Agripina Montes del Valle (1844-1915)

Dominio público, Escritoras colombianas, Mujeres escritoras de los siglos XIX-XX, Agripina Montes del Valle,
Agripina Montes, escritora colombiana


Biografía:

Agripina Montes del Valle, también conocida como "La Musa del Tequendama", nació el 5 de noviembre de 1844 en Salamina, Colombia. A pesar de provenir de una familia no muy reconocida, tuvo la oportunidad de acceder a una educación en el Colegio de la Merced en Bogotá, donde exploró el campo de las letras y comenzó a escribir poesía.

Sus primeros poemas fueron publicados en la revista El Mosaico, cofundada por José María Vergara y Vergara en 1858. Allí, Montes del Valle compartió publicación con otras mujeres, como Agripina Samper de Ancízar, también conocida como "Pía Rigan". A lo largo de su vida, Montes del Valle colaboró con otras revistas importantes como La Mujer, La Patria y La Pluma.

En 1865, contrajo matrimonio con Miguel María del Valle Lince en Manizales y tuvo tres hijos. A pesar de sus responsabilidades como madre, Montes del Valle continuó escribiendo poesía y publicando en diversas revistas. En 1883, publicó su libro de poesía titulado "Poesías", con un prólogo realizado por Rafael Pombo.

El poema por el que Montes del Valle es más recordada es "Al Tequendama", publicado en 1887 como parte de la antología "El Parnaso Colombiano". Por este poema la denominaron "Musa del Tequendama".  Montes del Valle también se destacó como educadora, fundando el Colegio de la Concepción en Manizales.

Tras quedar viuda en 1886, continuó su labor como educadora en Santa Marta y recibió diversos reconocimientos literarios. En 1910, ofreció un discurso en homenaje a Policarpa Salavarrieta durante la inauguración de su estatua en Bogotá.

Montes del Valle falleció el 14 de enero de 1915, dejando un legado como una de las principales poetas colombianas del siglo XIX. Su obra poética y su contribución a la educación son recordadas hasta el día de hoy.

En un álbum

En una espléndida tarde

nos vimos, amiga mía,

a tiempo que el sol hundía

entre los mares su luz.

Eras feliz: en tus ojos

la dicha se adivinaba;

sobre tu sien destellada

la radiante juventud.


Yo era niña: mi horizonte

ninguna nube entoldaba,

y en mis ojos no bortaba

ni una lágrima de hiel.

Ni una lágrima: felices

de la vida en la ribera,

sin una pena siquiera,

nos vimos una vez.


Sin recuerdos... sin pesares,

sin esperanzas traidoras,

sentimos pasar las horas

sin la amargura del alma!

¡Pero del tiempo en las alas

pasó de todo! Se apagaron

las estrellas que alumbraron

tanta dulce felicidad.


Pasaron las bellas tardes

con sus arreboles de oro:

hoy baña mi faz el lloro,

niña, y tú lloras también.

Solo el recuerdo marchito

de nuestras pálidas flores

quedó sobre los vapores

del breve sueño ayer.


Y ya en el cielo de mi alma,

ni de mi fe brilla el astro;

de su luz ni el débil rastro

anima el turbio cenit;

y ya no agita mi frente

ni el sueño de la esperanza:

mi mente solo se lanza

quimeras a seguir.


Sueña el corazón ardiente

de oro plácidas visiones,

rutilantes ilusiones

de amor y felicidad;

y al despertar de sus sueños,

con ojo yerto y sombrío

ve solo el cadáver frío

de su esperanza falaz.


¡Tal es la vida! Yo tiendo

mis ojos hacia el pasado

y ya en mi espíritu helado

no siento el fuego de ayer.

Por eso al abrir tu libro

y al sentirme conmovida,

ni una nota dolorida

te puedo dejar en él.


De la amistad yo te hablara;

mas ¡ay! de amistad traidora

memoria perseguidora

guardo aquí en mi corazón...

Y el amargo desengaño

de su cruel reminiscencia

apagó de mi existencia

hasta la fe del amor.


Y yo no quiero dejarte

de mis lágrimas la huella,

porque hoy al hablarte de ella

tan solo podría llorar.

No sueñes nunca, no sueñes

de la amistad en los brazos,

que tu corazón pedazos

al desengañarte harán.


¡Y adiós! perdón si en tu libro

tan solo te dejo yo

memorias... sombras lejanas

de otro tiempo que pasó.


A Cristo sacramentado

Ven a mi corazón, cual baja al yermo

desde las cumbres bienhechor rocío;

y al congojoso corazón enfermo

salva y conforma por tu amor, ¡bien mío!


báñame en luz como al abismo el astro,

y en mí tu gracia para siempre sea,

sin dejar en mi espíritu ni un rastro

de la noche sin fin que me rodea.


Como a Pedro en el mar, antes que se hunda

el frágil barco en que al azar navego,

ven hacia mí, que el rayo me circunda

con sus siniestras víboras de fuego.


Yo he soñado dormir bajo los muros

de la santa ciudad, entre las palmas

que se ciñen los mártires oscuros

en el rudo combate de las almas.


Tu visión en mi calle de amargura

me ha seguido a través del roto velo

de la ilusión, y tu hermosura

habla a mi triste soledad del cielo.


Escóndeme en tu seno, abre las puertas

de tu alcázar de luz y mi alma toca,

y del rencor las úlceras abiertas

sane el divino soplo de tu boca.


La vieja nave sin cesar delastra

la tempestad, como ensañada fiera,

y al arrecife, sin piedad me arrastra:

sálvame, ¡oh Cristo, por la vez postrera!


El ángel de mi guarda halló el perdido

talismán de mi fe, de nuevo ahora 

con tus divinos hálitos ungido,

le guardo bajo tu ara redentora.


En el polvo la sien, como un avaro

de tu grandeza, el alma reverente,

para mis hijos protección y amparo

te pido humildemente.


Al Tequendama

Tequendama grandioso:

deslumbrada ante el séquito asombroso

de tu prismal riquísimo atavío,

la atropellada fuga persiguiendo

de tu flotante mole en el vacío,

el alma, presa de febril mareo,

en tus orillas trémula paseo.

Raudas, apocalípticas visiones

de un antiguo soñar al astro vuelven,

resurgen del olvido sus embriones

y en tus iris sus formas desenvuelven.

¡Y quién no soñará, de tu caída

al formidable estruendo,

que ira a Dios, creador omnipotente,

entrevisto al fulgor de tu arco horrendo!


¡Al morir!... Al abismo te provoca

algo a la mente del mortal extraño;

y del estribo de la ingente roca

tajada en babilónico peldaño,

sobrecogido de infernal locura,

perseguido dragón de la llanura,

cabalgas iracundo

con tu rugido estremeciendo el mundo.

¿Qué buscas en lo ignoto?

¿Cómo, a donde, por quién vas empujado?

Envuelto en los profundos torbellinos

de la hervidora tromba de tu espuma

e irisado en fantástico espejismo,

con frenesí de ciego terremoto

entre tu aérea clámide de bruma

te lanzas despeñado,

gigante volador, sobre el abismo.

Se irgue a tu paso murallón innoble

cual vigilante esfinge del Leteo,

mas de tu ritmo bárbaro al redoble

vacila con medroso bamboleo.


Y en tanto al pie del pavoroso salto,

que desgarra sus senos de basalto,

con tórrida opulencia

en el sonriente y pintoresco valle

abren las palmas florecida calle.

Por verte allí pasar, la platanera

sus abanicos de esmeralda agita,

la onduladora, elástica palmera

riega su gargantilla de corales,

y al rumor del titán cosmopolita,

con sus galas y aromas estivales,

la indiana piña del ardiente vega,

adorada del sol, del ámbar y de oro,

sus amarillos búcaros despliega.

Sus ánforas de jugo nectarino

te ofrece hospitalaria

la guanábana en traje campesino,

a la par que su rica vainillera

el tamarindo tropical desgrana

y la silvestre higuera

reviste al alba su lujosa grana.

Bate del aura al caprichoso giro

sus granadillas de oro mejicano

con su plumaje de ópalo y zafiro

la apasionaria en el palmar del llano;

y el cámbulo deshoja reverente

sus cálices de fuego en tu corriente...


Miro a lo alto.  En la sien de la montaña

su penacho imperial gozosa baña

la noble águila fiera,

y empujándose en tu arco de topacio

que adereza la luz de cien colores,

se eleva majestuosa en el espacio

llevándose un girón de tus vapores.

Y las mil ignoradas resonancias

del antro y la floresta,

y místicas estancias

do urden alados silfos blanda orquesta,

como final tributo de reposo

¡oh émulo del destino!

ofrece a tu suicidio de coloso

la tierra engalanada en tu camino.


Mas ¡ah! que tu hermosura,

desquiciada, sublime catarata,

el insondable abismo desbarata,

la inmensidad se lleva,

sin que mi osado espíritu se atreva

a perseguirte en la fragosa hondura.


Átomo por tus ondas arrastrado,

por retocar mis desteñidos sueños

y reponer mi espíritu cansado

en tu excelsa visión de poesía,

he venido en penosa romería;

no a investigar la huella de los años

de tu drama en la página perdida,

hoy que la fe de la ilusión ya es ida

y abatido y helado el pensamiento

con el adiós postrer de la esperanza

en tu horrible vorágine se lanza

desplomado al más hondo desaliento.


En vano ya tras el cristal enfriado

de la vieja retina

el arpa moribunda se alucina,

y en el triste derrumbe del pasado,

cual soñador minero,

se vuelve hacia el filón abandonado

de nuevo a rebuscar algún venero.


¡Adiós! ¡adiós! Ya a reflejar no alcanza

del alma la centella fugitiva

ni tu ideal fastuosa perspectiva

ni el prodigioso ritmo de tu danza;

y así como se pierden a lo lejos,

blancos al alba, y al morir bermejos,

en nívea blonda de la errante nube

o en chal de la colina

los primorosos impalpables velos

de tu sutil neblina,

va en tus ondas mi cántico arrollado

bajo tu insigne mole confundido,

e, inermes ante el hado,

canto y cantor sepultará el olvido.


A mi señora Doña P.A. de B

Tú eres el Dios que iluminó en mis sueños

El alba de mi vida,

Coronado de luz y de hermosura,

La excelsa sien vestida

Con arreboles mágicos de tul!

Y yo soy la molécula del viento,

Con vida y pensamiento!

Con él sabré adorarte

Como ama el gusanillo

Los rayos de la luz!

Voy como en rotación por los espacios,

Buscándote al través de esos palacios

Que tienes sobre el sol;

Y en las régias cascadas de diamantes,

Que bordan los celajes de la aurora,

Y que de tu alba luz deslumbradora

Ténues destellos son!


Y te sigo á traves de esos paisajes

Que decoran las vastas lejanías

Y recarga de límpidos celajes

La tarde al fenecer;

Y en los vagos bocetos del crepúsculo,

Y en las errantes nieblas,

Y en las hondas tinieblas

Que la noche letal deja caer;

Y en los floridos céspedes

Que esmaltan las riberas,


Y en los sires que agitan las palmeras,

Y en las notas que arroja el huracán,

Que en las ardientes alas,

Del libre pensamiento,

Tu ingénita grandeza

Fulgura eternas galas

En divina infinita variedad!


Oh! tú brillas lo mismo en el rocío,

Corona de la flor de la montaña,

Que en la nieve del páramo bravío

Que en el éter su altivo lomo baña;

Y mis ojos te admiran donde quiera;

En el valle, en el bosque, en la pradera

Y en la humeante diadema del volcan;

Lo mismo en las agrestes sinfonías

De truenos y borrascas,

Desconocidas, hondas armonías

Del misterioso mar;

Lo mismo al rutilar de tus fanales,

Que en la silueta azul de las montañas,

Que en los vastos, desiertos arenales,

Dominios del simoun!

Y te he visto en los rayos de la luna,

Y en las negras tormentas de los mares,

Y en las noches polares

Disipando las sombras con tu luz!


Tú que en el seno del volcan alientas

La lava arrasadora,

Y en las temblantes cañas

Vibras con delicadas melodías,

Desconocidas músicas de amor;

Tú de mi sueños la primera lumbre,

Magnífica, imponente!

Tú el Dios de mi pasado,

Y el Dios de mi presente,

El Dios de lo increado

Tras quien en sueños y despierta voy!

Tú que das equilibrios en el vacío

A los radiantes faros de la noche

Que á rodar en lo eterno precipitas,

Y al través de sus coros te paseas

Señor de las alturas infinitas!


Débil, ignota, mísera, invisible,

Ah! yo soy el gusano de la tierra!

Si hay en mi sér un soplo de tu aliento,

Aplaca el mal que mi dolor encierra!

Yo soy el fatigado peregrino,

Sísifo sin descanso ni reposo!

Oh, Dios de mi destino!

Abajo está el abismo tenebroso,

No me dejes rodar!

Que yo quiero buscarte en las alturas,

En el rato y la luz de tu mirada,

Sintiéndome cansada

De las sombras y el barro terrenal!


Voz de un alma que sueña,

Plegaria nunca oída

Ay! en su propia pequeñez hundida,

Sin destino ni fin…

Qué soy? Pobre de mí! Nota perdida

Sobre el hondo infinito de un deseo

Debatida en la lucha como Anteo!

Ay! quisiera morir!

Mas no! Perdon, Dios mio!

No oigas jamas mi dolorido acento,

Que vencida en mi largo sufrimiento,

Cobarde en mi dolor,

Me he olvidado insensata de mis hijos

El único tesoro…

De mis hijos que adoro

Con férvida pasion!


Tú el Dios de lo invisible,

Del débil y del huérfano…

Tú el Dios de las estrellas,

No abandones sus huellas,

Tuyo es su porvenir!

Tu sombre sea la antorcha,

Que alumbre su camino

Y olvídate del pobre peregrino,

Olvídate de mi!


Fuente: Montes del Valle, Agripina. (1878). “A mi señora Doña P. A. de B.”. La Mujer, I, N°2, p. 33


Tus ojos

Á la señorita Angelina Aguiar Toscano


Yo he vislumbrado en tus ojos,

Divinos ojos de génio,

Luz y fuego y vibraciones

Como de dormidos ecos…

Pero á veces se amortiguan

Sus misteriosos redejos

Con algo que oprime rudo

La luz de tu pensamiento,

Como la sombra que alterna

Del prisma con los destellos

Como la estela de un rayo

Sobre los mares serenos.

¿Cómo? tú, la dulce niña,

Que aun en tus primeros sueños

Ya tiendes la fantasía

Por los espacios inmensos;

Tú, la flor de primavera

Que no marchita el invierno.


Que no reseca el verano

Con su caluroso aliento,

De las tristezas del mundo

¿Cómo has de sentir?

Mas ¡ay! tus ojos lo dicen,

Pobre niña, tienes génio,

Sinónimo de martirio,

De amarguras y tomento!


Pero ya que Dios lo quiso

Pon tus ojos en el cielo,

Y en tus cantos solitarios

De tu tierra olvida el cieno;

Y cuando las libres alas

De tus inmortales sueños

Quieran descender al barro

Donde yo cantando muerto,

Te pido para mis penas

La sombra de tu recuerdo.


Fuente: Montes del Valle, Agripina. (1878). “Tus ojos. Á la señorita Angelina Aguiar Toscano”. La Mujer, I, N°5, p. 108.


La azucena y la rosa

Es un florido vergel

Una rosa peregrina

Asó hablaba á su vecina,

Con profunda compasion,

A una gentil azucena,

Cándida, pura, inocente,

Que bajaba el alba frente

Revelando su afliccion.


—¿Por qué te miro tan triste

Tú, que halagan los amores,

Y á quien envidian las flores

La fragancia de tu olor?

El céfiro, blanco siempre,

Te acaricia con sus alas,

Dios te dio todas las galas

Que puede darse á una flor.


Te dio candor, hermosura,

Y algo de su pura esencia,

Pues eres de la inocencia,

El emblema seductr,

Y á pesar de todo gimes,

Y á pesar de todo lloras,

Te ajas y te descoloras….

¿Cuál es, díme, tu dolor?


—Ya que tú me lo preguntas

Tan dulce y tan cariñosa,

Te contaré, bella rosa

La cansa de mi pesar;

Para que tengas presente

Al oir mi triste historia,

Que la dicha es ilusoria,

Una sombra, y nada más.


Jóven yo, y envanecida,

Alegre siempre y mimada,

A mi despecho fui amada

Por un risueño jazmin,

Que con aliento dulcísimo,

Me prometió ser constante,

Y yo, al verlo tan amante,

Le di mi cariño al fin.


Felices un tiempo fuimos,

Él gozó de su ventura,

Y una dicha dulce y pura

De mi ser se apoderó.

Pero como en este mundo

Todo es fugaz, es inestable

No fué su afecto durable

Y su promesa olvidó.


Desde entonces, desolada,

Abatida, mustia, sola,

Triste inclino mi corola

Echando ménos mi amor.

Ya del cielo ni aun recibo

Su benéfico rocío

Solo con el llanto mío

Riego la tierra en redor.


Aunque él me asegura siempre

Que su afecto no ha cambiado,

Conozco que se ha entibiado

Aquel su ferviente amor.

Y una planta delicada

Para sostener su vida,

Necesita ser querida,

O la destruye el dolor.


Es un sufrir continuado

Y un doloroso lamento

Ver que no tiene alimento

La llama de nuestro amor!

Sentir encendido siempre

En nuestro pecho sensible

Ese fue inextinguible,

Que nos consume en su ardor.


Aprender, cándida rosa,

Que para vivir contenta,

Debes tener siempre exenta

Tu alma virgen de pasión.

Pues es verdad bien sabida,

Nadie en el mundo lo niega,

Tras del amor siempre llega

La triste desilusion.


Quiera el cielo, tierna amiga,

Que nunca oigas placentera

La promesa lisonjera

De un mentido y falso amor….

Si alguna vez, desdichada,

Conoces de amor la pena,

Compadece á la azucena

Que te cuenta su dolor.


Fuente: Montes del Valle, Agripina. (1879). “La azucena y la rosa”. La Mujer, II, N°19, p. 159.


Apólogo

Un pajarillo bello y orgulloso

En un roble su nido construyó,

Cuando soplando el vendaval furioso

Su vivienda y su dicha destruyó.


Él despues más prudente hizo su nido

En las últimas ramas de un lloron,

Pero un niño risueño y atrevido

Al mirarlo tan cerca lo cogió.


Y llevándolo en triunfo presuroso,

Sin pensar en los males que causó,

Soltando fue ligero y bullicioso

Las pajitas que el viento se llevó….


Hasta que al fin el pájaro inocente

Leves plumas y musgos recogió,

Y en un árbol, á orillas de una fuente,

En el centro de su nido fabricó.


Allí pasó su vida trinando melodioso,

Con dulce compañera, rodeándola de amor,

Y entre el follaje oscuro del árbol rumoroso

Llenóse de avecillas el nido encantador!


Aquesto nos enseña que el goce que buscamos

Está en la medianía, sin otra aspiracion;

Jamas en la bajeza, que tanto despreciamos,

Ni contentando ansiosos efímera ambicion.


Fuente: Montes del Valle, Agripina. (1879). “Apólogo”. La Mujer, III, N°25, p. 7.


Memorias de la guerra

A mi señora y amiga doña Isidora Liths


Cercana está mi hora

Postrera de agonía;

Ven, amada arpa mía,

Digamos juntos á la vida adios.


Recuerdo que al infierno que me abrasa,

No has podido amar matar mi corazon:

Lágrimas en mis ojos estancadas

Venid rodad con mi última canción,


Nada me resta: en el hogar desierto

Ni amor, ni luz! como la tumba, yerto,

Así ha quedado en lúgubre mudez.

La guerra con sus hálitos de fuego

Ni el amor ni el honor ha resietado.

Ay! ya que todo para mi ha acabado,

Vengo á su estrago á terminar ambien…

“ Es alta noche, el enemigo a frente “

Venga la muerte — quiero perecer!


El arpa se escapó de entre sus brazos,

Su mirada se hundió en el infinito

Y en un postrero y moribundo grito

El alma del poeta se exhaló.

Héroe para vencer en las batallas,

Le halló cobarde el desengaño impío;

Que el frio de la muerte no es más frio

Que el del alma rendida á su dolor!


Fuente: Montes del Valle, Agripina. (1879). “Memorias de la guerra. A mi señora y amiga doña Isidora Liths”. La Mujer, I, N°11, pp 249-250.


A Dios

Tú eres el Dios que iluminó mis sueño"

Al alba de mi vida,

Coronado de luz y de hermosura,

La excelsa sien vestida

Con arreboles mágicos de tul.

y yo soy la mo1écula en el viento

Con vida y pensamiento,

Y en él sabré adorarte

Como ama el gusanillo

los rayos de la luz.


Voy como en rotación por los espacios

Buscándote al través de esos palacios

Que tienes sobre el sol,

y en las regias cascadas de diamantes

Que bordan los celajes de la aurora,

y que de tu alba luz deslumbradora

Apenas tenues resplandores son.


y te sigo a través de esos paisajes

Que decoran las vastas lejanías,

y recargan de fúlgidos encajes

Del véspe o la muda languidez,

y en las errantes nieblas

y en las hondas tinieblas

Que la noche letal deja caer

y en los floridos céspedes

Que esmaltan las riberas,

y en las auras que agitan las palmeras

y en las notas que arroja el huracán.

Que en las ardientes alas

Del libre pensamionto,

tu ingénita grandeza

Fulgura eternas galas

En divina infinita variedad.


Oh! tú brillas lo mismo en el rocío,

Corona de la flor de la montaña,

Que en la nieve del páramo bravo

Que en el éter su altivo lomo baña;

y mis ojos te admiran donde quiera.,

En el valle, en la roca, en la pradera,

y en la humeante diadema del volcán.

Lo mismo en las agrestes sinfonías

De truenos y borrascas,

Desconocidas hondas armonías

Del imponente mar.


Lo mismo al rutilar de los fanales,

Que en la silueta azul de las montañas,

Que en los vastos desiertos arenales

Dominios del simoun.

Yo te he visto en los rayos de la luna,

y en las negras tormentas de los mares,

y en las noches polares

Disipando las sombras con tu luz.


Oh! tú que al seno del volcán alientas

Con lava abrasadora,

y en las temblantes cañas

Vibras con delicadas armonias,

Desconocidas músicas de amor!

Tú de mis sueños la primera lumbre,

Magnífica, imponente,

Tú el Dios de mi pasado,

Tú el Dios ele mi presente,

Tras quien en sueños y despierta voy,

Tú que dás equilibrio en el vacío

A los radiantes faros de la noche,

Que á rodar en lo eterno precipitas,

y al través de sus coros te paseas,

Señor de las alturas infinitas!

Débil, ignota, mísera, invisible

Ah! yo soy el gusano de la tierra!

Si hay en mi ser un soplo de tu vida.

Apaga el fuego de dolor que encierra!

Yo soy el fatigado peregrino,

Sísifo sin descanso ni reposo,

Oh! Dios de mi destino

Abajo está el abismo tenebroso 

No me dejes rodar!

Yo quiero iluminarme en las alturas,

En el rayo y la luz de tu mirada,

Sintiéndome cansada

Del barro y la tristeza terrenal.


Voz de una alma que sueña,

Plegaria nunca oida,

Quizá en su propia pequeñez perdida

Sin destino ni fin!

Qué soy? Pobre de mí! nota lanzada

Sobre el hondo infinito de un deseo,

Debatida en la lucha como Anteo,

No me sueño siquiera la esperanza

Risueña de morir

Mas no ... Perdón, Dios mio,

Perdona al triste el apenado acento,

Vencida casi al largo sufrimiento,

Cobarde en el dolor

Me he olvidado insensata de mis hijos,

Mi único tesoro,

De mis hijas que adoro

Con férvida pasión!

Tú el Dios de las estrellas,

Tú el Dios de lo invisible

Del débil y del huérfano,

Sus huellas no abandones,

Tuyo es su porvenir!

Tu sombra sea la antorcha

Que alumbre su camino

y olvídate si quieres

Del pobre peregrino,

Olvídate de mí!


A mi madre en su día

¿Qué indefinible sombra de tristeza

Ha impreso en tu semblante, madre mia,

El reflejo tenaz de la agonía

De quien desea morir?

La ruda saña de tu suerte injusta

Quién pudiera cambiar, ay quién pudiera!

Todos los sueños de mi vida diera

Por verte un día feliz!


Tus ojos se han secado con el fuego

De una pena infinita,

y un dolor insondable 

Oh! si le fuera á mis deseos dable

Devolverles su vida y su beldad!

Cuando era niña me bañé en sus rayos,

y mi alma recogió su dulce lumbre,

Ya de esa edad me queda

La ingrata pesadumbre

Del recuerdo no más

Fuera dichosa yo, si en este día

Oh! cara madre mia,

Pudiera refundir en mis'doloré1i,

Tu profundo dolor!


y que en vez de las notas de agonía

Que murmura mi lira acongojada,

En sus cuerdas vibrara inusitada

De dicha una canción,

Un arrullo no oído, que tuviera,

El poder del olvido en tus pesares,

y que ahogara en tu alma generosa

El recuerdo tenaz

Mas ay! que solo el eco

De un estro moribundo,

y unas reminiscencias,

y unos deseos .. .

Al saludarte oh! madre,

Te doy en mi cantar.


A mi esposo

(En su día)


Soñé dejar á la sombra

De tus patrios cocoteros

Con la memoria, la fiebre,

Tenaz de mi pensamiento,

Que hace declinar mi vida

Como al estrago del hierro.

Mas ay! que al tender los ojos,

Sobre mis nativos cerros,

Las tinieblas del vacío

Cercan mi espíritu enfermo,

y mis ideas se agotan,

Como la sangre al veneno,

Porque en ellos todo me habla

De los queridos recuerdos,

Del hijo del alma mía,

Que duerme en lejano suelo ...

Parece que al aire inflaman

Emanaciones de fuego

y el enervante perfume,

De los dejados oteros,

Viene en ráfagas y efluvios,

En los suspiros del viento,

Como el ambar olvidado

De sus moribundos besos,


Y al rebuscar el pasado

Con sus pasados conciertos,

y á las tristes lontananzas

De mis perdidos ensueños,

Me sigue su hermosa imagen

Oigo de su voz el eco

Y al palpar el desengaño

De sus memorias me muero.

Buscan mis secas pupilas

Los panoramas desechos,

Donde la luz de sus ojos

Dejó los rayos postreros ..

y á pesar de mis dolores

Quisiera por un momento

Ya que una fuerza invisible

Me arrastra por sus senderos

Ave de paso lanzarme

Allá sobre un cementerio,

y dejar sobre su losa

Mi helado y último beso.

Dichoso descanso el mio,

Cabe sus amados restos!

Mas ay! perdona mi olvido

Que es tuyo también mi duelo,

Al evocar en tu día

Todo el luto del recuerdo;

Cuando debiera en sus notas

Tu nombre alzar á los cielos.

Pero mi lira no guarda.

Los cantares de otro tiempo,

No dan sus húmedas cuerdas

De felicidad un eco,

iQué aniversario tan triste

Cuánta memoria de duelo !

Parece que a todo imprime

De mi dolor el reflejo,

Que en vano el tiempo transcurre

Sobre mi pesar intenso

Porque las penas del alma

Burlan el poder del tiempo,

Y esos adioses al mundo

Tristes adioses postreros,

Que dan al morir los hijos;

Así con sus mismos ecos,

En el alma de una madre

Quedan murmurando eternos. 


Quien fuera poeta

A la señorita María Luisa Alvares


Quién tuviera tus ojos

El magnético reflujo

y el labio amortecido,

La grana que hay en el tuyo!

Si fuera Grecia tu patria

Ya te hubiera dicho alguno

Que á la perfección de Vénus

Unes 1a altivez de Juno;

Mas yo sin nacer arjiva

De tus gracias al conjunto,

Quisiera hacer Odiseas

Luiciadas de griego busto.

Pero mis fatuos deseos

Son semejante al buho,

Que quiere cantar al día

Desde su rincón oscuro!

Las rutas que van al sol

De tus ojos, do me ofusco,

ignora mi fantasía

Pero por ella lo juro,

Que el alma que bulle en ellos

Fuente en la tierra no tuvo.

y si á su belleza Luisa

Todas tus gracias reuno,

Resultará que tu hechizo,

Multiplicado resumo,

Elevando las centenas

A la potencia del cubo. 


Una azucena

A la señorita Julia Lozada


Cansada estoy, yo vengo de una región lejana

Ven con tu dulce aliento mi sien a refrescar,

Tú de las nieves hija, de la pureza hermana

Como tu dueña hermosa, gentil y virginal.


Aquí no te sonríen las libres alboradas

Ni el aura de los bosques suspira en derredor,

Empero te acarician los besos de las hadas

y vela tu hermosura romántica visión.


Tal vez por tu destino cambiara enajenado

Su vida de perfumes, el libre tulipán,

No inclines tu corola, más bien bendice al hado

Que en lazos tan amantes trocó tu libertad.


Flor delicada y pura, que en casto arrobamiento

Inspiras gratos sueños de dicha al corazón,

Oh! si tuvieras vida de amor y pensamiento,

Rendida a tus encantos tu amante fuera yo. 


A mi hija María

al cumplir 12 años


Oh! quien tuviera, hija mía,

Luz para mirar Jo incierto?

Quien al traves de tus ojos

Pudiera inquirir tus sueños¡

Arde mi sien agitada,

y a los distantes linderos

Del escondido futuro,

Trata en vano el pensamiento

De hallar el secreto ansiado,

Tras de las sombras del tiempo.

Si pudiera ver el alma

Tras los insondables léjos !

Mas, ay! al cerrar los ojos

Sobre un horizonte inmenso,

Te miro léjos del mundo

Sobre los campos del cielo,

y un sentimiento egoista.

Hace palpitar mi pecho,

y con afan misterioso

De mis delirios desciendo,

y en los senderos lejanos,

Que finge al alma el deseo,

Mi combatida esperanza,

Mis vagos presentimientos,

Flotan en tropel dudoso

Como visiones de hielo;

La frescura de tus años,

Lo largo de tu sendero

Conturban penosamente

Mis maternales anhelos.

Hoy al saludar tus días

Triste, mi espíritu incierto,

Solo en la memoria guarda

Unos olvidados ecos ... .. .

Notas de pasadas trovas,

y de sepultados sueños;

Tristezas que guarda el alma

Bajo el sudario de un muerto;

Agonizantes vislumbres

Del sol de la dicha puesto;

Envejecidos aromas

De unos lejanos recuerdos.

Si el sentimiento guardara,

Esos idilios primeros,

De celestiales amores,

De inefable arrobamiento,

Que quedan en la memoria,

Como en las ruinas de un templo;

Y esos perfumes benditos

De unos florecidos huertos,

Donde la primer mirada

Halló de la vida el fuego,

Donde la primer caricia

Tomó de Dios el aliento,

Hoy al brillar de tus soles,

Como un legado postrero,

Como con flores del alma

Te coronara con ellos, 

Mas ay! el pasado inútil,

Vive triste en mi recuerdo,

Como en las tumbas vacías

El aire de un cementerio;

Pero en cambio de esos dones,

Que tan fugitivos fueron,

Por tu destino, hija mía,

Tengo fe de carbonero ..... .

Hay una mano invisible

Que á todo pone su sello,

Una Providencia hermosa,

Que se viste de luceros,

Por alumbrar el camino

Que va, de la tierra al cielo.

y ese Dios que vela amante

Por las orugas del cieno,

Que da, luz á los abismos,

Manantiales al desierto;

iCómo ha de olvidar del ángel,

y de la niña los sueños!

El sabrá llevarte un dia,

Por encantados senderos,

Vestidos de eternas flores,

y de fulgores eternos,

Él a tu empezada vida

Enviará, sus mensajeros

Porque con sus blancas alas

Escuden tus pensamientos,

y en tu jornada protejan

Tus vacilantes esfuerzos:

Que ante Dios tienen las madres

Exclusivos privilegios,

y sus plegarias y votos

No en vano llenan los cielos.


1881


Dónde está Dios?

Al distinguido literato doctor Adriano Páez


Dios, el inmenso foco de la vida

Eterna, inagotable,

Dió la luz á tu hermosa inteligencia,

No como da beldad á los jardines,

Fuego al volcán, y vida á la tormenta;

Sino como el ingénito legado

De su divina, incomparable idea.

Te di el estro con alas intangibles,

No para que rodara en el descenso,

Ni flotara en lo inmenso

De la duda sombría;

Sino, porque espaciara en las alturas

Sus alas, sus anhelos

y es en vano, oh! poeta infortunado,

Que tu ardiente elevada fantasía

Busque el vacío, lo hallará colmado

Todo, del Sér inescrutable, eterno,

Que alienta de tu noche en el infierno

Como alienta en la larva y en el astro.

No, la duda es la senda voluntaria

Por donde van las grandes pequeñeces,

Que á fuerza de mirar lo inmensurable

Acaban por negar lo que no entienden.

Pero tú coronado con las flores

Magníficas del genio,

Tú que eres todo amor, todo esperanza

Para el dolor ajeno,

Tú que tanto has sufrido,

Tú que tanto has llorado,

Que has cubierto el abismo de tus noches

Con las brillantes formas de tus sueños,

Cómo puedes dudar de lo que palpas?

Cómo puedes dudar que lo que piensa,

Surge, irradia, ilumina, viaja, aspira,

y a morir se subleva;

Eso que aun en la escarpia del martirio

Del vacío protesta;

Ese extraño poder que te sustrae

Del tormentoso vértigo en que ruedas,

Ese lazo de unión con los espacios,

Que redime del fango y las tinieblas,

Que asciende sobre el éter impalpable,

y no vive la vida de la tierra,

Pueda ser una ley determinada

Que concluya al favor de la materia?

No, que es vida inmortal, obra de lo Alto,

Ola del gran océano de 1a Idea!

Cómo, tu luz del cielo,

Peregrina en el barro,

Ignorarás la ruta,

Que has de seguir mañana

Para llegar al término que buscas?

El camino dó ambientes edenales

En ritmos celestiales,

Conducirán tu alma acrisolada

Por océanos de mundos y de soles.

Oh! no, jamas, tu espíritu las alas

Plegará de la duda al desaliento,

Por más que anonadado y confundido

Y en el cansancio de la lucha incierto,

Quiera eludir la Providencia activa,

Que le impele incesante

Por esas infinitas lejanías,

Moradas de lo Eterno y lo Inmutable.

Que si todo al morir vuelve á su origen,

Nuestro espíritu irá desde la tumba,

Como el rayo de luz que vuelve al foco

Donde tuvo su cuna.

y si el radiante luminar del astro

Fué solo en su principio,

De Dios un ténue resplandor lejano,

Que á traves de la noche de los tiempos

Avanzando ha venido;

Tanto más en la elipse del espacio

Durará del espíritu la vida.

A su aliento animada;

Porque Dios con las leyes del progreso

Ha ordenado la vida de sus obras,

Desde el húmus y el pólipo y el líquen

Hasta la régia estela de su sombra;

y si ciñe tu musa en vez de flores

Los fúnebres cendales de un sudario,

No olvides al cantar, que es, sobre el fuego

Donde el hierro modela el operario;

y que en el hondo seno del abismo

y a la muerte mirando,

Es donde ensaya el hábil marinero

Del vapor el aliento sobrehumano;

y que si Dios en el dolor nos prueba

En esta breve terrenal estancia,

La vida con sus lágrimas, sus luchas,

Su dolor, sus tristezas,

No es precio a la alta posesión divina,

Clave del foco de la vida eterna!


Oh! qué fuera de mí si no creyera,

Que despues de esta vida de amargura,

He de encontrar magnífico en la altura

El principio y el fin de mi deseo;

La verdad, el amor solo en que creo,

Realidad inmortal de una esperanza,

Que me impele á soñar en lo infinito

Con la ilusi6n á la materia extraña!

Que si Dios le reserva en los espacios

Al astro inacabable fortaleza;

Doble existencia guardará a nuestra alma

Generada al amor de su grandeza.


Oh! dulce génio, en tu armonioso canto

No vibren de la duda amargas quejas:

Sobre este mundo de miseria y lodo

Tus blancas alas, serafin despliega.

En las regiones de la duda el alma

Lucha con el dolor en las tinieblas,

Sus abismos no alumbra la esperanza:

Horrible son las noches del excéptico,

Si se debate como tu entre lágrimas,

Oyendo en torno un huracán de penas:

Águila eres, hacia el sol avanza

Con firme vuelo, con segura creencia,

Que allá en el seno de tu Dios y Padre

Existe el foco de la vida eterna. 


A Magdalena Giraldo de A.

En la tumba


Pálida Margarita de las breñas,

Por el furor del huracan vencida,

Se evaporó su aroma bendecida

En un himno castísimo de amor!


Se exhaló entre rumores y entre lágrimas,

Músicas del dolor y la agonía,

Nota de misteriosa melodía

Al dejado concierto retornó.


Dejó a su paso embalsamado el aire,

y al cruzar por las zarzas de la vida,

La mitad de su sér dejó prendida

De un hermoso recuerdo original.


Flor, a los cielos devolvió su aroma,

Ángel, volvióse á su primer morada,

y sin llevarse de la tierra nada

Rayos de luz distribuy6 al pasar.


No te olvidaré

A la señora Eulalia Nátes de Latorre


Todo ha pasado en la memoria mia,

Pero el recuerdo del lejano día

Me parece de ayer ..... .

Tu acento como esencia indescriptible,

Se quedó perfumando inextinguible

Mi memoria, mis sueños y mi fe.

Dios puso en tu magnífica garganta,

Los idilios que canta

En su vida de rimas el turpial.

Vuelve á tomar de la enlutada lira

La música chispeante en que se inspira.

Mi tímido cantar.

Quiero volver á reanudar los lazos

Que el tiempo ha roto, á deshacer los pasos

De la ida ilusión.

Ni el funeral sin fin de mi esperanza,

Ahogar en mi alma alcanza

El encantado timbre de tu voz.

Los años volarán dejando al paso

Del negro olvido el enlutado ocaso,

y hasta mi propia pena pasará;

Pero en mi alma inmortal el pensamiento

Llevará la memoria de tu acento

Divino y celestial.


Mi último adiós al Ruiz

Dedicado al señor doctor Jorge Bravo


Al pié de tus neveras

Hundidas las miradas,

En esos negros cauces

De extintas torrenteras,

Por do corrió tu lava.

Con ímpetu feroz.

Sobre la muelle arena

Dó bordan con tus nieves

Las badas de tus cimas,

Volví de amor aun llena,

Volví a sentarme un dia

Llorando de dolor.

Ya no sobre tu abismo

Audaz y anciosa el alma,

Buscó la ahondada huella

Del fiero cataclismo,

Que hundió bajo su soplo

Tu vida original;

Ni oí de tus rumores

Las músicas agrestes,

Ni el eco deleitoso

Que guardan tus alcores

Que forman tus deshielos

Soberbios al rodar.

Extraña a tu belleza,

Mi alma se perdia,

Hallando en tu pasado

Con íntima tristeza,

Un símil á la patria

Querida en que nací.

y entónces el arpa ardiente,

Soñando una esperanza,

Confió a tus soledades

y a tu aura evanescente,

La rima de una nota

Guardada al porvenir;

y a hora en que los rayos

Del sol del Occidente,

Bordaban tu diadema

Con lánguidos desmayos,

Con su ilusión postrera

Te dijo el alma adiós.

La saña injusta y fiera

De mi destino oscuro,

Por tí olvidé, y al darte

Mi amor, mi fe sincera,

Te dí cuanto guardaba

De santo el corazón.


Oh! patria, patria mia,

Puede que un dia

Luzca en tus sendas de ]a dicha el faro,

y halle de nuevo las amadas prendas,

y halle de nuevo proteccion y amparo

El proscrito al volverte a saludar.

De nuevo se abrirá la rauda vena

Del dormido entusiasmo en su arpa rota;

y como ahora á los deseos brota

Su llanto, brotará la realidad.


Ah! que no olvido que nací en tus montes,

y que hay algo en mi sér y en mis ideas,

Semejante a sus masas seculares,

Que antes que desplomarse, en sus sillares

Se hunden buscando en su principio fin.

Oh! cara patria mia,

Con tu recuerdo ahora;

Brilla en mi triste noche de destierro

La luz consoladora

De mis antiguos sueños

Dejada en tu confin. 


Tristeza

Á la espiritual poetisa señora Mercedes Vargas de F.


Qué tarde el alma mia

Quiere inspirarse ardiendo en tu mirada!

Triste, desencantada

De mis ensueños en la oscura via

Desfallecida y solitaria voy!

Ya giran sin esencia,

Las auras en mi lira abandonada,

y siento que se abate mi existencia,

Como en la tarde el lánguido ababol.

y al extender mis fatigados ojos,

Allá en mis serranías,

Yo siento que me muero

De extrañas agonías,

De indefinible mal.

Que aquí, bajo tu cielo

Mi espíritu se acaba,

Como á la luz la sombra,

Como furente lava

Al hielo de la mar.

Talvez con tus dulcísimos cantares,

Consiguiera engañarse el tedio mio,


y revivir del corazon ya frio

El dormido entusiasmo y la ilusion!

Pero helada al dolor la fantasía,

Pienso que ya sin fuego, ni energía,

Es inútil la lira al trovador.

Estéril la ilusion y la esperanza,

Como fuera de inútil la armonía

De desacorde, moribunda nota

Ofrecida al concierto de tu voz.

Nada podrá decir a tus encantos

La forma de mi pena,

Rimada como al son de una cadena,

Y al último reflejo, fugitivo

De un estro sin vigor, ni juventud,

Aunque tu alma de amor y melodía,

Le prestara las notas de su cauto

y un reflejo siquiera de su luz.


Bolivar

Cansó al destino su impetuoso brazo
del Ocumare al Titicaca un día,
y al poder su egregia valentía
desciñó su diadema al Chimborazo.

Aviada en la ciudad y en el ribazo
la enseña de los bravos del Patía
supo unir al vencer la tiranía
cinco naciones en amante lazo.

La inmensa urna de la mar gigante
guarde del Héroe el postrimer acento
y porque el siglo su grandeza cante,

Lo presta airoso de la fama al viento
que fue de olvido y de perdón grandioso
la plegaria final de aquel Coloso.


Bibliografía

  1. Editoras académicas: Ana María Agudelo Ochoa y Claire Emilie Martin. © Escritoras Latinoamericanas del Diecinueve - Colección Virtual.  Long Beach, California, EE. UU.  Página web: http://eladd.org/
  2. Las mejores poetisas colombianas / Josefa Acevedo de Gómez... [et al.].  Series Biblioteca aldeana de Colombia Selección Samper Ortega de literatura colombiana.  Editor: [Bogotá] : Minerva, 1936.

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