Hortensia Antommarchi de Vásquez (1850-1915)

Hortensia Antommarchi, Dominio público, Escritoras colombianas, Mujeres escritoras de los siglos XIX-XX,
Hortensia Antommarchi, escritora colombiana
 

Reseña biográfica

Nació en San José de Cúcuta en 1850.  Usó los seudónimos de Regina del Valle en sus versos y Colombina en sus artículos en prosa.  Colaboró con los principales periódicos literarios de su época.  Murió en Bogotá en 1915.

La tarde

Cual gigantesca hoguera que rodara
Por ese azul, ilimitado espacio,
El sol se acerca, amarillento y lacio,
Hacia los montes que a ocultarlo van.
Del ancho seno de mi ardiente valle
Alz6se ya su fecundante lumbre:
Del monte opuesto la elevada cumbre
Sus tibios rayos coronando están.

Ligeras nubes cruzan el espacio
Cual blancas aves que arrebata el viento;
Parece el cielo, en tan fugaz momento,
Inmenso lago de plateada luz.
Y detenido sobre el alta cumbre
Un breve instante el sol, fulgura ardiente
Como un volcán, en tanto que al oriente
Se tiñe el cielo de sereno azul.

Entonces dejo mi mansión amada
Y voy a ver la escena vespertina
Fuera del pueblo, frente a la colina
Do esconde el sol su deslumbrante faz.
Sígueme, pues, y en mi incipiente lira
Ensayaré cantar mis impresiones;
Ven, aquí se oyen deleitables sones,
Aquí se goza plácido solaz.

La blanda brisa a refrescarnos viene
De los ardores tórridos del día,
Infundiendo en el pecho la alegría
Y dando nueva vida a nuestro ser.
Por entre chozas, árboles y arroyos
Encaminemos la ligera planta;
Variado cuadro que la vista encanta
Aun no copiado por ningún pincel.

Cual las murallas en pasados tiempos,
Cercando el pueblo de alineadas calles,
Se alzan así de mis ardientes valles
Las chozas de ligera construcción;
En pintoresca confusión se extienden
Por el tendido y anchuroso llano:
¿Cuántas miserias del linaje humano
A1 verlas, no adivina el corazón!

Por entre ellas y en tortuoso giro,
Dando al paisaje amenidad, frescura,
Corren arroyos, cuya linfa pura
El abrasado suelo fecundó.
Clavo mis ojos en sus ondas claras,
Que ruedan juguetonas, presurosas;
Y pienso que así pasan candorosas
Las ilusiones de la edad de amor.

De nuestra zona la opulenta flora
Aquí, sin arte ni cultivo, ostenta
Su lujo y su esplendor, ¡que tan bien sienta
Bajo este cielo de profundo azul!
Siempre cargada del sabroso fruto
La altiva palma de elevado tronco
Remédame el oriente, más el ronco
Grito rudo del cálido simún.

Es aquí fresca brisa bienhechora
Que, templando los tórridos ardores,
Lleva a veces en su ala los olores
Del limonero y el naranjo en flor.
Y por doquiera gigantescos árboles
Que sólo al huracán sus copas mecen,
La fresca sombra y dulce fruto ofrecen
En abundante y varia profusi6n.

Y de uno en otro las parleras aves
Cruzan el aire en caprichosos vuelos,
En busca de su nido y sus hijuelos
Y con sus trinos despidiendo al sol,
Que, hundida ya la esplendorosa frente,
Deja la estela de su luz amante
En el tendido, anchísimo y brillante
Cortinaje de nácar y arrebol.

Ya atrás se quedan árboles y chozas,
Y al frente se alza la árida colina
Desde donde mi pueblo se domina
Y el lindo valle do se asienta él.
Y conforme se deja la llanura
Ensanchase el espacio; el valle, el monte,
Y las selvas que forman horizonte
Se muestran más distintas cada vez;

Y ya forman el vasto panorama
Iluminado por la luz tan bella
Que en la región del ecuador destella
El sol para la tierra de su amor.
Yo entero detenerme a contemplarlo;
A gozar en silencio la serena
Majestad, la armonio de esta escena
Que alumbra y dora el último arrebol.

Allí, cubierto de verdor y sombra,
Risueño, altivo, libre de cuidado,
En su riente porvenir confiado,
Alzase el pueblo donde vi la luz.
iC6mo mis ojos, con amor, contemplan
EI nido patrio! como el suyo el ave
De delicada pluma y canto suave
Cuando se cierne en el espacio azul.

También como ella, dejo yo la tierra
Para cruzar en alas de otro viento
Los espacios sin fin del pensamiento,
Para vivir de sueños y de fe.
i Oh, cuánto es dulce en soledad completa,
Sin velar ante nadie la mirada,
que se pierde en la attn6sfera azulada,
J mundo de los sueños recorrer!

¡Bendito mundo! cuánto en él se goza!
¿Qué fuera de nosotras, corazones
c fuego, Sin las dulces expansiones
Que en ese mundo vamos a buscar?
{Qué fuera de nuestra alma, eternamente
n circulo de acero comprimida,
Si no se alzara a la regían florida
Donde nada la puede atormentar?

Y no es mentira, no, la dicha suma
Que allí se goza y de que yo he gozado:
Bien inefable, dulce, inmaculado,
i Dichoso quien te llega a disfrutar!
i De cuántas grandes, generosas almas
El dolor, la miseria y abandono
Has consolado! a su memoria un trono
En el recuerdo de los hombres das.

Yo, que emprendiera con segura planta
De nuestra vida el áspero camino,
También he hallado el punzador espino
Hiriendo aleve mi indefensa faz.
Y nueva en el dolor, y acaso, débil
A tan cruel y dolorosa herida,
Algunas veces me sentí vencida,
Doblé la frente y me 'senté a llorar.

Mas luego alzaba en derredor mis ojos
Buscando alivio con doliente anhelo,
Y hallaba siempre tan hermoso el cielo,
La luz, las flores y ese limpio sol,
que mi dolor, mi angustia se calmaban:
naturaleza en mí se refundía,
Y con su influjo bienhechor volvía
La paz a disfrutar mi corazón.

Así aprendí a soñar y amar los sueños;
Y desde entonces mi dolor, mi llanto,
Endulza siempre el inefable encanto
De ese mundo que llevo en mi interior.
Y por eso en presencia de ese cuadro,
Que a dulce y grato meditar convida,
Mi alma se desprende de la vida
Para vagar en celestial región...

Ya se acercan las sombras de la noche,
Y hacia el paterno hogar dirijo el paso;
Los brillantes celajes del ocaso
Murieron ya con la postrera luz.
De la campana al llamamiento santo
A1 Cielo elevo mi oración ferviente,
Para pedir que al corazón aliente
El dulce amor del que murió en la cruz.

Esa es la hora, de misterio llena,
En que a la tierra soñolienta envuelven
Las sombras del crepúsculo, que vuelven
Dudoso y triste cuanto el ojo ve.
Poco a poco esas sombras se condensan,
Y al paso que la atmósfera oscurecen,
Dudosas las estrellas resplandecen
Como en el alma la ilusión que fue.

Ya un nuevo día hundi6se para siempre
De 10 pasado en la insondable sima;
Y con él, de la fuerza que lo anima,
¿Cuánta ha perdido nuestro frágil ser?
¿Cuál hoy, mañana volveremos, Carmen,
A contemplar la vespertina escena,
O en polvo vueltas, la abrasada arena
Nuestros despojos guardará también?

Al Tiempo

Cuán lentamente ¡oh Tiempo ! te desliza, 
cuando intenso dolor el alma agobia,
y muda y triste, indiferente a todo,
es de sí misma y del pasado sombra.

Si poderoso de la faz del mundo 
hasta el recuerdo de naciones borras,
¿por qué en el alma de sufrir cansada 
el dardo agudo del dolor no embotas?

Oh ven! consolador terrible! Bate 
sobre mí frente el ala polvorosa,
y adormece del alma en lo profundo
este dolor sin nombre que me ahoga.

Como mar en bonanza: así lo quiero 
sentirlo siempre y contemplarlo a solas
y abismarme en sus anchos horizontes
que me reflejan de mi Dios la sombra;

y que me muestran en confía lejano
no sé qué albor, como de luz de gloria; 
fieles promesas de la fe cristiana
de otra existencia la brillante aurora.

Oh ven! serena, por piedad, serena
las encrespadas turbulentas olas,
que a el alma herida y de luchar cansada
las tempestades del dolor ahogan.

¿La vida es un deber? bendita sea! 
he apurado con fe la amarga copa,
Hoy, dame en cambio tu solemne calma
en tanto llega de partir la hora.

Bibliografía 

Las mejores poetisas colombianas / Josefa Acevedo de Gómez... [et al.].  Series Biblioteca aldeana de Colombia Selección Samper Ortega de literatura colombiana.  Editor: [Bogotá] : Minerva, 1936.


¡Libertad... para pensar!

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