Jeannette Miller (1944)
Biografía
Jeannette Miller, nacida el 2 de agosto de 1944 en Santo Domingo, República Dominicana, es una destacada figura en el ámbito literario y cultural de su país. Hija del escritor Fredy Miller Otero y Rosa Rivas, Jeannette creció inmersa en un entorno familiar que valoraba la literatura y las artes.
Los ángeles son propicios a las cuatro
1.-
Aquí
de vuelta,
la luz es esta cosa grande pegándose a los ojos,
a la piel, a los poros pequeños, entreabiertos.
Innumerables láminas dividen el espacio
situándolo entre árboles, o casas, o edificios huesudos.
Desde el alarido,
punto de partida del inmenso viaje,
todo se divide,
el terror, las caricias, el pan,
las necesidades.
Las junglas se sol entremezcladas de hombres
calientan hacia el centro del día,
los pitos detenidos en este tiempo largo
entre hojas revoloteadoras como llanto antiguo.
El caer de la tarde es tormenta,
como si todo se despegara de pronto y nos odiara,
como si el brillo sostenido hubiera sido terror,
mentira,
muerte.
Un viento indiferente golpeando las hojas,
la capota del cielo,
los techos tan visibles como un segundo pavimento.
El túnel oscuro de la ciudad
abajo,
la noche arriba,
pestañando,
despertando.
2.-
La ciudad se abre antes de la noche en una sucia bocanada.
Después de haber comido,
después del balanceo en la penumbra de lagartos y hongos
recorro los hoyos familiares,
las calles vomitadas en el muelle,
el olor golpeante del asfalto podrido.
La sal es un resguardo,
inmuniza la boca,
el tórax,
las membranas,
de este cielo profundo sin gaviotas.
En esos muros de cal y piedras viejas,
de dolorosos relieves transparentes,
donde mis voces anteriores rieron,
donde viví feliz entre arboleadas y estatuas
y plazas pequeñas redondas como el tiempo,
en esos muros me sostengo.
Sacudo las palabras,
las distribuyo entre grutas y murciélagos,
entre mi pobre y débil mente, y los rosarios fuertes en el cuello,
entre este piso frío, obligatorio,
y el viento de la tarde subiendo a las noches del silencio.
3.-
Esos niños en cornisas y frisos,
de locas cabezas cercenadas,
con las alas enterradas en alguna playa solitaria,
sin troncos, ni piedras, ni caracoles musicales,
esos niños que sonríen con las piernas o con el hueco que dejó su risa
son propicios a las cuatro.
Después, con el sol todavía en el centro
paso,
coloco la vieja mecedora debajo del pasillo,
y oyendo los pájaros debajo del cuadro azul y blanco
me pongo a hacer creer que escucho o converso.
Inexorablemente vuelo entre columnas frías y altos monumentos
distribuidos elegantemente sobre pedazos de yerba recortada.
Puedo mirar mi alma revoloteando en ese parque,
escogiendo lugares allí,
donde las flores son excusa y la reina escogía sus amantes,
donde mataron a Enmanuel, un dulce niño asmático,
entre hojas doradas y arboledas.
Corro a la gran ciudad, a los marcos, a la vida inesperada, paralela,
a los largos salones silenciosos,
a los ruidos arrastrados,
a los fogonazos duros del asfalto
entre pozos y cáscaras y leche agria.
Corro de nuevo a la gran ciudad para leer el periódico por última vez.
Cayendo,
la penumbra y los mosquitos me llevan de nuevo hacia el portal roído.
Primero las vigas soportantes,
el olor balsámico del tiempo anocheciente,
mis pasos arrastrando el último beso,
los escalones,
y regreso a la calle,
a su ancha boca negra,
a la fachada colonial y triste de la esquina derecha,
a las piedras horadadas por la lluvia,
a mi lento taconeo deambulante,
pesaroso,
por la ausencia del sol en este tiempo de trópico acabado.
Lunes
Cada mañana
al levantarme
inicio el camino hacia la muerte.
Antes de perforar el día con mi cara disconforme
lloro un poco.
Luego
procedo a ejecutar con desconcierto el aseo,
la puesta de la ropa,
el peinado,
el desayuno,
salgo.
Bordeo esquinas desbaratadas en infinitas partículas de luz,
el aire me golpea la frente,
un penetrante olor a podredumbre me vuelve a la desdicha.
En las cunetas
latas de basura todas volteadas
definen largas curvaturas tristes,
hasta los pozos de lluvia en mi país son turbios, hediondos,
sin darme cuenta
penetro el vientre palpitante de cualquier automóvil
y me siento heroína,
entonces paso a recontar los árboles que ya sé de memoria
y que alivianan con colores y formas el duro pavimento,
un golpe seco me avisa que he llegado,
empujo la puerta,
estoy dentro,
sonrío tratando de ser agradable, inofensiva,
que no me teman,
que no conozcan mi odio, mi hastío, mi tristeza,
comienza la jornada.
Mi lengua
Esta lengua de siglos
cambiante como el agua
¿qué es?
¿Una historia,
una flor,
una máscara?
Esta lengua de cieno que antes me amarraba
con la palabra cruz,
con la palabra oro,
con la palabra muerte,
¿qué es?
¿Mi historia,
mi lucha,
mi silencio?
Esta lengua que borró mis primeros fonemas
dejándome desnuda,
aterrada,
que me tiró en el pozo de la primera muerte
sin sonidos para espantar el miedo,
sin palabras para entender las cosas,
para guardarlas…
Esta lengua vieja que mastiqué despacio
y me tomó la vida,
y otra vida,
y otra vida,
hasta que fue ablandando
de piedra a ritmo,
de tierra en agua,
de hierro a fruta,
de blanco en mambo.
Esta lengua de cielo y de murmullos
que volví a fabricar comiéndome las eses,
soñando las imágenes que amo,
masticando insignias y blasones a ritmo de tambora,
con los negros suplantando los indios
sementando las blancas
y nosotros
marrones,
haciendo la bachata desde siglos,
bailando con merengue, rumba y plena,
saboreando el sancocho,
remeneando las nalgas,
a golpe de palma y sol,
de sangre.
Esta lengua impuesta que ahora me define.
Esta lengua libre como un pendón de fuego.
Esta lengua que se desprende de mi boca,
golpe,
agua que late,
bote que rema,
patria penetrada que penetra…
Esta lengua de isla
de palma y hambre
del odio y del amor,
de la esperanza…
Esta lengua esencial
erguida en su esqueleto,
carnada de amapolas,
nueva como yo
en medio de mi patria bullanguera
vestida de esmeraldas.
Esta lengua de trópico, de tierra y continente…
Esta lengua en jirones que nombra lo que hace,
que reinventa la vida
que reescribe la historia marcando lo que quiere,
gritando como llama.
Esta lengua bandera que une y que separa
¿qué es?
Una historia.
Una flor.
Un arma.
Yografía
Yo
que necesito plantas, luz
palabras de ternura
que me siento a pensar en mi desgracia a plena tarde
medio masoquista
fea
profesora
Yo
que sólo con palabras me presumo
me palpo
me proyecto
interpongo ideas a la carne
levanto largos muros de metal frío, devorante
entre otros y
yo
que tengo miedo a la locura, al vino, al entregarme
agarro mis recuerdos
una niña gorda, inútil, solitaria
casas de muñeca y tacitas de té
ráfagas de aire y de suspiros
entre mi abuelo no abuelo y sin mi padre
Yo
que encuentro en Franklyn, Juan Francisco y otros
eso terrible que no tuve
que sé disponer letras, sílabas y nombres
cuidadosamente, agresivamente
Yo
estoy harta de mí.
En el "mall"
En el “mall”
Mujeres de piel oscura con niños de la mano.
Vitrinas con objetos lujosos que nadie compra.
Hombres de edad buscando presas
entre jovencitas que se venden
y muchachos que se ofrecen disimuladamente
para pagar la taquilla del cine,
comer una pizza o un hamburguer de ocho días
En el “mall” los ojos se me llenan de tristeza,
Mujeres blancas, bien vestidas,
con la cirugía acabada de hacer
tratan de sepultar el tiempo
sin saber que eso es imposible.
En el mall no piensas,
una turba variopinta te empuja sin tocarte,
los ojos deslumbrados,
los oídos abrumados,
hasta que se te cansa el alma.
Oración por el agua
Yo te pido, Señor, por el río mermado
por el terrón reseco
por el surco que espera la semilla
por el hombre que vive del agua y de la tierra
por los animales que pacen y que beben
por el verde que embalsama el espíritu.
Yo te pido, Señor,
por la lluvia que rellena los cauces
por los torrentes que mojan y consuelan
por las hojas que repones sobre los claros y las hondonadas
por las nubes que pintan de gris el firmamento
para que luego nazca el arcoiris,
Yo te pido, Señor,
por las pequeñas flores que colorean la vida,
por el fruto que nos trae el alimento
por los niños que todavía no han nacido
por el Espíritu que nos fortalece
por el agua del alma.
Yo te pido, Señor, por el silencio
por esa paz iluminada
por el ruido del viento,
por el golpe del canto
por este templo verde que has edificado
como un regalo al hombre.
Yo te pido, Señor,
desde mi alma contrita
desde mi pequeño y encendido corazón
de rodillas en el centro de mí misma
doblegada ante tu inmenso amor
recogida dentro de mí
siendo contigo.
Sola
En medio del gentío eres nadie.
Pasan cuerpos y caras
Buscas rasgos conocidos y chocas con el drama de la muerte
lenta,
sorpresiva al principio.
No hay hijos,
No hay nietos.
No hay nadie.
Sólo la violencia arropando el ambiente como una nube negra.
La violencia total.
Tiros.
Puñaladas.
Violaciones.
Asaltos.
Charcos de sangre podrida.
Moscas sedientas de carne amoratada…
Tratas de avanzar y
te pisan,
te empujan,
te chocan,
te jalan la cartera…
La luz,
que parece inalcanzable,
se vislumbra más allá
de un plafón manchado de tierra polvo.
Si sobrevivo
Si sobrevivo,
a los enormes ratones peleando por las sobras,
a los mosquitos portadores del SIDA,
a la comida podrida por los apagones,
a los olores agrios por la falta de agua,
a los jóvenes verdes, moribundos, por la garra del hambre,
a los esqueletos que agreden en las esquinas y te maldicen,
al morbo de los noticieros,
a la prostitución de los políticos,
a no tener modelos que dar a nuestros hijos,
a la falta de amor y de justicia
al tiempo que te perfora el rostro, los dientes y las ganas,
al ruido callejero,
a la agresión humana,
a contar las monedas temiendo la escasez,
al sol opaco y polvoriento que marca las mañanas...
Si sobrevivo ,
me doy por satisfecha.
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