Waldina Dávila (1823-1900)

Waldina Dávila, Escritoras colombianas, Dominio público, Mujeres escritoras de los siglos XIX-XX,
Waldina Dávila, escritora colombiana
 

Más información sobre la autora


A Rafael Ponce

To be or not to be,

That is the question.

Shakespeare


¿No existes ya?.... ¿Tu espíritu qué se hizo?

¿Tu majestad, tu ser se disipó?

¿Qué fué de tu talento, de tu hechizo?

¿Tu amor tambien…. Tu amor tambien murió?


Un flébil eco por el aire vaga:

¿Es el susurro de tu voz divina?

Un lámpo brilla al sol i no se apaga:

Es tu espléndida faz que a Dios camina?


Te llama el ai de esposa idolatrada—,

Te evoca el llanto del hijuelo tierno—,

Mas… ¡Oh! la Eternidad no escucha nada!

¡¡No responde lo eterno!!


¿Ya no vuelves jamas, ya no suspira

El alma tras el alma que la ha amado?

¿En la lóbrega tumba todo espira?

¿Será quimera nuestro BIEN DESEADO?

¡No!.... que tu mente, tu virtud, tu amor,

Van mas allá de la rejion del duelo;

Ya tu alma se reposa en el Señor

¡Eso es vivir!!.... vivir allá en el cielo.


Fuente: Logan, Gregoria. (1858). “A Rafael Ponce”. Biblioteca de Señoritas, Año I, N° 37, pp. 311. Logan, Gregoria. (1858). “A Rafael Ponce”. Biblioteca de Señoritas, Año I, N° 37, pp. 311.


Realidad

Bella es la vida, si la noche tiende

Para envolverla en flotante ropa,

Y en éxtasis sin fin que no se entiende

Las amarguras de este mundo arropa;

Con sonrisa amorosa amante tiende

Del ansiado licor la dulce copa,

Donde el encanto del vivir se anida,

Y entre amor y placer dulce es la vida.

G. Matta


¡Oh, sí: cuán bella lucirá la vida

Para el feliz mortal cuyos dolores

Hallarán tregua en la estacion querida,

Do juega la ilusion con los amores.

Cuando puede la mente envanecida

Coger aún las inocente flores,

De recuerdos purísimos brotadas,

Por el soplo del mal no marchitadas.


¡Cuán breves son las horas y los dias

Si el génio del amor sus alas bate,

Y en éxtasis de dichas y agonías

El corazon espera, sufre y late.

¡Dichosa edad de penas y alegrías,

Miéntras la suerte aleve no desate

Aquel lazo comun y poderoso

Que guarda el equilibrio portentoso!


Pero es amargo, amargo el desengaño

Que, abrumando la mente y los sentidos,

Nos hace recorrer año tras año,

Los ojos por el llanto humedecidos;

Y, caminando á nuestro propio daño

Con vacilantes pasos abatidos,

Ver apagarse el sol de la existencia

A despecho del númen y la ciencia!


Triste es vivir como la estéril planta

Nacida en las arenas del desierto,

Esa que airado el ábrego quebranta

Y á quien niegan las auras su concierto!

Su purísimo aroma nadie canta,

Dobla su cáliz desmayado y yerto,

Y muere confundida en la hojarasca

Al ímpetu fatal de la borrasca.


Vivir y contemplar en lo pasado,

Hundirse las doradas ilusiones,

Como se escapa en sueño evaporado

Un coro de fantásticas visiones;

Seguir en pos de un porvenir airado

Pidiéndole risueñas impresiones,

Y sólo hallar al fin de la jornada

Olvido, sombras, vanidad y nada!


¡Ah! ¿Nada? No, que Dios omnipotente

Quiso que la esperanza no muriera:

El hombre vive, y mientras vive siente

Un más allá que devorar qusiera.

La luz, el agua, el aromado ambiente,

La luna, cual magnética lumbrera,

Todo lleva un destello de otro mundo

Que el hombre busca en su penar profundo.


Fuente: Dávila de Ponce de León, Waldina. (1878). “Realidad”. La Mujer, I, N°5, p.100


A la señora A. O. de P.

En la muerte de su padre y de tu hijo


No te ha valido tu virtud, señora,

Ni tu modestia, dulce, arrobadora,

Para librarte de la ley del mal,

Como tampoco al huracan bravío

Escapan entre aromas y rocío

Las primorosas plantas del erial.


¿Han llorado tus ojos? tambien llora

Preciosas perlas la gentil aurora

Cuando despierta sin la luz del sol.

Tambien la rosa nacarada y pura

Marchita ve su célica hermosura

Si desciende al ocaso su arrebol.


¡Qué horrible cosa! ver hundirse el día

Opresa el alma de inquietud sombría

Del mismo modo que le viera ayer;

Sin aurora pacifica y galana,

Sin gratas ilusiones que ofrecer!


Ah! yo quisiera arrebatar tu pena

Y agregarla contenta á la cadena

Que hace ya tiempo pesa sobre mí,

Y devolverte el sueño venturoso

Que te brindaba tu jardin lujoso,

Sueño feliz que yo tambien perdí.


Pero ya que mi mano es impotente

Para borrar de tu abatida frente

La sombra tenebrosa del pesar,

Iré contigo hasta el sepulcro helado

De tu padre y de tu hijo idolatrado

Mi llanto con el tuyo á derramar.


La vida es un relámpago que brilla

Un instante no más: es la semilla

Que apenas da la plante muere ya.

Mas ese lampo débil tan llorado

Esconde el Paraíso iluminado

Cuya lumbre jamas se apagará.


Fuente: Dávila de Ponce de León, Waldina. (1879). “A la señora A. O. de P. en la muerte de su padre y de tu hijo”. La Mujer, I, N°8, p. 178


A la Señora

Gertrudis Gómez de Avellaneda


Se ve de Dios la mano omnipotente

Grabada en la mujer: su gentileza

Feliz augurio de lo que ella siente

Es el símbolo fiel de su pureza.

Y á más alto nivel alza su frente

Cual suele en el jardin ó en la maleza,

Alzarse altiva con serena calma

Esbelta, solitaria, régia palma.

Aquí en el patrio americano suelo

Brota doquier magnífica poesía,

Bajo su puro transparente cielo

La noche es bella, cuanto bello el dia.

Del alma ofrece al perennal anhelo

Ya del vate ardiente fantasía,

Ya del volcan la intermitente llama,

Ya el eterno rumor del Tequendama.

El tímido arroyuelo suspirando,

Quizá de amor por las vecinas rosas,

Huye con su murmurio acompañando,

A las del ave, notas melodiosas.

Mas tu supremo númen revelando

En armonías süaves, misteriosas,

Cual luz que el genio superior destella

Tu acento llega y sin rival descuella.

Guardan silencio fuente y cascadas,

El cierro audaz, el céfiro ligero,

Las olas de la mar están calladas,

Suspenso y mudo el pájaro agorero;

Solo entre nubes cándidas doradas

El ángel de la fama mensajero,

Con ráudo vuelo la extension hendiendo,

Los ecos de tu voz va repitiendo

Hay en el timbre vário de tu acento,

Algo como de música lejana,

Como el rumor del bosque cuando el viento,

Los agita al despuntar de la mañana;

Ya sufre el alma de mortal tormento,

Ya le acaricia dicha soberana,

Cuando das á tu lira de poetisa,

El mágico poder de Pitonisa.

Sigue tu marcha siempre triunfadora

A la manera que en el mar bravío,

Magnifica la nave voladora

Se ve cruzar con bélico atavío.

Un sol propicio tu horizonte dora

En que se abisma el pensamiento mío,

Blason egregio de la bella Habana

Tu ilustre nombre es gloria americana!


Esta composición fue hecha algún tiempo antes de su muerte y publicada en Madrid [nota en el original]

Fuente: Fuente: Dávila de Ponce de León, Waldina. (1880). “A la señora Gertrudis Gómez de Avellaneda”. La Mujer, III, N°35, p.248.

 

Dido

Temblorosas las gotas de rocío
Entre los pliegues de entreabierta flor,
Por el céfiro blando acariciadas
Lucen al rayo de naciente sol.

Placeres, ilusiones, esperanzas
En el bosque modulan con primor
Las avecillas que felices cuidan
El caro nido que su amor dio.

Deliciosos aromas, frescas brisas,
Variadas plantas brota en profusión
El tupido jardín, do el bardo errante
La huella de sus pasos estampó.

Una sola criatura, Bido amante,
Contempla indiferente la creación,
Suelto el cabello, la mirada mustia,
Casi extinguida la doliente voz.

Para ella no hay luz en las estrellas,
Ni en el sueño solaz consolador,
La imagen del ingrato siempre fija,
Como dardo clavado al corazón.

Le ve cuando la luna cruza el cielo,
Que á su lado extasiada contempló
Le siente suspirar en el murmurio
De las ondas del viento gemidor.

I Deidad infortunada! ¿Qué te valen
Gentileza, beldad, inspiración,
Holladas ya, marchitas las coronas
Que tu mano á sus plantas ofrendó?

I Si por tu dicha el cristianismo hubiera
Iluminado tu alma con su luz!

¡Si tu llanto, cual otra Magdalena,
Vertieras de mi Dios ante la cruz!

i obre mujer ! El hombre es inconstante,
La esencia de su amor se evaporó,
Y en cambio de ese mar de tu ternura
le deja para siempre la expiación.

A mi rosa

Tú eres la flor primera entre mis flores,
La que primero en mi vergel creció.
El capullo gentil, prenda de amores,
Que mi primera juventud me dio.

Aun eres el botón, la flor naciente
Que deja ya su encanto presagiar
Y en su cáliz ternísimo no siente
La espina punzadora penetrar.

¿Por qué será que cuando tú floreces
Yo inclino melancólica mi sien,
Y cuanto más hermosa me pareces
Mayores mis tormentos son también?

Tu corola purísima embalsama
Cuando empiezan tus pétalos á abrir
Y mi lágrima tibia se derrama
Al contemplar tu candido vivir.

¿ Y por qué si te miro tan lozana
Suspira con violencia el corazón
Será tal vez pensando que el mañana
le aguarda con sus horas de aflicción.

No escuches el falaz, si dulce ambiente
De Ja lisonja vana, desleal:
Él es aquel que sus caricias miente
Y pérfido se torna en vendabal.

Ni te envanezca el brillo pasajero
De tu fresca, lozana juventud:
Todo es aquí fugaz, perecedero;
Sólo deja un recuerdo la virtud

Lejos de los salones, Rosa mía,
Donde se agosta la inocente flor,
Al pie de los altares de María
Vele ofrecer castísima tu olor. 


Bibliografía

Editoras académicas: Ana María Agudelo Ochoa y Claire Emilie Martin.  © Escritoras Latinoamericanas del Diecinueve - Colección Virtual.  Long Beach, California, EE. UU.  Página web: http://eladd.org/

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