Paz Flórez Fernández de Serpa (1898-1957)

Paz Flórez Fernández, Escritoras colombianas, Mujeres escritoras de los siglos XIX-XX, Dominio público,
Paz Flórez Fernández, escritora colombiana

La poeta Paz Flórez Fernández nació en Bogotá, Colombia en 1898 y murió en la misma ciudad en 1957.  Como escritora fue laureada en dos ocasiones:  la primera en 1915, por su poesía Extasis de Santa Teresa, y luego, en 1925, en el concurso abierto por el periódico La Vanguardia Liberal, de Bucaramanga, por el poema Santander, tierra querida, escrito en pareados.  Fue colaborada de los periódicos Tierra Nativa, El Deber, La Casa Liberal, El Tiempo, Mundo al Día y la revista Cromos. (Tomado de Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana.  Las Mejores Poetisas Colombianas.  Ministerio de Educación, Bogotá, 1936.

El cuento de la princesa Eulalia

En colaboración con mis hijos

Roberto, Alejandro y Fernando.


Un cuento muy bonito habré hoy de contaros, 

mis hijos querido, y habré de demostraros

con él, que los fantasmas y los aparecidos

no existen en el mundo.  Quedaréis convencidos

cuando hayáis escuchado la frase gemebunda

de la blonda princesa Eulalia Rosamunda.


Bellísima princesa, dulcísima señora

de un árabe castillo doliente habitadora,


que tenía por pajes, alados querubines

que tocaban rabeles y guzlas y violines,

a cuyo ritmo tardo bailaban minuettinos

fantásticas duquesas e infanzones divinos...

Robertico interrumpe: - mamá, mamá, yo quiero

oír esos violines. ¡Si no, mamá, me muero!


Y dice Alejandrito: - Ir quiero a ese castillo; 

mamá, llévame pronto, que no soy ya un chiquillo!

Y Fernandito alega: - Yo quelo esa pincesa

y quelo yo bailás con la mejos duquesa!


Dejadme - les replico- si no os calláis, el cuento

de la princesa Eulalia suspenderé al momento.

-Sigue contado, sigue, mamacita querida,

a la vez urgen estos luceros de mi vida.


Y reanudo mi cuento: - Una noche de luna

mientras bailaban dentro, llegó de la laguna

que rodeaba enigmática los inmensos jardines

un concierto armonioso de flautas y violines

que a la princesa deban, bajo la luz de plata

de la luna, una hermosa y tierna serenata...


Palideció la bella.  Los músicos alados

que en el salón tocaban se quedaron callados;

suspendieron la danza los bellos bailarines;

solo quedó en la noche de los brujos violines

el gemido flotando sobre las aguas quietas,

en tanto que en la sala los pálidos poetas,


sumidos en melódicos pensamientos diversos

tejían interiormente maravillosos versos,

para ponerle epílogo de rosas escarlata

bajo la luna pálida, a la azul serenata.


- Queremos esa música escuchar, mamacita!

dicen los tres a tiempo.  Y uno con su manita

me acaricia la frente, el otro me da un beso

y el más chirriquitico, con íntimo embeleso

a mi cuello se abraza y me dice charlando

en su idioma divino: seguí, mamá, contando!


- Si a interrumpirme vuelven - les digo - no hay más cuento;

la princesa y el príncipe morirán al momento.


- ¿Qué príncipe? - pregunta Robertico asombrado,

- Verdad que ningún príncipe hasta ahora había nombrado,

(le contesto) y prosigo: pues el que serenara le deba a la princesa en la noche de plata, era el príncipe Edgardo, rubio mozo garrido, bueno él para todo, menos para el olvido.


Una vez que los ojos de la princesa vieron

el hermoso semblante, por siempre le tuvieron delante,

a la manera de la ignescente pira

que se enciende, si al sol de frente se le mira.


Y una noche tejida con redes de la luna, noche paradisíaca, noche como ninguna,

vino el príncipe rubio con su flauta panida

a la orilla del lago, y en la fronda florida

entonó sus endechas, murmuró sus canciones

y, de tal modo quiso escalar los balcones

de la bella princesa, que se sintió con alas

y... pretendió con ellas reemplazar las escalas

y volar!... En el ímpetu, que solo vio la luna,

le faltó el equilibrio... y cayó en la laguna!...


- ¿Y se ahogó? - Preguntaron ansiosos mis pequeños-

- Sí, hijitos, y allí hallaron sepultura sus sueños!...

Como veis, hijos míos - Lo que muchos creyeron

cuentos de aparecidos - reales historias fueron...

y desde entonces se oyen en las noches calladas

llenando de lamentos las mudas hondonadas,

las frases lastimeras que con voz gemebunda

grita desde el castillo Eulalia Rosamunda.


Los tres niños me miran, se quedan pensativos

y así al cuento le ponen tres puntos suspensivos...


Espontánea cultivadora de las musas. Fue laureada en dos ocasiones: la primera, en 1915, por su Poesía  Éxtasis de Santa Teresa, y luego, en 1925, en  el concurso abierto por La Vanguardia  Liberal», de  Bucaramanga, por su poema Santander, tierra querida,  escrito  en  pareados. Colaboró en los periódicos Tierra nativa, El deber, La Casa Liberal, y  otros periódicos de Bucaramanga, y en El Tiempo, Cromos, Mundo al D1a, y otras publicaciones de la prensa bogotana.


Vas spirituale

"El verso es vaso santo» -dijo Silva el divino­ 

Vaso santo, es verdad! No es dable profanarlo

haciendo de él estuche de gemas irisadas

al resplandor prohibido y turbio del pecado!


Profanar ese vaso vertiendo en él hirviente 

licor de liviandades; poner en ese vaso,

en vez de «un pensamiento puro» como las nieves

que coronan las cumbres, pensamientos insanos 

en cuyo fondo bullan, no las dulces imágenes

de que habla Silva, sino las ardientes imágenes 

que suben de los fondos del cenegal humano 

ya no «como burbujas de oro, sino como aliento

pestilente, como hervor de pantano,

es violar los preceptos que nos impuso Apolo, 

es mezclar a los ritmos armoniosos del canto 

que nace del espíritu y que vibra en 1as altas

regiones arcangélicas, los ritmos soterrados 

de las corrientes lúbricas que huyen el sol y

hierven

en la hermética noche de los siete pecados!...


"El verso es vaso santo» -dijo Silva el divino-

Poned en él tan sólo un pensamiento sano, 

"un pensamiento puro en cuyo fondo bullan 

hirvientes las imágenes como burbujas de oro de viejo vino oscuro...» .

.

¡No como las que suben del fondo del pantano!...


¡Corazón, no llores más!

¡Corazón, no llores más!

No llores más, que la noche

cerró para mí su broche,

de hoy para siempre jamás,

y, como ayer, ya no estás 

a orillas del gran dolor,

de mirar cómo a favor

de un indescifrable espanto 

se inundaba en ríos de llanto 

la inmensidad de tu Amor!...


¡No más lágrimas! Se fueron

las tristezas que nublaron

nuestro cielo.  Se acabaron

las ausencias que nos vieron

llorando a los dos.  Murieron,

para no volver jamás,

las congojas en que más

amarguras padecí!...

Por él, por él  y por mí

Corazón...¡No llores más!...


Yo escribo para que un día...

(Comtesse de Noailles)

Yo escribo para que un día, cuando entre la tierra dura

yazga para siempre sola, y en la eternidad dormida,

el libro de mis poemas diga a la gente futura

cuánto amé el agua, el espacio, la luz, el aire, la vida!


Contemplando los prodigios de la onda y de la nube,

de las campiñas en flor y de los cielos en calma,

he comprendido que no hay, en cuento en la tierra sube,

nada igual a este prodigio luminoso de mi alma!


Sin temor a la verdad he dicho lo que he sentido,

con el corazón desnudo y al mundo el ánima abierta,

por el amor impulsada, versos y llanto he vertido,

para que me quiera alguien, todavía, estando muerta!


Y aunque ese alguien, entonces, al leerme, sorprendido

y temblando de emoción ante mis hondas querellas,

sin piedad, a sus amadas vivas, de al mar del olvido

y me ame a mí... ¡Con el alma!... ¡Como no las amo a ellas!


La hora del alba

Garza de luz y rosa, sus plumones

esponja el Alba virgen. Las estrellas

- soñadoras pupilas de la noche-

en la infinita soledad se cierran.


Los nidos cantan y las frondas dicen

vagas modulaciones de tristeza.

Las aguas en sus pá1idos espejos

la estremecida inmensidad reflejan.


La Aurora-esa sultana del Abismo-

abre los ojos glaucos: y la Tierra

siente sobre su lomo esa mirada

como una lluvia luminosa y fresca.


Hadas madrugadoras y divinas

con sus dedos de Sílfide escarmenan

blancos vellones de corderos blancos.

en los picas más altos de la Sierra.


La luz crepuscular en los caminos

tiene tonos y esguinces de culebra;

claridad melancólica, penumbra

de fantasmales inquietudes llena.


Monjes de un monasterio de gigantes,

los árboles obscuros se congregan

en la montaña, y marchan. misteriosos,

entre un rumor de Tezos y de quejas.


De pronto en los follajes un concierto

de trinos hace estremecer la selva,

y el coro de los monjes se convierte

en desatado collarín de perlas;


De perlas que, al caer en los estanques

que al rebotar en las floridas eras

y rodar en los sotos y en las fuentes,

como canciones triunfadoras suenan.


En tanto que en los cármenes de Oriente

-rosa de fuego fulgida y soberbia

florece el sol, se irgue, se levanta

y al Mundo ofrece su corola abierta


Y yo, sobrecogida en un espasmo

de admiración y devoción supremas,

en mi interior con hondo grito exclamo:

-Gloria a Dios en los Cielos y en la Tierra.


Gloria a Dios, a quien plugo darme vida,

y corazón, y nervios, Y alma entera

para sentir.  Sentir intensamente

la divina emoción de la hora tierna

en que la tarde enciende sus blandones

sobre la luz del sol hecha pavesas

y en que estalla la Aurora en resplandores

sobre ese mismo sol cuando despierta!

(Bogotá, octubre de 1917) 


Bibliografía

Las mejores poetisas colombianas / Josefa Acevedo de Gómez... [et al.].  Series Biblioteca aldeana de Colombia Selección Samper Ortega de literatura colombiana.  Editor: [Bogotá] : Minerva, 1936.


¡Libertad... para pensar!

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