Matilde Casazola (1943)

escritoras del siglo XX, Derechos reservados, Escritoras bolivianas,
Matilde Casazola, escritora boliviana

Biografía

Matilde Casazola Mendoza, nacida el 19 de enero de 1943 en Sucre, Bolivia, es una destacada escritora, compositora y poetisa boliviana. Proviene de una familia con un legado cultural notable, siendo nieta del autor del "Macizo boliviano", Jaime Mendoza. Realizó sus estudios en la Escuela Normal de Maestros, especializándose en la sección musical.

Casazola ha dejado una huella significativa en la literatura y la música popular de Bolivia. Durante más de 50 años de trayectoria artística, ha publicado 19 libros de poesía y grabado 9 discos y cassettes con sus canciones, que han sido interpretadas por músicos bolivianos y extranjeros de diversas generaciones y estilos.

Algunas de sus obras poéticas más destacadas incluyen "Los ojos abiertos" (1967), "Los cuerpos" (1976; 2017), "El espejo del Ángel" (1981), "Los racimos" (1985), "Y siguen los caminos" (1990), "Este amor que enmudeció la garganta de las aves" (1999), "Las catedrales subterráneas" (2008) y "Jardín de claroscuros" (2013). Además, su obra poética ha sido recogida en varias antologías y ediciones bilingües.

Por su destacada contribución a la cultura boliviana, Casazola ha sido galardonada con numerosos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Cultura de Bolivia (2017), el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz (2017), el Premio al Pensamiento y la Cultura "Antonio José de Sucre" (2003) y el Premio UNESCO "Cerro Rico de Potosí" (1999).  En 2019, recibió la Medalla "Juan Frías de Herrán" de la Universidad Mayor de San Francisco Xavier de Sucre, donde reside actualmente. Su obra continúa siendo una fuente de inspiración y admiración en el panorama cultural boliviano y más allá.

Los ojos abiertos

Poema 18

Caerán, irán cayendo;
no te preocupes de eso.
Yo lo sé desde abajo,
desde el sitio que vengo.
Yo lo sé y te lo digo
no te preocupes, duérmete.
En sábanas de fuego
sus carnes han envuelto
¡y caen! van cayendo
sin atajo posible,
sin relojes de tiempo.
¡Ah los gritos! ¡Ah el tétrico resplandor en las caras!
¡ah los rictus de espanto!
Todo lo veo desde aquí
pausadamente
sin piedad, sin dolor.
Ellos van lejos de aquí
ellos no nos conocen
ni nosotros a ellos.
¡Ellos están tan lejos!
Y sin embargo, un día compartimos la voz
el estilo del traje y el ancho de las calles.

No te preocupes, duérmete;
que siempre están cayendo.

Los cuerpos

Poema III

Eran dos ojos, dos hermanos
que se daban la mano.
Eran dos ojos, dos paisanos
que habitaban lugares cercanos.
Era un monte que había que cruzar
que subir
para llegar de uno hacia el otro:
una sola nariz
desafiante
al medio de ambos.

Era una sola boca
decidora
de frases incoherentes
o bonitas,
de frases hirientes
que, como hormigas
negrean en su púlpito sagrado.
Eran también dos túneles
a los costados:
dos orejas, tubos bien logrados.

Era un paisaje
extraño,
provocativo,
dulce y áspero.

Ay las estrellas
que se encienden y se apagan.
Ay los cabellos
que enmarcan este cuadro.

Eran dos niños que crecían
que no dormían no dormían
por descubrir el lugar
donde el tesoro está enterrado.

Era un rostro gentil
y simétrico,
sin saliente de más
ni hueco.

Las arrugas vendrían después
y las heridas
profundas
que alterarían sus ámbitos perfectos.

La noche abrupta

Poema 8

Dolor
viejo dolor
sin remedio.
Yo sabía
antes
canciones niñas
para alejarte.
Pero tú las aprendiste de memoria
y ahora todo lo sabes,
dolor
viejo dolor
de la barba profética.

A veces

A veces
quisiera
perderte en el viento
y que nada quede de mí

pero
bajo mi ventana
un hombre silbando
que pasa
me corta las alas del sueño.
Y pienso que es bueno quedarse
que soy en la tierra
mejor que volando en el viento

y pienso
que puedo dormir en tus campos
que puedo llorar por tu llanto
y bordar cascabeles de lluvia
al tomar la guitarra en mis manos.

Prójimo

7
En cualquier parte estás, espiándome
siguiéndome los pasos
con tus ojos enormes del asombro
de no encontrarme nunca llorando las cinco letras de tu nombre
tus cabellos oscuros
ni tus carnes maltratadas, machacadas
ni tus sueños deshilados para siempre
ni tu hambre portentosa, ¡ni tu hambre!
porque yo canto, me lavo los dientes
y sigo caminando sin mirarte.
Pero así somos todos, yo más, tú menos: personajes privados;
ahorramos lágrimas y sonrisas
por no morir definitivamente a cada paso.
Pero al final morimos, tú antes, yo después
y otros se encargan de olvidarnos,
de echar tierra y seguir bailando,
porque esa es la ley del juego.
Aunque no me lo creas, yo te amo:
me siento pariente de tus huesos
de tu modo de andar, de tu sonrisa,
de tu mano tratando de alcanzar inaccesibles paraísos.
Alquilo timidez, alquilo sueños y esperanzas
y llevo una fogata inapagable en mis entrañas
igual que tú.
Y te juro que te estoy buscando siempre,
en los periódicos, en letras pequeñitas;
cada vez que me miro en el espejo
y al rozarte por la calle con gesto indiferente.
Tú y yo en el fondo somos tan parecidos
como hermanos gemelos.
(¡Ah nuestro afán terrible de no acabar del todo!
¡Ah nuestro afán a veces de morir para siempre!)
Y vamos pasando en cínica comparsa
yo aquí, tú más allá, sin conocernos nunca
sin abrazarnos nunca
odiándonos, cachiporreándonos a obscuras
y riendo a carcajadas
de tu muerte lejana
de mi ausencia total y no advertida
y cayendo, cayendo 
sobre tu nombre y tus costillas,
sobre tu sombra hueca 
zapateando, zapateando
y gozando farandulescamente en olvidarte
como si hubieran sido inútiles
tu devoción por la rosa y el sonido del agua
tu afán desesperado por aprender de memoria
la tabla de multiplicar
y tus paseos por la orilla del silencio
tan torturadamente majestuosos.
 
Pero al final, los dos iremos a parar al mismo sitio
y mi polvo y tu polvo se mezclarán y saldrán juntos a florecer
diciendo el himno puro aprendido en sus raíces.

Alguien va apagando una por una

 Alguien va apagando una por una
todas las estrellitas de tu cielo;
pero como tu cielo es tan enorme,
nunca te has dado cuenta.

Y eso que ya van muchos años
de que ese alguien ha tomado a su cargo
tan dolorosa ocupación.

Y eso que ya van cientos de estrellitas degolladas.
Mas tú, impertérrita, caminas y caminas
ríes y lloras
como si no pasara nada.

¡Pero tu collar está quedando en hilo puro!

Cuando la obscuridad te caiga como lluvia de piedras
sobre el despreocupado gesto,
maldecirás tu nombre y odiarás tus zapatos
y te acordarás de antiguas oraciones.

Cuando la obscuridad te sea un perro malo.
¿Dónde huir? ¿Qué salvar?
Cuando la obscuridad te caiga como pedrada dura
sobre el corazón agrio.

¡Ay la ventana abierta!

¡Ay tantos dones postergados!

Te quedarás bebiendo un lago triste
cementerio poblado de estrellitas
que cada noche hacían desesperadas señas
pidiéndote socorro.

Porque alguien va apagándola
sin que vos te des cuenta.

¡Ea! Vuelve tus ojos,
vigila tu tesoro!
No te encandiles en la caravana
de colores fantásticos!.

Que las estrellitas no se adquieren
como se adquiere un traje;
que las estrellitas se apagan para siempre
y no hay quien las reemplace.

Y que las caravanas se venden y se compran
y llevan escondidos afilados puñales
para cortar tus sueños libres,
para partir tu corazón en siete partes.

Los cuerpos

I

Amo mis huesos
su costumbre de andar rectos
de levantar un semicírculo
para abarcar el cielo
de encadenarse en filigranas diminutas
para favorecer el movimiento;
amo mis huesos con sus curvas
sus salientes
y sus cuevas profundas.
Si hubiera sido insecto,
también habría amado mis antenas
como amo ahora mis ojos con sus cuencas
y mis manos inquietas
y toda esta estructura
en la cual vivo
en la cual soy completa.
Y le doy gracias al discutido Dios 
de creación perfecta o imperfecta 
de existencia absoluta
o no existencia,
le doy gracias 
en uso
de mi cuerpo y su esencia.
Al menos, comprendo mi intención: 
sé que era buena.

La ciudad cerrada

Detrás de los letreros 
hay gentes que respiran.
Grises gentes que se nutren 
de luz artificial, 
de mortal 
languidez
y sofocante espuma 
de palabras mil veces 
repetidas.
Detrás de los letreros 
están los verdaderos 
personajes de la vida
contorsionándose, asfixiados por el denso 
humo letal que expelen 
la industria y el progreso.
Hombres en camiseta
gordas mujeres de pisada lenta
barren la esquina
vacían ceniceros
inacabables
se acuestan agotados
espalda contra espalda
fijamente
mirando
el resplandor de incendio
que en la pared reflejan los letreros.
Día tras día
las fechas del almanaque caen
se desgranan
sobre su frente triste
cuadriculada
de espesa propaganda.
Jugándose su suerte
a un buen vaso de vino
al partido de fútbol
en la televisión de los domingos,
desprolijos y ufanos
los abatirá la muerte.

Los oscuros
La fruta estaba hecha
para que la gustáramos,
para olerla y gozar su lozanía.
Pero nosotros no podíamos comprarla.

El sol estaba hecho
para amar nuestra piel,
estremecer la vida de todo nuestro cuerpo.
Pero a nuestra guarida el sol no entraba.

El pan de cada día, en fin, estaba hecho
para hablarnos todas las mañanas
de campos fecundados.
Pero nosotros sólo comíamos mendrugos duros y agrios.

También había música y otras cosas dulces,
pero habitaban en el aire alto,
y nosotros sólo captábamos sus ecos.
Nos debatíamos en la cueva obscura
en el cuartucho húmedo
donde la única verdad es la miseria.

Entonces, no aprendimos
el himno de alabanza,
y la sonrisa en nuestros labios
era una flor enferma.
Dicen que Dios hizo a los hombres iguales
y semejantes a El en armonía y belleza.
¿Cómo es, entonces, que ahora
formemos este vértice inmundo
del que huyen todas las miradas
y contra el que se vuelven bruscamente las espaldas?

- Hablo por boca del hombre que se arrastra
por húmedos rincones
de morada siniestra.
Dice que también de él era la tierra –

¿Quién hurtóme el rojo clavel
llamarada impetuosa,
quién bloqueó mis salidas,
quién me esperaba
aún antes que pensara nacer,
con la triste cadena?

No estuvo equilibrada en mi balanza
la desdicha con la bienaventuranza.

Te regalo de antemano mis huesos
para que hagas con ellos
trémulas flautas que canten elegías
mientras a blanca mesa se sientan prósperas familias,

y hay sol, hay pan, hay fruta.
Pero llora, es verdad, en todo el aire
trémula flauta su llanto innumerable.



Tierra

Soy un poco de tierra
que adquirió un don milagroso
de la voz y del canto.

Si los creyerais dignos de alabanza,
ensalzad a la tierra bendecid a la tierra,
que ella es la dueña madre de todo
encantamiento,
la fuente origen de perpetuo milagro.

Cuando mis pies detenga, cansada de su
continua ronda,
ella será mi almohada y mi reposo.
¡Oh Pachamama
escalón inmediato de la eterna armonía,
heredera suprema de mi sombra y mis huesos!

¡Salve tierra
una sola,
derrocadora de fronteras!

Por ti la voz y el canto dominaron el aire
e hicieron lagrimear a las estrellas.



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