Ana Ilce Gómez Ortega (1944-2017)
Biografía
Desátame
Poesía,
sujétame las riendas,
bébeme de una sola vez,
atrápame porque me puedo ir
y no tendré para contarte más nada.
Abrázame como si fuera la primera
o la última vez
y prueba conmigo todos los venenos
del cielo y de la tierra.
Estréchame contra la pared y dime
si has visto brillo más infinito
que el de mis ojos.
Regrésame de nuevo.
Súbeme al paraíso.
Desnúdame en tu infierno.
Átame.
Desátame.
Vidrio daliniano
Me he asomado al espejo
y al otro lado la dama en plenilunio
esperando paciente el porvenir,
los hachazos del tiempo cotidiano
los espejuelos turbios
las manos listas
para atrapar el elixir o la vid.
Lacerante mirada me he brindado a mí misma
desde esa quietud inesperada
desde esas aguas estancadas
que me revelan los ayeres del hoy.
Lienzo pongo que cubra la luna macerada
del espejo. En su fondo
dama sigue peinada, pecho altivo
cabello satinado
cubriéndose de polvos y de polen
sobre los pulcros vidrios
del horror.
Máscara del insomnio
Todo lo que leí
Todo lo que viví
Todo lo que perdí y no pude recobrar
Todo lo que soñé sobre mi almohada
Todo lo que olvidé y recordé en un instante
como atravesada por un milagro
Todo lo que nombré o dije o callé
Toda el agua que tuve mientras vos
te morías de sed
Y el sol que cubrió mis días
Y la luna que cercó mis noches
Todas las palabras y las líneas
que me guardaron de la soledad
Todo el frío
Todos mis amigos. Los que me dan la mano
y los que me saludan desde un perdido
ventanal
Toda mi vida anticipada
Mis angustias sobre la rueda infinita
de la existencia
Mi amor y mi dolor
Toda la brevedad convertida en eternidad
a través de esta larga y recurrente noche
de insomnio.
La muerte no es una mujer
La muerte no es una mujer
con el cráneo pelado y una corva guadaña
entre las manos.
La muerte es un hombre que galopa
entre las noches que columpia el insomnio.
Es un varón disfrazado de oscura damisela.
Tiene unas rosas en las manos
y un cordel para colmar el cuello.
Alguien un día dibujó a la muerte
con rostro de doncella. Pero ella es él,
pálido, abyecto,
que en la noche se llega hasta mi sueño
y como un perro fiel
me hace aspirar su aliento de témpano
y misterio
y con fría insistencia se me acerca
y me lame los pies.
Ser o no ser
Vivir.
Ser o no ser no es el problema
sino planchar la ropa
atizar el fogón
escribir unos tiernos y antiguos poemas
mirarse en el espejo el otro rostro del rostro
descubrirse lobo triste por las noches
por las mañanas mujer cuerda.
Ser ejemplar y sobria y verbigracia
Mantener todo en orden más te vale
Disponer todo a tiempo Dios te asista
Ser o no ser no es el problema
sino tener el alma lista
para amargos si acaso o si hubieras.
Y una vez más enfrentarse al mande usté
como usté guste
pulir el piso espejo
lavar la ropa nieve
secar la loza estirpe
disimulando mugres y maneras.
Pero a pesar de todo
amar la telaraña vida
la hambruna vida tuya y de los otros
insultarla si quieres
abrazarla si quieres o si puedes.
Ser o no ser no es el problema
sino ese perdón barato que te entregan.
Y al final de la tarde
has ensayado todo te reprimen
has cumplido el deber no eres tan buena
tu cabeza da vueltas tiovivo
resaca de la piel, costra de olvido.
Esgrime tus cuchillos argumento
empuña tus espadas yo no quiero
atrévete de una vez sueña tu sueño
entra en la escena mundo
como quien entra a la sala de partos
de la vida por primera y alegrísima vez.
Plántate y rebelándote, revélate.
Ser o no ser no es el problema.
Estela de la serpiente
Una serpiente pasó frente a mis ojos
Su larga madeja recordaba
las hojas ondulantes y lustrosas
de los largos trigales.
Atenta me miró y yo a ella
pero no debí parecerle un apreciable bocado
Y siguió su camino
zigzagueante entre la hierba
como una oscura flecha por el tiempo
apremiada.
La tarde se moría y la visión
de la serpiente entre las crestas de hierba
permanecía ahí
como una estela que la apurada eternidad
dejó olvidada
en mi pedazo de tierra
y sin mediar ninguna explicación.
Mujeres con guitarra
ay muchas mujeres lapidadas a lo largo
de la historia.
Su vida fue de jaurías y de toros rabiosos
de sangre alzada
de mordeduras largas.
Mujeres que le devolvieron al mundo
la embestida,
que se inmolaron o tuvieron que matar
para seguir viviendo,
esas que en la hora más oscura
roturaron el campo con sus uñas
para que vos y yo pasemos.
Hondas mujeres
que quizás una lenta madrugada
marcharon al fuego o a la horca
por cosas tales como desordenar
el orden público
por inventar una nueva manera de descifrar
la vida
por tener voz
o por infieles
o ateas.
Ellas ya no están. Sus cabezas reposan
sobre un siglo o dos. Sus ojos
ya no existen.
Pero de ellas perdura una hebra sutil
un hilo ciego que sin saberlo
nos hace crecer y despertarnos en la noche
con unas ganas inmensas de vivir
de derribar todos los muros
de desafiar todas las hogueras
así como de amar y de pulsar
todas
toditas las guitarras de la tierra.
Furiosos pájaros
Estos son los furiosos pájaros
del deseo.
Ellos son negros.
Ellos se mueven sin hacerles
una señal determinada.
Un día los vi venir con sigilo, con sorna, con prisa en sus oscuras patas. Ahora los veo pasar
–¡Negros y eternos pájaros!– reconociéndome y saludándome.
¡Libertad... para pensar!
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