Margarita Díaz del Castillo de Otero (seudónimo Berta del Río) (1867-1947)
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Margarita Díaz Otero, escritora colombiana |
Reseña Biografía
Invocación
Amado:
me cansa la espera;
devora el fastidio mi entraña,
mi pena es proterva.
¡Tú ausente!
Ausente en mi vida
cuando más quisiera
llevarte cual luz bendecida;
y en tanto,
mi alma cansada
te busca anhelosa,
soñando te espera.
¿No escuchas
mi grito doliente,
la voz de mi entraña que implora
tu amor más ardiente?
De noche,
¿no sientes que lloro
cuando en vano buscando tu aliento
mi pena devoro?
Repasa
mi mente la senda
ayer venturosa, ya triste,
por darte mi ofrenda;
por darte
como ayer te diera,
mi alma reseda impoluta,
mi sangre opulenta.
¡Más, nada!...
Tan sólo tu huella,
tú pálida sombra vislumbro
cual velada estrella;
y absorta,
-Perplejo fantasma en la vía-
elevo hasta el cielo impasible
mi queja sombría.
Y sigo:
y voy por la vida
llevando tu dulce recuerdo,
como sola egida.
¡Bendito,
sagrado recuerdo!
que ahuyentas las sombras del antro
por donde me pierdo...
Amado:
me cansa la espera;
devora la fiebre mi entraña,
me mata la vida,
la muerte
ríe de mi pena.
Poema incluido en Poesía, tomo 10 de la selección Samper Ortega de Literatura Colombiana. Áncora Editores, 2007.
Reclamo
(Al amado ausente)
Lejano sonreír de otras auroras
colmenas de ventura,
cuando sus labios, filtros bienhechores
me dieron su dulzura.
Lejana brisa en plenitud de aromas
que bebiste su aliento,
y que a mi corazón enardecido
dieras vida y contento.
Lejano sol que alegra y a hurtadillas
por la roja persiana
te filtras feliz para ofrendarnos
la caricia temprana.
Lejano atardecer: cómplice grato
en nuestra tibia estancia,
donde al nacer la luna, difundía
la noche su fragancia.
Lejano murmurar del manso río
que en las horas de ensueño
con voluptuoso arrullo me adormías
en brazos de mi dueño.
Lejano azul, ensoñación lejana;
lámpara milagrosa,
deliquios del amor que se eterniza
entre un celaje rosa...
Os fuísteis... y en el rumbo hacia lo ignoto
de mis sueños errantes,
va rielando su sombra que ilumina
mis pasos vacilantes.
Y presiento que en torno a mis congojas,
atento a mi reclamo,
me dice con su voz ultraterrena
"Siempre, siempre te amo."
Huérfana de su amor, ese remedo
de su voz es mi aliento;
como el ciego que otrora vio la lumbre
sonríe al firmamento.
Por eso voy llevando en mis pupilas
un triste interrogante,
y se extingue mi vida en el recuerdo
instante por instante.
A la noche
Como niño medroso que furtivo
a tientas va hacia el lecho de su madre,
a ti recurro, ¡Oh noche!
a confiarte mis ansias.
¡Ampárenme tus sombras!
Dulcifiquen mis lánguidos hastíos;
que perciba tan solo
de tu sopor el hálito bendito
y la ansiada delicia del sosiego.
En redor de mi sien formen tus horas
una suave guirnalda
que enerve con su embrujo
mi ser enardecido, y así entone
-con las aves canoras-
tras del silencio plácido, cantares
a la nueva alborada.
¡Oh ilusión! mas, ¿Qué imploro?
Cual visiones aciagas los instantes
trascurren impasibles,
mientras-dolientes náufragos-
mis pupilas combaten con tus sombras
y mi angustia pierde en lo infinito.
¡Impiadosa!
No quieres reanimar con tus hechizos
marchitas ilusiones.
Sólo amparas las dichas, los amores,
y entre tanto
el duelo que acrecienta tu pavura
es áspid en mi alma.
¿Por qué si eres la madre compasiva
del más pobre mortal, no me refugias
en tu seno feliz? Bríndame tierna
el benéfico jugo de tu entraña,
y así mi vida toda,
ebria de tu delicia,
se aquiete en la almohada
como el hambriento niño,
colmada su ansiedad, en el regazo
materno se adormece
con la gota de leche dulce y tibia
diluida en sus labios.
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