Paz Flórez Fernández de Serpa (1898-1957)
El cuento de la princesa Eulalia
En colaboración con mis hijos
Roberto, Alejandro y Fernando.
Un cuento muy bonito habré hoy de contaros,
mis hijos querido, y habré de demostraros
con él, que los fantasmas y los aparecidos
no existen en el mundo. Quedaréis convencidos
cuando hayáis escuchado la frase gemebunda
de la blonda princesa Eulalia Rosamunda.
Bellísima princesa, dulcísima señora
de un árabe castillo doliente habitadora,
que tenía por pajes, alados querubines
que tocaban rabeles y guzlas y violines,
a cuyo ritmo tardo bailaban minuettinos
fantásticas duquesas e infanzones divinos...
Robertico interrumpe: - mamá, mamá, yo quiero
oír esos violines. ¡Si no, mamá, me muero!
Y dice Alejandrito: - Ir quiero a ese castillo;
mamá, llévame pronto, que no soy ya un chiquillo!
Y Fernandito alega: - Yo quelo esa pincesa
y quelo yo bailás con la mejos duquesa!
Dejadme - les replico- si no os calláis, el cuento
de la princesa Eulalia suspenderé al momento.
-Sigue contado, sigue, mamacita querida,
a la vez urgen estos luceros de mi vida.
Y reanudo mi cuento: - Una noche de luna
mientras bailaban dentro, llegó de la laguna
que rodeaba enigmática los inmensos jardines
un concierto armonioso de flautas y violines
que a la princesa deban, bajo la luz de plata
de la luna, una hermosa y tierna serenata...
Palideció la bella. Los músicos alados
que en el salón tocaban se quedaron callados;
suspendieron la danza los bellos bailarines;
solo quedó en la noche de los brujos violines
el gemido flotando sobre las aguas quietas,
en tanto que en la sala los pálidos poetas,
sumidos en melódicos pensamientos diversos
tejían interiormente maravillosos versos,
para ponerle epílogo de rosas escarlata
bajo la luna pálida, a la azul serenata.
- Queremos esa música escuchar, mamacita!
dicen los tres a tiempo. Y uno con su manita
me acaricia la frente, el otro me da un beso
y el más chirriquitico, con íntimo embeleso
a mi cuello se abraza y me dice charlando
en su idioma divino: seguí, mamá, contando!
- Si a interrumpirme vuelven - les digo - no hay más cuento;
la princesa y el príncipe morirán al momento.
- ¿Qué príncipe? - pregunta Robertico asombrado,
- Verdad que ningún príncipe hasta ahora había nombrado,
(le contesto) y prosigo: pues el que serenara le deba a la princesa en la noche de plata, era el príncipe Edgardo, rubio mozo garrido, bueno él para todo, menos para el olvido.
Una vez que los ojos de la princesa vieron
el hermoso semblante, por siempre le tuvieron delante,
a la manera de la ignescente pira
que se enciende, si al sol de frente se le mira.
Y una noche tejida con redes de la luna, noche paradisíaca, noche como ninguna,
vino el príncipe rubio con su flauta panida
a la orilla del lago, y en la fronda florida
entonó sus endechas, murmuró sus canciones
y, de tal modo quiso escalar los balcones
de la bella princesa, que se sintió con alas
y... pretendió con ellas reemplazar las escalas
y volar!... En el ímpetu, que solo vio la luna,
le faltó el equilibrio... y cayó en la laguna!...
- ¿Y se ahogó? - Preguntaron ansiosos mis pequeños-
- Sí, hijitos, y allí hallaron sepultura sus sueños!...
Como veis, hijos míos - Lo que muchos creyeron
cuentos de aparecidos - reales historias fueron...
y desde entonces se oyen en las noches calladas
llenando de lamentos las mudas hondonadas,
las frases lastimeras que con voz gemebunda
grita desde el castillo Eulalia Rosamunda.
Los tres niños me miran, se quedan pensativos
y así al cuento le ponen tres puntos suspensivos...
Espontánea cultivadora de las musas. Fue laureada en dos ocasiones: la primera, en 1915, por su Poesía Éxtasis de Santa Teresa, y luego, en 1925, en el concurso abierto por La Vanguardia Liberal», de Bucaramanga, por su poema Santander, tierra querida, escrito en pareados. Colaboró en los periódicos Tierra nativa, El deber, La Casa Liberal, y otros periódicos de Bucaramanga, y en El Tiempo, Cromos, Mundo al D1a, y otras publicaciones de la prensa bogotana.
Vas spirituale
"El verso es vaso santo» -dijo Silva el divino
Vaso santo, es verdad! No es dable profanarlo
haciendo de él estuche de gemas irisadas
al resplandor prohibido y turbio del pecado!
Profanar ese vaso vertiendo en él hirviente
licor de liviandades; poner en ese vaso,
en vez de «un pensamiento puro» como las nieves
que coronan las cumbres, pensamientos insanos
en cuyo fondo bullan, no las dulces imágenes
de que habla Silva, sino las ardientes imágenes
que suben de los fondos del cenegal humano
ya no «como burbujas de oro, sino como aliento
pestilente, como hervor de pantano,
es violar los preceptos que nos impuso Apolo,
es mezclar a los ritmos armoniosos del canto
que nace del espíritu y que vibra en 1as altas
regiones arcangélicas, los ritmos soterrados
de las corrientes lúbricas que huyen el sol y
hierven
en la hermética noche de los siete pecados!...
"El verso es vaso santo» -dijo Silva el divino-
Poned en él tan sólo un pensamiento sano,
"un pensamiento puro en cuyo fondo bullan
hirvientes las imágenes como burbujas de oro de viejo vino oscuro...» .
.
¡No como las que suben del fondo del pantano!...
¡Corazón, no llores más!
¡Corazón, no llores más!
No llores más, que la noche
cerró para mí su broche,
de hoy para siempre jamás,
y, como ayer, ya no estás
a orillas del gran dolor,
de mirar cómo a favor
de un indescifrable espanto
se inundaba en ríos de llanto
la inmensidad de tu Amor!...
¡No más lágrimas! Se fueron
las tristezas que nublaron
nuestro cielo. Se acabaron
las ausencias que nos vieron
llorando a los dos. Murieron,
para no volver jamás,
las congojas en que más
amarguras padecí!...
Por él, por él y por mí
Corazón...¡No llores más!...
Yo escribo para que un día...
(Comtesse de Noailles)
Yo escribo para que un día, cuando entre la tierra dura
yazga para siempre sola, y en la eternidad dormida,
el libro de mis poemas diga a la gente futura
cuánto amé el agua, el espacio, la luz, el aire, la vida!
Contemplando los prodigios de la onda y de la nube,
de las campiñas en flor y de los cielos en calma,
he comprendido que no hay, en cuento en la tierra sube,
nada igual a este prodigio luminoso de mi alma!
Sin temor a la verdad he dicho lo que he sentido,
con el corazón desnudo y al mundo el ánima abierta,
por el amor impulsada, versos y llanto he vertido,
para que me quiera alguien, todavía, estando muerta!
Y aunque ese alguien, entonces, al leerme, sorprendido
y temblando de emoción ante mis hondas querellas,
sin piedad, a sus amadas vivas, de al mar del olvido
y me ame a mí... ¡Con el alma!... ¡Como no las amo a ellas!
La hora del alba
Garza de luz y rosa, sus plumones
esponja el Alba virgen. Las estrellas
- soñadoras pupilas de la noche-
en la infinita soledad se cierran.
Los nidos cantan y las frondas dicen
vagas modulaciones de tristeza.
Las aguas en sus pá1idos espejos
la estremecida inmensidad reflejan.
La Aurora-esa sultana del Abismo-
abre los ojos glaucos: y la Tierra
siente sobre su lomo esa mirada
como una lluvia luminosa y fresca.
Hadas madrugadoras y divinas
con sus dedos de Sílfide escarmenan
blancos vellones de corderos blancos.
en los picas más altos de la Sierra.
La luz crepuscular en los caminos
tiene tonos y esguinces de culebra;
claridad melancólica, penumbra
de fantasmales inquietudes llena.
Monjes de un monasterio de gigantes,
los árboles obscuros se congregan
en la montaña, y marchan. misteriosos,
entre un rumor de Tezos y de quejas.
De pronto en los follajes un concierto
de trinos hace estremecer la selva,
y el coro de los monjes se convierte
en desatado collarín de perlas;
De perlas que, al caer en los estanques
que al rebotar en las floridas eras
y rodar en los sotos y en las fuentes,
como canciones triunfadoras suenan.
En tanto que en los cármenes de Oriente
-rosa de fuego fulgida y soberbia
florece el sol, se irgue, se levanta
y al Mundo ofrece su corola abierta
Y yo, sobrecogida en un espasmo
de admiración y devoción supremas,
en mi interior con hondo grito exclamo:
-Gloria a Dios en los Cielos y en la Tierra.
Gloria a Dios, a quien plugo darme vida,
y corazón, y nervios, Y alma entera
para sentir. Sentir intensamente
la divina emoción de la hora tierna
en que la tarde enciende sus blandones
sobre la luz del sol hecha pavesas
y en que estalla la Aurora en resplandores
sobre ese mismo sol cuando despierta!
(Bogotá, octubre de 1917)
Bibliografía
Las mejores poetisas colombianas / Josefa Acevedo de Gómez... [et al.]. Series Biblioteca aldeana de Colombia Selección Samper Ortega de literatura colombiana. Editor: [Bogotá] : Minerva, 1936.
¡Libertad... para pensar!
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