Magaly Alabau (1945)
Biografía
No fue tan poderoso Fausto.
No fue tan feliz,
ni tan apuesto
ni tan equilibrado.
Fue eje de pasión
y de impaciencia.
Mefistófeles lo supo,
era el más paciente de los dioses,
el más sabio,
el que siempre ríe
mientras otros lamentan
las vicisitudes del contrato.
Aquí
Aquí
las sábanas y colchas son trincheras.
Si fuera Aladino
caería en la playa caliente de mi infancia. Te visitaría.
¿Te pintas el pelo todavía?
En el armario estarán las cartas de tu amante, mis
fotografías de niña opaca,
postales de escuelas, recuerdos que se sientan
conmigo en los subways.
Quiero respirar La Habana, recuperar el misterio
de mi vida.
Ver los faroles y el oleaje del malecón picando el muro.
El frio me tulle.
En esta ciudad no se oyen campanas,
no huelen los dulces, ni el pan es caliente.
Quisiera tomar guarapo, mirar las palmas, oír
el pregón de los mangos.
Me congelo en la mugre de los sacos de nylon entre
los ruidos y el olor desinfecto.
Quisiera gastar las calles del Prado,
visitar los hoteles —las guaridas de noche—
tocar el mármol de los parques.
Meter las manos en los charcos de agua,
mojarme en la llovizna, empaparme.
Comer al mediodía el arcoiris y los papalotes.
Ver lavar en las bateas, correr después de
tomar ron,
visitar a mis amigos, contarles
decirles que mi lengua no habla este idioma
trabada la ilusión extraña las palabras
las palabras las palabras
no es lo mismo decir window que ventana
no es lo mismo decir house que casa.
Nunca existirá el orden
en mi campo de oficio.
Nunca podré transformar este cuarto
en algo nítido.
Estos pisos me han visto
esperanzada, han seguido mi historia,
se han dejado tocar por mis caricias.
Sin embargo, ahora, están en plena guerra.
Me hacen jugarretas y conspiran.
Dejan nacer las ilusiones y al rato,
un tiro de escopeta, una granada.
Ahí defecó la perra.
Ahí vomitó el gato enfermo.
La escoba resiente mi furia.
Huele mal, un tanto repugnante.
La lavo, la aseo, la acicalo
y me topo con ese lavadero
repleto de latas de pescado,
de hígado, pedazos de papel corrugado
con ese criterio de las marcas en ventas.
Miro al frente: cientos de texturas
mugrientas, a punto de insultarme.
El piso está embarrado de salsas saboteadas.
El refrigerador es un tesoro de paquetes que no abro.
Zanahorias verdosas, protuberantes ojos
de papas aburridas que miran de soslayo.
Alguna mosca yace dentro del congelador
muerta de frío.
Le digo al café o a cualquier fantasma que lo sirve
que de paso me traiga las pastillas.
Dos para despertarme.
No confío en este yo de casa,
este yo de limpiezas diarias,
de esfuerzos sin cadencias, omnívoro.
Tomo pausas, me adapto a las nuevas circunstancias,
sostengo mis libros sobre el pecho,
mientras limpio los miro, la ilusión de leerlos,
desencanto diario de unas pocas páginas cansadas.
Estoy en Elabuga, comienzo por el final, despego.
Estudio todos los ángulos, varios puntos de vista,
y me entra esta vivencia
de que he estado en esa habitación
con la gran Marina Tsvetáieva.
Prepara la soga y el anzuelo
como si estuviera remendando
calzones a su hijo.
Está ya del otro lado.
Ha escrito el último capítulo
y se encuentra con el papel en blanco.
Una tarea más. Quizás no sea hoy,
quizás su taza aún no se ha llenado.
La veo en la desnudez de los destinatarios,
en el silencio rondando su estatura,
pensando qué banquillo usar
para patear el aire
y quedar como ropa ultrajada,
añeja, descolorida.
Once horas,
un dólar por hora,
día y noche.
Hay que limpiar,
fregar,
preparar el desayuno, el almuerzo,
la comida, llevarlos al médico.
La niña se esconde debajo de la cama,
el varón se pasa el día llorando.
¿Quién me trajo
a la cueva
de este ciego?
Yo que necesitaba curarme las heridas
porque los viajes son como las guerras,
uno llega al otro lado con roturas
y remiendos,
tengo que ser testigo
y limpiar
hemorragias ajenas.
Ver de lejos, ver de cerca.
El ciego huele todo.
La mano delicada
busca apoyo.
Nula su mirada,
escucha.
Voz lastimera
que ha perdido
el poder
de las palabras.
Jugamos en la arena
a construir pirámides.
El niño rubio y flaco,
tan endeble,
con pantalones cortos,
su padre ya le grita,
compórtate como un hombre.
Un día en la playa
con nuestros desajustes,
aleteamos el mar
lastimando las olas.
¿Quién los llevará mañana
hacia la densidad del bosque?
¿Cuál era el nombre de la niña?
¿En qué esquina el niño pálido y rubio,
está llorando?
Era fácil servir el desayuno,
tan difícil oír los monólogos agrios.
Siempre hay alguien que se va y nunca vuelve.
El miedo a que nos perdamos
en el mar o en la lluvia,
en el rencor o el camino.
¿Quién dictamina cuándo uno respira?
¿Cuántas camisas de fuerza se necesitan
para explicar lo que es beneficioso,
lo mejor para todos?
Otra vez ordeno la maleta.
No quiero ver el ómnibus que ha de trasladarlos.
No quiero presenciar las filas
donde unos van a la derecha
y otros, sin remedio,
hacia la izquierda.
Ojos de zozobra, encharcados
fragmentos de una risa nerviosa
que se desintegra.
¿Qué pasos siguen los perdidos?
¿El de ese animal que separan de la madre,
que lo funden en un experimento,
que resguardan en la esquina
de un laboratorio, en una jaula,
para obtener esa sabiduría
de papel y olvido?
Serios escrudiñan
el sabor de la pena.
Me voy.
Mi role ha terminado.
Una interpretación más
en la nave teatral
de solitarios remos.
Rompecabezas y calcomanía.
Es cierto que también terminaré en una casa
de alguna ciudad extraña
donde me pondrán pañales y me darán compotas
y se reirán
porque pareceré un niño con la cara estrujada.
Claro que vendré a visitarlos.
Claro que los invitaré a mi casa
y que patinaremos en el hielo.
Nos escribiremos.
Pero no es así.
No guardaré postales
ni cartas ni direcciones
ni teléfonos.
Los romperé en el aeropuerto.
Es demasiado peso
para mi maleta.
Usaré las frases convenidas.
Parientes míos no eran,
él era un majadero.
Llega el día.
Trunca garganta.
Confundo la emoción con
distraimiento.
Tartamudeo,
trago en seco.
Me voy al Norte.
La nieve
y el frío
algún día
nos volverán
extraños.
El maquillaje chorrea
El maquillaje chorrea como la sangre en el Monte de Getsemaní
Para ponerme la máscara indispensable y pugilista
hay que encuadrarse delante del espejo,
mirar la luz y verse con reto.
El ómnibus se oye, desde adentro suena arcoiris encopetado.
El prisionero se pone la máscara de todas las mañanas.
El avión pasa.
Inercia de inodoro en el baño
espera que se seque la tábula rasa untada de heces blancas,
reparada por un señor llamado Pancake Max Factor.
El pomo de listerine verde,
la pasta, los grifos del agua sucia
El jabón, la tijera y las pinzas
Rosado lavado
mis encías, las canas yacen cortadas.
El cepillo, la piel de arena se unta de óleo.
El acto bendito de la mañana
Untarse de óleo, glicerina sagrada
Pan nuestro de cada día en esta casa
Papel de inodoro el pan, la eucaristía.
El vino, antiséptico rojo, determinante masterpint de lilstermint.
El bautismo, la ducha dada.
Ir al trabajo, ir a construir las pirámides verdes
que el viento sopla mientras más esclavos.
La inercia me hace poner cara en el hoyo del lavado.
Guillotina de agua: despiértame.
Mirando el inodoro el agua corre.
Como Sísifo, como Sísifo andando.
No hay reloj. No hay tiempo para los ojos tiesos.
No hay grito ni protesta
no hay sangre en las venas
veinte años ha sido la condena.
Las ojeras dejo en el espejo.
Muestran la noche próxima. Acuerdan el sarcasmo
Los labios son dos hojas de laurel amarillo.
Los dientes apenas lavados gritan
amargo tiempo
sonrisa
El manicomio espera
La cocina sólo tiene café
La puerta aguanta el chorro negro de entusiasmo ulcerado
El café, un tren necesario
Hervidero de pensamientos se hacen enseguida
al tragar el fango prieto,
emisario que grita hay que ir, hay que ir al trabajo.
Las ventanas están cerradas. Los autos pasando.
Qué bueno que las sábanas me atraparan el cuerpo
si pudieran caminar, si pudieran aguantarme
Si pudieran ser una camisa de fuerza a mi esperanza.
Qué bueno sería ir enterrada en un ataúd
y exponerme dentro del tren
ser escoltada por los Ángeles Guardianes.
Pero no, todo está sin vida
y como Dios, ausente.
Tengo miedo
Tengo miedo
de las acciones y los puntos
y de las pausas
y de mis preguntas
y de contestarme
y un paso que se corta
sudo
cuando no puedo
y no puedo ya nunca
y hasta cuándo
y hasta cuándo
y la diligencia que no acaba
y que se esfuma
y que vuelve y que se esconde y que miente
y que me confunde
y que no puedo decir ay
y que no puedo decir ay
y que no puedo decir ay
y que no puedo hablar
ni llorar
ni gritar
ni decir
una oración, si pudiera
una palabra
una sílaba
Si pudiera aunque fuera
ronca, partida
en sonidos decir no no no no.
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Gracias por comentar, tus palabras me permitirán vislumbrar otras opciones de interpretación y comprensión de este universo.