausencia de la rosa

Detenida

en el río translúcido

del viento,

por otro nombre, amor,

la llamaría

el corazón.


Nada queda en el sitio

de su perfume. Nadie

puede creer, creería,

que aquí estuvo la rosa

en otro tiempo.


Sólo yo sé que si la mano

deslizo por el aire, todavía

me hieren sus espinas.


Carta de Roma

Te escribo, amor, desde la primavera.


Crucé la mar para poder decirte

que, bajo el cielo de la tarde, Roma

tiene otro cielo de golondrinas,

y entre los dos un ángel de oro pasa

danzando.


La cascada de piedra que desciende

por Trinitá dei Monti hasta la plaza,

se detuvo de pronto y ahora suben

azaleas rosadas por su cuerpo.


Los árboles repiten siete veces

la música del viento en las colinas,

y el húmedo llamado de las fuentes

guía mis pasos.


Más bella que en el aire

una rota columna hallé en el césped,

caída en el abrazo de una rosa.


Cuando fluye la luz,

cuando se para

el tiempo,

asomada a los puentes Roma busca

su imagen sobre el Tevere,

y en vez del nombre suyo ve que tiembla

tu nombre, amor, en el rodante espejo.


Dejo este amor aquí...

Dejo este amor aquí

para que el viento

lo deshaga y lo lleve

a caminar la tierra.


No quiero 

su daga sobre mi pecho,

ni su lenta

ceñidura de espinas en la frente

de mis sueños.


Que lo mire mis ojos

vuelto nube,

aire de abril,

sombra de golondrina

en los espejos frágiles

del mar...

Trémula lluvia

repetida sin fin sobre los árboles.


Tal vez un día, tú

que no supiste

retener en las manos

su júbilo perfecto,

conocerás su rostro en un perfume,

o en la súbita muerte de una rosa.


Desvelo

A la hora del alba cuando el sueño

me abandona,

recorro los momentos

de nuestro amor, en busca

de los rostros de entonces,

los sueños, las palabras.


Todo en vano.


Nos fue borrando el tiempo,

sus implacables manos,

deshaciendo los cuerpos para sólo

dejarnos, viva llama, que no cesa

de arder en el vacío.


El escudo

Cuánto te quise, amor, cuánto te quiero,

más allá de la vida y de la muerte.

Y aunque ya nunca más he de tenerte,

eres de cuanto es mío lo primero.


Más que el sol del estío, verdadero,

tu recuerdo mitiga, por mi suerte,

la sombra que me ciñe, y se convierte

en la luz que ilumina mi sendero.


Nada ni nadie desterrar haría

de mi frente aquel tiempo jubiloso

en que eterna la dicha parecía.


Contra el olvido y su tenaz acoso

defenderá por siempre y a porfía

su condición de escudo milagroso.


La hoguera

Esta es, amor, la rosa que me diste

el día en que los dioses nos hablaron.

Las palabras ardieron y callaron.

La rosa  a la ceniza se resiste.


Todavía las horas me reviste

de su fiel esplendor. Que no tocaron

su cuerpo las tormentas que asolaron

mi mundo y todo cuanto en él existe.


Si cruzas otra vez junto a mi vida

hallará tu mirada sorprendida

una hoguera de extraño poderío.


Será la rosa que morir no sabe,

y que al paso del tiempo ya no cabe

con su fulgor dentro del pecho mío.


Este amor

Como ir casi juntos 

pero no juntos, 

como 

caminar paso a paso 

y entre los dos un muro 

de cristal, 

como el viento 

del Sur que si se nombra 

¡Viento del Sur! parece 

que se va con su nombre, 

este amor. 


Como el río que une 

con sus manos de agua 

las orillas que aparta, 

como el tiempo también, 

como la vida, 

que nos huyen viviéndonos, 

dejándonos 

cada vez menos nuestros 

y más suyos, 

este amor. 


Como decir mañana 

y estar pensando nunca, 

como saber que vamos 

hacia ninguna parte 

y sin embargo nada 

podría detenernos, 

como la mansedumbre 

del mar, que es el anverso 

de ocultas tempestades, 

este amor. 


Este desesperado amor.


Huésped sin sombra

Nada deja mi paso por la tierra. 

En el momento del callado viaje 

he de llevar lo que al nacer me traje: 

el rostro en paz y el corazón en guerra. 


Ninguna voz repetirá la mía 

de nostálgico ardor y fiel asombro. 

La voz estremecida con que nombro 

el mar, la rosa, la melancolía. 


No volverán mis ojos renacidos 

de la noche a la vida siempre ilesa, 

a beber como un vino la belleza 

de los mágicos cielos encendidos. 


Esta sangre sedienta de hermosura 

por otras venas no será cobrada. 

No habrá manos que tomen, de pasada, 

la viva antorcha que en mis manos dura. 


Ni frente que mi sueño mutilado 

recoja y cumpla victoriosamente. 

Conjuga mi existir tiempo presente 

sin futuro después de su pasado. 


Término de mí misma, me rodeo 

con el anillo cegador del canto. 

Vana marea de pasión y llanto 

en mí naufraga cuanto miro y creo. 


A nadie doy mi soledad. Conmigo 

vuelve a la orilla del pavor, ignota. 

Mido en silencio la final derrota. 

Tiemblo del día. Pero no lo digo. 





Breve

Llegas cuando menos

te recuerdo, cuando

más lejano pareces

de mi vida.

Inesperado como

esas tormentas que se inventa

el viento

un día inmensamente azul.


Luego la lluvia

         arrastra sus despojos

y me borra tus huellas.


Canción lejana

Y yo también como la tarde

toda me tornaré dichosa

para quererte y esperarte.

Iluminada de tus ojos

vendrá la luna,

vendrá la luna por el aire.


Tú me querrás inmensamente.

Mi corazón será infinito

para la angustia de tu frente.

Yo te daré los sueños míos:

amor, dolor, sencillamente.

Después será la enamorada sonrisa,

el beso, la memoria llena de ti, maravillada.

Y el gozo azul de estar contigo

fuera del tiempo, sin palabras.

De golondrina en golondrina

nos llegará la primavera

de la mirada pensativa.

Y un mismo cauce de dulzura

tendrán las rosas y los días.

Yo te daré los sueños míos:

amor, dolor, sencillamente.


Muerte mía

"La muerte no es quedarme

con las manos ancladas

como barcos inútiles

a mis propias orillas,

ni tener en los ojos,

tras la sombra del párpado

el último paisaje

hundiéndose en sí mismo.


La muerte no es sentirme

fija en la tierra oscura

mientras mueve la noche

su gajo de luceros, 

y mueve el mar profundo

las naves y los peces,

y el viento mueve estíos,

otoños, primaveras.

¡Otra cosa es la muerte!


Decir tu nombre una 

y otra vez en la niebla 

sin que tornes el rostro 

a mi rostro, es la muerte. 

Y estar de ti lejana 

cuando dices "La tarde 

vuela sobre las rosas 

como un ala de oro


La muerte es ir borrando 

caminos de regreso 

y llegar con mis lágrimas 

a un país sin nosotros 

y es saber qué pregunta 

mi corazón en vano 

por tu melancolía. 


¡Otra cosa es la muerte!"

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