Bertilda Samper Acosta (1856-1910)
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Una tarde en el campo
Por la orilla del riachuelo
que gira por la arboleda
hay una angosta vereda
que ignoro hasta dónde va;
por esta senda escondida
lentamente caminamos,
y al monte nos internamos
que la luz invade ya.
bajo la bóveda oscura
de ramas entretejidas,
por yedra y lamas unidas,
del sol se filtra el ardor;
ilumina la vereda,
y poco a poco se baña
la primorosa montaña
con un dorado fulgor.
La brisa gime en la hojas
con delicioso ruido,
entona el ave en su nido
su melodiosa canción;
se ven mariposas bellas
de mil brillantes colores,
y zumban entre las flores
la abeja y el moscardón.
Pisando seca hojarasca
que cruje sobre la grama,
aquí apartando una rama,
allí cogiendo una flor;
oyendo las claras fuentes
a lo lejos murmurando,
por la selva voy andando
sin fatiga ni calor.
De los árboles se apartan
veo ese valle precioso,
verde, fresco y oloroso
como un inmenso jardín;
los cerross y ásperas lomas,
las quebradas cristalinas,
las pintorescas colinas
y el horizonte al confín.
Y todo eso está adornado
de las más hermosas flores,
cuyos variados colores
se ven brillar con el sol;
convólculos en la sombra,
malvarrosas en los llanos,
en los trigales, acianos
y en los prados, ababol.
Medio oculta entre el follaje
y el verdor de la montaña
surge la humilde cabaña
de algún pobre labrador.
Abajo, entre el verde cinto
que va orlando su corriente,
el río corre mugiente
con ruido atronador.
Arriba gira el camino
con sus sesgos caprichosos,
y altos árboles umbrosos
embellecen el lugar.
En la límpida corriente
del cristalino riachuelo
los arreboles del cielo
se empiezan a reflejar.
Dulce es verse circundada
de flores, grama y follaje...
Dulce es mirar el paisaje
tan nuevo y fascinador!
¡Sentir la brisa del campo
que nos halaga la frente,
y escuchar sabrosamente
de las aguas el rumor!
Se oculta el sol lentamente,
como al través de un encaje,
y el pintoresco paisaje
la sombra empieza a borrar.
De la grama perfumada
con pesar nos levantamos,
y a la heredad regresamos
a la luz crepuscular.
Á Jesús crucificado
“ VOLANDO se van los días,
“ Los meses se vuelven años,
“ Y aumentan los desengaños
“ Y llega una triste edad.
“ Entre luchas y combates
“ Desesperándose el alma,
“ No encuentra quietud ni calma…
“ No hay aquí felicidad!’’
Estas frases se repiten
Con tedio grande y profundo,
Porque la dicha del mundo
No puede al hombre bastar.
Y así gimiendo cobarde
Los ojos fija en el suelo,
Cuando pudiera en el cielo
La paz eterna encontrar.
Oh ciegos! .. van en tinieblas
Y descontentos suspiran,
Al mismo tiempo que giran
De los placeres en pos.
La tempestad de la vida
En su redor ha tronado...
No ven el puerto anhelado!
No piensan nunca en su Dios!
Ay! quién hallará difícil,
A quién será trabajoso,
Con corazon fervoroso
Amarte, Fuente de Luz!
Quién puede nunca quejarse
Ni hallar la vida penosa
Ante la imagen gloriosa
Del Salvador en la Cruz!
Delante del sacro Mártir,
Del inefable Modelo,
¿Qué pena habrá sin consuelo?
¿Qué cruz sin aceptacion?
Ay! Él en tales tormentos,
Sobre un madero afrentoso,
Dió al mundo ejemplo grandioso
De paz y resignacion!
En tu presencia postrada
Humildemente, de hinojos,
Ves ¡oh mi Dios! en mis ojos
Las lágrimas del dolor…
Que al recordar los pecados
Con que tánto te he ofendido,
Mi corazon se ha partido
De pesadumbre y horror!
Oh Cristo! Dios humanado!
Mi Redentor y mi todo!
Te mostraré de algun modo
Mi pena, mi contricion!...
Por esos piés traspasados,
Por esas manos divinas,
Por tu corona de espinas,
Señor, te pido perdon!
Por esa sangre adorable,
Por ese rostro sagrado,
Por ese cuerpo llagado
Que redimió al pecador!
Por esa boca fecunda
De la cual nunca salieron
Sino palabras que fueron
De mansedumbre y amor;
Por ese dia que al hombre
Cambió por siempre su suerte,
Por tu Pasion y tu Muerte,
Perdon, mi dulce Jesus!
No más recuerdes mis faltas!
Que de ahora en adelante
Quiero hasta mi último instante
Estar al pié de tu Cruz!
Fuente: Samper Acosta, Bertilda. (1878). “Á jesus crucificado”. La Mujer, I, N°1, p. 15.
Berenice Seudónimo de Bertilda Samper Acosta
“Deo Gratias”
Dedicado á mi querida amiga, la señora María Torres de Toro.
I
DE los montes despréndense las nieblas,
Brilla el sol esplendente en la mañana,
Y vistosa y alegre se engalana
Con frescas tintas de aromosa flor;
A la vista se ostentan las campiñas
Coronadas de perlas del rocío,
El aura sopla en el ambiente frio,
Se alza doquiera perfumado olor.
Muge á lo lejos el ganado hermoso,
La oveja eleva plañidor balido,
Cantan las aves en su agreste nido:
Todo despierta en el campestre hogar.
Y yo tambien al contemplar aquestas
Dulces escenas de apacible vida,
Como el ave entre ramas escondida
Feliz quisiera mi emocion cantar!
II
Ya se siente el calor del medio dia…..
Ven, dejemos la aguja y la lectura,
Y acariciadas por la brisa pura
Vámonos á la sombra á descansar;
Que en esta dulce soledad oiremos
Cada leve susurro del follaje,
Entretanto que todo en el paisaje
Adormecido nos parece estar.
Precioso valle que á mis plantas miro
Circundado de fértiles montañas!
Verdes praderas, amarillas cañas
Del murmurante, cimbrador maizal;
Arboles altos que á la hacienda guardan
Bajo la sombra del ramaje oscuro,
Mugiente rio, cristalino y puro,
Ostentando doquiera su raudal!...
Lomas regadas de menudas flores
Y ceñidas de musgos y de helecho
Claros arroyos en su agreste lecho,
Murmurando su líquida cancion!
Dorados campos, donde brilla el trigo,
Donde se extiende la odorante grama,
Pardo verdor y trepadora lama
Que labores dibuja en el peñon!...
Rústicas chozas! jardincillos llenos
De raque, fucias y ababoles rojos…
Oh! ya no puedo desprender mis ojos
De aquesta escena y sus encantos mil!
Por donde viene á retozar el viento,
Nuevos aromas en el aire siento,
Más bellezas admiro en el pensil!
No hay una nube en el color hermoso
Que cubre todo el apacible cielo,
De cuyo amado y extendido velo
Miro flotar el luminoso azul.
No hay una sombra en el ropaje verde
Que cubre el lomo de los altos montes;
Despejados están los horizontes
Entre su leve y vaporoso tul.
III
Se acerca el sol á su confin postrero
Entre gasas de púrpura y de rosa,
Bañando toda la campiña hermosa
Con las tintas de mágico pincel;
Vese inflamar el firmamento todo
Por el fulgor de su ardorosa llama,
Como ese fuego que al cristiano inflama
Cuando ama á Dios y se conserva fiel!
Al fin las crestas y altaneros cerros
Quedan sumidos en profunda sombra,
Y de los prados la variada alfombra
Pierde su bello natural color.
Abandona el labriego la herramienta,
Enmudece del ave el dulce canto,
Y la plegaria vespertina en tanto
Lentamente se eleva hácia el Señor!
Oh! yo te amo, Señor! y te bendigo
Por tantos donde y gentil belleza!
Y admirando en tus obras tu grandeza,
Me parece doquiera estar contigo!
Berenice, enero de 1879
Fuente: Berenice [Samper Acosta, Bertilda]. (1878). “Deo Gratias. Dedicado á mi querida amiga, la señora María Tórres de Toro”. La Mujer, I, N°11, pp 257-258.
Una noche de luna
Envuelta toda en nacarada nube,
Como una vírgen en su casto velo,
Por el espacio se desliza y sube
La blanca nube, iluminando al cielo.
De azuloso vapor y gasas bellas
Ya se empieza á cubrir el firmamento,
Y derraman su lumbre las estrellas
Sobre los montes, donde gime el viento.
Oh! cuán hermosos estarán los valles,
De esta luna á la luz brillante y pura,
Si aquí no más en las sombrías calles
Cada piedra cual ópalo fulgura!
Y, cambiando el aspecto de las cosas
Bajo el influjo de su lumbre grata,
De mármol son las desiguales losas,
Y son las fuentes derretida plata.
Oh luna sin igual!... Me recordaron
Tus albos rayos y esplendor incierto
La que Agustin y Mónica miraron,
De Ostia la bella en el tranquilo puerto;
Cuando de Dios y de Su amor hablaban
Llenos de fe, de caridad, á solas
En gótico balcon, y contemplaban
La ténue luz sobre las mansas olas!...
Te veo en el espacio suspendida
A los piés del Eterno, y te contemplo
Cual la lámpara fiel y bendecida
Que brilla ante Él en el sagrado templo.
Oh! quién su vista apartará del suelo,
Y al verte encuentre deliciosa calma,
Que no se acuerde del Señor del cielo
Para entregarle el corazon y el alma!
Quién, al mirar tu límpida hermosura
No siente el fuego de Su amor profundo!
Y andando así, bajo tu lumbre pura,
La voz falaz escuchará del mundo!
Quién? … pero no, que la palabra humana
Por impotencia y confusion espira…
Ay! que es empresa demasiado vana
Cantar á Dios con la terrena lira!
Calla mi voz… Arrullador el viento
Sopla á traves de la ciudad andina,
Y el estrellado y puro firmamento
Se inunda áun más en claridad divina.
Fuente: Samper Acosta, Bertilda. (1879). “Una noche de luna”. La Mujer, I, N°20, pp. 175-176.
La Patria
Al soplo de las brisas del estío
Un soberbio navío
Sobre el tranquilo mar se deslimba;
De las ondas en paz sólo el murmullo
Como apacible arrullo
Al traves del silencio se escuchaba.
Ocultábase el sol rápidamente
Al fin del Occidente
Entre nubes de púrpura y de grana;
Y en pos la luna, en la celeste cumbre,
Con su mágica lumbre
Fingía en el mar brillante filigrana.
A bordo del bajel dos marineros
Miraban los luceros
De la noche brillar; el firmamento
Con su serena luz se engalanaba,
Y á los léjos sonaba
El rumoroso suspirar del viento.
Y uno de ellos, gimiendo, así decía:
“ Oh dulce Patria mia,
No volveré jamas á contemplarte? …
Esto léjos de ti, mas no ha podido
Empañarte el olvido
Y nunca, nunca, dejaré de amarte!
“ Oh verde montes! valle floreciente
Donde pasé inocente
Mis más hermosos y apacibles años!
Árboles altos que me daban sombra,
Y matizada alfombra
Donde triseaban tímidos rebaños!
“ Rústico puente sobre el hondo rio,
En cuyo sitio umbrío
Miré las aguas rápidas, sonoras!
Hermosos bosques donde tántas veces
Apetitosas nueces
Recogiendo, pasé felices horas!
“Padres queridos! afectuoso hermano!
Desde entónces en vano
A mis oídos vuestra voz retumba!
Rregresar á la Patria inútil fuera,
Que al hacerlo no viera
Sino el ciprés de vuestra blanca tumba! “
Un instante despues el marinero
Le dijo al compañero
Que le escuchaba en silenciosa calma:
-Oh! ¿no guardas tambien en la memoria
De tu infancia la historia,
Y al recordarla no se aflige tu alma?
-Mi corazon tambien, cual fiel testigo,
Respondióle su amigo,
Recuerda siempre su lejana tierra!
Y largos años de pesar y enojos
Han llorado mis ojos
Las dulces prendas que su seno encierra!
“Mas sé que sólo á la materia inerte
Puede vencer la muerte,
Que el alma vive y estará en el cielo!
Que desterrados en el mundo estamos,
Y que dicha no hallamos
Ni en las delicias del nativo suelo!
“Al firmamento que estrellado vemos
Nuestra mirada alcemos
Desde estas mudas y movibles olas;
En la Patria feliz t verdadera,
La que nuestra alma espera,
A la que aspira el corazon á solas!
“Oh inmensa esfera luminosa y bella!
Nuestra Patria está en ella
No en esta triste y terrenal morada!
Por doquiera que voy siempre la veo,
Y mi mayor deseo
Es el llegar á merecer su entrada…".
Quedáronse los dos, graves, calmados,
A un mástil apoyados,
Mirando el cielo y olvidando el mundo.
Súbito el buque se inclinó adelante,
Y en impensado instante
Cayeron ambos en el mar profundo!
Vieron los otros marineros esta
Aventura funesta,
Y una barca á salvarlo fue lanzada;
Mas en vano remó su afan incierto….
Ya estaban en el puerto
De la Patria dichosa y anhelada!
Fuente: Samper Acosta, Bertilda. (1880). “La patria”. La Mujer, IV, N°40, pp. 85-86.
“Dar de comer al hambriento”
Cuenta la historia de Isabel de Hungría
Que esta princesa, un dia,
De Turingia las fértiles montañas
Atravesaba, abandonando el brillo
De su régio castillo
Por visitar del pobre las cabañas.
A sus plantas el valle florecido
Formaba verde nido
De hermosos bosques á la espera sombra;
Entonaban las fuentes solitarias
Sus lánguidas plegarias
Sobre la fresca y olorosa alfombra.
Blanqueaba á lo léjos la capilla
De una aldea sencilla;
Más cercano, un arroyo placentero...
Paisajes sin rival, encantadores,
Que en siglos posteriores
Con su presencia profanó Lutero!
Sin embargo Isabel no los veía,
Entanto que seguía
Por la escarpada y desigual vereda,
Con lentitud y con cuidado andaba,
Pues, cual siempre, llevaba
De viandas lleno el delantal de seda.
Alimento de huérfanos, mendigos...
Los más caros amigos
De esta bella princesa y gran señora;
Que ella misma les daba, compasiva,
En visita furtiva,
Diariamente, con voz halagadora.
“Me socorriste cuando estuve hambriento:
Dando al pobre alimento
Lo has dado á Aquel que con amor te ha visto".
Esta frase tan dulce merecia
Y en práctica ponía,
La discípula fiel de Jesucristo!
Del sendero apartando los abrojos,
Elevaba los ojos
A la cúpula azul del firmamento,
Y la tierra y su afan daba al olvido...
Cuando agudo sonido
Por las breñas le trajo el ráudo viento.
Es el cuerno de caza de su esposo
Que así turba el reposo
De ese valle feraz con sus rumores.
Isabel se detiene vacilante,
Pero en aquel instante
Desembocan allí los cazadores.
El Duque de Turingia es el primero,
Cuyo paso ligero
Las flores troncha del gramal espeso;
Divisando á Isabel que, consternada,
Bajo verde enramada
Quiere ocultar su generoso peso.
Porque recuerda, y con razon se asusta,
Que su esposo no gusta
De mirarla vagar por los senderos
De esta bella pero áspera montaña,
De cabaña en cabaña,
Con tal peso y afan, sin compañeros.
Luis se acerca, aunque tierno algo impaciente,
Doblegando su frente
La más bella y mejor de las esposas...
Sacude el delantal de la Duquesa,
Pero ¡oh mútua sorpresa!....
No encuentra en él sino fragantes rosas.
Que con este prodigio inesperado,
Quiso Dios de su agrado
Y su eterno poder dar prueba inmensa:
Así como tambien todos los días
Con dulces alegrías
La caridad del hombre recompensa
Bibliografía
- Editoras académicas: Ana María Agudelo Ochoa y Claire Emilie Martin. © Escritoras Latinoamericanas del Diecinueve - Colección Virtual. Long Beach, California, EE. UU. Página web: http://eladd.org/
- Las mejores poetisas colombianas / Josefa Acevedo de Gómez... [et al.]. Series Biblioteca aldeana de Colombia Selección Samper Ortega de literatura colombiana. Editor: [Bogotá] : Minerva, 1936.
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