Ernestina de Champourcin Morán (1905-1999)
A pesar de su deseo de estudiar en la universidad, no pudo hacerlo debido a la oposición de su padre. Sin embargo, esto no detuvo su pasión por la literatura. Se dedicó por completo a la poesía, publicando su primer libro, "En silencio", en 1926, seguido de obras como "Ahora", "La voz en el viento" y "Cántico inútil" en los años siguientes. A través de su poesía, evolucionó desde un modernismo inicial, influenciada por Juan Ramón Jiménez, hacia una expresión más personal y sensual del amor.
Durante la Guerra Civil española, se unió a actividades solidarias, como el trabajo con niños huérfanos, junto a Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí. Tras el exilio, se trasladó a Toulouse, París y finalmente a México, donde colaboró con su esposo como traductora para el Fondo de Cultura Económica. México fue un periodo fructífero en su vida, donde publicó varias obras, incluyendo "Presencia a oscuras", "Cárcel de los sentidos" y "El nombre que me diste".
Después del fallecimiento de su esposo en 1959, se acercó nuevamente a la religiosidad de su infancia y se interesó por el Opus Dei. En 1972, regresó a España y se estableció en Madrid, donde continuó su labor literaria hasta su fallecimiento el 27 de marzo de 1999.
Ernestina de Champourcín es considerada una de las principales exponentes de la poesía pura y una figura destacada dentro del grupo femenino de la Generación del 27.
Obras Destacadas:
- En silencio (1926)
- Ahora (1928)
- La voz en el tiempo (1931)
- Cántico inútil (1936)
- Poemas del ser y del estar (1972)
- Huyeron todas las islas (1988)
- Del vacío y sus dones (1993)
- Epistolario (1927-1995) (2007)
- Poesía esencial (2008)
- Premio Euzkadi de Literatura (1989)
Estás
Y estás: en el vacío
y en la ausencia presente,
en la que es y vive
sin dejar de ser única
oquedad invisible
con raíces eternas.
No hay mundo que la llene
pero sí algo vivo
que la besa y la calma.
Ambición
¡Quisiera ser viento!
Ráfaga tendida
que arrastra en su beso
el polvo y la nube,
la rosa, el lucero...
-No brisa apacible
que finge despechos
y siembra caricias-.
Yo quiero ser fuego,
volcán de aire rojo
que incendie el secreto
de todas las ramas
y todos los pechos;
aquilón desnudo,
huracán de acero,
fragua donde forjan
su actitud los cuerpos.
¡Cuando voy a ti,
quisiera ser viento
para arrebatarte
más allá del cielo!
Amor
Puliré mi belleza con los garfios del viento.
Seré tuya sin forma, hecha polvo de aire,
diluida en un cielo de planos invisibles.
Para ti quiero, amado, la posesión sin cuerpo,
el delirio gozoso de sentir que tu abrazo
solo ciñe rosales de pura eternidad.
Nunca podrás tenerme sin abrir tu deseo
sobre la desnudez que sella lo inefable,
ni encontrarás mis labios
mientras algo concreto enraíce tu amor...
¡Que tus manos inútiles acaricien estrellas!
No entorpezcan besándome la fuga de mi cuerpo.
¡Seré tuya en la piel hecha fuego de sol.
Amor de cada instante...
Amor de cada instante...
duro amor sin delicias: cadena cruz, cilicio,
gloria ausente, esperada,
gozo y tortura a un tiempo;
realidad de los siglos, gracias por ser y estar
en el nunca y el siempre.
Pues , mi ejercicio, ahora, es amarte en la ausencia,
y aferrarme a esta nada porque también es tuya
y beber ese polvo de soledad y vacío
que es Tu don del momento y Tu clara promesa.
Y por eso me obstino contra lo más cercano,
huyendo de lo fácil -metal a flor de agua-,
por Ti también me acojo a lo que nadie sabe.
Y así voy caminando por este desconcierto
oscuro y luminoso, por este amor amargo,
veteado de gloria...
Solo allí
Tú no sabes qué lejos.
¡Nadie sabe qué lejos!
Encima de las nubes, detrás de las estrellas,
al fondo del abismo en que se arroja el día,
sobre el monte invisible donde duerme la luz.
Sólo allí podrá ser. Sólo allí tocaremos
la verdad que tortura nuestras frentes selladas.
Sólo allí se abrirán como flores de aurora
aquellas lentas noches de amor en desvarío.
Nuestras manos lo piden tendidas al espacio
en un sordo anhelar que no engendra clamores,
nuestras plantas lo exigen tercamente aferradas
a las huellas que el viento indómito destroza.
El horizonte huye robando a cada hora
la secreta delicia que presagia el milagro.
Hay briznas de prodigio en todos los instantes
y el mundo, ciego, arde con vibración de altar.
Arrodilla tu fuerza. No hay glorias presentidas.
Palpita en certidumbre la carne de los sueños.
Si acunas la belleza que tu fervor concibe
florecerá en tu muerte su exacta encarnación.
En Silencio
Era un bello silencio, un silencio divino,
vibrante de pensares, tremante de emoción,
un silencio muy grave, de sentir peregrino,
un silencio muy quedo, con dejos de oración.
Cállate no respires, ni turbes el silencio
con el ritmo armonioso de un poema de amor;
cállate, que es muy tímido y frágil el silencio,
no rompas de este instante el filtro seductor.
Cállate y no pienses; a través del espacio,
cruza fugaz la estrella de una hermosa ilusión;
cállate, ¿no sientes su fulgor de topacio
encenderse en mi pecho y herir tu corazón?
Cállate; ya sé yo que tus labios murmuran
ternuras infinitas, creadas para mí;
cállate; sin hablar mil voces las susurran;
cállate; el silencio me acerca más a ti.
Era un silencio triste, un silencio lloroso,
un silencio muy puro de candor virginal,
un silencio sereno, vagamente amoroso,
que la bruma envolvía en su tenue cendal.
No Fue Para Mí
No fue para mí...
Ya lo suponía.
Pero sé engañarme
tan bien con mentiras
y jugar al juego
de la falsa dicha,
que a veces me olvido
—ya ves si soy niña—
que estaba jugando
a que me querías.
Primavera
¡Toda la primavera dormía entre tus manos!
Iniciaste en un gesto la fiesta de las rosas
y erguiste, enajenada,
esa flecha de luz que impregna los caminos.
¡Toda la primavera!
Fervores del instante transido de capullos,
gracia tímida y leve del perfume sin rastro,
caricias que despiertan el sexo de las horas.
Brotaron de tus palmas en éxtasis gozoso
los trinos y las brisas. Y tu ademán secreto
despertó en rubores la pubertad del mundo.
¡Todo vino por ti! Porque tus manos lentas
ciñeron brevemente mi carne estremecida,
porque al rozar mi cuerpo
despertaste una flor que trae la primavera.
Laxitud
La tarde gris y triste me agobia,
tengo sueño;
estiro lentamente
mis dos brazos abiertos
que se prenden al aire;
quieren cazar el tiempo,
aprisionarlo pronto,
robarle su secreto,
deshacer bruscamente sus límites estrechos.
Quiero llorar: no sé;
quiero reír: no puedo.
Los deseos
se estrellan contra la inexorable inercia
del silencio;
sobre mi corazón rueda grávido al peso
de la existencia toda.
Al fin me desperezo.
Logro romper el cerco
del malsano sopor,
pero apenas lo venzo
ya me torna a invadir
quedamente su tedio.
Luego...
Ya no sé más;
suspiro,
me paseo,
exprimo el tormentoso
lagar de mi cerebro,
destilo el elixir de su inquietud
en mi pecho...
Sujeto en mi memoria
repite el pensamiento;
la tarde gris y triste me agobia,
¡tengo sueño!...
Gota a gota
Hay algo -gota a gota-
que nos llena el vacío
¡Hondones del deseo!
¡Qué colmo de esperanzas!
El oleaje arrastra
caudales sin objeto
y hay muchos anaqueles
que ningún libro ocupa.
¿A dónde vamos, dime?
Aún nos quedan paisajes
con frondas ignoradas
y orquídeas que navegan
en busca de su nombre.
Quisiéramos al fin la belleza absoluta
que rebosa verdad porque la luz es nueva.
Se borran las fechas
del momento incendiado,
pero nos grabarán
como inicial las sienes.
Es el fin o el principio
de las augustas ruinas circulares.
¿Se pierde o se gana?
Hay manos que triunfan
al quedarse vacías
y otras como puños
que no conservan nada.
¡Libertad... para pensar!
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