Ana Ilce Gómez Ortega (1944-2017)

Ana Ilce Gómez Ortega, Mujeres escritoras del siglo XX, Derechos reservados, Escritoras nicaragüenses,
Ana Ilce Gómez Ortega, escritora nicaragüense
 

Biografía

Ana Ilce Gómez Ortega, nacida el 28 de octubre de 1945 en Masaya, Nicaragua, es una destacada poeta nicaragüense.  Se licenció en Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN, Managua) y completó una Maestría en Gestión y Organización de Bibliotecas en la Universidad de Barcelona. A lo largo de su carrera, ha trabajado en diversos ámbitos como periodista, en publicidad y relaciones públicas para instituciones financieras y gubernamentales. Fue Directora de la Biblioteca del Banco Central de Nicaragua de 1992 a 1997 y se ha dedicado activamente a su labor literaria.

Gómez Ortega ha dejado una huella significativa en la literatura nicaragüense con su poesía. Sus primeras publicaciones datan de 1964, cuando colaboró con el suplemento La Prensa Literaria y Novedades Cultural. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés y han aparecido en antologías como "Lovers and Comrades" y "Poets of the Nicaraguan Revolution".

En 1975 publicó su primer libro de poesía, "Las ceremonias del silencio", considerado por la crítica como una de las cimas de la poesía nicaragüense. Su segundo poemario, "Poemas de lo humano cotidiano", ganó el Premio Único del Concurso Nacional de Poesía Escrita por Mujeres "Mariana Sansón" en 2004, tras 25 años de silencio editorial.

A lo largo de su vida, Ana Ilce Gómez Ortega fue reconocida por su talento poético y su dedicación a la literatura. Fue incorporada a la Academia Nicaragüense de la Lengua como miembro de Número el 12 de julio de 2006. Además de su labor como escritora, fue madre soltera y se destacó en la lucha por los derechos y la visibilización de las mujeres en la sociedad nicaragüense.


Desátame

Poesía,

sujétame las riendas,

bébeme de una sola vez,

atrápame porque me puedo ir

y no tendré para contarte más nada.

Abrázame como si fuera la primera

o la última vez

y prueba conmigo todos los venenos

del cielo y de la tierra.

Estréchame contra la pared y dime

si has visto brillo más infinito

que el de mis ojos.  

Regrésame de nuevo.

Súbeme al paraíso.

Desnúdame en tu infierno.

Átame.

Desátame.


Vidrio daliniano

Me he asomado al espejo

y al otro lado la dama en plenilunio

esperando paciente el porvenir,

los hachazos del tiempo cotidiano

los espejuelos turbios

las manos listas

para atrapar el elixir o la vid.

Lacerante mirada me he brindado a mí misma

desde esa quietud inesperada

desde esas aguas estancadas

que me revelan los ayeres del hoy.

Lienzo pongo que cubra la luna macerada

del espejo. En su fondo

dama sigue peinada, pecho altivo

cabello satinado

cubriéndose de polvos y de polen

sobre los pulcros vidrios

del horror.


Máscara del insomnio

Todo lo que leí

Todo lo que viví

Todo lo que perdí y no pude recobrar

Todo lo que soñé sobre mi almohada

Todo lo que olvidé y recordé en un instante

como atravesada por un milagro

Todo lo que nombré o dije o callé

Toda el agua que tuve mientras vos

te morías de sed

Y el sol que cubrió mis días

Y la luna que cercó mis noches

Todas las palabras y las líneas

que me guardaron de la soledad

Todo el frío

Todos mis amigos. Los que me dan la mano

y los que me saludan desde un perdido

ventanal

Toda mi vida anticipada

Mis angustias sobre la rueda infinita

de la existencia

Mi amor y mi dolor

Toda la brevedad convertida en eternidad

a través de esta larga y recurrente noche

de insomnio.


La muerte no es una mujer

La muerte no es una mujer

con el cráneo pelado y una corva guadaña

entre las manos.

La muerte es un hombre que galopa

entre las noches que columpia el insomnio.

Es un varón disfrazado de oscura damisela.

Tiene unas rosas en las manos

y un cordel para colmar el cuello.

Alguien un día dibujó a la muerte

con rostro de doncella. Pero ella es él,

pálido, abyecto,

que en la noche se llega hasta mi sueño

y como un perro fiel

me hace aspirar su aliento de témpano

y misterio

y con fría insistencia se me acerca

y me lame los pies.


Ser o no ser

Vivir.

Ser o no ser no es el problema

sino planchar la ropa

atizar el fogón

escribir unos tiernos y antiguos poemas

mirarse en el espejo el otro rostro del rostro

descubrirse lobo triste por las noches

por las mañanas mujer cuerda.


Ser ejemplar y sobria y verbigracia

Mantener todo en orden más te vale

Disponer todo a tiempo Dios te asista

Ser o no ser no es el problema

sino tener el alma lista

para amargos si acaso o si hubieras.


Y una vez más enfrentarse al mande usté

como usté guste

pulir el piso espejo

lavar la ropa nieve

secar la loza estirpe

disimulando mugres y maneras.


Pero a pesar de todo

amar la telaraña vida

la hambruna vida tuya y de los otros

insultarla si quieres

abrazarla si quieres o si puedes.


Ser o no ser no es el problema

sino ese perdón barato que te entregan.


Y al final de la tarde

has ensayado todo te reprimen

has cumplido el deber no eres tan buena

tu cabeza da vueltas tiovivo

resaca de la piel, costra de olvido.

Esgrime tus cuchillos argumento

empuña tus espadas yo no quiero

atrévete de una vez sueña tu sueño

entra en la escena mundo

como quien entra a la sala de partos

de la vida por primera y alegrísima vez.

Plántate y rebelándote, revélate.


Ser o no ser no es el problema.


Estela de la serpiente

Una serpiente pasó frente a mis ojos

Su larga madeja recordaba

las hojas ondulantes y lustrosas

de los largos trigales.

Atenta me miró y yo a ella

pero no debí parecerle un apreciable bocado

Y siguió su camino

zigzagueante entre la hierba

como una oscura flecha por el tiempo

apremiada.


La tarde se moría y la visión

de la serpiente entre las crestas de hierba

permanecía ahí

como una estela que la apurada eternidad

dejó olvidada

en mi pedazo de tierra

y sin mediar ninguna explicación.


Mujeres con guitarra

ay muchas mujeres lapidadas a lo largo

de la historia.

Su vida fue de jaurías y de toros rabiosos

de sangre alzada

de mordeduras largas.


Mujeres que le devolvieron al mundo

la embestida,

que se inmolaron o tuvieron que matar

para seguir viviendo,

esas que en la hora más oscura

roturaron el campo con sus uñas

para que vos y yo pasemos.


Hondas mujeres

que quizás una lenta madrugada

marcharon al fuego o a la horca

por cosas tales como desordenar

el orden público

por inventar una nueva manera de descifrar

la vida

por tener voz

o por infieles

o ateas.


Ellas ya no están. Sus cabezas reposan

sobre un siglo o dos. Sus ojos

ya no existen.


Pero de ellas perdura una hebra sutil

un hilo ciego que sin saberlo

nos hace crecer y despertarnos en la noche

con unas ganas inmensas de vivir

de derribar todos los muros

de desafiar todas las hogueras

así como de amar y de pulsar

todas

toditas las guitarras de la tierra.


Furiosos pájaros

Estos son los furiosos pájaros

del deseo.

Ellos son negros.

Ellos se mueven sin hacerles

una señal determinada.

Un día los vi venir con sigilo, con sorna, con prisa en sus oscuras patas. Ahora los veo pasar

–¡Negros y eternos pájaros!– reconociéndome y saludándome.


¡Libertad... para pensar!

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