Rosario Castellanos (1925-1974)
Rosario Castellanos (1925-1974) fue una destacada poetisa, ensayista y narradora mexicana que desempeñó un papel crucial en la introducción de perspectivas feministas y críticas sociales en la literatura latinoamericana. Su obra ha dejado una marca indeleble en la exploración de la identidad, el género y la injusticia social.
Vida y Trayectoria:
Nacida en Ciudad de México, Rosario Castellanos perteneció a una familia de clase media. Su vida estuvo marcada por su educación, su activismo feminista y su participación en la vida política y cultural de México. A lo largo de su carrera, abogó por los derechos de las mujeres y los pueblos indígenas.
Obras Destacadas:
Balún Canán (1957): Esta novela, ambientada en la década de 1930, explora las tensiones raciales y sociales en Chiapas, México. A través de la historia de una familia, Castellanos aborda temas de discriminación, colonialismo y lucha por la identidad.
Oficio de tinieblas (1962): Este libro, que combina poesía y prosa, es una exploración profunda de la opresión y la marginación en la sociedad mexicana. Castellanos utiliza su obra para denunciar las injusticias y destacar la importancia de la resistencia y la solidaridad.
Mujer que sabe latín... sabe lo que quiere (1973): Este ensayo feminista es una reflexión crítica sobre la situación de las mujeres en la sociedad y en la historia. Castellanos analiza las expectativas impuestas a las mujeres y aboga por la emancipación y la igualdad.
Estilo Literario:
Rosario Castellanos se caracteriza por un estilo literario que combina la reflexión profunda con una crítica social aguda. Su capacidad para abordar cuestiones de género, raza e injusticia social ha influido significativamente en la literatura latinoamericana. Su prosa está impregnada de una sensibilidad poética que resalta la riqueza y complejidad de las experiencias humanas.
Impacto Duradero:
El impacto de Rosario Castellanos en la literatura mexicana y latinoamericana es innegable. Su valiente exploración de temas feministas, su denuncia de la opresión y su compromiso con la justicia social la han convertido en una figura icónica. Su legado perdura como un faro para aquellos que buscan una literatura que no solo entretenga, sino que también cuestione y transforme.
Bibliografía de Rosario Castellanos:
- Castellanos, Rosario. Balún Canán. 1957.
- Castellanos, Rosario. Oficio de tinieblas. 1962.
- Castellanos, Rosario. Mujer que sabe latín... sabe lo que quiere. 1973.
Estudios sobre Rosario Castellanos:
- Goldman, Shifra M. Rosario Castellanos: A Search for Identity. University of Pittsburgh Press, 1990.
- Gonzalez, Jacqueline. The Heart of the Artichoke: Rosario Castellanos’ Spiritual Journey. University of Arizona Press, 1999.
- Bell, Deborah L. Rosario Castellanos: Una introducción. Plaza y Valdés, 2004.
Estas autoras, Laura Restrepo y Rosario Castellanos, representan voces distintas pero igualmente poderosas en la literatura hispanoamericana. A través de sus obras, han dejado una huella duradera al abordar temas sociales, políticos y feministas, contribuyendo al diálogo cultural y a la expansión de la conciencia social a través de la literatura.
Agonía fuera del muro
Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.
El cuerpo de los hombres prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.
Sin orgullo (¿Qué es el orgullo? ¿Una vértebra
que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.
Del poemario “Lívida luz”.
Amanecer
¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye?
¿Se echa uno a correr, como el que tiene las ropas
incendiadas, para alcanzar el fin?
¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?
Porque a esta hora ya no hay madre y deudos.
Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz.
Todos son una faz atenta, incrédula de hombre de la otra orilla.
Porque lo que sucede no es verdad.
Del poemario “Lívida luz”
Amor
Sólo la voz, la piel, la superficie
pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
rebalsaría y la mano ya no alcanza
a tocar más allá.
Distraída, resbala, acariciando
y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada
sin advertir el ulular inútil
de la cautividad de las entrañas
ni el ímpetu del cuajo de la sangre
que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
ya para siempre ciego del sollozo.
El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.
Hasta que un día otro lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda y tiembla.
Apelación al solitario
Es necesario, a veces, encontrar compañía.
Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.
¿Cómo podrías estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?
Autorretrato
Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.
Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros, los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.
Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece.)
Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.
Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
—aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.
Amigas... hmmm... a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehúyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.
Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.
Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.
Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana publico en un periódico.
Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles.
Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estreno teatral ni al cine-club.
Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres.
Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.
Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.
En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.
Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo el último
recibo del impuesto predial.
Destino
Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar que huye y se desangra.
Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo del tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
En el filo del gozo
I
Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo:
que estrelle en ti sus olas funestas sin tocarme
y resbale en espuma deshecha y humillada.
Cuerpo de amor, de plenitud, de fiesta,
palabras que los vientos dispersan como pétalos,
campanas delirantes al crepúsculo.
Todo lo que la tierra echa a volar en pájaros,
todo lo que los lagos atesoran de cielo
más el bosque y la piedra y las colmenas.
(Cuajada de cosechas bailo sobre las eras
mientras el tiempo llora por sus guadañas rotas.)
Venturosa ciudad amurallada,
ceñida de milagros, descanso en el recinto
de este cuerpo que empieza donde termina el mío.
II
Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas,
rompiéndome en el filo del gozo o mansamente
lamiendo las arenas asoleadas.
(Bajo tu tacto tiemblo
como un arco en tensión palpitante de flechas
y de agudos silbidos inminentes.
Mi sangre se enardece igual que una jauría
olfateando la presa y el estrago.
Pero bajo tu voz mi corazón se rinde
en palomas devotas y sumisas.)
III
Tu sabor se anticipa entre las uvas
que lentamente ceden a la lengua
comunicando azúcares íntimos y selectos.
Tu presencia es el júbilo.
Cuando partes, arrasas jardines y transformas
la feliz somnolencia de la tórtola
en una fiera expectación de galgos.
Y, amor, cuando regresas
el ánimo turbado te presiente
como los ciervos jóvenes la vecindad del agua.
De: De la Vigilia Estéril
Tercera elegía del amado fantasma
I
Como la cera blanda, consumida
por una llama pálida, mis días
se consumen ardiendo en tu recuerdo.
Apenas iluminas el túnel de silencio
y el espanto impreciso
hacia el que paso a paso voy entrando.
Algo vibra en mi ser que aún protesta
contra el alud de olvido
que arrastra en pos de sí a todas las cosas.
¡Ah, si pudiera entonces crecer y levantarme,
alumbrar como lámpara
alimentada de tu vivo aceite
en una hoguera poderosa y clara!
Pero ya nada alcanza a rescatarme
de la tristeza inerte que me apaga.
Grandes espacios ciernen finas nieblas
entre tu rostro y los que aquí te borran.
Tu voz es casi un eco
y lejos resplandece tu mirada.
II
Como queriendo sorprender tu ausencia
desnuda, abro las puertas de improviso
y acecho las ventanas entornadas.
Encuentro las estancias desiertas y sombrías
donde el vacío congela sus perfiles
ciñéndose a la línea de tu cuerpo.
Es como una profunda y simple copa
para beber la integridad del llanto.
III
Tal vez no estés aquí dominando mis ojos,
dirigiendo mi sangre, trabajando en mis células,
galvanizando un pulso de tinieblas.
Tal vez no sea mi pecho la cripta que te guarda.
Pero yo no sería si no fuera
este castillo en ruinas que ronda tu fantasma.
De: De la Vigilia Estéril
Destino
Alguien me hincó sobre este suelo duro.
Alguien dijo: Bebamos de su sangre
y hagamos un festín sobre sus huesos.
Y yo me doblegué como un arbusto
cuando lo acosa y lo tritura el viento,
sin gemir el lamento de Job, sin desgarrarme
gritando el nombre oculto de Dios, esa blasfemia
que todos escondemos
en el rincón más lóbrego del pecho.
Olvidé mi memoria,
dejé jirones rotos, esparcidos
en el último sitio donde una breve estancia
se creyera dichosa:
allí donde comíamos en torno de una mesa
el pan de la alegría y los frutos del gozo.
(Era una sola sangre en varios cuerpos
como un vino vertido en muchas copas.)
Pero a veces el cuerpo se nos quiebra
y el vino se derrama.
Pero a veces la copa reposa para siempre
junto a la gran raíz de un árbol de silencio.
Y hay una sangre sola
moviendo un corazón desorbitado
como aturdido pájaro
que torpe se golpea en muros pertinaces,
que no conoce el cielo,
que no sabe siquiera que hay un ámbito
donde acaso sus alas ensayarían el vuelo.)
Una mujer camina por un camino estéril
rumbo al más desolado y tremendo crepúsculo.
Una mujer se queda tirada como piedra
enmedio de un desierto
o se apaga o se enfría como un remoto fuego.
Una mujer se ahoga lentamente
en un pantano de saliva amarga.
Quien la mira no puede acercarle ni una esponja
con vinagre, ni un frasco de veneno,
ni un apretado y doloroso puño.
Una mujer se llama soledad.
Se llamará locura.
De De la Vigilia Estéril
Muro de lamentaciones
I
Alguien que clama en vano contra el cielo:
la sorda inmensidad, la azul indiferencia,
el vacío imposible para el eco.
Porque los niños surgen de vientres como ataúdes
y en el pecho materno se nutren de venenos.
Porque la flor es breve y el tiempo interminable
y la tierra un cadáver transformándose
y el espanto la máscara perfecta de la nada.
Alguien, yo, arrodillada: rasgué mis vestiduras
y colmé de cenizas mi cabeza.
Lloro por esa patria que no he tenido nunca,
la patria que edifica la angustia en el desierto
cuando humean los granos de arena al mediodía.
Porque yo soy de aquellos desterrados
para quienes el pan de su mesa es ajeno
y su lecho una inmensa llanura abandonada
y toda voz humana una lengua extranjera.
Porque yo soy el éxodo.
(Un arcángel me cierra caminos de regreso
y su espada flamígera incendia paraísos.)
¡Más allá, más allá, más allá! ¡Sombras, fuentes,
praderas deleitosas, ciudades, más allá!
Más allá del camello y el ojo de la aguja,
de la humilde semilla de mostaza
y del lirio y del pájaro desnudos.
No podría tomar tu pecho por almohada
ni cabría en los pastos que triscan tus ovejas.
Reverbera mi hogar en el crepúsculo.
Yo dormiré en la Mano que quiebra los relojes.
II
Detrás de mí tan sólo las memorias borradas.
Mis muertos ni trascienden de sus tumbas
y por primera vez estoy mirando el mundo.
Soy hija de mí misma.
De mi sueño nací. Mi sueño me sostiene.
No busquéis en mis filtros más que mi propia sangre
ni remontéis los ríos para alcanzar mi origen.
En mi genealogía no hay más que una palabra:
Soledad.
III
Sedienta como el mar y como el mar ahogada
de agua salobre y honda
vengo desde el abismo hasta mis labios
que son como una torpe tentativa de playa,
como arena rendida
llorando por la fuga de las olas.
Todo mi mar es de pañuelos blancos,
de muelles desolados y de presencias náufragas.
Toda mi playa un caracol que gime
porque el viento encerrado en sus paredes
se revuelve furioso y lo golpea.
IV
Antes acabarán mis pasos que el espacio.
Antes caerá la noche de que mi afán concluya.
Me cercarán las fieras en ronda enloquecida,
cercenarán mis voces cuchillos afilados,
se romperán los grillos que sujetan el miedo.
No prevalecerá sobre mí el enemigo
si en la tribulación digo Tu nombre.
V
Entre las cosas busco Tu huella y no la encuentro.
Lo que mi oído toca se convierte en silencio,
la orilla en que me tiendo se deshace.
¿Dónde estás? ¿Por qué apartas tu rostro de mi rostro?
¿Eres la puerta enorme que esconde la locura,
el muro que devuelve lamento por lamento?
Esperanza,
¿eres sólo una lápida?
VI
No diré con los otros que también me olvidaste.
No ingresaré en el coro de los que te desprecian
ni seguiré al ejército blasfemo.
Si no existes
yo te haré a semejanza de mi anhelo,
a imagen de mis ansias.
Llama petrificada
habitarás en mí como en tu reino.
VII
Te amo hasta los límites extremos:
la yema palpitante de los dedos,
la punta vibratoria del cabello.
Creo en Ti con los párpados cerrados.
Creo en Tu fuego siempre renovado.
Mi corazón se ensancha por contener Tus ámbitos.
VIII
Ha de ser tu substancia igual que la del día
que sigue a las tinieblas, radiante y absoluto.
Como lluvia, la gracia prometida
descenderá en escalas luminosas
a bañar la aridez de nuestra frente.
Pues ¿para qué esta fiebre si no es para anunciarte?
Carbones encendidos han limpiado mi boca.
Canto tus alabanzas desde antes que amanezca.
De De la Vigilia Estéril (1950)
Bibliografía
- Castellanos, Rosario, Oficio de tinieblas, México, D. F., Joaquín Mortiz, 1962.
- ----, Balún-Canán, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1968.
- ----, Mujer que sabe latín, México, D. F., Secretaría de Educación Pública (SepSetentas; 83),1973.
- ----, Cartas a Ricardo, 2ª ed., pres. de Juan Antonio Ascencio, pról. de Elena Poniatowska, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Memorias mexicanas), 1996.
- ----, Poesía no eres tú, 2ª ed., México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 2012.
- ----, Rosario Castellanos, selec. y notas de Pablo Mora y Pedro Serrano, México, D. F., Coordinación de Difusión Cultural/ Dirección de Literatura, Universidad Nacional Autónoma de México (Material de Lectura. Serie Poesía Moderna; 53), 2009.
- ----, Rosario Castellanos: Rosario memorable, colabs. de Dolores Castro, Toshiya Kamei, Rodrigo Landaeta, Nedda G. de Anhalt y Raúl Ortiz y Ortiz, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Chiapas/ Instituto Nacional de Bellas Artes, 2012.
- ----, Obras Reunidas. Novelas, t. i, pres. de Eduardo Mejia, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2005.
- ----, Obras reunidas. Cuentos, t. ii, pres. de Eduardo Mejía, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2005.
- ----, “Las servidumbres: Herlinda se va”, en Mujer de palabras. Artículos rescatados de Rosario Castellanos, comp., introd. y notas de Andrea Reyes, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Lecturas Mexicanas. Cuarta Serie), vol. iii, 2007, pp. 331-334.
- ----, “Una mujer singular: Emily Dickinson”, en Mujer de palabras. Artículos rescatados de Rosario Castellanos, comp., introd. y notas de Andrea Reyes, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Letras Mexicanas), 2004.
- ----, “El zipper: la hora de la verdad”, en Mujer de palabras. Artículos rescatados de Rosario Castellanos, comp., introd. y notas de Andrea Reyes, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2007, vol. iii, pp. 311-314.
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